Capítulo 6

Tras un año de cautiverio en Nanny Town, Nora rayaba en la desesperación. Al principio había esperado que los blancos atacasen el poblado, aún más cuando se percató de los esfuerzos de Nanny y Quao por aumentar sus defensas. Los hermanos esperaban una represalia más dura que las habituales expediciones de castigo de los propietarios de las plantaciones. Nora observó que ponían más guardias, elevaban el cercado de la población y enviaban a los guerreros a los campos para que protegieran a las mujeres y niños que trabajaban en ellos. Tampoco desatendían la instrucción de los recién llegados. Akwasi y los demás esclavos de Cascarilla Gardens se entrenaban con celo en disparar armas, arrojar lanzas y utilizar los cuchillos y bastones en la lucha cuerpo a cuerpo tan diestramente como sus antepasados en África. Akwasi, fuerte e inteligente como era, destacaba en todas esas disciplinas. Nanny y Quao lo habían convocado y él les había confirmado que sabía leer y escribir. Mucho mejor que cualquier otro cimarrón. Tampoco los negros libres de nacimiento y que descendían de los esclavos de los españoles habían ido nunca a una escuela. Ahora todos honraban al joven, y a Máanu incluso la idolatraban, por sus conocimientos.

Nora se preguntaba por qué no les pedían que enseñasen a los demás sus habilidades. Habría sido más sencillo fundar una escuela que adorar a dos miembros de la tribu como si fueran taumaturgos. En este punto la perspicacia habitual de Nanny fallaba. No le entraba en la cabeza que leer y escribir eran tan fáciles de aprender y enseñar como las labores del campo y el arte de la guerra. Seguía refiriéndose a libros y contratos como a papeles que hablaban.

Nora luchaba consigo misma. Mientras se deslomaba en el campo, pensaba más de una vez en ofrecerse como profesora a Nanny. No pretendía fraternizar con el enemigo, pero le habría resultado más agradable trabajar en una escuela que ahí, fastidiada por las otras mujeres y cortando caña. Las antes esclavas seguían obligándola a realizar las tareas más duras y Nora no se acostumbraba del todo a ello. Si bien tenía la piel bronceada y el turbante evitaba que sus cabellos se destiñeran al sol, el calor seguía agobiándola. Ahora entendía los argumentos que utilizaban los hacendados contra el empleo de trabajadores blancos en las plantaciones. Jamás habrían soportado tanto tiempo como los negros ese tormento, ni hablar de diez horas al día y con una sola mañana libre a la semana.

Pese a todo, Nora adquirió más destreza en el empleo del machete y la azada, y ya no se lastimaba pies ni manos. El ungüento de Nanny había hecho milagros. En realidad se trataba más de una especie de tierra curativa que de una crema a base de grasa. Aun así no resultó de gran ayuda a la hora de resolver su problema más acuciante: el dolor que le producía mantener relaciones casi cada noche con Akwasi.

La esperanza de que en algún momento el joven negro se cansara de una mujer que no lo estimulaba desde ningún punto de vista, sino que yacía bajo él rígida y amedrentada, no se cumplió. De hecho, Akwasi parecía ver realizados todos sus sueños. Y Máanu no cesaba de odiar a Nora por eso.

Fueron transcurriendo las semanas y Nora perdió la esperanza de que los ingleses acudieran en su rescate. Doug Fortnam no parecía tomarse ninguna molestia para salir en su busca. Al principio lo disculpaba por la conmoción que le habría causado el asalto, seguramente se sentía culpable por haberla dejado sola con su padre. Después supuso que haría valer su influencia con el gobernador. Confiaba en que su amado no organizaría insensatas expediciones, sino que intervendría enérgicamente en los lugares adecuados. Tal vez era posible que se emprendieran negociaciones. A esas alturas, Nora sabía algo más sobre la relación entre el gobernador y los cimarrones y podía evaluar el comportamiento de Nanny. Con toda seguridad la Reina no se arriesgaría a que estallara una guerra o su propia gente se rebelara, solo porque Akwasi quería conservar a su esclava blanca.

Lo cierto es que parecía que en Kingston todos se habían olvidado de Nora. Y tampoco interesaba lo suficiente a Doug como para emprender una expedición de rescate privada. Los Fortnam eran ricos, podría haber ofrecido una generosa recompensa a uno de los comerciantes blancos para que la raptase. Estos solían aparecer con frecuencia por Nanny Town y Nora siempre alimentaba esperanzas cuando veía los caballos y los carros tirados por los mulos delante de la cabaña de Nanny. Pese a ello, siempre acababa decepcionada, y sus propios intentos por relacionarse con alguno de ellos se veían frustrados por la celosa vigilancia de Akwasi. Ni siquiera conseguía aproximarse a los comerciantes.

Empezó entonces a dudar del amor de Doug. Tal vez ella había sido un simple juguete para él, aún más por cuanto era ahora el heredero de la plantación y podía contraer matrimonio con casi todas las jóvenes que se encontraban entre Kingston y Montego Bay. Nora trataba de alejar sus pensamientos en torno al joven hacendado y de evocar de nuevo el espíritu de Simon. Él nunca la había engañado, pero ahora no se mostraba. Nora no hallaba ensoñaciones que la consolaran. Los recuerdos de la playa y el mar se desvanecían. El sueño se estaba convirtiendo en una pesadilla, el sol que tanto había amado amenazaba ahora con quemarla.

Y entonces ocurrió algo que todavía empeoró más las cosas, ya que ataría a Nora para siempre a Nanny Town. Ya hacía un tiempo que los pechos le dolían y se le hinchaban, se sentía mal al levantarse y los pies le pesaban como el plomo cuando iba a trabajar. Cuando se mareó mientras quemaba un terreno para roturarlo y perdió brevemente el sentido no pudo seguir negando el hecho. Estaba embarazada, no había otro motivo para sufrir esos síntomas. Y sin embargo se había sentido casi segura. Elias no la había fecundado y tampoco la feliz noche con Doug había tenido consecuencias. Nora había estado convencida de que no era fértil. Pero ahora…

Se levantó con esfuerzo y se puso a salvo de las llamas que devoraban los arbustos del nuevo campo de labranza. Era probable que el olor del humo hubiese provocado el malestar, o tal vez la visión del fuego le había recordado las llamas de Cascarilla Gardens.

