Capítulo 2

Nora se arrastraba agotada por la escarpada pendiente de las Blue Mountains. Siempre había creído tener buenas piernas, pero esa marcha forzada la estaba llevando al límite de sus fuerzas. Sin embargo, para los negros, la caravana no avanzaba con suficiente celeridad. Los tres hombres que habían permanecido en la plantación para quemar Cascarilla Gardens habían alcanzado al grupo principal al cabo de pocas horas. A partir de entonces habían apretado el paso. Durante la noche debían dejar atrás Kingston y poner la mayor distancia posible con la plantación saqueada. El único modo consistía en trasladarse rápidamente hacia el interior, un territorio aún sin colonizar y donde prácticamente no había caminos. El jefe de los cimarrones les precedía y abría camino con el machete. Los hombres tropezaban tras él con las raíces y las plantas trepadoras, aunque debían dar gracias al cielo porque esa noche había luna llena.

Pese a ello, Nora no veía casi nada. Antes de llegar a las zonas altas de montaña, casi siempre se cernía sobre ellos una cubierta de hojas. Aunque Akwasi la llevaba fuertemente agarrada de la mano, tan fuerte que le hacía daño en lugar de ofrecerle apoyo, tropezaba sin cesar. Además de a ella, esto les ocurría a Máanu, Mansah y la única esclava doméstica que las había seguido. Los esclavos del campo se movían con una seguridad pasmosa y tampoco parecían percatarse de las raíces y espinas que hacían sangrar los pies de la joven blanca.

Al poco rato, cada paso que daba le producía un dolor terrible, pese a que Nora siempre había alardeado de tener durezas en las plantas de los pies de tanto ir descalza. A fin de cuentas, solía correr sin calzado por la arena de la playa o por el camino que conducía al laguito del bosque. Pero, según parecía, eso no era nada comparado con las fatigas que sufrían cada día los negros del campo. En cualquier caso, estos se tomaban a risa las quejas que soltaba a voz en cuello la esclava doméstica. Máanu, a quien no le iba mejor, callaba. Avanzaba con determinación, tirando de la gimoteante Mansah.

Nora estaba preocupada por la pequeña, a quien no solo se exigía demasiado con esa marcha tan veloz, sino que además tenía que superar lo vivido esa horrible noche. Siempre que tenía la posibilidad, la niña corría a esconder la cabeza en la falda de Nora. Aunque disfrutaba de pocas oportunidades para hacerlo, pues los cimarrones no dejaban descansar al grupo. No podían cruzarse con ningún blanco y, si eso sucedía, no debían dejarlo escapar. No obstante, un grupo tan numeroso y con tantos animales robados llamaría la atención y no podría defenderse si los hacendados arremetían contra ellos a campo abierto. Así que siguieron apretando el paso hasta que amaneció y los vientos alisios empujaron la famosa niebla matutina azulada de las montañas. Sin embargo, Nora no prestaba atención a ese espectáculo de la naturaleza. Estaba, simplemente, muerta de cansancio y cada paso que daba era un martirio.

Para más inri, empezó a hacer un calor terrible que no disminuyó cuando alcanzaron zonas más elevadas. Ahí cambiaba un poco la vegetación: la jungla espesa mudaba en matorrales y acacias, con sus flores de vivos colores alrededor de las cuales revoloteaban mariposas y colibríes. Nora pensó con tristeza que nunca llegaría a clasificar esas plantas. Y que ahora eso tampoco le importaba.

A partir de cierto momento, todo empezó a darle igual. Mientras los esclavos liberados que la rodeaban se quejaban porque tenían hambre, ella lo único que quería era morir. La caminata en sí no parecía fatigar a los demás. Ahora que ya empezaban a sentirse seguros, los jóvenes incluso entonaron canciones, si bien ello no agradó al jefe.

—Vosotros callar. Todavía faltar para Nanny Town. Aquí poder haber comerciantes, ellos traicionar.

Nora sintió un punto de rabia hacia los comerciantes blancos que negociaban con los cimarrones sin que nadie les dijera nada. Seguro que sabían que el dinero y las mercancías procedían de plantaciones saqueadas. De ahí que al jefe tampoco le importara mucho que lo delataran o no. Todo el mundo sabía que los autores del asalto de Cascarilla Gardens eran los cimarrones.

