Capítulo 4

El día después se inició con un panorama desolador ante la ventana. Lo primero que Nora solía hacer era mirar el mar y disfrutar de esa cinta azul tras el intenso verde del bosque. Pero esa mañana, lo único que se divisaba de la línea de la jungla que separaba el jardín de la playa eran las copas de los árboles que surgían del agua embarrada. La tierra que se extendía hasta poco antes de la colina donde se erigía la casa señorial de Cascarilla Gardens seguía inundada. Los alojamientos de los esclavos, o lo que había quedado de ellos, debían de estar totalmente cubiertos de agua. Hasta el jardín ofrecía una imagen deprimente. La tormenta había arrancado de cuajo la mayoría de los árboles y la lluvia había arrastrado parte de los parterres. Incluso la querida glorieta de Nora había sufrido grandes desperfectos. Pensó con un amago de sarcasmo que se veía tan destrozada como ella misma se sentía. Todos sus músculos se rebelaban contra sus intenciones de ponerse en pie y vestirse, hubiera preferido quedarse en la cama. Sin embargo, la aguardaba un largo y duro día de trabajo y pena.

Máanu se hallaba diligentemente en su puesto, para ayudarla a lavarse el pelo y vestirse, pero parecía casi más soliviantada que de costumbre. Cuando Nora le preguntó al respecto, no contestó.

—¿Y cómo están el reverendo y su esposa? —se interesó Nora por sus invitados. Máanu sí respondería a esa pregunta.

—La mujer llora —contestó la doncella— y quiere salir a buscar al niño. Cuenta que por la noche un ángel le ha dicho que todavía está con vida…

—Es imposible.

Máanu volvió a encogerse de hombros.

—Pero ella lo cree. El reverendo ha pedido al backra que vayan a buscar el cuerpo. Hay veinte negros ocupados en ello…

—Pero eso es una locura —opinó Nora.

Todavía resultaba peligroso andar por los terrenos inundados el día anterior. El suelo estaba blando y fangoso. Podían producirse corrimientos de tierra en los declives donde había llegado flotando todo lo que la tormenta había arrastrado, arrancado o matado.

Pero de nada servía lamentarse. El reverendo Stevens y su esposa no se marcharían sin haber encontrado al niño. Así las cosas, tal vez ella misma habría puesto los empleados a su disposición, aunque fuera para librarse de los invitados.

—El reverendo puede oficiar una misa esta mañana —señaló a continuación—. No nos queda otro remedio, tenemos que enterrar a los muertos.

Máanu esbozó una sonrisa torcida.

—El cementerio de los esclavos está inundado —observó.

Nora tuvo la sensación de que iba a explotar.

—¡Entonces tendremos que construir otro! Y deberíamos pensar en situar el nuevo caserío en otro lugar. El viejo se inunda siempre que hay tormenta, ¿no? Lo sensato sería construirlo por encima de la casa.

—El backra Doug ya se ha peleado esta mañana con el backra Elias por esta razón —apuntó Máanu.

Nora suspiró. Se imaginaba cómo habría discurrido la discusión.

Durante el desayuno reinaba el previsible ambiente tenso. Doug había sugerido instalar el nuevo caserío junto a los establos. Allí solo habría que mover de sitio un único campo de caña de azúcar, además de otro recién plantado. Se tardaría pocos días en arrancar los plantones y sembrarlos en otro sitio.

Sin embargo, Elias se negaba, probablemente porque la sugerencia procedía de Doug. Nora decidió volver a jugar la carta de la hija del comerciante.

—Naturalmente, el lugar donde se encontraba hasta ahora era más práctico —admitió, dando en principio la razón a Elias—. Igual de cerca del acceso a la cocina que de los edificios de la explotación. En los establos, la gente estaría algo más lejos del molino…

—Pero… —Doug quiso objetar que eso no era relevante, pero Nora le pidió con una mirada que la dejara hablar.

—Sin embargo, piensa en los costes —añadió conservando la calma—. En lo que costará en trabajo y tiempo reconstruir el antiguo caserío…

—¡Lo pagará Hollister! —bramó Elias.

Esa mañana tenía aspecto de estar rendido y de mal humor. ¿Estaba más afectado por el drama del día anterior de lo que Nora creía posible?

