La noticia de que los centinelas habían encontrado una esclava huida pronto se propagó, y cuando condujeron a Princess en presencia de Akwasi, casualmente Nora se hallaba ahí. Era domingo y Dede había pedido que la llevaran a ver a Jefe a su cabaña. A la pequeña le gustaba sentarse en el suelo como los africanos, comer con los dedos y tocar los tambores que había por todas partes. A Dede le encantaban los escudos pintados de colores, las espadas, las lanzas y los alegres cojines y alfombras. Máanu no omitía ningún esfuerzo para que su cabaña tuviera el aspecto más parecido posible a un hogar africano; Nora, por el contrario, se esforzaba en que su hija supiera lo que eran los muebles y aprendiera a comer con cubiertos. Una visita a su segunda mamá era un cambio bien recibido.
Naturalmente, Nora se había sentido compungida la primera vez que oyó que Dede llamaba así a Máanu, pero después entendió que debía de haber aprendido la expresión de Nanny. A la Reina le gustaba jugar con ambos niños cuando Dede visitaba a Jefe, y en esas ocasiones era condescendiente y desempeñaba el papel de abuela tanto con el hijo de Máanu como con la hija de Nora. A veces, Nora se preguntaba si sufría por no haber tenido ella misma hijos, pero quizá se tratara de algo normal en una reina ashanti. También en África había jefas tribales, como la dicharachera María había averiguado hablando con algunas esclavas liberadas. Entre los ashanti, la hermana o la tía del jefe dirigía un consejo propio y, después del jefe, era la persona más influyente de la tribu. Tal vez esas mujeres no podían casarse. O quizás el hecho de no tener hijos obedeciera, en el caso de Nanny, a algo que el backra hubiera hecho con ella. También corrían rumores al respecto. Ciertamente, los excesos que había sufrido la niña habían sido el motivo para que los hermanos huyeran de la plantación. Y se decía que la misma Nanny había dado una muerte cruel al backra.
Pero esos días, Nanny y Quao imploraban en las montañas la bendición de los dioses para un acuerdo que por fin se había negociado y Akwasi se encargaba del poblado. Nora observó que tomaba asiento en la banqueta del jefe dándose aires de importancia cuando le llevaron a la chica encontrada.
La esclava huida contó la historia acostumbrada. El backra había abusado de ella, tanto en el trabajo como en el trato. Se había escapado mientras él dormía. Había tenido suerte de que no la hubiesen pillado.
—¿Y no lo has matado? —preguntó Akwasi.
Parecía como si esto fuera a adquirir importancia en el futuro. El acuerdo preveía la entrega de los esclavos huidos, al menos en determinadas circunstancias.
Princess sacudió la cabeza.
—Yo no matar. ¡Yo cristiana! —Le mostró la cruz de hojalata que llevaba colgada al cuello—. ¡Yo bautizada! —dijo con orgullo—. Nuevo reverendo bautiza esclavos. Decir que delante de Dios y el dulce Jesús todos iguales.
El sucesor del reverendo Stevens había llegado por fin y tenía otra opinión que su antecesor en cuanto al alma de los negros. Estos acudían en tropel a que los bautizara.
Akwasi no se dejó impresionar.
—Bien. Puedes quedarte. Pero debes tomar marido. —Paseó la mirada por el grupo de hombres que habían acompañado a Princess—. ¡Tally! ¿Te la quedas?
Princess lanzó una mirada asustada al centinela que la había interceptado durante la noche, un joven corpulento.
—Yo no cualquier hombre —protestó la muchacha—. Cristia…
—¡Tally no es un hombre cualquiera! —replicó Akwasi—. Es uno de nuestros mejores guerreros. Posee mucha tierra pero a ninguna mujer que la cultive. ¿Te la quedas, Tally?
