—¿Muerta? —susurró Nora—. ¿Él… él piensa que estoy muerta?
Ya no podía controlar el temblor de sus manos. Miraba a Alima sin dar crédito.
—¡Missy Nora muerta! —insistió con total convencimiento la muchacha—. Mamá también saber, ¿verdad? Mamá, tú saber dónde tumba de missy Nora…
Keitha tradujo la pregunta. Jadiya asintió y respondió en su lengua.
—Claro, mujeres siempre llevar flores —volvió a traducir Keitha.
—Y reverendo siempre rezar por missy Nora y backra Elias —añadió Alima—. Nosotros también rezar. Porque backra Doug hombre bueno. Y Mama Adwe decir missy Nora buena mujer. Pero muerta.
La muchacha no cejaba. Nora tuvo tiempo de reponerse mientras Mansah convencía a Alima.
—Esta es missy Nora. Seguro. No está muerta, ¡te lo juro!
María miró a Nora.
—Tú pensar él olvidarte —dijo con calma—. Tú pensar él…
Nora se mordió el labio.
—No puedo seguir pensando —susurró—. Me… me avergüenzo tanto… Debería haberlo sabido. Él nunca habría… —María la estrechó entre sus brazos.
Entretanto, Mansah había convencido a Alima, lo cual tuvo como sorprendente efecto que su nueva amiga se pusiera en pie de un brinco y quisiera salir corriendo hacia el pueblo.
—¡Missy Nora vivir! ¡Seguro! ¡Mamá, tener que decir a papá! Él tener que ir a Cascarilla. O enviar alguien. Tener que decir a backra Doug. ¡Entonces ya no estar triste!
Doug Fortnam planeó su marcha ligero de equipaje. Iría solo a las montañas, tal como le había dicho al gobernador. Le parecía que era la única idea que podría tener éxito. Una pequeña tropa nunca podría atacar Nanny Town sin ser vista, caería víctima de la superioridad de los cimarrones. Y un contingente numeroso… Doug creía capaz al gobernador de cumplir su amenaza. Sin contar con que los antecesores de este ya habían enviado medio ejército a Nanny Town. La ciudad se consideraba inexpugnable. Solo un valiente solitario tendría alguna posibilidad.
Eso era al menos lo que opinaba Kenneth Leisure, un veterano que había participado en las anteriores campañas contra los cimarrones. Doug había vuelto a contactar con su nuevo amigo Barefoot, quien, si bien rehusó ayudarle, le facilitó los nombres de algunos soldados que habían luchado contra Nanny Town.
—Nos rechazaron sin esfuerzo —contó Leisure, un hombre fuerte y acerado, mientras bebía un vaso de ron en la taberna contigua a la «oficina» de Barefoot—. No sufrieron ninguna pérdida, y nosotros muy pocas, había que ser muy tonto para ponerse a tiro. En serio, ni nuestro sargento era tan bobo para arriesgarse a un ataque, y eso que éramos dos mil hombres.
—¿Dos mil? —preguntó Doug atónito.
Leisure asintió.
—Pero para llegar allí habría necesitado diez mil… o más, al final habría dependido de cuánta munición llevaran. Entre nosotros y el poblado estaba el río, y los negros practicaron el tiro al blanco mientras nosotros lo vadeábamos. Luego hay un terreno despejado de solo unos metros, pero hay que cruzarlo sin que lo alcancen a uno. Y luego una pendiente muy escarpada. Sin ninguna seguridad, pues hay que disparar de abajo arriba, y esos tipos tienen toda la cobertura del mundo. Vaya, hombre, para tomar ese poblado hay que sufrir unas pérdidas enormes. Por suerte no era esa la intención del gobernador. De lo contrario, yo no estaría aquí.
Doug pidió otro ron para el hombre y este fue respondiendo a sus preguntas.
—Pues bien, si yo quisiera sacar a alguien de ahí —dijo Leisure tras el tercer trago— enviaría a un negro…
Doug prestó atención.
—¿A un esclavo? ¿A qué se refiere?
