Akwasi construyó la choza siguiendo el modelo de las cabañas de esclavos de Cascarilla Gardens. Tenía experiencia en ello y, además, acababan de edificar el nuevo caserío. Las chozas circulares de los africanos, cuyas paredes estaban compuestas en parte de estiércol de vaca, no acababan de convencerlo y prefería la construcción de barro y madera. Nora había dormido el día y la primera noche tras su llegada a Nanny Town en un rincón de la plaza del pueblo, a merced del sol. Pero después se puso diligentemente a ayudar a Akwasi. Tenía la imperiosa voluntad de escapar no solo del calor y los insectos, sino sobre todo de las miradas y burlas de los lugareños, que llegaban uno tras otro para contemplar a la esclava blanca con la boca abierta o para molestarla.
También Máanu apareció por ahí mientras Nora aplicaba barro a los muros de su cabaña.
—Bueno, ¿qué tal te va, missis blanca? —preguntó con una sonrisa maliciosa—. ¿Y a ti, Akwasi? ¿Estás construyendo una cabaña únicamente para ella o piensas compartirla?
El hombre hizo un gesto de indiferencia.
—No era mi casa lo que yo odiaba, sino a los backras que me tenían cautivo en ella —respondió—. Nunca he aprendido a construir de otro modo. ¡Y ella tiene que aceptar lo que le den!
Y al decirlo dirigió a Nora una mirada de interés que Máanu advirtió con una punzada de dolor. Akwasi seguía sin mostrar el menor interés por la joven negra. Ni siquiera se había dignado contemplar la hermosa cabaña circular que le habían concedido muy cerca de la residencia de la Abuela Nanny.
—Me pregunto por qué me odias, Máanu —intervino Nora, cansada—. ¿Qué te he hecho yo? Yo ignoraba lo que hacía Elias. Me interpuse cuando lo descubrí y pude proteger a Mansah. Y algo habría hecho antes si me lo hubieras contado. Si alguien era capaz de evitar la muerte de Sally eras tú, Máanu, no yo.
La joven la fulminó con la mirada.
—¿Quién está hablando de Sally? —preguntó airada.
Nora se llevó la mano a la frente, pero la retiró por una punzada de dolor. Para diversión de los negros del lugar, le ardía el rostro, expuesto al sol sin protección durante días. El intento de protegerse con una especie de sombrero que había entretejido con hojas se vio desbaratado por las mujeres que pasaban. Se limitaban a arrancarle el sombrero y pisotear las hojas en el polvo.
—¿No quieres volverte como nosotras, missis blanca?
Nora luchaba contra el dolor de cabeza y rogaba que la piel se le acostumbrara al sol. Siempre se había bronceado deprisa, lo que había sido una de sus preocupaciones desde que estaba en Jamaica. Elias concedía mucha importancia al hecho de que su esposa, una lady perfecta, luciera una tez blanca como el mármol al igual que las demás esposas de los hacendados, mujeres que prácticamente nunca salían de casa. Ahora podía ser de importancia crucial conseguir una protección natural contra el sol. Y una artificial: tenía que acabar la choza lo antes posible. Nora arrojó con renovado impulso barro contra las paredes.
Las cabañas de esclavos normales se construían pronto: Nora solo tendría que dormir una noche más al raso antes de que su casa estuviera lista para ser habitada. Se preparó para que Akwasi volviera a abusar de ella, pero para su alivio esa noche la dejó tranquila, lo que sin duda obedecía a su propia intranquilidad. La mayoría de los negros de Nanny Town desaprobaban su «trofeo de guerra» de piel blanca, si bien por razones diversas. Los había que rechazaban la esclavitud después de haberla sufrido en carne propia; otros consideraban que meterse en la cama con una blanca denigraba a un esclavo libre y criticaban a Akwasi por ello. Pero la gran mayoría temía simplemente las consecuencias negativas que podría acarrear al poblado.
—Los backras no dejarán correr este asunto —oyó decir Nora a dos mujeres que molían grano—. Prescindirán de un par de caballos y mulos, pero ¿de una mujer? Intentarán recuperarla y si de paso arrasan nuestro pueblo, ¡tanto mejor para ellos!
El temor de causar la desgracia de los cimarrones por culpa de su obstinación también llegó a oídos de Akwasi. La posesión de Nora menoscabaría la reputación del joven en su nueva tribu. Por eso no quería llamar todavía más la atención sobre su persona durmiendo con la blanca al aire libre y a la vista de medio poblado.