Nora y María observaban la escena estupefactas. Por supuesto que la chica tenía que tomar marido, eso era normal, pero no tan deprisa ni tan de sopetón. En África, las muchachas eran casadas por sus padres, en general sin que se les pidiera opinión. Las mujeres también habían averiguado esto. Pero en el poblado se habían implantado las costumbres de las plantaciones: cuando llegaba una mujer sola, los hombres solteros la cortejaban hasta que ella decidía a quién meter en su cama. Para eso las mujeres jóvenes de Nanny Town tenían en cuenta el prestigio de que disfrutaba el hombre y cuánta tierra poseía. Pero no se debía forzar a Princess. Si para ella era importante la religión de su marido…
Sorprendentemente, fue Máanu quien intervino.
—Akwasi, ¿acaso eres su padre para casarla? —preguntó burlona—. ¿O su backra para venderla? ¿Qué te ha ofrecido Tally por ella? No tienes que tomar a ningún hombre, Princess. Puedes construirte una cabaña y buscarte uno después.
—Pero yo no saber construir cabaña —repuso Princess, nerviosa. Era obvio que se veía superada por las circunstancias. Esa no era su idea de la libertad.
—Ya lo ves —señaló Akwasi a su esposa—. Quiere a Tally. ¿O mejor a Robby?
Otro hombre, más menudo y miembro también de la escolta nocturna de Princess, se adelantó y se relamió los labios.
—Yo quiero cristiano —insistió la joven, desconcertada—. ¿Uno de los dos cristiano?
Los presentes rieron. Entre los originales esclavos españoles había muchos que rezaban a la Santísima Trinidad, pero siempre junto con otros dioses y espíritus obeah. Ninguno se hubiera calificado de cristiano.
—Puede esperar hasta que regrese Nanny —insistió Máanu—. Y entretanto que Tally y Robby vayan construyendo la cabaña. ¡Después podrá elegir al que tenga la cabaña más bonita! —Por lo visto, eso también era un criterio válido en algunas tribus africanas a la hora de elegir marido.
—¡Yo quiero cristiano! —repitió Princess—. Pero ¿dónde dormir mientras no tener casa?
Nora frunció el ceño. No sabía qué pensar de esa chica. Princess había sido una esclava doméstica, aunque solo hubiese tenido un señor y no hubiera vivido en una casa con mujer e hijos. Era seguro que no procedía de una plantación, allí nadie habría tenido miedo de pasar un par de noches al raso. Pero había dicho que procedía de Kingston… A Nora le habría gustado conocer a ese nuevo reverendo que bautizaba a los esclavos. Pero ahora debía ocuparse de esa chica que a todas luces necesitaba ayuda. Y esperar que Máanu la apoyara.
—Puedes quedarte conmigo —intervino pausadamente—. Hasta que vuelva Nanny…
Princess resplandeció y en su rostro asomó algo así como un feliz reconocimiento. A Nora le sorprendió; por lo general, las esclavas liberadas sentían desconfianza hacia una mujer blanca.
—¿Tu marido nada en contra? —preguntó.
Nora lanzó una mirada firme a Akwasi.
—Mi marido se ocupa de los asuntos de la Reina… —espetó—. Aunque de una manera muy personal. Hasta que Nanny regrese, se quedará en el pueblo con su otra mujer…
Princess se santiguó.
—Pero ¿tú cristiana? —quiso cerciorarse.
Nora asintió, pese a que ya tenía sus dudas. Ni Dios ni su Hijo habían atendido jamás sus oraciones.
—Estoy bautizada —contestó.
Princess sonrió dichosa.
—¡Entonces ir con missis! —informó a Akwasi y sus pretendientes.
Tally y Robby intentaron que Akwasi lo prohibiera, pero el resto de los varones solteros presentes pensaron que tendrían alguna oportunidad y sonrieron esperanzados a Princess cuando fue tras Nora. La joven no les hizo ningún caso.
—¡Yo también noticia para missis! —susurró a Nora, quien no estaba prestando atención porque buscaba a su hija—. Por eso acompañar. Dios dispone para que se cumpla su voluntad. Decir reverendo.
Nora suspiró.