Pero en el fondo, el fuego era su baza. Nora estaba sola en ese lado del campo y las demás mujeres seguramente no se habían percatado de su breve vahído. Trató de respirar hondo para vencer sus miedos. Había asistido a tantas negras que habían abortado… alguien en ese lugar debía saber cómo hacerlo. No dudó en asumir ese riesgo; la alternativa era demasiado espantosa. ¡De ningún modo quería dar a luz un hijo de Akwasi! Mansah enseguida comprendió lo que Nora le exponía con prudentes palabras.

—¿Esperar niño, missis? ¿De quién? ¿Backra Doug?

Al parecer a los esclavos de Cascarilla Gardens no les había pasado por alto la incipiente relación entre la señora y el joven backra. Nora se ruborizó y se abandonó a una fugaz ensoñación. ¿Y si ese niño que llevaba fuera fruto del amor y no del miedo y el dolor? Por supuesto, eso era imposible. Había pasado más de un año desde aquella maravillosa noche con Doug.

—¡Eso no tiene importancia! —respondió a la niña—. Lo que necesito sin falta es una baarm madda. No a la Abuela Nanny.

—Pero yo no sé, no hay.

Mansah estuvo dándole más vueltas, pero no llegó a un resultado distinto al de unos meses antes. La asistencia médica de los cimarrones estaba exclusivamente en manos de la Reina, que no instruía a ninguna sucesora. Asimismo, tampoco había curanderas entre las mujeres antes esclavas. A las Blue Mountains solían llegar trabajadores del campo jóvenes, y las baarm maddas, por el contrario, solían trabajar en las casas de sus señores y eran más ancianas. Tal vez la Abuela Nanny tampoco las habría tolerado a su lado. En la actualidad, cuando Nora recordaba las altivas personalidades de las baarm maddas de las plantaciones Keensley y Hollister, se le antojaban casi como versiones más reducidas y menos poderosas de la Reina Nanny. Si en libertad ganaban en consideración, envidiarían la influencia de Nanny sobre su gente.

—Tiene que haber una mujer que practique abortos —dijo Nora con dureza—. Y yo la necesito.

Mansah no siguió interrogándola. Por muy joven que fuera, esta idea no resultaba extraña a la pequeña esclava.

Pero pasaban los días y la pequeña no comunicaba los resultados de sus pesquisas a Nora, que esperaba impaciente. Sabía por sus anteriores pacientes que la interrupción de un embarazo era más sencilla y menos peligrosa cuanto antes se practicara. Pensó que quizá conseguiría provocarse un parto fallido si trabajaba todavía más intensamente. Así que arrancaba raíces hasta quedar agotada e intentaba no comer nada y beber muy poco. A veces estaba tan exhausta que sentía palpitaciones. Se le marcaban los huesos y luchaba contra el mareo y los sofocos, pero sus pechos seguían hinchándose y no le venía la regla. El niño que llevaba en el vientre superó también las embestidas nocturnas de Akwasi, aunque Nora gemía de dolor y a veces pensaba que iba a morir. En los últimos meses había encontrado un par de recetas básicas: extraía aceite de plantas y se untaba con él, o machacaba aloe vera. Pero esas semanas renunció a todo eso. Tal vez el dolor y la rabia acabarían con el niño, o quizás Akwasi lo matara si castigaba a Nora cuando ella, animada por la desesperación, se defendía de él.

De hecho, sin embargo, solo se ganó unos cuantos morados y heridas. A veces comprobaba aliviada que por fin sangraba, pero al final siempre se trataba de heridas externas. No tenía contracciones. Se sentía mental y físicamente enferma, pero aun así seguía embarazada… A partir de cierto momento empezó a sentir una especie de respeto por ese ser que luchaba tan tenazmente por su existencia.

Así que casi lamentó que Mansah apareciera una mañana, mientras ella molía mijo y hacía una papilla con mandioca. Luchó contra el mareo y las náuseas al poner al fuego la olla con el guisado de lentejas que había preparado la noche anterior. Akwasi lo comería con la papilla. Ella, por el contrario, se sentía mal solo de pensarlo. No le gustaba la papilla de cereales y suspiraba por un trozo de pan o queso.

—¡Huele bien! —dijo Mansah, y metió la punta del dedo en la olla y probó el guisado—. ¡Mucha pimienta, me gusta!

Nora tragó saliva, pero luego recordó que debía ser amable y, sobre todo, que nadie tenía que darse cuenta de que estaba embarazada. De todos modos, Akwasi había empezado a observar a su esclava con desconfianza.

—Tómate un poco —invitó a la pequeña.

Akwasi pensaría que ella misma habría probado si la comida estaba buena. Eso lo tranquilizaría. Mansah no esperó a que se lo dijera dos veces. Se puso en la mano un poco de papilla y luego un poco de guiso y los engulló. Nora volvió a sentir náuseas. Pero a continuación, Mansah se acordó de su misión.

—¡Yo encontrado baarm madda! —susurró a Nora con expresión cómplice—. Era difícil. No quiere que Nanny saber lo que hacer. Nanny quiere ser única. Pero Tolo hacerlo antes que Nanny venir con cimarrones.

Así que no se trataba de una esclava, sino de una negra nacida en libertad. Esto tranquilizó a Nora. Las mujeres cimarrones la trataban mucho mejor que las esclavas liberadas. No albergaban un odio tan arraigado contra los blancos. De todos modos, eran minoría en Nanny Town.

Nora frunció el ceño.

—¿Quién es Tolo? —preguntó. No recordaba a ninguna mujer con ese nombre.

Mansah volvió a servirse papilla de mijo.

—Tolo no vive aquí —respondió con la boca llena—. No en pueblo. La gente dice ella bruja…

Nora sonrió.

—Es lo que dicen los blancos de todas las baarm maddas —apuntó.

—Y ella una vez pelear con Nanny. Vive en selva, río arriba. Una hora. —Mansah probó de la olla de lentejas—. Muy bueno. ¡Muy bueno para ser missis blanca! —Sonrió con picardía a quien antes fuera su señora.

Nora se obligó a sonreír.

—¿Me ayudará? —preguntó nerviosa—. ¿Has hablado con ella? Será difícil ir hasta allí, estaré fuera medio día.