Durante la primera noche en la nueva casa se satisfizo y dejó a Nora llorosa y magullada. Ella no había querido llorar o gritar, pero ¡tampoco perder la dignidad! Sin embargo, las embestidas de Akwasi era dolorosas, no tenía ninguna consideración a la hora de penetrarla y lo hacía con violencia, mientras con sus fuertes manos le mantenía sujetos los brazos y los presionaba contra el duro suelo de barro. Nora todavía no había podido tejer una esterilla y el lecho en la cabaña era más duro que el de vegetación de la primera noche. Al final también le dolía la espalda. Pero todavía era más doloroso que Akwasi ni siquiera la mirase durante el acto. Tenía la mirada clavada lejos de ella y Nora se sentía como una muñeca apaleada que un niño malcriado zarandeaba de un lado a otro.
Por la mañana consiguió levantarse con esfuerzo y moler el maíz para las tortas del desayuno. Al menos eso le resultaba fácil. Las mujeres que se asomaban curiosas por allí para recrearse con la visión de la torpe blanca sufrían una decepción. Nora llevaba meses desmenuzando hierbas curativas con el mortero, mezclando ungüentos y lavando vendajes. Moler el grano y hacer la masa, así como hornear las tortas de maíz en un fuego abierto hasta podría haberla divertido, si su destinatario no hubiera sido un hombre que quería poseerla aun odiándola.
Algo más difícil resultó tejer la esterilla para dormir. Las mujeres solían hacerlas de hojas de palma y Nora la había considerado una tarea fácil. Recordaba nostálgica sus sueños con Simon, mientras la labor se desmontaba con cada nuevo intento que emprendía. Habría necesitado a alguien que le enseñara, pero la única que la visitaba tímidamente era la pequeña Mansah. La niña estaba atemorizada y triste. Máanu y las otras mujeres de Nanny Town no podían sustituir a la madre, pese a que todas se mostraban cariñosas con ella, aunque fuera para granjearse las simpatías de Máanu, la nueva persona de confianza de la Reina. Era evidente que a la Abuela Nanny le agradaba la joven Máanu y con frecuencia la invitaba a su cabaña para hablar sobre algún que otro asunto. Las otras mujeres afirmaban respetuosamente que pedía consejo a la muchacha.
Mansah tenía mayor información.
—La Reina no pedir consejo a nadie —contó a Nora mientras trataba de ayudarla a tejer, con tanta torpeza como la joven blanca. Debía de haber un truco que ninguna de las dos conocía—. Ella hablar inglés con Máanu. Y quiere aprender a leer. Máanu dice que ella misma no saber bien, que tener que pedir a Akwasi. Pero Abuela Nanny no hablar con Akwasi, estar enfadada porque él traer missis. Después tener que hacerlo, dice Máanu, porque ella no saber leer acuerdo.
—¿Un acuerdo? —preguntó Nora, perpleja—. ¿Quieren los cimarrones firmar acuerdos con los backras?
Mansah se encogió de hombros.
—No sé, missis, Máanu dice que Abuela no querer porque los contratos dicen que devolver esclavos cuando escapar. Pero Cudjoe sí quiere…
Cudjoe parecía ser el hermano mayor de Nanny. Nora había oído contar en Kingston que en los primeros años él había iniciado los saqueos y alzamientos de los cimarrones. Ahora, sin embargo, estaba cómodamente instalado en Saint James Parish, al noroeste de la isla. Tal vez quisiera legalizar su poblado…
—Quao estaba con él —siguió explicando Mansah—. Pero ahora otra vez aquí. Y pelear con Nanny.
—¿Sobre un acuerdo de paz? —preguntó Nora.
Mansah volvió a encogerse de hombros, pero ese gesto tan propio de Máanu no era enervante en ella, sino más bien gracioso.
—No sé, missis —repitió—. Nanny y Quao hablan lengua extranjera. Ashanti. Máanu dice que le gustaría aprender. ¡Aprender lengua digna de pueblo digno!
Nora se apartó el pelo de la cara, con lo que de nuevo se desmontó la labor. Las hojas eran demasiado lisas y sin un marco no se sujetaban. Resignada, miró el pequeño y solícito rostro de la niña.
—Máanu no es ashanti —observó—. Por lo que sé, su madre es dogón. Y los ashanti han estado años esclavizando a los dogones. ¿Qué tiene su lengua mejor que el inglés? Que por cierto tú deberías hablar correctamente, Mansah. No hay ninguna razón para que sigas hablando como un bebé ahora que no tienes a ningún backra que insista en ello. Eres libre, ¡intenta entonces construir frases correctas!