—También puede ser uno libre, lo principal es que sea negro. No tiene más que dar unas vueltas por ahí como un esclavo fugitivo, y listo. Nanny lo recogerá. Eso seguro. Y cuando ya esté dentro del poblado, que busque a esa mujer y se largue con ella. Así de simple.
—Salvo por los centinelas —objetó Doug.
Leisure hizo un gesto de despreocupación.
—De noche todos los negros son grises —caviló—. Y a veces las chicas se van a la selva con un hombre, o a donde sea. Funcionaría. Para un blanco, lo veo negro. —Se rio de su propio chiste.
Barefoot sacudió la cabeza.
Doug reflexionó.
—La idea no es mala —señaló—. Solo que no encontraré ningún voluntario. ¿Quién querría ir a las montañas para una misión así? Seguro que ninguno de los esclavos. Y hablar con un negro libre… El riesgo de que nos delate es demasiado grande. Pero podría hacerse de otro modo… Barefoot, viejo colega, todo lo que tiene está a la venta, ¿verdad?
El comerciante sonrió.
—Por mí hay que pagar un buen suplemento —bromeó.
Doug sonrió para animarlo.
—Me parece usted demasiado gordo —dijo—. Pero la chica que tiene ahí… ¿Qué le parece? ¿Me vende a su esclava?
La tímida esclava negra de la tienda de Barefoot no cabía en sí de alegría.
—¿Usted comprarme libre? ¿Yo a las montañas? —Hizo ademán de arrojarse al suelo ante Doug—. Usted ya dar moneda de oro. Yo ya rica, pronto comprarme sola…
—Mañana puedes irte a las montañas, Princess —repitió Doug, preguntándose quién le habría puesto ese nombre tan bobo—. Pero no es de balde. Tendrás que hacerme un pequeño favor.
Princess lo miró algo confusa. Debía de pensar que en el puerto había chicas más guapas que ella, y seguramente también en la plantación de Fortnam. Para poseer a una chica como Princess no era necesario pagar su libertad.
—No es lo que piensas —la tranquilizó Doug—. Es algo distinto. Cuando vayas a las Blue Mountains, yo te seguiré. No te darás cuenta, y espero que tampoco los cimarrones cuando te recojan. Pero yo estaré allí y me esconderé. Hay una fuente, a tres kilómetros río arriba de Nanny Town… —Al menos Leisure afirmaba que había descubierto ese lugar yendo con una avanzadilla de reconocimiento. Los hombres habían cruzado la corriente unos kilómetros más abajo de Nanny Town e intentado acercarse al poblado lateralmente. No había servido de nada, también ahí estaban vigilados los caminos, que eran demasiado angostos para un ejército—. Yo esperaré en la fuente y tú buscarás a una mujer en el pueblo. A una blanca que se llama Nora Fortnam. Y si… y si todavía… bueno, si no quiere quedarse con los cimarrones, si quiere huir, deberá ir allí. A la fuente. No es necesario que se apresure, yo la esperaré todo el tiempo necesario.
Doug habría estado dispuesto a esperarla toda la vida, pero su razón le decía que bastaba con dar a Nora un mes de plazo.
—Esperaré cuatro… no, seis semanas. En ese tiempo debería encontrar una oportunidad de escapar.
—¿Y si ella no creer historia? —preguntó Princess—. Yo solo negra escapada. ¿Y si creer yo miento?
El joven frunció el ceño.
—¿Por qué no habría de creerte? —Entonces rebuscó en el bolsillo, sacó el colgante de Nora y, con todo el dolor de su corazón, se lo entregó a la muchacha—. Le darás esto. Entonces te creerá. Ella… ella puede quedárselo, decida lo que decida. Lo… lo apreciaba mucho.
—¿Y entonces yo libre? —preguntó de nuevo Princess, recelosa.
Doug suspiró y la miró fijamente.
—Princess, cuando salgas de Spanish Town serás libre, aunque durante los primeros kilómetros debes tener cuidado de no caer en manos de ningún cazador de esclavos. Yo tampoco puedo obligarte a que cumplas lo que te pido. Pero te ruego…
Princess asintió y levantó la mano.