—Es posible. Pero ¿también cuando se repita lo mismo el año próximo? Entonces te reprochará no haber instalado las cabañas en otro lugar. Además, hasta ahora, casi todos los huracanes han provocado daños en el caserío, ¿no es así? Cada año ha habido que hacer labores de reparación. No creo que salga a cuenta, Elias. La única solución consistiría en construir diques y zanjas como los Hollister e instalar las chozas en un lugar seco.

—¡Pero eso vale una fortuna! —objetó Elias—. Solo ese tipejo de Inglaterra…

—Deberías calcularlo con calma —indicó Nora amablemente—. No tienes que decidirlo hoy mismo. Solo solucionar lo del cementerio…

La mañana era lluviosa, pero volvía a hacer calor. Había que sepultar los cadáveres depositados en el establo. Elias cedió en construir un nuevo cementerio de esclavos detrás de los establos. Era el primer paso para construir el nuevo caserío en las proximidades. Doug y Nora se miraron con un suspiro de alivio.

—Justo al lado del cementerio de los animales, ¿verdad, missis? —observó Máanu en cambio cuando Nora le informó sobre la decisión del backra.

Por primera vez en su vida, Nora sintió el impulso de abofetear a una criada.

El reverendo celebró un servicio fúnebre mientras Nora arropaba a la llorosa Ruth. Los hombres que estaban buscando al niño todavía no habían regresado. Nora esperaba que no fueran amigos de los fallecidos a quienes tal vez les habría gustado asistir a la ceremonia; aunque quizá Kwadwo se encargara de organizar una ceremonia secreta. El hombre obeah formaba parte de la cuadrilla de búsqueda y, de hecho, fue él quien encontró al bebé muerto a primeras horas de la tarde. Nora no preguntó si lo había logrado con o sin ayuda de los espíritus.

Ruth se desmoronó al ver el pequeño cadáver, era imposible esperar que ese día regresara a su casa. El reverendo se retiró a rezar con ella, después de que Nora le hubiese preparado una infusión de hipérico y jarabe sedante de cascarilla. Luego se ocupó de las heridas, por fortuna leves en general, que habían sufrido los esclavos en su lucha contra la marea. Solo Akwasi padecía contusiones graves: se había sujetado a un árbol contra el cual el viento había lanzado otro. Nora mandó a Máanu que lo frotara con alcanfor y ungüento curativo, y por su actitud pareció que les hubiese ordenado azotarse mutuamente. Nora se preguntó, no por primera vez, qué habría sucedido entre ambos y si su incidente con Akwasi la noche obeah tenía algo que ver con ello. Pero ¡Akwasi no podía haber sido tan loco como para contárselo a la doncella! Y desechó que Máanu se hubiese enterado por otra vía.

Doug, por su parte, se dedicó a organizar el alojamiento provisional de los esclavos. Daba igual dónde se construyera el caserío, lo primero era que tuvieran un sitio donde cobijarse, más aún cuando de nuevo llovía sin cesar. Finalmente, resolvió que una parte de los establos y el pajar junto a los edificios de la explotación hicieran las veces de refugio de emergencia; siempre corriendo el riesgo de que su padre por la noche anulara esa decisión. Elias no estaba, pues al terminar la misa se había ido a caballo a Kingston para «pedir cuentas» a Hollister.

—Es posible que hoy no vuelva —dijo Doug como de paso a Nora cuando al mediodía comían algo con los criados. Habría que organizar también una cocina provisional para los esclavos. Al principio, Adwea y los cocineros del barrio prepararon la comida en la zona de servicios de la casa, pero el huerto de la cocina era demasiado pequeño para dar de comer a doscientos cincuenta hombres—. Estoy casi seguro de que la carretera de Kingston estará inundada en gran parte, si no arrasada.

Nora se ruborizó. Comprendía la mirada del joven y la pregunta que planteaba entre líneas.

—Pero entonces Elias dará media vuelta —señaló indecisa—. Y además… seguimos teniendo a los Stevens en casa y en la cocina duermen los negros. No puedo…

No sabía si no podía o si no quería, pero de lo que estaba segura era de que ese día estaba demasiado agotada para tomar una decisión. Claro que pensaba en Doug… constantemente, incluso sin proponérselo. Pero si cedía a sus deseos —si admitía que había empezado a amarlo—, las consecuencias serían imprevisibles. Y si se entregaba a él, sería una noche de bodas. Y eso no debería suceder así, de forma furtiva, en secreto y con miedo.

Nora recordó los sueños que había compartido con Simon, la cabaña en la playa… Y pensó que todavía no había despedido al espíritu de su primer amor.

