Máanu sabía que nunca encontraría a los cimarrones. Aunque supiera orientarse en las Blue Mountains o tuviera una noción de dónde se hallaba el río Stony. De todos modos, tenía la certeza de que los negros libres la capturarían. Los cimarrones de Barlovento tenían fama de estar estupendamente organizados, detrás de cada árbol podía esconderse un vigía. Solo se preguntaba si entonces la llevarían ante la Abuela Nanny o si tal vez la entregarían al backra. Seguro que los propietarios de las plantaciones pagaban una recompensa cuando los cimarrones les devolvían un fugitivo. Por otra parte, también podía acabar en el territorio gobernado por Cudjoe o en el área de Accompong.
Pese a ello, Máanu esperaba que los espíritus la guiaran hacia el camino del pueblo y luego al corazón de la Reina Nanny ashanti. No quería ni pensar en los peligros que correría entre los cimarrones. Se había sentido segura una vez abandonado Kingston. Había plantaciones en torno a la ciudad y ella no tenía que desviarse de la dirección que la conduciría hacia las oscuras montañas. Pero la primera noche ya estaba muerta de miedo de que la descubriesen y apresasen. Un vigilante que estuviera patrullando; un hacendado de vuelta de una visita a Kingston; en el peor de los casos una cuadrilla de búsqueda que fuera detrás de otro esclavo huido… y lo peor: una partida de jinetes que fuera tras ella. Nora debía de haberse percatado de su ausencia por la tarde. Si había informado enseguida al backra…
Pero Máanu tenía suerte. Al despuntar el día dejó las plantaciones a sus espaldas y llegó a las faldas de las Blue Mountains. A partir de ahí no paró de avanzar cuesta arriba. Se abrió paso entre las palmeras y los bambúes; en lo alto, más lejos, dominaban los líquenes y el monte bajo. Vadeó arroyos y nadó por ríos, pero no se detuvo a admirar la belleza de la montaña. Debía darse prisa, su misión era la última esperanza para Mansah. Así pues, avanzó siempre hacia el norte o el noreste. En algún punto de esa zona estaba Portland Parish, y por allí se hallaba Nanny Town.
Los cimarrones encontraron a la agotada muchacha el segundo día de su viaje. Máanu se alegró de ello, estaba cansada y hambrienta. Las pocas provisiones que había llevado para su precipitada huida hacía tiempo que se habían agotado. Sin embargo, se sobresaltó cuando oyó el sonido de un cuerno y dos negros fornidos salieron de la maleza.
—¿Quién eres? ¿Dónde ir? ¿Qué quieres? —preguntó el de mayor edad.
—Soy Máanu —se presentó la joven—. Me he marchado de Cascarilla Gardens, una plantación que está detrás de Spanish Town…
—Gran plantación —señaló el hombre con un gesto de asentimiento—. Fortnam. Elias Fortnam.
La chica asintió.
—Quiero ir a Nanny Town. Tengo que hablar con la Reina.
Los hombres rieron.
—A saber si la Reina querrá hablar con una pequeña esclava —se burló el más joven.
—Basta con que me llevéis —respondió Máanu decidida—. ¿Esto… esto es Portland Parish?
—Es la tierra de la Reina Nanny y el Rey Quao —confirmó el de más edad—. Pero nosotros no saber, ¿estás sola? ¿No traer cazadores aquí? Raro, una niña sola…
—No soy una niña —protestó Máanu—. Soy una mujer y he venido a ver a la Reina. Dicen que es baarm madda…
Se decía que la Abuela Nanny disponía de conocimientos sobre la medicina de las plantas.
Los hombres rieron.
—¿Y vosotros no tenéis ninguna en vuestra plantación? —preguntó el joven.
Máanu le sostuvo la mirada.
—Ninguna que mande sobre espíritus tan poderosos —respondió.
—¿Te envía hombre obeah? —preguntó el mayor, dubitativo.
—¡A mí no me envía nadie! O sí. Me envían… me envían cuatro duppies. Cuatro duppies que piden venganza. Ellos… ellos pueden ponerse muy furiosos cuando alguien se cruza en su camino.