—Lo juro, señor. ¡Lo juro por Dios!
Doug recordó que la muchacha era creyente. Y por primera vez en muchos años se sorprendió rezando fervientemente.
Princess estaba impaciente por partir, pero Doug todavía necesitaba unos días para reunir todas las provisiones. Iría a las montañas con poco equipaje y armas ligeras: a fin de cuentas, si se veía obligado a enfrentarse a un ataque, estaría perdido de todos modos. Lo único que esperaba era que no se percataran de su presencia en el trayecto de ida, porque avanzaría justo detrás de Princess. Ella se movería abiertamente por las Blue Mountains y sin duda llamaría la atención de los centinelas. Doug esperaba que entonces los hombres la siguieran y no creyeran que hubiera alguien más. Era probable que la Abuela Nanny no contase con que fueran a atacar el poblado cuando faltaba tan poco para concluir el acuerdo con el gobernador, por ello los puestos de vigilancia no estarían demasiado alerta. Y en cuanto al trayecto de vuelta… No podía suponer que pasaría inadvertido, pero no le quedaba otra elección que confiar en que hubiera pocos centinelas. A uno o dos seguro que podría eliminarlos. Y tal vez a Nora se le ocurriese también alguna idea. Ya llevaba cinco años viviendo con los cimarrones, era imposible que todavía estuviera sometida a un control tan rígido.
Así pues, Doug únicamente se llevó una pistola y confió en su habilidad con el sable y el cuchillo de monte. Tanto en la defensa como en el ataque, debía ser lo más silencioso posible. Al primer disparo, los cimarrones ya estarían advertidos. Por lo demás, se aprovisionó de alimentos duraderos, sobre todo galletas y carne seca de la tienda de Barefoot. Claro que podía pescar y poner trampas mientras esperaba a Nora, pero esto último, en especial, era arriesgado. Si los cimarrones detectaban una trampa, estaría perdido. Su baza consistía en que no lo buscaban. En cuanto sospecharan de la presencia de un intruso en su territorio, lo descubrirían.
Finalmente, Princess siguió las vagas indicaciones de Barefoot sobre el camino que la conduciría hasta Nanny Town.
—Llegará al asentamiento correcto, ¿verdad? —preguntó Doug, intranquilo, pero Barefoot se limitó a sonreír.
—Cudjoe Town está a docenas de kilómetros de distancia, en el extremo noroeste. Accompong, en Elizabeth Parish. Para cuando haya llegado allí, la gente de Nanny la tendrá más que vista. Deje que Princess deambule por ahí y usted cuídese de sí mismo.
De hecho, era posible llegar a Nanny Town en veinticuatro horas de marcha si uno conocía la ruta. Princess, que no se caracterizaba por su rapidez y que además avanzaba con cautela, como si cada planta fuera a envenenarla y cada mariposa a comérsela, necesitó hasta la noche antes de dar con los centinelas cimarrones. Lanzó un agudo grito cuando un guerrero armado con lanza y cuchillo salió de la maleza y se plantó frente a ella. Doug, que caminaba a unos cincuenta metros detrás de ella, se escondió a toda prisa detrás de un arbusto. Rogó que ni ese ni otro centinela hubiera advertido su presencia. Él mismo se había sobresaltado tanto como Princess ante la repentina aparición del corpulento negro.
Oculto, escuchó las voces y sintió que la ira se apoderaba de él cuando el presunto salvador de Princess se le insinuó. Claro que llevaría a la esclava liberada a Nanny Town, pero primero podían disfrutar un rato los dos. Al fin y al cabo, caminar por la noche hasta el poblado no era nada agradable…
Doug rezó para que Princess rechazara la invitación y que el hombre no tuviera intenciones de forzarla. Una caminata nocturna era mucho más segura, la oscuridad le brindaría más protección. Pero ¿qué ocurriría si el hombre intentaba violar a la muchacha? ¿Debería Doug socorrerla?
