—¡Te lo ruego, Nora, este no es un asunto para discutir en la mesa! —Elias bajó disgustado el tenedor con el que acababa de pinchar un trozo de bacalao con quingombó asado—. No es propio de una dama.
Nora había llegado tarde al desayuno y no le importó que los hombres fueran a perder el apetito a causa de lo que iba a contarles. Casi le repugnaba echarse azúcar en el té. Sin la avaricia de los blancos por el azúcar, Sally quizá seguiría viva en su aldea africana.
—Vaya, de eso no se hablaría entre hombres —observó Doug—. Al final, tú y yo no nos habríamos enterado de nada. ¿Crees que Máanu sabe algo, Nora? Se lo preguntaremos muy seriamente. Yo no soy de los que amenazan con el látigo, pero hemos de lograr que tenga más miedo de nosotros que del hombre que le ha hecho eso a la niña.
—Debe de ser un vigilante —dijo Nora—. Adwea no teme a nadie del caserío, pero tenía un miedo de muerte a dar la más mínima explicación.
—Aunque yo no me atrevería a amenazar a Adwea con un látigo —bromeó Doug—. Podría envenenarnos si la tratamos con demasiada dureza…
Nora fue incapaz de reír. Pero entonces Elias hizo una observación sorprendente.
—¡Aquí a nadie se le amenaza con un látigo! —declaró—. Sea lo que sea lo que esas mujeres dicen saber. Aquí no se le pide a nadie que culpe a nadie. Solo faltaría que los negros pudieran denunciar a sus vigilantes por lo que fuera. Esto lo aclararemos entre nosotros. Hablaré con los vigilantes y si averiguo quién fue, le restaré del salario lo que me costó Sally.
—¿Lo que te costó Sally? —se horrorizó Nora—. ¡Tenía doce años! ¡Y un hombre adulto y despreciable la violó y la dejó embarazada! ¡No creerás en serio que su pérdida se compensará cuando ese criminal te pague lo que te costó!
—¡Era una esclava! —replicó Elias con dureza—. Y ya que hablamos de costes… ¡por cincuenta libras tienes una niña como ella! Así que no hagas una montaña de esto.
Nora ardía de indignación. Le habría gustado arañarle la cara a su marido. En cambio, Doug permaneció sereno.
—Padre, esto no se soluciona así. Hay leyes sobre cómo debe tratarse a los esclavos, y está claro que no permiten que uno compre niños para torturarlos hasta la muerte.
Elias esbozó una mueca.
—¡No exageremos! A la chica no se la torturó hasta matarla, solo estaba embarazada. De acuerdo, la montaron un poco temprano… Pero ¿quién va a condenarnos por algo así? ¡Seguro que en los burdeles de Kingston ocurren cosas peores! También allí compran esclavas.
—¿Que la montaron?
Nora quería replicar algo, pero se quedó sin palabras.
—No deja de ser una buena observación —dijo Doug, que se esforzaba por conservar la calma—. La próxima vez que vaya a Kingston me informaré. A lo mejor alguno de nuestros vigilantes es tristemente célebre debido a su preferencia por putas muy jóvenes. Disculpa, Nora…
—No importa, Doug, no irás a creer que las damas de Kingston nunca han oído hablar de burdeles. Sea como sea, Elias, tienes que despedirlo cuando lo descubramos. —Le resultaba difícil hablar con su marido.
—Y no solo eso —añadió Doug—. Tienes que denunciarlo a las autoridades. La niña ha muerto, padre. ¡Ese hombre debería ser ahorcado!
Elias aceptó de mala gana que despediría al hombre cuando Doug y Nora le dieran su nombre.
—Pero solo cuando se confiese culpable —puntualizó—. ¡O nos lloverán denuncias por todas partes! Dales un dedo a los negros y se llevarán toda la mano…
Doug hizo una mueca.
—No te preocupes, padre. Cuando le haya ajustado las cuentas a ese tipo, lo confesará todo.
—Pero ¿por qué no lo dices, Máanu? Lo sabes. Y Doug y yo estamos a favor vuestro, nosotros…
Nora llevaba media hora tratando de convencer a su doncella, pero Máanu reaccionaba simplemente con risitas groseras y desagradables.
—La missis no querer saberlo —respondió en el inglés básico que sacaba de quicio a su señora—. Mejor cuando missis olvidar. Y backra Doug también…
No hubo manera de sonsacar a Máanu, que permanecía impertérrita. Por el contrario, el intento de que Adwea hablara acabó en lágrimas y lamentos.