Máanu intentaba imprimir todo su poder de convicción en las palabras, aunque no creía que los espíritus de cuatro niñas tuvieran mucho peso. Pero hasta ahí, la habían guiado con éxito.
—Nosotros llevarlos a Nanny Town —decidió el mayor—. Tener que decir lo que quieren…
Máanu suspiró aliviada, aunque bien es cierto que a los hombres no les quedaba otro remedio. Claro que podían limitarse a dejar que la joven siguiera vagando por ahí o matarla, pero Máanu no concebía que alguien enviase al bosque a los guardianes de Nanny Town con ese cometido.
Luego constató que casi podría haber llegado por sí misma a la población. Siguió a los hombres durante una media hora a través de los senderos cubiertos de vegetación hasta el río Stony. Desde allí, la población se veía con nitidez, nadie se había tomado la molestia de camuflarla. Pero en el fondo tampoco era necesario. No había que ser un gran estratega para reconocer que era más una defensa que un escondite. Nanny Town estaba situada en la cresta de una montaña con unas vistas espléndidas al río. Nadie podía acercarse al poblado o cruzar el río sin ser visto. Máanu comprendió entonces por qué se referían a ese asentamiento como si fuera una ciudad. Era, en efecto, mucho más grande que los caseríos de los esclavos en las plantaciones. En la colina se extendían más de cien cabañas y casas, algunas realmente grandes, alrededor de las cuales se desplegaban huertos y campos.
Máanu y sus guías cruzaron el río en una balsa y subieron a la cresta por escarpados senderos. Un atacante no tendría ahí oportunidad ninguna. Nadie podría tomar por asalto esa fortaleza, pues continuamente se necesitaba de las dos manos para agarrarse a las paredes de piedra. A Máanu casi le faltaba el aliento cuando llegaron a lo alto.
—¿Y ahora? —preguntó uno de los hombres al otro—. ¿Llevarla de verdad a la Reina?
Máanu hizo acopio de paciencia. Los hombres se daban aires de importantes, pero estaban obligados a informar de la presencia de una intrusa. Seguro que encontraban a menudo esclavos fugitivos y sin duda se los interrogaba antes de permitirles quedarse o asentarse allí. Tal vez no fuera la misma Nanny o su hermano Quao quienes se encargaran en persona de ello, pero seguro que eran personajes importantes. Máanu podría presentar su solicitud.
En efecto, al final la condujeron a una casa en el centro del poblado. Era una cabaña redonda, muy distinta de las de los caseríos de los esclavos, probablemente la habían construido al estilo africano. Máanu sintió crecer sus esperanzas. A lo mejor llegaba realmente a conocer a la Reina. Si consiguiera convencerla, si escuchara la súplica de una desesperada y andrajosa esclava…
Máanu estaba muy nerviosa, pero tenía que ser fuerte. Lanzó una mirada furtiva por encima del hombro y halló consuelo en la sonrisa de un espíritu pequeño y de pelo crespo.
Elias Fortnam se puso furioso cuando Nora acabó por comunicarle que su doncella llevaba cuatro días sin aparecer.
—La envié a Keensley porque una curandera tiene unas hierbas especiales, pero no ha vuelto —resumió.
—¿Y has esperado tantos días antes de informarme? —vociferó Fortnam—. Por todos los santos, mujer, de la plantación Keensley se llega en un día. Se va y se viene en un día.
—Supuse que seguiría con la baarm madda —se disculpó Nora—. No siempre tiene las hierbas en casa y…
—¿Tu doncella tenía que quedarse sentada a esperar a que crecieran o qué? Pero ¿dónde se ha visto algo así? Enviarla a Keensley por unas hierbas… ¿Acaso en la tierra de Keensley crece algo que no crezca aquí? ¿Y no se podía enviar a un mozo de cuadra? Máanu es una doncella, Nora, ¡una doncella! Su tarea es peinar, mantener la ropa en buen estado, ayudarte a vestir. Es valiosa, Nora, a una doncella no se la envía a buscar un par de hierbajos y sin decirle cuándo ha de estar de vuelta. —Elias se paseaba por la habitación encolerizado.