Por fortuna, sus temores no se hicieron realidad. Princess rechazó horrorizada la propuesta. Seguro que no era virgen, Barefoot no la habría conservado solo como dependienta, pero era cristiana y quería vivir según los preceptos divinos. Soñaba con un marido, a ser posible con un casamiento como es debido, y así se lo dijo al rudo cimarrón. El hombre entendió probablemente solo la mitad del caudal de palabras de aclaración y disculpa, pero sabía respetar una negativa. Se dispuso resignado a escoltar a Princess hasta Nanny Town y apenas unos metros más allá tropezó con el siguiente centinela. Al parecer, tampoco este tenía muchas ganas de pasar toda la noche en la selva. Enseguida se mostró dispuesto a acompañarlos y ninguno de los dos se tomó la molestia de no hacer ruido o al menos de bajar la voz. Camino del río, atrajeron la atención de cinco vigilantes más. Doug intentó memorizar dónde se hallaban sus escondites, pero con la oscuridad era un esfuerzo inútil.
Los hombres reían y charlaban con la joven fugitiva, y empezaron a tontear con ella. Era evidente que en Nanny Town había más hombres que mujeres. Dos centinelas más se unieron a la escolta de Princess, probablemente para ganarse también la simpatía de la nueva muchacha. Doug se preguntaba si no tenían miedo de que los castigaran. Sin duda estaría sancionado abandonar las guardias sin un motivo importante. Por lo demás, el lugar estaba repleto de centinelas, la mitad habría bastado para garantizar la seguridad del poblado. Doug no sabía qué pensar de ello pero, fuera como fuese, nadie se percató de él.
Después de seguir a los hombres y la muchacha durante dos horas, Doug llegó al río Stony y divisó al otro lado las hogueras de Nanny Town. Los negros cruzaron el río; según las explicaciones de Leisure, ya les quedaba solo el ascenso por las rocas. Sin embargo, condujeron a Princess por el camino más fácil dando un rodeo. Doug contuvo el impulso de seguirlos y averiguar una vía de escapatoria para Nora. Pero era una tontería, Nora llevaba tiempo suficiente viviendo ahí para conocer los senderos. Y él mismo no se atrevía a meterse en las fauces del león Akwasi. Así que los guerreros se llevaron a Princess y él siguió corriente arriba, con extrema cautela y siempre alerta por si había más centinelas. Vadeó el río en un sitio que le pareció poco profundo y dio con un sendero que se alejaba de Nanny Town. Su corazón casi dejó de latir cuando de repente oyó unos pasos. Por lo visto, alguien se aproximaba a él. Doug se agazapó entre la maleza y percibió una voz desde arriba.
—¡Eh, vosotras dos! ¿Todo bien? ¡Vosotras tarde! Dice la Reina que vosotras no tener que ir de noche.
Una gruñona voz masculina, sin duda otro centinela aburrido en un árbol. Pero no parecía sorprendido por nada inusual, sino que le hablaba a vecinas de Nanny Town.
Una risa femenina sonó como respuesta.
—¡No asustar caballo, Jimmy, tú no tener! O no hacer efecto la magia de Tillie. ¡Tú no decir, Jimmy, para quién hacer magia! —Más risitas. Al parecer, dos muchachas jóvenes.
Doug intentó confundirse con la sombra de una palmera mientras las chicas pasaban de largo, pero no tenía motivos para preocuparse. Una de las dos y el centinela, Jimmy, solo tenían ojos el uno para el otro. Para sorpresa de Doug, también él dejó su puesto, bajó del árbol y se unió a las paseantes. Cortejando abiertamente a la joven Tillie desapareció en dirección a Nanny Town. Estaba claro que la disciplina de los centinelas dejaba mucho que desear.
Al ver a las muchachas envueltas en oscuros y amplios vestidos, a Doug se le ocurrió una nueva idea. Por lo visto ese sendero conducía a un santuario donde las mujeres y las chicas realizaban sus pequeñas ceremonias obeah. En las plantaciones existía algo similar y las mujeres realizaban sus encantamientos de amor y fertilidad por la noche. Los centinelas estaban habituados, por consiguiente, a visitantes inesperados. Doug sacó una manta de su mochila y se envolvió con ella como si fuera un velo. En la oscuridad se confundiría con una mujer que salía furtivamente en busca de sus espíritus.