Tenía miedo del trayecto por la selva, sobre todo del regreso. La mayoría de las baarm maddas ayudaban a las embarazadas raspándoles el embrión con una especie de cuchara, por lo que luego tenían que descansar. En cambio, las mujeres a quienes Nora había visto morir tras una interrupción del embarazo le explicaban que habían tenido que andar largo rato hasta llegar a la curandera de una o dos plantaciones más allá y a continuación trabajar en el campo.

Mansah intentó mover la cabeza diciendo que sí y que no al mismo tiempo mientras comía.

—No hablado con ella, solo con las otras mujeres. Pero ella siempre ayudar. Tolo es pobre, necesita cosas. Mujeres enfermas pagan con mijo, frutas… lo que sea. Pero cuando sacar niño, quiere pollo.

Y encima eso. Nora se frotó las sienes. Tendría que robar un pollo, como los esclavos para la ceremonia obeah. Si su situación no fuera tan desesperada, se habría echado a reír.

—Missis puede ir mañana —señaló Mansah, pragmática—. Mañana roturan tierra para gente nueva…

En efecto, los cimarrones de Nanny habían vuelto a saquear una plantación la semana anterior y, además de un abundante botín, se habían llevado dos docenas de esclavos liberados. Desde entonces reinaba la inquietud en Nanny Town. Al parecer, Quao y Nanny tenían opiniones distintas respecto a si habían de emprender nuevos saqueos o no, y el día anterior había llegado una comisión de Cudjoe Town cuyo jefe estaba muy disgustado. Nora suponía que se trataba del propio Cudjoe, es decir, del hermano mayor de Nanny. Al menos los tres líderes discutían desde entonces a voz en grito en su lengua materna africana.

—Y con tanto fuego y tanta gente, es fácil para missis marcharse. Encontrar Tolo no es difícil, dice Antonia. El río hacer curva, arroyo desemboca allí, missis sigue el arroyo hasta la laguna al lado de la fuente, allí choza de Tolo.

Mansah quería proseguir, pero la imponente silueta de Akwasi asomó por la puerta de la cabaña.

—¿Está ya preparado el desayuno? —preguntó a Nora fríamente—. Después puedes marcharte al campo.

Akwasi nunca desayunaba con Nora. Al menos en algunas tribus africanas no era corriente que hombres y mujeres comieran juntos. Por supuesto, Akwasi no había crecido en contacto con esas tradiciones, pero deseaba volver a sus raíces.

Nora se levantó obediente.

—Gracias por tu visita, Mansah —dijo formalmente—. Y claro que mañana ayudaré a roturar. No tienes que tener miedo del fuego, los hombres ya tendrán cuidado. Y si no es así, basta con que te quedes a mi lado…

Mansah le guiñó complacida un ojo. Había entendido el ardid.

—¡Yo no apartar de faldas de missis! —aseguró con seriedad.

Cuando le preguntaran al día siguiente, juraría que había pasado todo el día con Nora.

A la mañana siguiente soplaba un fuerte viento que dificultaba el desbroce mediante el fuego. Por eso había más hombres que de costumbre ayudando en los campos y Mansah tenía razón: todo estaba un poco revuelto. Para empezar, las mujeres todavía solteras lanzaban miradas a los hombres y bromeaban con ellos. Los hombres que llevaban tiempo en Nanny Town observaban recelosos cómo las mujeres abordaban, más o menos tímidamente, a los recién llegados. Los nuevos bailaban y reían entusiasmados por su recién adquirida libertad, que culminaría con la adquisición de una tierra «propia». Cuando las llamas se alzaron, a Nora le resultó fácil desaparecer. Camino del gallinero encontró el pueblo casi vacío. Mejor así, pues el pollo que había escogido para Tolo se negaba a dejarse atrapar. Nora no tenía la menor experiencia con aves de corral. Tardó un montón en coger a su presa, y no precisamente en silencio. Los animales cloquearon indignados y el pollo protestó agudamente cuando Nora lo metió en un saco.

—También yo lo siento —se disculpó mientras ataba el saco de yute y se lo echaba al hombro. Ignoraba si Tolo quería al animal vivo, pero nunca había matado uno y se sentía incapaz de retorcerle el pescuezo a ese allí mismo.

Finalmente se dirigió al río. Había distintos senderos, más o menos difíciles de transitar, y Nora optó por los más empinados y peligrosos. Esperaba que no estuvieran tan bien vigilados como los otros, si bien los centinelas se concentraban más en quienes llegaban que en quienes se marchaban de Nanny Town. Eso no le estaba prohibido a nadie, excepto a Nora. Entre las mujeres africanas había varias que se cubrían casi totalmente cuando salían de casa. Nora había oído decir que seguían una religión que así lo ordenaba; pero eso les estaba prohibido en las plantaciones, claro. Ahí, sin embargo, se tapaban el cabello con pañuelos de colores, en lugar de envolverse simplemente con un turbante, y solían llevar la cabeza gacha casi siempre. Si Nora las imitaba, los centinelas no la controlarían.

Sin embargo, no se hacía ilusiones respecto a pasar inadvertida camino de la choza de Tolo. El sistema defensivo de Nanny Town funcionaba de manera impecable y, aunque a Nanny no le gustase, la «bruja», sin duda se hallaba bajo la protección de los cimarrones de Barlovento. El río tal vez pareciese solitario, pero Nora estaba convencida de que unos ojos la vigilaban mientras seguía su curso. Llena de vergüenza, pensó en si los hombres también conocerían el significado del pollo en el saco. Con toda certeza, aquel animal rebelde y revoltoso no les pasaría desapercibido.

La choza de Tolo no estaba muy lejos. Había que caminar una hora más o menos, pero se debía a que no había un sendero junto al río; únicamente a veces, cuando en la orilla había arena, Nora distinguía huellas de pies de mujeres. Se abrió camino a través de helechos y líquenes en los que se escondía una gran variedad de insectos. Pese a su triste misión, se deleitó con la visión de las mariposas de colores, pero sufrió las picaduras de varios insectos que se cebaron en sus pantorrillas. Recordó que en Jamaica había caimanes, una especie de cocodrilos, aunque sería en el oeste, junto al río Black, y no ahí, en la parte oriental de la isla. Pese a ello acechó con una mezcla de preocupación e intrépida curiosidad los recodos del río. Las acacias y los helechos daban sombra a las riberas y en la penumbra verdosa tomó con frecuencia una rama o sombra por un caimán. En sí, le hubiera gustado contemplar uno de esos animales, pero no justamente ese día en que iba indefensa y sola. Recordó con nostalgia los planes que había trazado con Doug. Un día quería enseñarle la isla. Con él no se habría asustado de los caimanes… Pero Doug la había dejado en la estacada. Nora tenía que olvidarlo.