—Precisamente porque es una criada doméstica —prosiguió Nora—, confié en que…
—Bueno, ¡al menos habrás aprendido algo! —bufó Elias—. ¡Nunca confíes en un negro! Aunque podría habernos salido más barato. ¡Tu lección me cuesta doscientas libras!
—Si es que no vuelve —terció Doug—. Y en ese caso, la encontraremos. Pero seguro que regresa por voluntad propia.
—¡Seguro! La chica solo se ha demorado porque quería visitar a su tía —se rio Elias—. ¿Y con qué más sueñan los amigos de los negros por la noche?
—En todo caso, es mi esclava —intervino Nora con gravedad—. Me pertenece a mí, y si se ha marchado es mi pérdida. Yo…
—Ah, ¿así que te la has pagado tú misma, no? —La voz de Elias adquirió un matiz amenazador—. Nora, cariño mío, al parecer todavía te queda mucho que aprender. ¡Tuyo, aquí, no hay nada! Solo faltaría que tuvieras poder de disposición sobre los negros: los mimarías y les darías tres comidas al día. Esa negra es mía y solo mía, ¿entiendes? Bien, ahora intentaremos recuperarla. Después de media semana la cosa pinta mal, pero ahora mismo informaré a los Keensley. Que sus perros busquen el rastro, si es que realmente visitó a esa bruja negra.
Se precipitó al exterior dejando plantada a Nora, quien de repente supo exactamente cómo debía de haberse sentido Doug catorce años atrás, cuando le quitaron a Akwasi. Para el joven debía de haber sido todavía peor. A fin de cuentas, Máanu estaba en libertad y Elias, por más enfadado que estuviera, no podía castigar a su esposa. Doug, por el contrario, debía de haber visto cómo encerraban y azotaban a Akwasi.
El joven le puso una mano en el hombro. No se atrevieron a un gesto más íntimo.
—No te preocupes, no la encontrarán —dijo tranquilizador—. En cualquier caso, no si no ha hecho ninguna locura, como ocultarse con un amante de otra plantación o algo similar. Suele ocurrir cuando las mujeres huyen. Pero no creo que Máanu haya actuado así.
Nora sacudió la cabeza.
—Yo tampoco. Ak… Akwasi sigue aquí, ¿no?
Por lo que ella sabía, Akwasi era el único de quien Máanu había estado enamorada.
—Claro —respondió Doug—. Si falta un negro del campo enseguida se dan cuenta. No tienen ninguna posibilidad.
—Pero ¿la tiene Máanu? ¿Adónde… adónde crees que habrá ido?
Doug sonrió.
—¿Pues adónde va a ser, Nora? A las montañas, por supuesto. Si todo ha ido bien, ya hace tiempo que estará con los cimarrones.
—¿Y por qué crees que tengo que ayudarte?
La voz de la mujer era fría, pero aun así había indicado a Máanu que tomara asiento en una de las alfombras tejidas que había bajo su trono y la había escuchado. La Abuela Nanny, la Reina, se hallaba sentada en una banqueta artísticamente tallada. El asiento descansaba sobre patas similares a sólidas columnas con símbolos tallados. Se había erigido una especie de estrado para la líder de los cimarrones. Era una mujer delgada y nervuda, cuya vestimenta occidental contrastaba con el kraal que se había hecho construir. Era oscura, muy menuda para ser una mujer ashanti, y de rostro impasible. Sus ojos eran peculiares: negros como el carbón, tras ellos parecía arder un fuego, y su mirada era tan penetrante que Máanu se sentía desnuda.
—Porque… porque es mi hermana, Reina Nanny. Es una niña bonita y cariñosa. Y con ella pasará lo mismo que con las otras. Como con… conmigo…
Máanu bajó la vista al suelo.
—Tú has sobrevivido —respondió Nanny lacónica.
Hablaba un inglés muy correcto, aunque con un deje de acento extranjero. Máanu recordó que la habían llevado a Jamaica siendo una niña. Había aprendido la lengua en la isla, pero no se había limitado al idioma elemental de los esclavos.
—También yo perdí a un niño —contestó Máanu con voz ahogada—, y casi morí. Todavía conservo la cicatriz.
—Todas la llevamos —señaló Nanny—. Tu hermana no es la primera ni será la última a la que posea un hombre blanco.