Camuflado de ese modo, caminó por la orilla del río y le pareció asombrosamente trillada. Leisure se había referido a la fuente y las cuevas que se encontraban en sus proximidades como si fueran un lugar oculto… Pero, en fin, desde las campañas militares de los distintos gobernadores habrían pasado muchas cosas en ese poblado. Tal vez se había ampliado la población y el refugio de Doug quedaba ahora más cerca de las cabañas. Para él sería más peligroso, pero para Nora más fácil, si es que quería reunirse con él.
Aun así, no divisó ni las casas ni las hogueras que le habían descrito. Salvo por la lívida luz de la luna, todo estaba oscuro como boca de lobo cuando llegó al recodo donde se suponía que un arroyo desembocaba en el río Stony. Enseguida lo vio. Los últimos días había llovido mucho y llevaba mucha agua. Doug lo siguió tal como había indicado Leisure. El camino transcurría por la espesura y luego la jungla se aclaraba. El manantial reflejaba el resplandor y se desplegaba ante él como el escenario de una obra de teatro iluminado por el claro de luna. El agua saltaba en luminosas cascadas sobre piedras planas y redondas… Pese a su agotamiento, Doug no podía dejar de contemplar esa escena. Y a la izquierda debían de encontrarse las cuevas… Se cubrió con la manta y se puso a buscarlas.
—¡No te muevas! ¡Aparta las manos del sable! ¡Tengo un arma!
La voz cortante procedía de la izquierda, tal vez de una de las cuevas. Doug se volvió asustado y enfadado consigo mismo. ¿Era tan tonto que se había entregado casi en bandeja? ¿No tendría que haberse cerciorado primero de que no había nadie en el claro?
—¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¡No eres negro!
Doug reconoció la voz de una mujer que hablaba inglés correctamente.
—Madam… —Todavía no se distinguía nada, la voz procedía de la oscuridad, pero alguien quitó el seguro de un fusil. Luego resonó una especie de risa.
—¡Todavía nadie me había llamado madam!
—No quiero hacerle ningún daño, madam, le pido… —Tal vez lograra sosegarla y pudiera escapar antes de que llamara a los centinelas. Si es que ella misma no estaba escondiéndose allí. Doug no vio ningún camino por donde huir.
—Yo no tengo nada que puedas robarme. Y si lo que quieres es desflorarme… —De nuevo resonó una risa casi espectral—. Ha pasado tanto tiempo que a lo mejor hasta me resulta divertido…
Tras estas palabras, la mujer salió a la luz de la luna. Doug distinguió a una negra gruesa y de edad avanzada, que le recordó un poco a su cocinera Adwea. Al sonreír mostraba una boca desdentada.
—Mi nombre es Tolo —se presentó—. Bienvenido a mi reino.
Doug distinguió una cabaña que estaba a medias empotrada en una de las cuevas. Parecía como si la montaña la cortara en dos. Delante de la choza había unas construcciones más pequeñas. Un gallinero cercado con esmero y algunas cabañas en miniatura, abiertas para los espíritus.
Una cosa tuvo clara.
—Eres la mujer obeah —dijo. Por eso el camino estaba trillado. Las mujeres acudían para que las ayudara con sus rituales.
Tolo rio.
—Lo fui en una ocasión. Pero ahora ven, ¿o es que quieres que te atrapen los centinelas? Basta con que dispare este fusil y aparecerán. Y si hacemos mucho ruido también. No estoy sola aquí, hombre blanco…
La advertencia era clara. Pero era extraño que la hechicera viviera tan lejos del poblado.
Doug la siguió al interior de la cabaña, semicircular y sin ventanas; por un orificio del techo penetraba un poco de luz. Olía a hierbas y moho, en las cuevas debía de haber mucha humedad.
—¿Qué buscas aquí? —preguntó Tolo—. ¿Planea el gobernador atacarnos otra vez y tú eres un espía? No creo, ¡eres demasiado torpe! Pero, de todos modos, has llegado hasta aquí sin que nadie te haya visto…
Tolo le indicó que se sentara en el suelo y le tendió un cojín. Doug le dio las gracias y tomó asiento.
