Capítulo 2

En efecto, una semana más tarde, Alima se instaló en la cabaña de sus padres pese a las reticencias de lady Hollister. Esta insistía en que la muchacha debería recorrer un trayecto muy largo a altas horas de la noche y que para eso también podía pernoctar en el caserío de los esclavos de los Hollister.

—Pero allí no conoce a nadie —objetó Doug—. Y todavía estaría más en peligro sola entre negros del campo que camino de su casa cuando todos estén dormidos. Si bien cabe también preguntarse cómo es que tiene que trabajar para usted hasta medianoche. Deje que la muchacha acabe sus tareas cuando se ponga el sol, así llegará aquí con la última luz del día y todo el mundo estará contento.

Lady Hollister aceptó de mala gana, si bien Alima llegaba casi siempre tarde, a pesar de todo, a Cascarilla Gardens. Su aparición robaba horas de descanso a Maalik y Jadiya, quienes, naturalmente, querían hablar y comer algo con ella. Doug no lo aprobaba, pero lo toleró para no alterar las buenas relaciones con los Hollister.

Hasta que un día Alima llegó mucho antes de lo habitual: la catástrofe había acontecido.

Doug ya se encontraba en la sala de caballeros con el batín, leyendo un libro, cuando oyó unos golpes tan fuertes en la puerta de entrada que resonaron en todas las habitaciones contiguas.

El criado doméstico que atendió a la llamada discutía excitado con varios hombres. Doug reconoció la voz de su vigilante. Se puso en pie resignado para ver qué sucedía, pero el criado ya había dejado pasar a los recién llegados. Cuando Doug acudió a su amplia sala de recepciones, vio a McCloud, Kwadwo y Maalik; los tres estaban muy inquietos. El esclavo del campo se arrojó a los pies de Doug.

—Buena chica. Ella buena chica. No matar, no querer, no…

El hombre gemía y parecía que iba a aferrarse a los tobillos de Doug. Kwadwo se lo impidió.

—Déjalo, Maalik, aquí esto no se hace.

McCloud parecía muy afectado por el estado de consternación del trabajador.

—Ella buena. No colgar. Ella…

—¿Puede alguien explicarme qué ha sucedido? —preguntó Doug—. Levántate, Maalik, y cuéntamelo bien o deja que uno de los otros me lo diga. Mister Ian…

—Yo tampoco lo he entendido del todo, señor Fortnam —respondió el vigilante—. Solo he oído que los otros esclavos decían que Alima ha regresado. Al principio pensé que lady Hollister la había dejado marchar un poco antes. Pero entonces llegó Maalik… Conmigo ha actuado del mismo modo que con usted, así que he llamado a Kwadwo. Él ha hablado con Maalik. Yo entretanto he ido a su cabaña en busca de la chica, pero ella también se comporta de esta forma tan rara. Cuando he entrado se ha acuclillado en un rincón y ha empezado a gritar. Que ella no quería y que seguro que la colgarían. La madre chillaba y se lamentaba. En cualquier caso, lo único que he sacado en claro de todo ello es que Alima se ha escapado.

—Ya —dijo Doug, aún sereno—. Debe de ser un malentendido. Mañana ya lo aclararemos. Comprendo a la chica, debe de haber cometido alguna equivocación y la señora la ha amenazado con azotarla. Es lo primero a lo que recurren los Hollister. Y ahora encima se ha escapado. Pero que no se preocupe, pertenece aquí por derecho. Las autoridades no le harán nada, incluso si lady Hollister la denuncia. Respecto a colgarla… —Se rio.

McCloud sacudió la cabeza.

—Lo siento, señor Fortnam, pero al parecer este asunto es muy serio. Por lo que Kwadwo acaba de contarme, es posible que la muchacha pueda realmente ser condenada a la horca. En cualquier caso, esto no puede esperar hasta mañana, por mucho que lamente tener que molestarle.

Ian McCloud era a veces algo retórico, pero solía tomar las decisiones correctas. Doug se armó de paciencia.