—Pero… pero ¡no así! —replicó Máanu—. ¡No tan pronto!
Se sentía al borde del llanto, aunque no recordaba cuándo había llorado por última vez.
Nanny arqueó las cejas.
—Así o de otra forma, hoy o mañana. Yo no puedo cambiarlo y tú tampoco. Asúmelo. O dame una razón más sólida por la que deba asaltar una plantación situada a casi cincuenta kilómetros de aquí.
La Reina cogió una de las frutas que había en un cesto junto a su trono.
—¡Asaltáis continuamente plantaciones! —exclamó Máanu—. Y Cascarilla es rica. Tus guardianes la conocen. Es…
—Todo el mundo conoce la plantación —dijo Nanny mientras pelaba la fruta—. Pero está muy lejos. Sería demasiado arriesgado. No podemos enviar cincuenta guerreros hasta allí para que saqueen la plantación. Es probable que no pasaran desapercibidos, pero bueno, podrían llegar. Sin embargo, ¡nunca lograrían regresar si arde Cascarilla Gardens! Nos cazarían como conejos. No es posible, muchacha, lo siento.
Máanu pensó compungida. Luego se inclinó hacia delante.
—No se necesitan cincuenta hombres, Reina Nanny. Dame… ¡dame solo cinco!
Los perros no encontraron ningún rastro en los caseríos de los esclavos, ni en el de los Keensley ni en el de los Hollister. Christopher Keensley se mostró sumamente colaborador e hizo cuanto pudo por ayudar a Elias. Incluso azotó a la baarm madda a quien, se suponía, había visitado la muchacha. La mujer, claro está, no sabía nada y se mantuvo firme en su negativa pese al castigo.
Elias lo intentó en su propia plantación, pero ya había pasado una semana desde la huida de la esclava y había llovido cada día. Ningún perro podría seguir su rastro.
—Si se dirigió a las montañas, ya habrá encontrado a los cimarrones —concluyó disgustado tras tres días de búsqueda. Había dado por terminada la caza y estaba cenando con su esposa y su hijo—. Ya podemos dar por perdida a esa desgraciada. Tú eres la culpable, Nora. Espero que seas consciente de ello.
—Claro —respondió Nora sumisa, sin levantar la vista del plato. De ninguna manera iba a permitir que Elias descubriera la chispa de triunfo que brillaba en sus ojos—. Lo siento mucho, fui muy descuidada. No hace falta que me compres ninguna doncella. Formaré a la pequeña Mansah.
Elias resopló y retiró su plato. No había tocado el ligero entrante, pero ya olía a ron. Era probable que hubiera aplacado su enfado por la frustrada cacería bebiendo con Keensley.
—¿Mandy? ¿La hermana? No lo permitiré, la misma sangre, los mismos modales. Tendría que haber enviado antes a Kitty a los campos…
—¿Cuando enviaste a Akwasi? —preguntó Doug, peligrosamente sereno.
Solo había participado en la búsqueda de Máanu el primer día, o al menos eso fingió. Había pasado los dos últimos días en Kingston.
Elias lo miró irritado.
—Sí, cuando envié con un buen motivo a tu amigo negro a los campos. Al menos, ese sigue aquí. Con el látigo es como se los controla mejor. Y ahora no quiero oír hablar más de esto. Nora, me encargaré de buscarte una doncella en Kingston. Y no hay peros que valgan, dispondrás del servicio que corresponde a tu rango. Y en adelante te comportarás como una dama. Que cuides un poco de los enfermos es bonito y está bien. Pero ni una visita más a las brujas negras. Y si necesitas ayuda en el caserío de los esclavos, ya encontraremos a alguna chica de la cocina o del campo. La doncella se queda en casa. Solo faltaría que le echase el ojo a uno de los negros del campo y volvamos a tener problemas.
—Pero… —Nora quiso protestar, pero Elias se levantó sin esperar el plato principal.
—Voy arriba —anunció, y se volvió hacia el criado que acaba de entrar con la comida—. Dile a Addy que me envíe más tarde una bebida para antes de dormir.