—Esperemos, entonces, que tenga razón —respondió a la chica, y sonrió al descubrir a la pequeña. Jugaba con Jefe a maquillarse para la guerra y estaba totalmente cubierta de barro rojo—. ¡Aquí estás, Dede! Pero casi no te he reconocido. Ven, tenemos que irnos. Tenemos visita, Dede, ¿a ver si sabes cómo se llama? ¡Princess! ¿A que es bonito ese nombre? —Cogió en brazos a la niña y la recién llegada se quedó mirando estupefacta los brillantes ojos de Dede, idénticos a los de la madre—. Princess, esta es mi hija Deirdre.
No comprendió por qué Princess volvió a santiguarse.
Durante la noche, Akwasi no apareció, algo con lo que ya había contado Nora. Princess, agotada, se había quedado dormida en el suelo de la cabaña mientras ella estaba en el arroyo con la niña, lavándole la pintura de guerra. Nora la dejó dormir y esperó a la mañana siguiente, cuando despertó con el olor del desayuno. Había decidido ofrecer a su invitada un «desayuno blanco». No tenía bacalao, pero podía asar unos quingombós, pues ella misma prefería el desayuno tradicional de los blancos de Jamaica al de legumbres que gustaba a los africanos. Asimismo, reunió un poco de café. Cultivaba café en su parcela de tierra y luego tostaba los granos.
Tal como se esperaba, el olor atrajo a Princess fuera de la cabaña. Adormecida, salió dando traspiés y se acuclilló junto a la hoguera de Nora. No parecía estar acostumbrada a sentarse en el suelo; no debía de proceder de África. Era probable que ya hubiera nacido en esclavitud. Mientras estaba tomando a sorbos su café, apareció inesperadamente Máanu. Nora se sorprendió, Máanu pocas veces la honraba con su visita y nunca a horas tan tempranas. Nora se puso en guardia, mientras Princess miraba fascinada a la recién llegada. Máanu impresionaba por su exotismo. Llevaba un caftán de colores y alguien le había recogido en trencitas sus largos cabellos. Esto todavía resaltaba más la forma estilizada y aristocrática de su cabeza. Nora volvió a pensar en la legendaria reina Cleopatra. Máanu no parecía muy contenta y tampoco presentaba su habitual actitud orgullosa y altiva.
—Quería preguntar cómo está —dijo a Nora señalando a Princess, tras haberla saludado brevemente.
Nora se encogió de hombros.
—Pregúntale a ella, puede expresarse por sí misma —señaló—. No soy muy hábil leyendo el pensamiento. Ya lo sabes… —Llenó otro cuenco de café para Máanu.
Máanu no dedicó ni una mirada a Princess. Sus preguntas iban dirigidas a Nora.
—No… no le contarás nada a la Reina, ¿verdad? —preguntó en voz baja.
Nora frunció el ceño.
—¿Qué? —preguntó—. ¿Sobre Akwasi? ¿Su intento de otorgar a una recién llegada como un trofeo a guerreros meritorios? La Reina debería estar al corriente. Pero como bien sabes, yo no formo parte de sus predilectos.
Máanu jugueteó con su brazalete. Llevaba alhajas de colores que un par de mujeres africanas hacían en su tiempo libre.
—Él… él no es así… —musitó con vaguedad—. Solo está…
Nora buscó su mirada.
—Máanu, no necesitas justificarlo. Sé exactamente cómo es. Nuestro marido huye de la autocompasión porque a los diez años lo trataron en una ocasión injustamente mal. Para vengarse, va dando manotazos desde hace años, aunque ya no tenga razones para ello. Es muy respetado y obtiene todo lo que quiere; pero no, todavía necesita ufanarse de su autoridad…
—Quiere contar con la lealtad de esos hombres —explicó Máanu—. Deben sentirse obligados hacia él si en algún momento… en algún momento…
—¿En algún momento qué? ¿Está planeando un levantamiento contra la Abuela Nanny? ¿O teme que el gobernador envíe tropas y que tenga que huir y fundar una ciudad en otro lugar? ¿O simplemente quiere comprarse amigos porque no los tiene?
Máanu escondió el rostro entre las manos.
—Tiene miedo de que te entreguen —dijo con voz ahogada—. Si se firma el contrato, entonces no podrá tenerte escondida por más tiempo, y cuando el gobernador sepa que estás aquí… podría exigir tu vuelta.