—Pero no saber cuáles cimarrones —señaló el jefe cuando la joven esclava doméstica se lo reprochó—. Puede ser Nanny, también puede ser Cudjoe o Accompong de Saint Elizabeth Parish. No saber a quién atacar para venganza. Atacar a todos (y no tener tanta gente) o no atacar a nadie. Mejor último.

—¿Hay muchos ataques? —preguntó recelosa la muchacha.

El jefe se puso en pie. Habían hecho un breve descanso junto a un río para beber, pero ya quería proseguir.

—A veces más, a veces menos. Pero no tener miedo. Nada pasar. ¡Nanny Town es inexpugnable! —Pronunció la última frase con orgullo y en un inglés correcto.

Nora suspiró. Doug no lo tendría fácil para encontrarla.

Los esclavos liberados se movían por senderos más trillados, aunque a simple vista no se distinguían en el suelo. Sin embargo, ya no tropezaban con raíces ni espinos y los hombres que iban en cabeza parecían orientarse perfectamente. Nora esperaba que Nanny Town ya estuviera cerca, pero parecía que el camino se prolongaba hasta el infinito. Llegó un momento en que cada valle, cada colina y cada montaña eran idénticos a la vista, así que no levantó la mirada del suelo para intentar apoyar sus maltratados pies sobre la tierra y no sobre piedras. Akwasi seguía sujetándola con firmeza, sin dirigirle la palabra. Casi resultaba tétrico arrastrarse a sus espaldas en un silencio prolongado durante horas.

Tampoco el resto de los esclavos dirigía la palabra a Akwasi, ni por supuesto a Nora. El tozudo empeño del joven en llevarse a la mujer blanca había chocado con el desacuerdo general. El muchacho se convertía así en un marginado. Además, corría el rumor de que era él quien había matado al backra. Con eso se había ganado el respeto de los demás, pero también una especie de temor supersticioso. Si a alguien le alcanzaba el rayo justiciero que cada domingo el reverendo pronosticaba para los servidores desleales, sin duda sería a él.

En algún momento, Mansah dejó de llorar. Con rostro impertérrito seguía a Máanu, ni siquiera había que tirar de ella. Estaba demasiado agotada para oponer resistencia. Al final, cuando de nuevo anocheció, el jefe de los cimarrones se detuvo.

—Descansar dos horas —anunció—. Nada para comer, pero comer mañana en Nanny Town. Aquí dormir si querer. Hombre blanco seguro no venir por la noche.

Nora se desplomó en el suelo. Dormir… cerrar los ojos… recobrar el aliento… Pero Akwasi tiró de ella hacia arriba en cuanto su espalda tocó el suelo.

—¡Ven conmigo! —dijo con dureza—. Quiero poseerte. Antes de que mañana tal vez te aparten de mí.

¿Apartar? Nora no interpretó el significado de la palabra, aunque bien podía ser que los cimarrones la descuartizaran o le dieran en público una paliza de muerte. No se imaginaba qué podía ocurrírseles a los negros libres para castigar a la esposa de un hacendado, pero había llegado a tal estado que le resultaba indiferente con tal que la dejaran en paz. Pero no era precisamente eso lo que Akwasi tenía en mente.

—Ven ya. ¿O quieres que nos vean todos?

Tiró de ella y la alejó del camino. No mucho, pues no quería separarse demasiado del grupo. Para sorpresa de Nora, el negro dejó que se tendiese mientras cortaba rápidamente un par de helechos y preparaba con ellos una especie de jergón.

—Mira. ¡Tu lecho nupcial! —anunció sarcástico—. No quiero que nadie pueda decir que Akwasi se porta mal con su esclava. Es más blando que la playa, ¿verdad? ¡Es más bonito que el bosque donde Doug te besó!

Nora se preguntó cómo lo habría averiguado, pero no le quedaban fuerzas para pensar en ello. El colchón de helechos era realmente blando. Además, los arbustos y flores del lugar impregnaban la noche de una fragancia embriagadora. En otras circunstancias habría disfrutado de ese «lecho nupcial». Resignada, permitió que Akwasi la tendiera boca arriba, pero con las últimas fuerzas que le quedaban impidió que le rasgara el vestido.

—No lo rompas —dijo—. O… o todos los demás me verán desnuda.