Nora estrujó la servilleta en la mano. No debía perder la calma. Fuera lo que fuese lo que ella adujera, Elias no iba a tranquilizarse esa noche. Por lo general, solía estar de mejor humor al día siguiente. Nora se preguntó qué debía echarle Adwea en el ponche de ron. Después de esa bebida nocturna se lo veía más pacífico y sereno.
El criado pareció algo confuso, pero se repuso y empezó a servir a Nora y Doug. Ambos se conformaron con poco. Ya antes de la cena, Nora no tenía apetito, y la atmósfera tensa de la mesa había empeorado la situación. Abatida, sacó el pañuelo del bolsillo y se secó la frente antes de coger sin gran entusiasmo la cuchara de la sopa. Doug, que estaba sentado frente a ella, le sonrió por encima de las copas de vino.
—La cacería ha terminado —señaló animado—. Pinta bien para Máanu. Espero que sea feliz.
—Yo también —musitó Nora—. Pero…
Se había reprimido hasta ese momento, pero ahora las lágrimas pugnaban por salir. Era demasiado, Máanu, el nuevo rapapolvo de Elias y la conciencia de no poder seguir protegiendo a Mansah. Hasta entonces había evitado pensar demasiado en su futuro. Amaba la isla, se las apañaba con su esposo, pero este cada vez se mostraba más insoportable. No podría pasar diez o veinte años más con él, ¡y tampoco quería perder a Doug!
Nora ya no podía negarlo: sentía más por su hijastro de lo que podría disimular a la larga; si no permitía que de vez en cuando la abrazara y la besara, si no se lo permitía ¡se marchitaría! Y él tampoco soportaría no tocarla nunca más. En algún momento él se marcharía y ella no lo soportaría. Intentó llevarse una cucharada a la boca, pero su estómago se rebelaba. A la larga, su relación terminaría en una aventura ilícita. Y si Elias los descubría…
Doug pareció leerle el pensamiento. Apoyó con dulzura su mano sobre la de ella.
—No te preocupes tanto —dijo con ternura—. Deja simplemente que suceda…
Su voz era seductora y tierna. Nora apenas era capaz de contener las lágrimas.
—Pero ¡no puedo! —susurró—. Si nos ven…
Doug le tomó la mano y se la besó.
—Entonces nos marcharemos. —Sonrió—. Como Máanu.
—Pero es imposible… La gente…
Nora sabía que no era más que un pretexto. En el fondo no tenía miedo a los cotilleos, sino de Elias. Aunque se había ido, su presencia todavía se percibía en la habitación. Sin embargo, las dulces caricias de Doug en su mano desterraron a los espíritus agoreros. Nora sentía que algo en su interior se ablandaba.
—¿No estás ya acostumbrada a los escándalos? —musitó el joven—. Ven conmigo, Nora. Cuidaré de ti. Ahora y siempre…
Doug la condujo escaleras arriba, sin encender ninguna luz, y la amó lenta y tiernamente en la oscuridad de su habitación. Apagaron las velas y el propio Doug se encargó de desvestirla, hábil y cuidadosamente, a la luz de la luna llena que entraba por la ventana.
—Lo mejor es que te tenga a ti de doncella. —Nora sonrió cuando él le soltó el cabello y se lo cepilló suavemente, besándola una y otra vez en la nuca.
—Estoy a tu servicio —murmuró él, deslizando los labios por sus hombros.
A continuación, la llevó a la cama, la acarició y le susurró palabras cariñosas mientras la penetraba. Tiempo atrás, Nora había sentido con Simon una pizca de lo que podía significar ser amada. Pero en esos momentos, la calidez y el dulce deseo que había experimentado con su primer amor crecieron hasta formar un torbellino de sensaciones.
—Me has llevado hasta la luna —murmuró cuando lentamente, como mecida por ángeles, volvió a la realidad.
Doug rio.
—Siempre te ha gustado viajar. Podemos probar si llegamos hasta Venus… Pero antes me contarás esos escándalos en que te viste envuelta en Inglaterra. Nada de objeciones, Nora Fortnam, de soltera Reed. ¡Quiero saberlo todo!