Nora dejó en el suelo el cuenco de café y se quedó mirando a Máanu sin dar crédito.
—¿Akwasi se arriesgaría a provocar un levantamiento contra Nanny para conservarme a su lado? —preguntó atónita—. Pero… ¡Dios mío, Máanu, yo no soy tan importante para él! Es imposible, él…
—Él te ama —respondió lacónicamente Máanu—. No sé cómo lo has conseguido… —Suspiró y miró a la inquieta Princess—. ¿Qué hace una joven cristiana cuando ama a un hombre más que a nada en el mundo? —inquirió en tono cansino—. ¿Qué magia tenéis vosotras que yo no tengo?
De repente, Nora la compadeció. Pero Máanu no debía obsesionarse con un asunto que al final podría tacharse de brujería.
—Lo único que yo pude hacer por el hombre al que amaba —respondió con dureza Nora— fue rezar. Pero no sirvió de nada. Murió pese a todo. Y, lo siento, Máanu, pero después he dejado de preocuparme de tanta seducción. Antes, claro está, probé con un par de estrategias. Como balancear el miriñaque al caminar para que los jóvenes entrevieran mis piernas. O repartir los encajes del escote para permitirles que adivinaran mis pechos… Eso no tiene nada que ver con la magia.
—¡Cristianos no hacer encantamientos! —declaró categórica Princess.
Nora hizo un gesto de indiferencia.
—Yo no lo diría así. Todavía recuerdo las historias de la corte francesa. Las amantes de Luis XIV… algo de brujería se practicaba allí. Se juzgaron a algunas personas, ¿no fue a Madame de Montespan? En cualquier caso, se trataba de asuntos feos, sacrificios de sangre, niños asesinados.
Princess volvió a santiguarse. Máanu se quedó con la mirada ausente.
—Yo solo robé un pollo —admitió—. Para el hombre obeah. Me prometió un encantamiento. Pero ¡la que lo consiguió fuiste tú! —La antigua mirada llena de odio volvió a alcanzar a Nora.
La joven blanca se mordió el labio. Entendía, por fin entendía.
—¿Sacrificaste un pollo para obtener a Akwasi? —preguntó—. Y en lugar de eso… Nos viste, ¿verdad? Y creíste que tu duppy o su duppy o… —Se interrumpió. No era capaz de comprender del todo el asunto—. Pero Máanu, ¡yo no hice ningún encantamiento! Solo estaba bebida… y sola… Por eso no lo rechacé. Y estaba enamorada, pero no de Akwasi.
Princess no dejaba de santiguarse.
—Akwasi también había robado un pollo —prosiguió Máanu con voz casi inaudible, pero se puso en pie de golpe y cambió de tema—. Por favor, no lo traiciones ante la Reina. Un día se dará cuenta…
Nora asintió.
—No seré yo quien le diga nada. Pero tú también tienes que prometerme algo. Ya llevas tiempo suficiente vengándote de mí. Si llega el momento en que Nanny quiera entregarme, no la disuadas.
En cuanto Máanu se hubo ido, Princess se acercó a Nora.
—Tú no tener que esperar Nanny entregarte —susurró en tono conspirador—. Yo no aquí porque escapar. Mucho miedo de escapar. Backras cortar pie, tú saber… —Se estremeció—. Y reverendo dice buenos cristianos, buenos sirvientes…
Nora la escuchaba a medias. Todavía estaba demasiado agitada por lo que Máanu le había contado. De hecho había descubierto la casual relación de Nora con Akwasi y sentía que otra se había aprovechado de su encantamiento. No era extraño que hubiera estado furiosa. Había arriesgado su vida al robar el pollo. Pero el amor no se podía forzar…
—Yo aquí porque comprarme backra Fortnam —prosiguió Princess, y al instante acaparó toda la atención de Nora—. Él enviarme aquí para decir missis blanca que él espera. En la fuente a tres kilómetros de aquí. Tú ir, missis blanca, si todavía quererlo. ¡Él llevarte a casa! ¡Aquí la prueba!
El colgante con el antiguo sello de Simon cayó en las manos de Nora.
Lo miró incrédula. Luego rompió a llorar.