—Yo no decir… A mí no poder forzar… tampoco cuando pegar… Por favor, no pegar, missis. Equivocada, missis, yo no tener que llamar a missis…
Nora se esforzaba por tranquilizar a la cocinera y aclararle que no tenía la intención de pegarle ni maltratarla.
—Adwea, piensa que ese hombre podría volver a hacerlo. ¡Por Dios, tienes una hija pequeña…!
Mencionar que el delito podía repetirse fue la gota que colmó el vaso. Adwea lloró y gritó aterrada de tal modo que Nora no pudo más que permanecer sentada a su lado, atónita, y acariciarle la espalda. La cocinera no parecía ni percatarse de que la tocaba. Se lamentó y lloró hasta que la voz furiosa de Elias preguntó por la siguiente comida. Entonces se controló y se dirigió a los fogones. Nora no había logrado nada.
—Adwea lo sabe todo y Máanu también. Pero se dejarían azotar antes que decir algo, porque están muy asustadas —le contó a Doug cuando los dos pudieron por fin salir a pasear a caballo.
Aun así, no disfrutaban de ninguna intimidad: la playa seguía inundada y en la plantación pululaban los esclavos que construían los nuevos alojamientos y realizaban los trabajos habituales, así como los blancos, que los obligaban a levantar primero las casas de los vigilantes.
Doug frunció el ceño.
—En los burdeles de Kingston tampoco saben nada —informó acerca de sus pesquisas—. Por supuesto hay clientes que maltratan a las chicas, pero ninguno de nuestra plantación.
—Ese comete sus desmanes aquí —observó Nora—. Me he enterado de que Sally no ha sido la única. La baarm madda dice que han muerto varias niñas en Cascarilla Gardens. Tres en los últimos… bueno, es difícil de calcular, las mujeres negras no se rigen por los años del calendario, pero yo diría que en los últimos diez años… Una por un parto fallido como Sally; otra se ahogó en el estanque, y otra se colgó.
—¿Diez años? —preguntó Doug—. Bien, entonces las sospechas no recaerán en mí.
Nora lo miró desconcertada.
—¡Nadie habría sospechado de ti! —contestó.
Doug se frotó la frente.
—¿Por qué no? Mira cómo se comporta Máanu. Parece ver en mí la encarnación de todo lo malo.
Nora rio.
—Tú solo eres el segundo malo —se burló de él—. La encarnación absoluta del mal es el backra…
Más tarde recordaría esas palabras, pero en ese momento las dijo solo con intención sarcástica. A fin de cuentas, Elias se había casado con ella, y antes con la madre de Doug. Era un hombre tosco, pero a ella siempre la había tratado con respeto. Nunca le quedaban hematomas después de que la poseyera, aparte de que había sido él quien la había desvirgado. Elias no podía ser… ni hablar.
Después del fracaso de las pesquisas de Doug y Nora, la calma volvió a reinar en Cascarilla Gardens a la semana siguiente. El nuevo caserío de los esclavos se elevó en un lugar más alto y los criados se mudaron de las casas y los establos a sus propias cabañas. Nora reemprendió la asistencia a los enfermos e hizo levantar en el nuevo asentamiento una pequeña enfermería de verdad. Cada día iba al caserío y echaba un vistazo a las escasas muchachas jóvenes que vivían en la plantación. Una de ellas eras Mansah, la hija menor de Adwea, pero Nora no temía por ella, ya que la pequeña estaba casi continuamente con su madre. Se preveía instruirla para que se convirtiese en la sucesora de Adwea y todo el día la ayudaba en la cocina.
Unas semanas después de la muerte de Sally, Nora se encontró con Mansah dando brillo a los muebles del salón.
—¡Qué bien lo haces! —la elogió amistosamente, y era cierto que la mesilla auxiliar que la pequeña acababa de pulir pocas veces había brillado tanto—. En adelante, ¿quieres ayudar también en casa?
Mansah negó con seriedad.
—Solo Mama Adwe dice tener que hacer. Porque si no ninguna doncella…
Parecía triste. Con la muerte de Sally y Annie, que se había ahogado, se había quedado sin sus amigas y compañeras de juegos.
—Ya —respondió Nora—. Hablaré con el backra y Mama Adwe. Seguro que alguna esclava del campo se alegraría de trabajar en casa.