Ella se ruborizó. Descansaba en sus brazos y se sentía confiada y segura. ¿Tenía realmente que despertar al espíritu de Simon? ¿O ya hacía tiempo que estaba ahí y sonreía…? Buscó a tientas el colgante con el anillo del muchacho, que llevaba como casi siempre. No ardía en su piel.
—De acuerdo… —murmuró, intentando no pensar en los espíritus, ni en el bueno de Simon, ni en el malo de Elias—. Yo… —No sabía exactamente por dónde empezar—. Había una vez un hombre —dijo al final—. Un… un lord. No un barón del azúcar, sino un auténtico lord. Y sabía… sabía contar historias preciosas…
Nora parecía embelesada al invocar el espíritu de su amado. Con una voz cantarina unas veces y otras ahogada, describió el carácter tierno y dulce de Simon, los sueños que habían compartido y, finalmente, la muerte del muchacho entre sus brazos.
—Así que por eso te casaste con mi padre —dijo Doug en voz baja, cuando ella hubo terminado—. Querías venir aquí. Buscabas la isla de Simon.
Ella asintió.
—Y te he encontrado a ti —murmuró—. Pero no sé si… si…
El joven sonrió.
—¿Si Simon bendecirá nuestra unión? Bien, si esto te tranquiliza, mañana iremos a ver al hombre obeah con un pollo. ¿O nos arriesgamos? ¿Probamos a ver si cae un rayo mientras hacemos otra vez el amor?
Naturalmente, no cayó ningún rayo, si bien su segunda unión les condujo a un éxtasis y un placer todavía mayores que la primera. Después de haber contado su historia, Nora se sentía liberada, y también Doug parecía haberse quitado un peso de encima. Tal vez traicionaba al espíritu de Simon con Nora Fortnam, pero seguro que no a su padre.
Al final, la joven yació en sus brazos y ambos dejaron vagar sus pensamientos.
—¿Te quedas conmigo esta noche? —preguntó Nora.
Doug asintió.
—Si así lo deseas. Basta con que me vaya antes de que venga Adwea. En esta casa no hay secretos. Y tampoco me fío de ese Terry, el ayuda de cámara de mi padre. Por las noches anda por aquí a hurtadillas. Y eso que yo pensaba que mi padre no permitía a ningún negro dormir en la casa.
También a Nora le sorprendió esto. Había dejado que Máanu pernoctara alguna noche en la casa, cuando la relación entre ella y la doncella era mejor, pero Elias siempre lo había censurado duramente.
Doug se incorporó y cogió la botella de vino que había subido anteriormente.
—Todavía está medio llena —observó—. Ven, cariño. Bebamos un sorbo antes de dormir.
Nora lo miró despreocupada y notó una extraña sensación. En realidad, esa noche todo iba bien. El vino resplandecía en las copas, la luna se reflejaba en él… Sin embargo, de repente la asaltó un vago temor. Una bebida para antes de dormir. «Dile a Addy que me envíe más tarde una bebida para antes de dormir… » ¿Se trataba solo de una inocente frase que tantas veces oía en labios de Elias? ¿O se trataba de algo más? ¿Había algo allí que hacía tiempo que debería haber entendido, pero que durante meses había pasado por alto?
«Dile a Addy que me envíe más tarde una bebida para antes de dormir… » Elias lo había repetido esa misma noche. Y el criado había reaccionado dejando casi caer la bandeja. ¿Y no había sido la misma frase que había pronunciado la noche anterior a que Sally perdiera su hijo? ¿La indirecta de Máanu como consecuencia de otro aborto? Nora recordó la respuesta de Adwea: «¿Hoy, backra?» A Nora la había asombrado. Y luego la pelea de Máanu con su madre, la desaparición de Máanu, y al final la exagerada reacción de Elias cuando Nora eligió a Mansah como doncella…
Las sospechas de Nora se trocaron en una certeza horrible. Agarró a Doug del brazo, hincándole las uñas, fuera de sí, en busca de un punto de apoyo.
—Doug, ven, ¡tenemos que intervenir! —lo apremió, y se maravilló de lo segura que sonaba su voz—. Ahora no puedo explicártelo, pero si no me equivoco, tu padre le está haciendo algo horroroso a Mansah.