Pese a que la orilla estaba en sombra, Nora se encontraba empapada de sudor cuando consiguió llegar al recodo del río y desde allí remontó el arroyo que desembocaba en él. Se lavó la cara y las manos, y osó también quitarse el pañuelo que le cubría la cabeza. Los centinelas debían de saber que se encaminaba hacia Tolo y, al menos en principio, se mantendrían al margen de los asuntos femeninos. Claro que luego le contarían a Akwasi que su esclava se había escapado, pero a Nora le daba igual. Que Akwasi la castigase. Cuando regresara, al menos habría solucionado el más urgente de sus problemas.

La choza de Tolo estaba bien camuflada al borde de una pequeña laguna que alimentaba un impetuoso manantial. Era un rinconcito idílico, las mujeres de Nanny Town decían que también a los espíritus buenos les gustaba permanecer en un entorno así. Tal vez por esa razón había elegido Tolo ese lugar. La anciana estaba sentada delante de la choza, junto al fuego, y miró a Nora con ojos vivaces y despejados. La joven se quedó atónita, nunca había visto a una negra con una mirada tan resplandeciente.

—¿Tolo? —preguntó tímidamente.

La mujer contrajo el rostro en una mueca que Nora no supo si calificar de sonrisa. Era más gruesa que Nanny y sin duda mucho más vieja, pero no más alta. Era muy probable que no fuese una ashanti, debía de proceder de otra zona de África, no de la de los orgullosos hombres de Costa de Marfil.

—¿Y quién si no? —respondió—. Y tú… Había oído que Nanny tenía a una mujer blanca, pero no quería creérmelo.

—No estoy aquí por voluntad propia —puntualizó Nora.

Volvía a encontrarse mal. La curandera estaba quemando alguna hierba en la hoguera, seguramente para ahuyentar insectos. Además preparaba en un cazo una masa pestilente.

Tolo sonrió en ese momento.

—Yo tampoco —observó—. Ninguna de nosotras está voluntariamente en esta tierra, pero al menos a ti no te trajeron encadenada en un barco. Con esas quejas, hija mía, no te ganarás simpatías. —La mujer hablaba un inglés fluido.

—Pero usted siempre ha estado aquí —señaló, sin tutearla. Tolo se imponía, irradiaba tanta majestuosidad como Nanny—. Ha nacido usted aquí, ¿no es cierto?

Tolo asintió.

—Pero raptaron a mi madre —apuntó—. Y yo… digamos que ocupaba una mejor posición antes de que Cudjoe, Accompong, Nanny y Quao reunieran a los cimarrones. Pero no debería quejarme, en el fondo es mejor así… en cualquier caso para los cimarrones. Para los esclavos será peor, cuando Cudjoe cierre los acuerdos…

—Nanny Town los acoge en masa —señaló Nora. Debería haber encauzado la conversación hacia su problema, pero era interesante hablar con esa mujer, a ojos vistas inteligente, sobre los cimarrones, los blancos y los esclavos de Jamaica.

—Todavía. Pero si quieren hacer las paces con el gobernador tendrán que comprometerse a entregarlos. Nanny se niega… También tiene sus cosas buenas… aunque no creo que se interese demasiado por los esclavos liberados. A ella lo que le divierte son los asaltos y matar backras blancos. Si fuera por ella, todo Kingston ardería en llamas. Está llena de odio.

«Como Máanu», pensó con tristeza Nora.

—A lo mejor también me entregan a mí —señaló esperanzada.

Tolo hizo un gesto de incredulidad.

—Si alguien en Kingston se interesara por ti, mujer blanca, ya haría tiempo que lo habrían hecho… Pero no parece ser el caso. Y si pares ese niño…

Nora la miró sobresaltada.

—¿Cómo lo sabe?

La anciana rio.

—Con un poco de experiencia, se nota enseguida, muchacha. Seguro que Nanny también lo sabe y debe de estar dando gracias a sus dioses porque hayas encontrado el camino para visitarme. El niño solo te traerá problemas. Si das a luz, tu negro tendrá que hacerte su esposa. Una sirvienta blanca para un guerrero de excepción puede pasar, pero Nanny no tolerará que haya niños creciendo como esclavos. Así pues, el matrimonio es obligado, pero podrían surgir complicaciones con los ingleses. En caso de que alguien te reclame, el negro tendría que devolver a la esclava. A su esposa, no.

—¡Yo no quiero este niño! —declaró Nora con firmeza.

—¿Estás segura? Tu situación en el pueblo mejoraría.

—¡Yo no quiero una mejor situación en Nanny Town! Quiero irme. Quiero… —Apretó los puños.

—Y es tu hijo. El primero, ¿no es así? ¿Nunca has querido tener hijos?

Nora vaciló. No podía negarlo de verdad. Sí que hubo épocas en que había anhelado tener hijos. Tanto con Simon como después con Doug. Incluso en los primeros meses de su matrimonio habría aceptado con agrado un hijo de Elias. Al menos no habría pensado en interrumpir el embarazo. Pero ahí, en la esclavitud, en medio de todas esas mujeres tan hostiles…

—No quieres dar a luz a un esclavo —dijo Tolo, resumiendo los pensamientos de Nora como si los hubiese leído—. Pero no lo sería. El niño sería libre, sería el heredero de tu esposo.

—¿Y qué va a heredar? —preguntó Nora con amargura—. ¿El trozo de tierra que yo he arado como sierva?

—Entre los blancos sería un trozo de tierra cultivada por esclavos —replicó irónica Tolo—. ¿Acaso no es lo mismo? Pero bien, tú debes saber lo que haces. Aunque el precio es elevado. Siempre se paga un alto precio, soñarás con ese niño.

Nora quiso contestar que hacía meses que no soñaba, pero no era cierto. Lo que no tenía eran sueños bonitos. Por las noches la perseguían visiones de sangre, miedo y lamentos. Y ahora iba a crear un duppy que iría tras ella…

—Robaré un pollo para el hombre obeah —dijo con firmeza— y desterraré su espíritu.

La anciana rio.

—Al menos conoces las reglas básicas. De acuerdo, mujer blanca. Quédate aquí sentada, piensa un poco más en ello y yo te prepararé una pócima. La tomas esta noche y mañana sangrarás. Y si algún blanco todavía te reclama, podrás regresar.