En los campos de caña de azúcar había menos mujeres que en los de tabaco o algodón, pues el trabajo era muy duro. Los hombres morían jóvenes, y las mujeres no aguantaban más de un par de años. En Jamaica todavía faltaba mano de obra negra, pues los tratantes de esclavos solían aprovisionar mejor a las islas más grandes, como Barbados. Allí se enviaba a mujeres jóvenes y fuertes a los campos, que naturalmente aprovechaban cualquier oportunidad de ascender a esclava doméstica. En tales casos, los servidores domésticos antiguos defendían sus prerrogativas. Los cocineros y ayudas de cámara, orgullosos de su nivel, no admitían a «un vagabundo africano cualquiera», según sus propias palabras. Nora esperó que Adwea no pensara igual.
Decidió fijarse en si alguna de las mujeres del caserío de los esclavos mostraba aptitudes para sirvienta doméstica, para que Mansah volviera lo antes posible al lado de su madre. Pero alguien habló con Adwea antes que ella.
Esa vez, Nora no estaba espiando a propósito, pero era imposible no oír la voz airada de Máanu desde la glorieta del jardín. La joven estaba discutiendo con su madre. Nora se dirigió a la terraza sobre la cocina para escuchar.
—¡Mansah no! ¡Debe quedarse en la cocina, estaba ya estipulado! Será cocinera, no… Mama Adwe, ¡no puedes permitirlo! ¡Mansah no!
—¿Qué deber hacer, Máanu? ¿Desobedecer al backra?
La voz de Adwea no sonaba tan furiosa como cuando discutía con su hija por alguna razón. Parecía más bien abatida y resignada.
—Algo podrás hacer. No la envíes a la casa, simplemente. Pregunta a la missis si puede enviarte dos negros del campo para la casa, tampoco será tan difícil enseñarles a pulir los muebles. Pero ¡no pierdas de vista a Mansah! ¡Mansah no, Mama Adwe! ¡Mansah no!
—¿Y si insistir? ¿Si querer? Nosotros nada poder hacer, Máanu, nada de nada… —repuso Adwea con voz ahogada.
Nora se alarmó. No parecía que Máanu se hubiera enfurecido por un asunto de celos o competencia entre las esclavas. Se diría más bien que temía por su hermana. Se trataba, pues, del hombre que había abusado de Sally. ¿Uno de los criados domésticos? ¿Uno que tenía acceso a las chicas cuando Adwea no podía vigilarlas? Pero las mujeres habrían delatado a un negro. Así pues, ¿se trataba de un hombre blanco? En la casa solo vivían dos blancos…
Nora volvió agitada a su libro, pero no consiguió leer. ¿Debía llamar a Máanu de inmediato? La chica tenía que hablar, Nora le hablaría de su sospecha sin rodeos. Pero en primer lugar tenía que tranquilizarse. Decidió hablar con Máanu por la noche. Hasta entonces pensaría en cómo decírselo a Doug, si es que era capaz de ello. Y qué había que hacer.
Nora pasó el día sumamente tensa y por la noche no consiguió probar bocado. Elias no se percató, pero Doug la miró preocupado, hasta que ella se disculpó diciendo que se sentía indispuesta.
—Me voy a la cama —anunció con una extraña sonrisa forzada—. Que Adwea me envíe a Máanu para que me ayude. No me siento muy bien.
Y no mentía. Tenía la sensación de que iba a ahogarse si seguía sentada en la misma mesa que Elias.
Sin embargo, cuando poco después llamaron a su puerta, no apareció Máanu, sino Mansah, que le hizo una reverencia.
—Mama Adwe dice que ayudar a missis. Máanu no siente bien.
Nora frunció el ceño. ¿Sería verdad? Por la tarde le había parecido que su doncella estaba en perfecto estado. Además, Máanu no podía saber que Nora pensaba interrogarla. Tal vez en la cocina había surgido algo que requería la ayuda de la chica. Nora pensó si debía insistir en que Máanu se presentara de todas maneras. Pero entonces razonó que no era tan importante hablar en ese momento con Máanu, y que así podría proteger a Mansah, al menos por esa noche.
—Estupendo, entonces ayúdame a soltarme el pelo —pidió a la niña—. Y después me traes un vaso de leche caliente de la cocina y te vienes con una esterilla de dormir. Esta noche te quedarás aquí, por si necesito algo.