—Cuéntame entonces, Kwadwo —animó al anciano—. O no, venid a mi habitación y sentaos todos allí. Os serviré un vaso de ron también, y a Maalik uno especialmente grande diga lo que diga su dios. Es medicina, este hombre tiene que tranquilizarse.

Kwadwo tomó asiento, impresionado por los imponentes muebles y la ingente cantidad de botellas del armario, así como por el número de alfombras. Cogió dignamente un vaso de ron y le colocó otro en la mano a Maalik, que no cesaba de lamentarse.

—Bueno, si lo he entendido bien, esto es lo que le ha sucedido a la muchacha esta tarde —empezó a contar el caballerizo y hombre obeah—. Alima estaba… ¿Cómo se dice cuando se aplana la ropa con un hierro…?

—Planchar —intervino McCloud.

Kwadwo asintió.

—La muchacha estaba planchando…

Alima estaba realizando sus labores en el vestidor de su señora, como solía hacer siempre. Contaba con menos espacio que en Kingston, pues la granja de los Hollister era más pequeña que las mansiones señoriales de Cascarilla Gardens o la plantación Keensley. No había habitaciones para invitados ni tampoco salón de baile, y lord y lady Hollister compartían vestidor. Esto no tenía especial importancia: a lady Hollister le gustaba dormir hasta tarde. Cuando Alima aparecía por las mañanas para llevar el té a su señora, peinarla, maquillarla y ayudarla a vestirse, el señor ya hacía tiempo que estaba en la destilería ocupándose de su famoso ron.

Alima no sospechó nada malo cuando lord Hollister apareció de forma inesperada. Bajó púdicamente la vista, como siempre hacía al encontrarse con el backra, y musitó un saludo cortés. Algo extraño notó, sin embargo, cuando el señor no se dirigió a su dormitorio, sino que se quedó parado mirándola. El vestidor, que hacía las veces de habitación de la plancha, no invitaba a demorarse. Alima calentaba el hierro de planchar llenándolo de brasas de carbón que había llevado en un cubo de la cocina. Las ascuas quemaban sin llama debajo de la ventana que la doncella tenía delante y propagaban, al igual que la plancha, un intenso calor en un día ya de por sí abrasador. Pese a que Alima estaba acostumbrada a esas temperaturas, tenía la frente perlada de sudor.

—Eres una chica muy bonita —dijo lord Hollister.

Alima se ruborizó, sin saber cómo reaccionar.

—Creo que te gustaría tener un vestido nuevo.

Alima se sorprendió. ¿Por qué quería regalarle el señor un vestido nuevo? Pero justamente era Navidad. En Cascarilla Gardens siempre se obsequiaba a los esclavos con vestidos nuevos. ¿Les darían regalos los Hollister más tarde?

—Contesta, chocolate. —La voz del señor resonaba con un tono urgente y en cierto modo sofocado—. Así tendrías que llamarte, chocolate. Con lo negra que eres… Nunca había tenido a una tan negra como tú.

Alima habría salido de allí corriendo, sobre todo cuando lord Hollister empezó a acercarse a ella. Por supuesto era negra, venía de África. Toda su tribu era negra. En cambio, los criados domésticos de los Hollister eran todos de un marrón claro. Pero ¿qué importancia tenía eso?

—¿Qué dices, chocolate?

—A mí gustar vestidos bonitos —respondió Alima cediendo.

El hombre sonrió.

—A mí también —observó con una voz extrañamente enronquecida y ahogada, como si le estuviera contando un secreto—. Pero a veces… cuando hace tanto calor… tenemos ganas de desnudarnos.

Alima observó con el rabillo del ojo, horrorizada, que lord Hollister se quitaba las medias de seda y se soltaba las cintas de los calzones. Pero estaba en el vestidor. Tenía derecho a hacerlo… aunque si la hubiese dejado marchar antes…

La doncella se esforzó por no mirarlo. Si actuaba como si no ocurriese nada tal vez él se pondría otros pantalones y se iría… Se dio media vuelta y llenó con otros carbones candentes la plancha. Ahora estaba muy caliente y tenía que concentrarse para no quemar la blusa de puntillas de su señora. La muchacha tenía toda su atención puesta en su tarea y cuando el viejo la agarró por detrás se llevó un susto de muerte.