Nora ocultó la cara entre sus manos. Pensar era lo último que quería hacer en ese instante. Lo que quería por encima de todo era dejar de pensar. Sobre todo en Doug.

Tolo regresó con un frasco tapado con un corcho que contenía un líquido oscuro. Nora dio las gracias, cogió la pócima y la metió en un bolsillo de la falda.

—¿Moriré? —preguntó.

La sanadora hizo un gesto de ignorancia.

—¿Acaso conozco yo la voluntad de los dioses? Toda mujer que mata a un niño en su seno, puede morir con él. También este es un precio que pagamos. Pero conmigo suele pasar pocas veces. No te preocupes.

Al principio, Nora se preocupó por regresar a Nanny Town sin que la vieran, pero al parecer el destino era clemente con ella. Ya a medio camino del poblado, percibió olor a humo y vio llamas en la cresta de la montaña. En los nuevos campos se había perdido el control del fuego del desbroce y mujeres y hombres estaban ocupados en contenerlo. Incluso algunos guerreros de rango superior luchaban con las llamas, y ni siquiera las muchachas jóvenes tenían tiempo para meterse con Nora ese día. Discretamente se unió al grupo de mujeres que sacaban agua de un arroyo y se iban pasando cubos. Era un trabajo extenuante y el fuego se sumaba al calor del mediodía. El viento arrastraba partículas de brasas que quemaban la piel y perforaban los vestidos de las mujeres. Los habitantes de Nanny Town solo lograron dominar el incendio cuando por la tarde cayó la habitual lluvia tropical.

Al anochecer se extinguió el último rescoldo y los hombres y mujeres, muertos de cansancio y sucios de sudor y ceniza, se arrastraron hasta sus cabañas. Muchos se bañaron en el río o en los arroyos. Por Nanny Town discurrían varios e incluso brotaban dos manantiales de la cresta montañosa. También eso daba autonomía al poblado. Pretender dejarlo sin agua era tan inútil como pretender dejarlo morir de hambre.

Nora renunció al baño. Era demasiado arriesgado. Si Tolo se había dado cuenta a simple vista de que estaba embarazada, seguro que algunas mujeres también se percatarían al verla desnuda. Concluir con ese juego del escondite a la mañana siguiente produjo alivio a la joven. Había tomado la decisión correcta. No quería un hijo de Akwasi y no lo tendría.

Nora solo esperaba a que se hiciera de noche mientras preparaba en un fuego la comida de Akwasi. Este no había presenciado la lucha contra el fuego y había regresado limpio y relajado a la cabaña. Había estado con la Reina. Cudjoe, Nanny y Quao seguían discutiendo en el kraal de Nanny, pero al mismo tiempo hablaban sobre los posibles tratados con los blancos. Akwasi debía tomar nota de los términos de cualquier acuerdo. Por desgracia no había consenso entre las ideas de los hermanos, salvo respecto a que el gobernador debía reconocer la legalidad de sus poblados y permitirles el comercio con Kingston, Spanish Town y otras poblaciones inglesas. Lo que ofrecerían a cambio era objeto de una agitada discusión. Akwasi había pasado la mayor parte del día mortalmente aburrido, mientras los hermanos hablaban entre sí en ashanti.

Nora gimió cuando percibió su enojo. Seguro que esa noche se desquitaría con ella. Pero esta vez le daba igual. Probablemente por la mañana caería en la cuenta de que estaba enferma. Tanto mejor si lo atribuía al maltrato nocturno.

Nora lo dejó con la comida al fuego y se metió en la cabaña. No encendió ninguna luz, casi nadie en Nanny Town empleaba velas o lámparas de aceite. Nadie estaba acostumbrado a la iluminación artificial. Además, la luna proyectaba su pálida luz en la habitación. Nora alzó la vista al cielo y advirtió que casi había luna llena. Otra luna llena más… El rostro blanquecino del cuerpo celeste la miraba desde lo alto de forma casi consoladora. Nora no experimentó ningún remordimiento, ninguno de sus espíritus se opuso a lo que pensaba hacer. Rezó una oración y abrió el tarro.

Justamente cuando se lo llevaba a los labios, se abrió la puerta.

—¡No lo bebas! —rugió Akwasi al tiempo que le arrancaba de la mano la pócima. Acto seguido le dio un bofetón y le hundió el puño en el vientre—. ¿Ya tienes en ti…? Tú… tú… —Nora intentaba tomar aire, no podía responder. Akwasi la arrastró delante de la cabaña y volvió a pegarle—. ¡Vomítalo, mala mujer! —le gritó.

Sollozando, Nora vomitó junto al fuego. Akwasi la tenía cogida con fuerza de la muñeca. Cuando levantó la vista y consiguió tener la mente un poco despejada, distinguió a Máanu entre las sombras de la cabaña. La joven parecía descansada y por lo visto llevaba ropa nueva: una luminosa falda roja y la parte superior tejida con los colores de los ashanti: rojo como la sangre, amarillo como el oro y verde como la tierra.

—Tú…

Máanu estaba hermosísima, pero su rostro aristocrático volvía a reflejar odio al volverse hacia Nora.

—Sí, yo. ¿Quién si no? Me lo han dicho, Mansah hacía preguntas extrañas para ser tan joven. Investigué el asunto. Y entonces…

—Pero…

Nora quería objetar que Máanu sería la última en estar interesada en salvar a su hijo. Al fin y al cabo, siempre había querido a Akwasi para sí misma, y si Tolo tenía razón y Nanny insistía en que Nora y él debían casarse, Máanu habría perdido cualquier posibilidad. Pero bastó un simple vistazo al rostro de su anterior doncella para saber que eso a Máanu le daba igual. Quería perjudicar a Nora a cualquier precio. Aunque fuera al precio de su propia felicidad.

—¡No matarás a mi hijo! —declaró Akwasi—. ¡No lo permitiré!

—¿Y qué harás para impedírmelo? —preguntó Nora.

Sabía que su voz no era firme, por el momento era imposible sublevarse, pero rechazaba la resignación. Seguro que al día siguiente se le ocurriría algo nuevo.

Akwasi rio.

—¡Te lo voy a decir! ¿Sabes cómo se lo impidió el backra a mi madre? —respondió—. ¿No? Pues te lo voy a contar. ¿Recuerdas el cobertizo que había junto a la cocina? ¿El cuarto de las escobas?