Nora no sintió ningún temor, antes bien tedio e indiferencia, cuando se levantó el vestido. Nunca había sentido un dolor especial cuando Elias la penetraba. El modo rápido y poco estimulante con que le sobaba los pechos y el sexo bastaba para humedecerla un poco. Y Nora no tardaba en excitarse si le dejaban unos segundos para ver el rostro de Simon ante sus ojos cerrados. No moría de dicha, como pocas horas antes, cuando se encontraba en brazos de Doug, pero tampoco sufría. A veces se quedaba casi medio dormida cuando Elias se esforzaba encima de ella. Y ahora que estaba exhausta…

Akwasi apenas esperó a que se hubiera levantado la falda. Le agarró los pechos con brusquedad, no parecía el mismo de aquellas caricias rudas pero amorosas en el pajar. Aquella noche él quería amarla, pero al parecer ahora solo trataba de humillarla. Nora gritó cuando él separó sus muslos y la penetró sin prepararla. Y gimió de dolor con cada embestida brutal. Le parecía que había transcurrido una eternidad cuando por fin él se separó de ella.

—¡Ha estado bien! —dijo el negro, sonriendo irónico—. Mucho mejor que última vez.

—¿Mejor? —repuso Nora enojada—. Pero yo… Me hacía daño.

Akwasi asintió.

—Tiene que ser así —aseguró—. Así se hace en África. Una mujer buena no se moja. Solo las putas disfrutan…

Se tendió junto a ella y pareció dormirse al momento. Nora permaneció despierta, intentando mitigar el dolor de su sexo, herido y sangrante, y el temor de lo que la aguardaba en Nanny Town.

Salvo la anterior sirvienta doméstica y la pequeña Mansah, que empezó a llorar cuando los cimarrones la arrancaron de un sueño profundo pocas horas después, a nadie del grupo le molestó reanudar muy pronto el camino. Al contrario, los hombres estaban animados. Por fin llegarían a Nanny Town, una ciudad de negros libres, un lugar con el que muchos de ellos habían soñado durante años. Solo allí se sentirían totalmente seguros y por lo visto también su jefe. Volvía a avanzar casi corriendo. Tras unos pocos pasos, Nora volvía a estar sin respiración y luchando no solo con el dolor de pies, sino con la irritación en la ingle. Además, caminaban siempre cuesta arriba. Nanny Town estaba en lo alto de las montañas.

Cuando alcanzaron el río Stony, los hombres estallaron en gritos de júbilo. El río ofrecía un panorama arrebatador a la última luz de la luna y la primera del sol, que reflejaba como una cinta plateada. Los cimarrones siguieron su curso unos kilómetros más y por fin Nanny Town se alzó ante ellos. Al principio, los recién llegados apenas distinguieron el pueblo. Las construcciones de los ashanti se insertaban con tal armonía en el paisaje que apenas se reconocían a la tenue luz del amanecer. No obstante, los centinelas vieron la caravana de hombres y animales casi a un kilómetro de distancia y anunciaron su presencia haciendo sonar los cuernos. Los recién llegados se sobresaltaron, creyendo que se trataba de una emboscada.

De repente, de la maleza que flanqueaba el río salieron varios hombres que antes habían permanecido invisibles de tan inmóviles, vigilando los caminos. Los negros, fuertes y bien provistos de armas, saludaron dando muestras de alegría y respeto a Máanu y sus cinco acompañantes. Esa aventura elevaría la reputación de los hombres como guerreros y también la consideración en que ya tenían a Máanu.

Nora se arrastró con las últimas fuerzas que le quedaban por el empinado sendero hacia la ciudad. Soñaba con un sitio donde dejarse caer. Si Akwasi quería volver a poseerla, que lo hiciera; a esas alturas creía estar demasiado agotada hasta para sentir dolor. Se conformaba con que después la dejara descansar. El corazón le palpitaba y jadeaba casi sin resuello cuando por fin llegaron al poblado.

Pero su martirio no había concluido aún. El sol había salido por completo y las calles y caminos de Nanny Town estaban llenos de hombres, mujeres y niños que miraban a Akwasi y su extraño trofeo de guerra. Un par de mujeres negras lanzaron insultos a la blanca y una le escupió. Nora intentó no hacer caso. Todo lo que quería era dormir. Ya pensaría luego acerca de todo lo demás.