Mansah asintió obedientemente y puso complacida manos a la obra. Era evidente que la pequeña se sentía importante como representante de su hermana mayor y se esforzaba por ocuparse del pelo y la ropa de Nora como una profesional. Nora guardó paciente silencio cuando la niña le tiraba de los cabellos al peinárselos, compensada por la alegre voz de Mansah. A diferencia de la actitud arisca de Máanu en los últimos tiempos, su hermana menor parloteaba despreocupadamente y casi consiguió levantar el ánimo a su señora.
Y por la mañana, cuando el sol ya brillaba en la habitación, el buen humor de Mansah casi desterró las oscuras sospechas que torturaban a Nora desde el día anterior. Resultaba inconcebible que alguien estuviera acechando para hacerle algo a esa niña bonita y vivaz. En cualquier caso, no un hombre normal como Elias. Debía de ser un monstruo, un engendro, un loco. Nora se devanaba los sesos pensando dónde estaría agazapado un hombre así. Tenía que hablar con Máanu.
Sin embargo, la doncella tampoco apareció en la «consulta» matinal de Nora en el caserío; la sustituyó Mansah. Pese a que su compañía era más agradable, Nora estaba disgustada. De nuevo en casa, se dirigió a Adwea.
La cocinera parecía asustada.
—Yo sé, Máanu… chica mala, no cumplir sus deberes. Pero no sentirse bien, missis, estar enferma, estar…
Nora sacudió la cabeza.
—Adwea, si Máanu estuviera enferma, tendría que haberme informado esta mañana. Más bien parece que ha desatendido sus obligaciones.
Cada mañana, los trabajadores del campo tenían que formar ante los vigilantes y una ausencia solo se disculpaba, de mala gana, cuando Nora confirmaba que el esclavo estaba enfermo. Los servidores domésticos y mozos de cuadra no eran tratados con tanta severidad, la mayoría de las veces eran Kwadwo y Adwea quienes los controlaban. Si la última disculpaba la ausencia de una ayudante de cocina, Nora no solía comprobar nada, pues la cocinera conocía bien las hierbas curativas y el cuidado de los enfermos. Sin embargo, el caso de Máanu era sospechoso.
—Ella… ella… estar avergonzada. Pero mañana seguro que…
—¿Ha estado con la baarm madda?
Un aborto era la única causa para avergonzarse de una indisposición. Pero Máanu… En lo que iba de tiempo, Nora se había vuelto muy sensible en lo referido a síntomas de embarazo. Ya había hablado varias veces al respecto con las mujeres negras y les había advertido. A veces no mataban al niño que llevaban en su vientre si su señora lo sabía. Cuando las descubrían, las esperaban duros castigos, y los hacendados recurrían a métodos severos para evitar que las mujeres acudieran a la baarm madda. Aun así, Nora nunca había delatado a ninguna esclava a Elias. Y Máanu no tenía aspecto de estar embarazada. Adwea asintió rápidamente con la cabeza, aferrándose a ese pretexto servido en bandeja.
—Sí, missis. ¿Cómo saber missis? Por favor, no decir a backra, missis, o él azotar. Mañana aquí, missis, seguro, missis…
Nora no se creyó ni una palabra, estaba segura de que la desaparición de la muchacha guardaba relación con la discusión que había mantenido con su madre sobre Mansah.
—Adwea, ¿tiene esto algo que ver con… Sally? —preguntó—. ¿Con lo que le sucedió? ¿Está relacionado con Mansah?
Le asustaba la idea de que Máanu tal vez se hubiera puesto en manos de aquel monstruo para proteger a su hermana pequeña.
A Adwea le salieron los colores y empezó a sudar, pero lo negó con vehemencia.
—¿Qué relación poder haber, missis? Sally muerta. Mansah con missis…
—¿Está Máanu en peligro, Adwea? —insistió Nora.
La cocinera hizo un gesto negativo y firme.
—No, solo enferma. Mañana seguro ella regresar…
¿Regresar? Nora dejó tranquila a la asustada cocinera, pero siguió cavilando. ¿Se había marchado Máanu? ¿Buscaba ayuda en otras plantaciones? ¿Tal vez un encantamiento?
Pero no, Máanu no creía en esas cosas. O al menos no lo suficiente como para correr riesgos.
—¿Te refieres a que se ha marchado? —preguntó Doug, cuando por la tarde Nora le habló del asunto—. ¿Ha huido?
—¿Huido?