Nora asintió con el corazón desbocado. En ese cobertizo había muerto Sally.

—Yo nací allí. Después de que mi madre estuviera encadenada seis meses a la pared, en la oscuridad. No quería tenerme, estaba firmemente decidida. En cuanto le dejaban una mano libre, intentaba matarse y matarme. Cuando nací, me separaron de ella. Al día siguiente se ahogó. Una princesa ashanti. ¿Y tú has pensado que yo no voy a poder con una muñeca blanca?

Nora miró a Akwasi y su rabia dejó sitio a una especie de compasión, por aquella indomable princesa ashanti y todavía más por un niño que se esforzaba por estar orgulloso de una madre que, en realidad, no deseaba otra cosa que matarlo. A continuación respiró hondo para tranquilizarse.

—Mi hijo tiene su sangre —prosiguió Akwasi—, la sangre de los jefes de tribu. Se convertirá en un gran guerrero, los dioses lo bendecirán.

«Tú le enseñarás a leer y escribir —pensó Nora con tristeza—. Y harás creer a los ingenuos africanos que son dones de los dioses… »

—Y la gente lo llamará bastardo o mestizo —soltó de repente—. Puede que también «sucio bastardo». Y todos lo llamarán así, tanto negros como blancos. No hay lugar en este mundo para un niño así. ¿Por qué no le dejas simplemente morir, Akwasi? ¿Por qué no me dejas marchar y te buscas una mujer negra?

Akwasi la miró iracundo.

—¿Para que puedas volver con Doug Fortnam? Pero tú me perteneces, Nora, y el niño también. ¡Si lleva una deshonra, es tu deshonra!

Nora suspiró.

—Llevará su deshonra en la cara: para unos será negra; para otros, blanca. Pero al menos aquí no será un niño esclavo, Akwasi —dijo—. Nanny insistirá en ello. Tienes que hacerme tu esposa y el niño me pertenecerá tanto a mí como a ti. Espero que seas feliz, tan feliz como tú, Máanu. Déjame ir, Akwasi. Iré al baño y me lavaré. Y si todavía hay mujeres allí, les diré que la esposa de Akwasi lleva a su hijo en el vientre. A partir de ahora, nadie más me llamará esclava.

Akwasi paseó la mirada vacilante de Nora a Máanu. Era evidente que dudaba en si dejar marchar a Nora.

—¿Qué pasa si se mata? —preguntó a Máanu con una expresión casi infantil.

Nora se acercó a él antes de que la joven pudiera responder.

—No voy a matarme, Akwasi, no te preocupes. No soy una princesa, pero tampoco una cobarde. Nora Reed no se escapa como tu maravillosa madre, Akwasi. Si me obligan a dar a luz a un niño en un mundo hostil, yo le enseñaré qué camino seguir. ¡Y si es necesario, cogeré un cuchillo y abriré paso para mi hijo! Sea quien sea quien se oponga a mí. Y ahora déjame ir. Tengo calor y me encuentro mal. Esto es lo que les pasa a las embarazadas cuando se las golpea en el vientre. Con un poco de suerte, Akwasi, acabas de matar a tu hijo.

Nora se dio media vuelta y se alejó de la hoguera con la cabeza erguida. Akwasi y Máanu se la quedaron mirando, pero ninguno la detuvo.

Máanu no podía menos que sentir cierta admiración por su antigua señora. ¡Esa blanca tenía dignidad! Máanu tomó conciencia de que no se sentía orgullosa de su propio comportamiento. Nora Fortnam nunca había delatado a ninguna de las mujeres de Cascarilla Gardens a quienes había asistido tras un aborto, y en el último período tenía sin duda experiencia suficiente para reconocer cuándo una mujer estaba embarazada. Habría podido informar a Elias cuando una esclava llevaba un hijo en su vientre; pero nunca lo había hecho. Y Nora no era culpable del destino sufrido por la madre de Akwasi. Castigarla por eso era absurdo.

Máanu también había vacilado antes de comunicar a Akwasi sus sospechas sobre Nora. Y esta estaba en lo cierto: Máanu se perjudicaba a sí misma. En las últimas semanas había estado más unida a Akwasi que nunca antes en Cascarilla Gardens. Allí, ella siempre había sido la esclava doméstica y él el despreciado esclavo del campo. En Nanny Town, por el contrario, ambos eran los apreciados consejeros de la Reina, capaces de dominar las artes de la lectura y la escritura que los africanos consideraban mágicos. Habría sido lógico que Nanny y Quao los agasajaran generosamente si Akwasi y Máanu decidieran casarse. Por añadidura, Máanu creía percibir que el poder de atracción de Nora sobre Akwasi disminuía. Ignoraba si se trataba de un encantamiento que se diluía o de una pasión terrenal alimentada durante años por su insatisfacción.

La misma Nora tampoco parecía desear a Akwasi, ya en Cascarilla Gardens había coqueteado con Doug Fortnam. Probablemente no fuera más que una de esas mujeres que se contentaba con irse a la cama un par de veces con cada hombre y luego se hartaba pronto de él. Sin duda una puta, sin duda una tentación para un hombre que había sido esclavo. Pero ninguna rival a la larga para una mujer como Máanu. Sin embargo, acababa de ayudarla a consolidar su situación. La muchacha sabía que lo que estaba haciendo era una locura, pero no le quedaba otro remedio: Nora le había robado a Akwasi, había utilizado el encantamiento en su propio provecho, había traicionado su confianza… La joven negra seguía experimentando una rabia ciega solo con pensar en Nora Fortnam. Quería herir a la blanca, destrozar su vida del mismo modo que ella le había robado sus sueños.

Lo que no impedía que Máanu continuara con sus planes. Mientras Akwasi seguía a Nora con la mirada, cogió con despreocupación un trozo de pan ácimo y lo mojó en el guisado que seguía hirviendo al fuego.

—Así que serás padre, Akwasi —señaló.

El joven asintió aturdido.

—Estoy en deuda contigo —reconoció de mala gana.

—Sí —convino Máanu—. Me debes un hijo.

Akwasi fue a protestar, pero la serenidad de la joven lo detuvo. Ella mordisqueaba impasible el pedazo de pan.

—¿A qué te refieres? —preguntó con rudeza—. ¿Acaso quieres el hijo de la mujer blanca?