—Ven, chocolatito, quítate la ropa. Espera, ya te ayudo yo.

El hombre giró a la muchacha poniéndola de frente y Alima se quedó mirando aterrorizada el vientre desnudo del señor. Claro que ya había visto hombres sin ropa, en África y, de reojo, también en Cascarilla Gardens, cuando se bañaban. De todos modos, nunca le había parecido algo tan… agresivo. El sexo de los jóvenes nunca estaba tieso como un palo que iba a clavarse en ella. Y esa justamente parecía ser la intención del backra. Se aproximaba a Alima. Ella lo evitó atemorizada.

—No, backra. No quiero vestido nuevo…

Alima siguió retrocediendo. Trataba de no mirar el sexo de su agresor. Pero ya no había ninguna posibilidad de escapar, salvo meterse en la habitación de la señora. El hombre la agarró por el brazo y tiró de ella…

La joven todavía sostenía la plancha, bien alejada para no quemarse la falda. Pero ahora… El hierro era la única arma con que contaba. Desquiciada por el miedo, la muchacha se defendió. El hierro candente y pesado dio a lord Hollister entre las piernas, justo ahí donde se erguía el palo. Alima siguió sujetando la plancha uno o dos segundos hasta que los gritos del hombre la devolvieron a la realidad. Hollister se desplomó delante de ella chillando de dolor y Alima dejó caer la plancha, que se abrió. Los carbones cayeron encima del agresor, que todavía aulló más. Alima salió huyendo y se tropezó en la puerta con su señora, que también se puso a chillar al ver al backra en el suelo. Entretanto, la camisa de lord Hollister había prendido fuego. Alima escapó a toda prisa. Y después la muchacha ya no supo qué más ocurrió. Siguió corriendo, primero escaleras abajo, luego fuera de la casa y hacia Cascarilla Gardens. Lo único que resonaba en sus oídos todavía era el chillido de su señora:

—¡Te colgarán por esto!

—¿Que le ha planchado sus partes blandas? —preguntó Doug.

Pese a la gravedad de la situación, tuvo que reprimir una sonrisa. En el fondo, le había dado su merecido a ese viejo verde.

—Eso es lo que he entendido de lo que ha contado el padre —respondió Kwadwo.

Señaló a Maalik, que estaba acuclillado a su lado. Kwadwo parecía sumamente preocupado.

—Y la muchacha ha contado también algo similar —intervino McCloud—. Al principio no lo había entendido bien, pero ahora…

Doug se rascó la frente.

—No pinta bien para ella —susurró, y se dirigió a Maalik, que después de haber bebido un vaso de ron veía el futuro con más esperanza. Una esperanza que su señor iba a enturbiarle en ese momento—. Lo siento, Maalik, pero si Alima ha herido a ese hombre de gravedad, si muere, no podré protegerla.

Maalik soltó un gemido desgarrador.

Doug suspiró.

—Es de mi propiedad, puedo defenderla de castigos arbitrarios, pero en caso de asesinato la ley actúa tanto si uno es esclavo como hombre libre.

—Ella buena chica… —gimió Maalik.

—Lo único que ha hecho es defenderse —señaló McCloud.

Doug esbozó una mueca.

—Primero tienen que creerla. Aún más, debería demostrar que él quería agredirla. E incluso en ese caso, ¡no preciso recordaros el valor que tiene aquí el honor de una negra!

McCloud dejó caer la cabeza. Kwadwo intentaba explicarle algo a Maalik en un inglés básico totalmente incomprensible.

Doug se irguió.

—Sea como sea, tenemos que controlar la situación. Mañana iré a casa de los Hollister para comprobar qué ocurre. A lo mejor no es tan grave. Y si lo es… La niña debe empaquetar sus cosas y… Kwadwo, le explicas cómo rodear Kingston y llegar a las montañas.

—¿Pretende…? ¿Tiene que…? ¿Quiere desprenderse de ella?