Los cimarrones condujeron triunfalmente a sus protegidos, junto a los animales cargados con el abundante botín, y detuvieron la caravana en la plaza. La mayoría de los antiguos esclavos, agotados por la dura marcha y abrumados por tantas impresiones, se desplomaron en el suelo apisonado. Los habitantes de la ciudad, atraídos por las historias de los exitosos guerreros, les suministraron agua, fruta y pan ácimo untado con una especie de papilla de mijo. Los recién llegados devoraban la comida, pero a Nora no le dieron nada. A la mujer blanca solo le dedicaban miradas incrédulas o malvadas.

Entonces una mujer menuda, de apariencia insignificante, salió de una de las cabañas circulares que rodeaban la plaza. Nora apenas la distinguía. Se había desplomado algo alejada de los esclavos liberados, vigilada por Akwasi, cuyo fornido cuerpo le impedía la visión de los acontecimientos. Los recién llegados reaccionaron con susurros emocionados y los habitantes de Nanny Town con vivas. Así pues, aquella mujer menuda era la Abuela Nanny, la Reina. Nora observó atónita que el bullicio de la plaza cesó cuando la mujer alzó la voz.

—Así que has regresado, Máanu, ¡hija!

Un rumor apenas audible. «Hija» debía de ser un título honorífico.

—Tal como te anuncié, Reina Nanny. ¡Con un valioso botín y refuerzos para la tribu! —Las palabras de Máanu tenían un tono triunfal.

—¿Y conseguiste liberar a tu hermana?

Nora contuvo el aliento. A pesar suyo, su respeto por Máanu creció. El odio de la joven hacia el backra, junto con el amor que sentía por su hermana, le habían permitido planear esa expedición. Una sola muchacha había vencido a Elias.

—¡Sí! —exclamó Máanu.

Nora supuso que empujaba hacia delante a su hermana. Mansah volvía a llorar.

—¿Esta? —preguntó Nanny, sarcástica—. ¿Esta llorona? ¿Valía la pena el esfuerzo? Bueno, tú sabrás. ¿Arde ese hombre en el infierno?

—¡En el más profundo y oscuro infierno! —respondió Máanu.

—Bien, mañana celebraremos una ceremonia para conjurar a su duppy. Y tú… Los hombres han de construir una casa para ti y tu hermana… y tu hombre, si es que eliges alguno. —Un nuevo rumor se dejó oír entre la gente. También esto parecía una recompensa. Máanu había ascendido en la jerarquía de Nanny Town—. ¿Dónde está el esclavo que ha traído una mujer blanca?

Nora aguzó el oído, asustada, y Akwasi se sobresaltó. ¿Cómo lo sabía la Reina? Era probable que en los últimos kilómetros antes de llegar a Nanny Town todos los arbustos tuvieran ojos y oídos.

Uno de los cimarrones señaló a Akwasi y Nora y la muchedumbre se separó frente a ellos. Nora se encogió. No quería mostrarse ante esa gente. No estaba preparada para presentarse ante la Reina y su voz afilada e irónica. Tenía el vestido arrugado, desgarrado y empapado en sudor, los pies le sangraban y tenía los brazos y la cara surcados de magulladuras y arañazos. El cabello sucio, húmedo y enredado colgaba alrededor del rostro agotado y demacrado. Nora quería dormir o morir, pero no presentarse ante una reina.

Un guerrero tiró de ella para levantarla. Akwasi ya estaba delante de la Abuela Nanny.

—¡Soy yo! —respondió con orgullo—. Akwasi. La quiero, siempre la he querido. Y yo he matado a su señor.

—¿Tú has matado al backra? —preguntó Nanny con respeto.

Conocía los escrúpulos de muchos esclavos a la hora de actuar contra sus odiados señores.

Akwasi asintió.

—Lo hemos hecho juntos —aclaró—. Pero yo fui el que le arrancó la cabeza del cuerpo. De lo que todavía quedaba de él. Así que ella me pertenece.

Nora se estremeció de horror.

—No estés tan seguro, Akwasi —señaló Nanny—. Aquí el botín pertenece a todos. Y por regla general no tomamos cautivos.

—¿Está prohibido tener esclavos en tu ciudad? —preguntó Akwasi—. Tú eres ashanti.

Nanny resopló.