Nora movió la cabeza en un gesto de rechazo.

—¿Qué podría hacer yo con su bastardo? —replicó con una sonrisa torcida—. Tiene razón, nadie respetará a ese niño. Quiero un hijo propio, Akwasi. Quiero el hijo de un jefe, un niño que juegue a los pies de la Reina y que la llame abuela… Por si acaso todavía no te has dado cuenta, la Abuela Nanny no tiene herederos.

Akwasi reflexionó unos segundos.

—Pero para eso tendría que tomarte como esposa —señaló.

Máanu se encogió de hombros.

—¿Y qué te lo impide?

Él frunció el ceño.

—Bueno… Nora… Ella… tiene razón, la Reina insistirá en que…

Máanu le dirigió una mirada firme.

—¿Eres cristiano, Akwasi?

Él la miró airado.

—¡Claro que no! Ese maldito reverendo Stevens… ¿Cómo iba a venerar yo a su Dios?

—¿Tienes otra religión? —prosiguió Máanu. Su expresión era casi pícara, similar a la de su hermana Mansah.

—Una vez robé un pollo para el hombre obeah —confesó Akwasi sin ahondar en las circunstancias.

—Eso no cuenta. Obeah es… Obeah solo es un poco de magia. Pero Nanny, ella sí tiene una auténtica religión. Me ha hablado de ello. Los ashanti tienen dioses poderosos.

—¿Y qué?

Máanu rio.

—Los dioses de nuestros antecesores permiten a sus guerreros tener varias mujeres…

—¿Has cambiado de idea? —preguntó Tolo al tiempo que se sentaba junto a Nora.

La habían invitado a la gran ceremonia en que la Abuela Nanny pensaba unir a Akwasi y Máanu según la tradición ashanti. Máanu seguía estando entre las personas de confianza de la Reina y por nada se hubiera perdido una fiesta en su honor a la que asistiría todo Nanny Town.

—Todavía estás embarazada, ¿verdad?

Nora asintió de mala gana y, para esconderse de las miradas de las demás mujeres, se sentó entre las sombras de los arbustos bajo los cuales Tolo se protegía del candente sol. Hacía días que le exigían otra vez trabajar como una esclava, día y noche había que hornear y cocinar, sacrificar animales, asarlos, condimentarlos para la boda. Nora no descansaba y, sobre todo, no escapaba ni un segundo de la vigilancia a que era sometida. A esas alturas, todas las mujeres de Nanny Town sabían que la esclava de Akwasi estaba encinta. Había querido abortar, pero él había insistido en que diera a luz al hijo. En especial las ex esclavas, que conocían por propia experiencia lo que hacían los backras para forzarlas a «criar», estaban más que dispuestas a apoyarlo. Por supuesto, se chismorreaba acerca de que, en aquellas circunstancias, él hubiese tomado otra esposa; solo los africanos de tribus en que la poligamia era habitual y los musulmanes encontraron normal el comportamiento de Akwasi. La primera esposa siempre disfrutaba de más derechos que la segunda. Era inconcebible que Akwasi elevara primero de nivel a una esclava y luego se casara con una igual.

Nora estaba de acuerdo: consideraba que el matrimonio forzado con un ex esclavo no era legal y esperaba que próximamente la liberasen para volver a su propio mundo. La posibilidad de que las autoridades en Kingston lo vieran así aumentaba con el estatus de segunda esposa.

—No fue decisión mía —respondió—. Me equivoqué, tendría que haber bebido la pócima inmediatamente. Ahora no apartan la vista de mí.

Nora suspiró cuando una de las mujeres separó una rama del arbusto, la descubrió y le lanzó una mirada de reproche.

Tolo hizo un gesto de impotencia.

—Asúmelo como la voluntad de los dioses —dijo con resignación—. ¿Todavía no espera un hijo?

Señaló a Máanu, que en ese momento era conducida entre canciones y deseos de felicidad a la cabaña circular de Nanny.

La joven blanca sacudió la cabeza.

—Por ahora no. Mañana se unirán. Pero quiere uno… Y al parecer siempre obtiene lo que desea. —Lanzó una mirada indignada a Máanu.

—Esto no la hará forzosamente feliz —señaló relajadamente Tolo—. En especial cuando se tienen deseos tan raros. Hoy estoy aquí porque ella me lo ha pedido. Soy dogón, como la madre de Máanu. Quiere que la prepare para la boda según nuestras costumbres. También él, su marido, aunque Nanny seguro que ha tratado de disuadirlo. Entre los ashanti no es lo normal. Pero ese negro querría restaurar todas las costumbres africanas que solo recuerdan unos pocos, da igual de dónde procedan y de qué tribu sean. En eso, Akwasi es en su interior más blanco que tú. —Y con estas enigmáticas palabras, Tolo se puso en pie—. Voy a cumplir con mis deberes… y tú reza por Máanu.

La anciana comadrona y sanadora se introdujo en la cabaña de Nanny. Nora se quedó perpleja. ¿Por qué iba a rezar por Máanu? Resignada, volvió a su fatigoso trabajo: se le había encargado que diera vueltas al espetón en que se asaba todo un buey. Ya el olor le quitaba las ganas de comer en el banquete posterior. Seguía luchando con las náuseas.

Sorprendentemente, a la Abuela Nanny parecía sucederle igual. La reina ashanti parecía pálida y abatida cuando, una hora más tarde, salió de su cabaña: el vapor de las hierbas y el ruido infernal que se oía en la cabaña desde la entrada de Tolo parecían haberla aturdido. Las mujeres entonaban canciones tradicionales que, al menos a oídos de Nora, parecían mezclarse con gritos. Casi como si alguien chillase de dolor. Pero bastante tenía Nora con su propio malestar para ponerse a analizar la liturgia africana de los ritos de boda. Ya llevaban días sonando casi incesantemente los tambores, cuyo monótono repiqueteo arruinaba cualquier facultad auditiva normal.