Ian McCloud miraba atónito a Doug, y Kwadwo otro tanto.

Doug hizo un gesto de impotencia.

—Si la cuelgan también me habré desprendido de ella —respondió pragmático—. Y además tendré mala conciencia. A fin de cuentas, yo tengo la culpa, no debería haberla enviado jamás a esa casa.

—Pero si eso sienta un precedente…

Ian McCloud no era un intransigente, pero de ahí a permitir que los esclavos se escaparan, es más, animarles a que huyeran…

—No se irá —objetó Kwadwo—. Piénselo, backra, una chica tan joven, totalmente sola en las Blue Mountains…

Doug puso los ojos en blanco.

—Máanu también…

—Pero Alima no es Máanu. —Kwadwo sacudió la cabeza—. Alima siempre ha estado protegida, siempre con su familia… y, además, con ese dios tan raro que tienen… —En lo que al islam se refería, el reverendo y el hombre obeah coincidían al menos vagamente—. Si ni siquiera podía asistir a las ceremonias obeah. No es capaz de mirar a un hombre. ¿Qué va a hacer en las montañas… a expensas de los cimarrones?

Doug suspiró. ¿Acaso no había temido que el acuerdo con los Hollister podía salirle caro?

—De acuerdo, Kwadwo. Explícale el trayecto a Maalik. Que se vayan todos juntos, la familia entera. Pero solo si no queda más remedio. —Se puso en pie.

Ian McCloud todavía no salía de su asombro. Kwadwo contemplaba a su señor con renovado respeto, casi con veneración.

—¿Qué hacemos si esta noche ocurre algo más? —logró preguntar McCloud—. Si los guardias…

Doug hizo un gesto de rechazo.

—Me parece poco probable. Lady Hollister tendrá otras cosas en la cabeza que ir a denunciar a la chica, y su esposo, todavía más. Hasta mañana, como muy temprano, los casacas rojas no vendrán por aquí. Pero en caso de que alguien se dejara caer, la niña no ha pasado nunca por aquí. Tal vez esté escondida, pero aquí no ha venido. ¡No ponga esa cara de susto, McCloud! Nos creerán, tengo fama de hombre honesto. Si el gobernador duda de ello, ya registrará el caserío de los esclavos más tarde…

Y más tarde, Alima y su familia ya estarían lejos. Esclavos por valor de más de quinientas libras. En realidad, Doug no sentía ninguna lástima por lord Hollister.

Como era de prever, hasta la mañana siguiente no ocurrió nada, pero Kwadwo ya tenía ensillado a Amigo cuando Doug apareció temprano en el establo. Se le veía muy preocupado. Alima y Jadiya habían pasado toda la noche llorando. Las mujeres no querían irse a las montañas y Maalik, en el fondo, tampoco. Doug se llevó las manos a la frente. Otra experiencia más que le habría gustado compartir con Nora. «Entonces tal vez se quedaran de forma voluntaria… » Cuando él mencionó esa posibilidad, Nora había dudado de ella.

Mientras cubría a caballo los más de tres kilómetros que separaban su casa de la de los Hollister, Doug se torturaba haciéndose reproches. Tendría que haberlo sabido. No debería haber enviado a ninguna chica a esa casa, en especial a ninguna tan tímida ni virtuosa como Alima. Una joven más atrevida habría sido capaz de evitar al lord o incluso de entregarse a él. A fin de cuentas, Hollister había querido recompensar a la muchacha por el favor y un vestido nuevo era un generoso regalo para una joven esclava. En tal caso, Doug habría tenido que vérselas, en el peor de los casos, con un pequeño bastardo en sus propiedades que exhibiría los rasgos de su vecino.

Cuando detuvo el caballo en la granja de los Hollister, ya esperaba allí el carruaje del médico de Kingston. No era buena señal, sobre todo teniendo en cuenta que el doctor Walton no era la gloria de su gremio. Al médico le encantaba el ron y por las tardes apenas si se podía hablar con él. Tampoco a esas horas parecía hacerle ningún bien al herido. Los gritos de dolor de Hollister resonaban por toda la casa.