Durante las horas siguientes, ambas se esforzaron en sus tareas. Nora luchaba con hacer una especie de marco para la esterilla y Mansah trataba de formular giros correctos en inglés. Lo segundo salió mucho mejor que lo primero. Nora ya estaba harta y decidida a amontonar las hojas unas sobre otras para descansar de noche sobre algo más blando, cuando llegó una visita inesperada. Mansah se escondió detrás de Nora al ver que la sombra de una persona se proyectaba sobre ella. Las mujeres no dejaban de pasar para mofarse de la falta de destreza de Nora y Mansah hacía lo que podía para impedirles que se burlasen, pero el recién llegado no tenía ninguna curiosidad por el trabajo de Nora. Miró sin cumplidos a la mujer blanca.
—Así que eres tú —dijo el hombre—. Hasta ahora no podía creerlo. Pensaba que a lo mejor eras mulata o algo así. Blanca. Pero… pero no una missis blanca…
Nora alzó la mirada, furiosa.
—¡Entonces, bienvenido a la feria de ganado! —observó—. Aunque tú no eres el primero, tal vez Akwasi debería cobrar dinero por exponerme.
Sabía que era insolente, pero le devolvió altanera una mirada escrutadora. El negro que se hallaba de pie ante ella era pequeño pero fornido. Tenía un rostro ancho y ojos igual de penetrantes, negros y brillantes que los de la Reina.
—De mí no cobrará nada, missis, tengo todo el derecho del mundo para venir a mirarte. Soy Quao, el rey.
Así que era el hermano de Nanny. Claro, era igual que ella, aunque más joven.
—¿Y? ¿Te gusto? —replicó Nora—. ¿O tengo que enseñarte antes los dientes? —Era lo que siempre se pedía a los esclavos en los mercados.
Quao rio.
—No deberías morderme —advirtió—. Pero… la verdad, no me gustas nada. Aquí solo crearás complicaciones.
Nora resopló.
—Yo no he venido por propia voluntad.
Quao suspiró.
—Pero algo debe de haber habido entre tú y ese joven que tanto te ama y tanto te odia. ¿Le has alentado? ¿Eres una de esas blancas a las que les gusta probar un poco de carne negra?
Nora lo miró iracunda.
—Nunca… —Pero se acordó de la noche de la ceremonia obeah y bajó la mirada—. Yo no empecé…
—Ah… —Quao alzó las manos como a punto de conjurar a los espíritus—. Así que algo ocurrió. Lo sospechaba, y Nanny también. Sin embargo, todo podría ser más fácil si Máanu y ese joven… En fin, missis… ¿cómo te llamas?
La joven respondió.
—Vaya, así que Nora…
La joven se sintió reconfortada. Nadie le había preguntado por su nombre desde que la habían sacado de Cascarilla Gardens.
—Pues bien, Nora, ni a la Reina ni a mí nos gusta que estés aquí. Hemos hablado incluso de… sí, de liquidarte. Pero ese Akwasi te quiere, y parece que lo necesitaremos. ¿Es cierto que sabe leer y escribir?
Nora hizo un gesto de ignorancia.
—Se crio con el hijo del backra. Ambos eran amigos, aunque ahora Akwasi lo odie…
Quao la observó con atención. Con los años había aprendido a leer un rostro.
—También eso, pues… —murmuró—. ¿Está muerto el hijo del backra?
Nora sacudió la cabeza.
—Esto no pinta bien —suspiró Quao—. Es posible que te busque… Pero lo dicho, necesitamos a Akwasi. Ha de tener lo que desea. No obstante, hablaré con él sobre esclavitud, sobre cómo la interpretamos los ashanti. No tengas miedo, no te tratará mal. Y si tiene hijos contigo, deberá tomarte como esposa para que puedan recibir su herencia. Además, me gustaría saber en qué basa su derecho a tenerte de esclava. A fin de cuentas, no has hecho nada malo.
De esta conversación, Nora dedujo varias cosas: que los ashanti esclavizaban a criminales y presos de guerra, que perseguían a los hombres de las tribus enemigas y que la esclavitud no tenía nada que ver con el color de la piel.
—¡Pero es una prisionera de guerra! —protestó Akwasi cuando, poco después, Quao le dijo que tal vez no tenía ningún derecho de poseer a una mujer blanca—. ¡Su tribu es mi enemiga!
El hermano de la Abuela Nanny volvió a suspirar.
—Sí, ya lo he entendido de sus alusiones. Pero sabes que no puedes conservarla como si fuera un animal. Tienes la obligación de cuidar de ella, de vestirla, no debes golpearla ni abusar de ella.