Nora no había pensado en ello. Estaba atravesando el bosque a caballo con Doug, camino de la playa, pero ese día no nadarían. Nora mantenía las distancias —o mejor dicho, había vuelto a mantener las distancias— con su hijastro. Sin embargo, cada día le resultaba más difícil no ceder a sus miradas suplicantes. Ansiaba besarlo, abrazarlo, y con frecuencia Doug suplantaba a Simon en sus fantasías sobre la noche de bodas en el mar. Pero Nora se sentía culpable por todo ello. Y hasta el momento tampoco le había contado nada de la sospecha que tanto la abrumaba.
—Cuando los esclavos desaparecen de repente, suele ser porque han huido —señaló Doug divertido—. ¿Ha habido algún motivo? ¿Has discutido con ella?
Nora se mordió el labio.
—Discutió con su madre —contestó, y le hizo un relato pormenorizado de lo que había espiado en la cocina—. Parecía tan urgente, Doug. Como si Mansah estuviera en peligro de muerte… ¡en nuestra casa, Doug!
El joven frunció el ceño.
—¿No habrás entendido mal? A fin de cuentas, ¿qué podría pasarle?
—¡Lo mismo que a Sally! —respondió Nora.
Doug se frotó la frente.
—Pero Nora, eso es imposible. Máanu habría delatado a un criado doméstico. Y aparte de mí…
Nora no respondió, miraba fijamente el camino que recorría el caballo. Ya no había árboles derribados por la lluvia. Elias había mandado que retirasen los troncos y había vendido las maderas de más valor en Kingston. El paisaje tampoco parecía muerto, como tras la tormenta. En los tocones de los árboles desgajados y en los sitios donde estaban las plantas arrancadas volvían a asomar brotes verdes.
Doug sacudió la cabeza.
—¡No fue mi padre! —exclamó con énfasis—. No debes atribuirle algo así, es… es monstruoso. Escucha, Nora, tenemos nuestras diferencias, puede ser cruel y duro. Pero de ahí a violar a una niña… Pese a todo, es humano…
—¿Y entonces quién? —replicó Nora, mirándolo a los ojos—. Si tuviésemos un ogro en casa, sería fácil identificarlo. Sea quien sea el culpable, es un monstruo, pero tiene el mismo aspecto que tú y que yo…
—Pero mi padre…
Cuando llegaron a la playa, Nora detuvo su caballo y desmontó. En ese momento no llovía, así que podían caminar un poco por la orilla. Nora sentía el deseo imperioso de acercarse a su acompañante.
—Mira, Doug, yo tampoco quiero creérmelo —dijo cuando él, de forma natural, le pasó el brazo por el hombro—. Pero tiene que ser un blanco, y si es verdad que eso sucede en casa…
—¡Entonces es que no pasa en casa! —afirmó el joven—. Te estás imaginando una historia, a saber qué te habrá contado Máanu. A lo mejor le preocupa que Mansah no esté todo el rato pegada a su madre. Eso le impide una protección absoluta. Pero no puede referirse a que en casa corra peligro. Es imposible.
—Queda por resolver dónde se ha metido Máanu —señaló Nora—. Y qué hago si mañana no aparece. ¿Debo informar al respecto?
Doug se encogió de hombros.
—Tendrás que hacerlo, pero te advierto que se plantearán otras preguntas. Los vigilantes también controlan a los esclavos de la cocina. Si la chica ha huido…
—Podría decir que le he dado un par de días libres —reflexionó Nora.
Doug la miró con gravedad.
—¿Quieres encubrirla? ¿Afirmar que le has dado un permiso o algo así?
Nora sonrió.
—Es una buena idea —respondió—. Para que fuera a ver a una baarm madda… No… Hollister está demasiado cerca… pero no Keensley. Una herborista de la plantación Keensley. Diré que la mandé a buscar unas hierbas especiales que no crecen en ningún otro sitio.
Doug estrechó a Nora entre sus brazos y ella se apretó contra él, feliz por un momento.
—Pero ¿y si la encuentran? —objetó el joven—. En tal caso saldría a la luz. Y se haría público que ayudaste a huir a una esclava… ¡Sería un escándalo que sacudiría a toda la isla!
Nora se apartó de sus brazos, miró a Doug y pensó si debía contarle lo de Simon. Pero rechazó la idea, por ese día ya había revelado demasiados secretos.
—Los escándalos —concluyó— siempre me han dado igual.