Un criado abrió amedrentado la puerta cuando Doug llamó. Justo detrás de él apareció lady Hollister.

—¡Señor Fortnam! ¡Cómo se atreve! —soltó como una furia. Parecía pálida pese a que no se había maquillado. El cabello le caía desgreñado y era evidente que había pasado la noche en blanco—. ¡Qué monstruo nos ha enviado aquí! Esa chica… Irá a la horca, ya se lo aseguro yo. Aunque se merece algo peor. ¡Si por mí fuera, la quemaría en la hoguera! Lo que le ha hecho a mi marido… Escuche, lleva toda la noche así. Sufre unos dolores terribles. Está… —Prorrumpió en unos aparatosos sollozos.

—Le dije que tenía que cuidar de la chica. —Doug estaba decidido a defender a su esclava—. Es muy tímida y su marido la ha asustado.

—¿Tímida? ¡No me haga reír! ¡Seguro que trató de seducirlo! De lo contrario, él nunca…

Doug volvió a preguntarse si lady Hollister nunca había visto realmente la cara que tenían sus criados…

—Dice que es ella quien le ha provocado. Y luego… Ay, ¡pobre maridito mío, mi pobre Ronald…! —Más sollozos.

El joven hacendado ignoraba qué decir. Solo le interesaba averiguar cuál era el estado de Hollister. Su voz, al menos, resonaba con fuerza. No obstante, seguramente no sería buena idea ir a verlo. Mientras todavía estaba indeciso, esperando alguna reacción más de la señora, el médico descendió por las escaleras. También él estaba bastante pálido, pese a que había sacado la petaca y bebido un par de tragos.

—¿Cómo está el paciente, doctor? —preguntó Doug—. Me han llegado noticias y, naturalmente, este asunto me resulta lamentable en extremo…

El doctor Walton asintió con gravedad.

—Una historia horripilante —respondió—. Si sobrevive, lord Hollister no volverá a ser… el que fue.

Lady Hollister gimió.

—¿Corre peligro de muerte? —se interesó Doug.

El médico hizo una mueca de ignorancia.

—Con una quemadura tan importante… y además en esas… humm… partes sensibles… cabe esperarlo todo, señor Fortnam. Le acabo de aplicar compresas de harina y aceite. Ya veremos cómo evoluciona. Lamento comunicarle que es muy grave, milady. ¿Han… han… atrapado ya a la puta negra?

Doug se mordió el labio.

—La muchacha… —empezó.

—¡El gobernador será informado hoy mismo! —farfulló lady Hollister—. Si bien el señor Fortnam no se muestra muy dispuesto a ayudarnos. ¿O es que ya ha atrapado a la chica, Fortnam?

Doug negó con un gesto.

—Hasta esta mañana no me ha contado el caballerizo lo sucedido —afirmó—. Ya sabe, el tamtan de la selva… Los negros se enteran de todo antes que nosotros. Pero la muchacha no ha aparecido. Los padres estaban preocupados. Por eso se han dirigido a…

—Los casacas rojas ya la encontrarán —intervino el doctor Walton—. Y le darán el castigo que le corresponde. Por una cosa así creo que son setenta latigazos, si no me equivoco. No sobrevivirá…

El benévolo médico cogió su tricornio, se lo puso bajo el brazo y saludó a lady Hollister y a Doug con una inclinación.

—Volveré mañana. Su marido… Dele ron y láudano, eso mitigará los dolores.

El doctor Walton abandonó la casa y Doug le siguió. Pero la señora, que tenía ganas de pelea, todavía no había terminado con él.

—Por supuesto tendrá que entregar a la esclava, si es que se refugia en su plantación —dijo con severidad lady Hollister.

Doug asintió.

—Por supuesto —respondió ceremoniosamente.

Puso al galope a Amigo en dirección a Cascarilla Gardens. Kwadwo debía enganchar los caballos al carro para ir a Kingston: bajo los toldos del vehículo habría un escondite para tres personas. La familia de Alima debía desaparecer cuanto antes.