Nora miraba al suelo.
—¿Se ha quejado? —preguntó Akwasi—. La poseo como un hombre posee a su mujer en África. Yo…
—¡Yo soy una dama en mi país! —le interrumpió Nora—. Y no hablo de las noches con mi… señor… delante de extraños.
Se había ruborizado al oír hablar a los hombres de ella con tanta naturalidad, pero ahora su pudor se convertía en ira.
Quao agitó la mano como si estuviera ante niños peleándose.
—¡Haced lo que queráis! —dijo lacónico—. Pero Akwasi, recuerda que tienes que hacerla tu esposa si tiene un hijo tuyo. Insisto en ello. Aquí no permitimos que crezcan hijos de esclavos como en las plantaciones de los blancos. Y tú, Nora, guárdate esa lengua tan afilada. La necesitarás. Tu señor está obligado a tratarte bien. Pero no es válido para la tribu que…
Nora pronto notaría las consecuencias de esas palabras. En Nanny Town no solo se vivía de los asaltos. Como Doug ya había dicho en una ocasión, los ashanti eran campesinos. Si bien las tareas del campo las realizaban las mujeres, que las desempeñaban juntas. Tampoco Akwasi iba solo a labrar la tierra que le habían concedido. Si bien a él le correspondía roturarla —se prefería el fuego para esta tarea—, luego las mujeres empezarían a removerla para sembrar. Así pues, Nora no podría seguir escondiéndose de las otras mujeres como hasta entonces. Escuchó asombrada cómo uno de los cimarrones indicaba a Akwasi que prendiera fuego a los arbustos de su terreno.
—¡Se verá a kilómetros de distancia! —dijo a Akwasi en parte sin comprender y en parte esperanzada—. El humo y las llamas: ya podríais colgar un mapa en Kingston con la indicación de Nanny Town.
El otro cimarrón se echó a reír.
—Esto no es un secreto, mujer blanca. El gobernador sabe dónde están Cudjoe Town, Nanny Town, Accompong…
Akwasi se sintió orgulloso. Acababa de hablar alegremente con el guerrero, los cimarrones sencillos no lo habían dejado mucho tiempo al margen. Antes al contrario, muchos lo envidiaban en silencio. Al fin y al cabo, él no era el único que siendo esclavo había mirado alguna vez con deseo la lechosa piel de las esposas de los hacendados.
—Claro que sí —confirmó—. El gobernador lo sabe perfectamente. Y sus tropas han tratado muchas veces de tomar las ciudades. Pero en vano. Todos los ataques fueron rechazados. No es algo que le guste recordar, y por eso finge ignorar dónde nos escondemos.
Nora sintió algo similar a la cólera. Era inconcebible que esa pequeña Reina Nanny y sus hermanos desafiaran a todo el Imperio británico. Pero también Doug y los demás hacendados habían vagado sin éxito por la montaña el año anterior. Por otra parte, tal vez fuera inteligente por parte del gobernador no compartir con los barones del azúcar sus informaciones. Según lo que Doug había contado sobre la expedición de castigo, el silencio de la Corona era incluso redentor: no era necesario ser un gran estratega para saber que los defensores de Nanny Town habrían exterminado a ese variopinto destacamento. Los cimarrones también lo habrían hecho con gran maestría, por supuesto, no les habría costado organizar una emboscada en cualquier lugar de las montañas. Pero lentamente iba comprendiendo las múltiples relaciones y los acuerdos tácitos que, pese a todo el odio hereditario, había entre los negros libres y el gobierno de Jamaica. Por ejemplo, las expediciones de castigo de los hacendados: el gobernador no las apoyaba y los cimarrones no las atacaban.
Y mientras Nora ayudaba a su nuevo «señor» a extinguir el fuego y superaba luego la fatiga de despejar la tierra de raíces quemadas, también comprendió por qué Nanny y Quao se preocupaban por el papel de la blanca en esa querella. El gobernador toleraba con rabia sorda asaltos esporádicos, incluso el robo y el asesinato. Pero si los negros empezaban a coger esclavos blancos, la presión se haría demasiado fuerte. Nora tenía puestas sus esperanzas en Doug. Era capaz de movilizar a los barones del azúcar para que la Corona concentrara todo su poder en liberar a la viuda de un hacendado de manos de los cimarrones. ¡Si es que no era tan tonto e irreflexivo como los demás hacendados y no intentaba vengarse organizando una absurda expedición de castigo!