—Los centinelas no son especialmente observadores —comentó.
Tolo soltó una risita.
—Esto pasa porque Nanny no está —dijo—. A Akwasi no se lo toman tan en serio…
—¿Es Akwasi su sustituto?
Tolo lo escrutó con la mirada.
—¿Conoces a Akwasi? —preguntó.
Doug asintió. Y dijo:
—En realidad no… no me extraña. Es muy listo.
Tolo frunció el ceño.
—¿Sí? Puede que los hombres juzguen de forma distinta a como lo hago yo… Pero habla. ¿Qué te trae por aquí?
—¿Dónde está la Abuela Nanny, entonces? —preguntó Doug a su vez—. Pensaba…
—La Reina y el Rey se reúnen con Cudjoe y Accompong en las montañas. Para conjurar a sus dioses con motivo del acuerdo con el gobernador. Espero que los dioses los oigan. África está lejos… —Tolo no parecía demasiado optimista.
Doug sonrió.
—¿Es que Dios no nos oye siempre? —inquirió.
Tolo alzó las cejas.
—Depende de qué dios —respondió—. Los dioses africanos nunca han viajado mucho… ¿Y ahora qué pasa contigo? ¿Tengo que apuntarte con mi arma para que hables?
Doug sonrió. Habría reducido a la mujer mucho antes de que ella le quitara el seguro al fusil, pero no había nada más lejos de sus intenciones.
—Mi nombre es Doug Fortnam —se presentó—. De Cascarilla Gardens. ¿Conoces a una tal… Nora Fortnam?
Hablaba pausadamente, pero estaba temblando por dentro. Cabía la posibilidad de que estuviera equivocándose. La mujer blanca no tenía que ser Nora necesariamente.
En el ancho y negro rostro de Tolo se dibujó una sonrisa.
—Llegas tarde —observó.
Doug no entendió.
—Ella te esperaba antes —puntualizó la anciana—. Si ahora todavía te quiere… No sé, no sé…
Parecía broma, pero a Doug se le clavó como un cuchillo en el corazón.
—Pensaba que había muerto. Pensaba que la había perdido. Si yo lo hubiera sabido… habría venido al día siguiente. Yo…
—Entonces estarías probablemente muerto. De vez en cuando los espíritus se divierten con nosotros. ¿Y ahora quieres llevártela? Eso no le gustará a Akwasi.
Doug se indignó.
—Me da igual que le guste o no le guste. Yo nunca le he hecho nada. Si tiene que ser así, lucharé por ella, yo…
—¿Quieres presentarte ante la Reina y proponerle un duelo? —Tolo soltó una risa—. Suena como una de esas leyendas que todavía contaremos a nuestros hijos dentro de cien años.
Doug se mordió el labio.
—Bueno, no eso exactamente —contestó—. El gobernador… no quiere ningún problema diplomático. Nada de esclavas blancas, nada de rescates espectaculares. Así que pensé que si ella todavía me quiere… Basta con que venga aquí y nos vayamos los dos.
Tolo volvió a reír.
—¿Así que ya le has enviado una carta de amor? ¿Con una paloma blanca? La hija de mi antigua missis pintaba cosas así en sus cartas. Con corazoncitos en el pico…
El joven también rio.
—Antes con una corneja negra. Pero ella sabrá que la espero aquí. Si es que puedo…
Tolo asintió serena.
—Si los espíritus te han enviado, ¿quién soy yo para impedírtelo? Pero ¡no dejes tu escondite! En las colinas de alrededor hay más cuevas. Y no te creas que es sencillo. De aquí no sale nadie si la Reina no lo quiere. Y Akwasi es muy respetado. —Tolo se puso en pie y apartó a un lado la cortina que cerraba su cabaña—. Tú también debes estar seguro de si amas todavía a Nora —dijo para concluir, casi a disgusto—. Si viene, no vendrá sola, hombre blanco. Tiene un hijo.