—Yo era ashanti —respondió—. Y es cierto, siempre tuvimos esclavos. Vivíamos del comercio de esclavos. Pero esta es mi tribu. Y hasta ahora no hemos tenido ninguno.

En Nora despertó algo parecido a la esperanza. Si Nanny rechazaba que se tuvieran esclavos…

—¿Porque lo prohíben los dioses? —preguntó Akwasi con ironía—. ¿Tal como solía decir nuestro hombre obeah?

Nanny rio, pero sonó como el graznido de un pájaro en la jungla.

—Los dioses no me importan —dijo—. Ellos se ocupan de sus asuntos; yo, de los míos. Pero aquí formamos una tribu. Me pertenece a mí, a Quao, Cudjoe y Accompong. Las montañas son demasiado pequeñas para albergar distintas tribus. Si luchamos entre nosotros y cogemos esclavos nos debilitaremos. Por eso ya no enviamos de regreso a nadie, ni siquiera a cambio de un rescate. Nos debilita.

Nora se desanimó. Nanny hablaba de estrategia, no de humanidad ni de un rechazo moral de la esclavitud.

—Es blanca —indicó Akwasi.

—Eso complica el asunto… —Nanny suspiró—. Si fuera negra, en algún momento se resignaría a su destino. La quieres para yacer con ella, ¿no? —Akwasi asintió—. Y eres un hombre apuesto, una negra acabaría apreciando lo que vales. Pero ¿una blanca? Surgirán problemas, joven.

Akwasi se enderezó.

—¡Me las apañaré! —dijo con vehemencia.

Nanny rio.

—Yo no hablaba de problemas nocturnos. Pero ¿qué hará durante el día? ¿Cultivar tu campo? ¿Ocuparse de tu casa como una mujer negra? ¿Mientras las otras cotillean porque no quieres a una de ellas? Tenemos muchos más hombres que mujeres, Akwasi.

—Reina Nanny, cuando te trajeron de África, ¿te preguntó alguien si querías cultivar los campos de los blancos? —inquirió Akwasi—. ¿Y lo que dirían las mujeres blancas cuando el backra te forzara a yacer con él?

Nanny volvió a graznar y sus ojos centellearon. La discusión con Akwasi parecía divertirla.

—Tienes respuesta para todo, joven guerrero. ¡Enséñame a la muchacha!

Miró a Nora, que tenía la cabeza baja e intentaba esconder el rostro tras la melena. El guerrero que la sostenía le tiró del pelo para que alzara el semblante y la Reina pudiera verle la cara.

—¿Qué dices tú, missis blanca? —preguntó—. ¿Quieres servirlo o morir?

Nora miró sus ojos vivaces y penetrantes, su pequeña cara negra, que podría haber sido la de un gnomo o un hada. Pensó en lo que debía hacer o decir.

—¡Nunca le he hecho nada! —salió de sus labios—. ¡No he hecho absolutamente nada malo a nadie…!

Oyó una fuerte carcajada. Máanu.

—Esa no era la pregunta —respondió con calma Nanny—. Pero por si quieres saberlo: tampoco yo había hecho nada a nadie cuando me sacaron de mi aldea.

—Yo siempre he ayudado, siempre he hecho por vuestra gente lo que he podido. Yo siempre… siempre he estado contra la esclavitud…

Todos rieron. Nora bajó la vista avergonzada. Debía detenerse, estaba haciendo el ridículo. Era mejor responder a las preguntas de Nanny. A nadie le interesaba que se justificara.

—Quiero vivir —respondió.

Nanny asintió.

—Una buena contestación. Es posible que te arrepientas. Ya has oído, Akwasi, quiere servirte. ¿La quieres como esposa o como esclava?

Akwasi miró a Nora, que le sostuvo la mirada. Akwasi dudó. Había amado a Nora con todo su corazón, pero ella le había engañado. Igual que Doug. Todos eran iguales.

—¡Como esclava! —declaró inmisericorde.

Nora volvió a bajar la vista.

Nanny arqueó las cejas.

—Entonces quédatela. Pero no quiero oír quejas. De ninguno de vosotros. Vete ahora. Se asignarán los nuevos alojamientos, pero tu esclava se queda fuera, no quiero que nadie se sienta forzado a compartir la cabaña con una blanca. Mañana le construyes una. O preocúpate de que ella te construya una. Haz con ella lo que se te antoje.