Así pues, Nora no prestó mayor atención a la Reina; además, la fiesta acababa de empezar y les correspondía a ella y las otras chicas solteras servir a los festejados. Nora llevó a Akwasi, que estaba allí como abstraído, carne, pan ácimo, pastas y guisados de legumbres con especias picantes. La Reina trataba de serenar a Quao y otras mujeres ashanti procedentes de África. Los africanos volvían a pelearse entre sí. Nora no hizo caso. Estaba cansada, le dolía la espalda y lo único que deseaba era algo de tranquilidad y charlar un rato con Tolo. Seguro que la anciana sanadora conocería algún remedio contra el mareo. Pero la curandera seguía dentro de la cabaña de Nanny. Nora acabó preguntándose qué estaría haciendo ahí y por qué Máanu tampoco salía. Pero tal vez fuera habitual en África separar a hombre y mujer. Nora tenía mucho que hacer para darle vueltas a eso.

Ya avanzada la tarde, encontró un rincón algo tranquilo y creyó poder tolerar algo de papilla y guiso. En cuanto puso la cuchara en el plato, oyó un llanto débil y alguien le tiró de la falda.

—Missis… missis… tener que ir con Máanu. La mujer bruja ha hecho a ella algo terrible, gritar y llorar y sangrar. Todos decir que no malo que yo tener que quedar porque hermana. Pero creo algo mal, yo querer enseñar a missis… por favor, missis…

La pequeña parecía muy turbada, estaba pálida como la cal y muerta de miedo.

Nora la abrazó.

—Máanu no querrá que la ayude, da igual lo que le haya sucedido —dijo—. Y si Tolo está con ella, seguro que la atenderá bien.

Mansah movió la cabeza con vehemencia.

—¡Ella misma cortar, bruja Tolo! Con cuchillo. Máanu dice debe ser así. Parte de boda. Pero no es, ¿verdad, missis? ¡Yo siempre pensar boda bonita!

—Al menos tendría que serlo —suspiró Nora.

Se le había despertado la curiosidad. ¿Qué habría hecho Tolo? ¿O qué había querido Máanu que le hiciera? La anciana había ido de mala gana a cumplir su misión, eso sí lo sabía.

—Está bien, Mansah, iré allí y ofreceré a Máanu mi ayuda. Pero me echará, lo sé. Lo hago únicamente para que no te asustes.

Nora esperaba que una de las mujeres o algún hombre de los que celebraban la fiesta en la plaza de reuniones la llamase o la detuviese. Sin embargo, todos habían bebido abundantemente la cerveza recién preparada y el aguardiente de caña de azúcar. La mayoría de los cantos se habían apagado y muchos de los asistentes parecían somnolientos. Tan solo un par de incansables seguían danzando alrededor del fuego, pero nadie se fijó en la medrosa niña y la mujer blanca que se aproximaban a la choza de Nanny. Mansah apartó a un lado la cortina de la entrada.

—¿Máanu? —llamó temerosa—. ¡Máanu! ¡Está muerta, missis, seguro que está muerta!

Nora vio a Máanu en el fondo de la choza, a la luz de las velas, sobre una esterilla. La joven tenía los ojos cerrados y estaba pálida, pero no muerta.

—Chis, ahora duerme. ¡No la despiertes! —Tolo se acercó a la puerta y pidió a la asustada niña que callara—. Es lo que necesita, pequeña, lo ha superado bien. Le he dado un sedante, pero fuera había tanto escándalo que no podía tranquilizarse y… claro está, duele.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Nora introduciéndose con resolución en la choza. Había temido la reacción de Máanu, pero Tolo no la asustaba.

La anciana la dejó entrar sin vacilar.

—La he cortado como es costumbre en nuestros pueblos —le explicó con expresión sombría—. Le he dicho que no tenía que hacerlo. No cabe duda de que es mujer. Ha concebido hijos, aunque no haya dado a luz. Y esto se hace mucho antes, más bien a su edad. —Señaló a Mansah, que se escondió temblorosa detrás de Nora.

—¿Qué se hace? —Nora no entendía.

Se acercó a la esterilla y comprobó que la joven respiraba pausadamente. Había manchas de sangre en la sábana. Sin preguntar más, levantó la tela y vio un grueso vendaje entre las piernas de Máanu.

—Pero si no estaba embarazada —apuntó sin comprender. Hasta ese momento solo había visto algo así en mujeres que habían visitado poco antes a una baarm madda para abortar.

Tolo sacudió la cabeza.

—No, claro que no. Y no le he cortado mucho. Solo lo imprescindible. Porque me lo pedía con desesperación…

De repente Nora recordó. Algunas esclavas que había visto bañándose en Cascarilla Gardens estaban mutiladas entre las piernas, algunas más, algunas menos. «Se hace cuando una niña crece», le había explicado una de ellas. Adwea se lo había explicado más claramente cuando Nora descubrió sus cicatrices. «Es la marca de ser mujer adulta», había dicho. Pero las mujeres le daban pena. Precisamente esas eran las partes sensuales y de las que solía provenir el deseo y el placer cuando un hombre yacía con una mujer.

—Pero eso es… ¿Por qué diablos ha querido hacerse eso? —Nora miró desconcertada a Máanu y Tolo. Mansah se agachó junto a su hermana y lloró quedamente.

—Es una costumbre de los dogón —contestó Tolo—. Significa que todo ser humano nace hombre y mujer. Y para serlo totalmente, cuando crecen se corta la parte femenina del hombre y la masculina de la mujer.

Nora se llevó las manos a la frente.

—Pero ¡es absurdo!

Tolo respondió con un ademán de impotencia.

—También se lo ha dicho la Reina; los ashanti no lo hacen y a pesar de todo tienen hijos.

«Que luego abortan… » Nora sintió que se mareaba. ¡Parecía estar en un mundo que se había vuelto loco! Entonces recordó que nunca había asistido a una mujer mutilada. Solo los orgullosos y combativos ashanti rechazaban tener hijos en la esclavitud. Pero los dogones no mataban a sus descendientes.

—Pero ¡Akwasi es ashanti! —replicó Nora—. ¿Cómo apoya algo así?

Tolo arqueó las cejas.

—Akwasi es blanco en su interior —señaló desdeñosa—. Ya te lo dije. No quiere una reina, quiere una obediente cristiana, que haga lo que él disponga y que no disfrute del amor. De esta forma ella tampoco le será infiel. Y ese es su gran miedo. Así que no le demuestres jamás que sientes placer. En caso contrario te obligará también a ti a hacerlo. —Señaló a Máanu y la volvió a cubrir cuidadosamente.

Nora suspiró. Ya conocía lo suficiente a Akwasi. Y no podía sentir el menor desagravio por el hecho de que tampoco Máanu fuera a disfrutar de su noche de bodas.