Doug asintió dándose por vencido. Quizás hubiese insistido para convencerla, pero McAllister se acercó con nuevos problemas. Las casas de los vigilantes, en el linde del caserío de los esclavos, también habían resultado destruidas. Y sus hombres, les explicó el capataz McAllister, en ningún caso iban a dormir con los esclavos en un pajar. No querían arriesgarse a que los matasen mientras dormían. O bien los alojaban en la casa, o bien se encontraba otra solución.

Doug se ocupó del asunto. En los edificios de la explotación debía de haber espacios adecuados…

Al final del día, Doug y Nora aguantaron una cena horrible con los Stevens: el reverendo había obligado a Ruth a que se levantara y bajara a comer. Nora no consideraba que fuera una idea inteligente, pero el religioso insistió en que la vida debía continuar.

—¡Dios da y Dios quita! —declaró con énfasis—. Y seguro que tenía motivos en su insondable voluntad para quitarnos a ese hijo. Debemos aceptarlo con la misma dignidad con que Abraham, cuando le pidieron que sacrificara a Isaac…

Nora, al límite de sus fuerzas, recordó las criaturas sacrificadas en la ceremonia obeah y tuvo ganas de echarse a reír. Necesitaba urgentemente algo de tranquilidad o también ella sufriría un colapso. Por fortuna, la pequeña Mary al menos estaba bien, según le había dicho Adwea. Nora se preguntó si Sally seguía ocupándose de ella; no había visto a la doncella en todo el día. Ruth y el reverendo no preguntaron por su hija, lo que resultó un alivio. Nora tampoco podría haberse ocupado de una niña cuya madre se ponía histérica cuando la tocaban unas manos negras.

En efecto, Elias no regresó por la noche y Nora —demasiado agotada para dormir, un estado desconocido para ella— luchaba con su decisión de no ir a la habitación de Doug. Evocó su abrazo durante la tormenta, la sensación de seguridad que le había transmitido… Hasta el momento siempre la había consolado imaginarse a Simon entre sus brazos, pero ahora era ella quien en sueños se estrechaba contra el recio pecho del joven…

Al día siguiente, los Stevens por fin se marcharon, con Mary sentada entre ellos en el pescante del carruaje y el pequeño Sam envuelto en una tela en la parte de atrás. Ruth no había querido separarse de él, pero el reverendo había vuelto a imponer su autoridad. Nora sentía compasión por la joven. Fiel y audazmente, Ruth Stevens había seguido a su esposo cruzando medio mundo, pero ahora él no la arropaba en su infinito dolor. Nora se preguntaba cómo era posible que un clérigo tuviera tan poca empatía.

El agua había seguido bajando, pero todavía no podían empezar a construir los alojamientos de los esclavos porque no se había decidido el emplazamiento. Así pues, los vigilantes siguieron el orden del día y llevaron a los negros a los campos.

Elias regresó por la tarde, de mejor humor a ojos vistas. Hollister se había mostrado dispuesto a entregarle tres de sus propios esclavos y dos bueyes, y a cargar además con los gastos de los desperfectos.

—Tres no son suficientes, desde luego —se lamentó Elias mientras cenaban—, pero dice que no puede privarse de más. Así que necesitaremos algunos del próximo barco que llegue, a los que tendremos que instruir. ¡Qué cruz!

Nora esperó que Hollister enviara al menos hombres jóvenes y sin vínculos, y no aquellos que vivían con mujeres e hijos en la plantación. Se prohibió pensar en padres de familia. Pero probablemente había un tira y afloja. Era seguro que el hacendado no estaría de acuerdo con la elección de Hollister, así que posiblemente se movería varias veces a unos esclavos, para enviarlos de vuelta y sustituirlos por otros.

Elias se levantó temprano de la mesa esa noche. Sin duda había estado empinando el codo con Hollister y necesitaba descansar. Doug y Nora se encontraron brevemente en la escalera, pero solo se estrecharon las manos deprisa. Todavía había personal trajinando en los pasillos: Adwea estaba ordenando, el ayuda de cámara de Elias le llevaba agua para que se lavase y Máanu esperaba a Nora. No podían correr el riesgo de abrazarse.

—¡Ha dado su autorización para el lugar en que se construirá el nuevo caserío de esclavos! —comunicó brevemente Doug a Nora—. Mañana empezarán a roturar y cambiar de sitio el campo de caña de azúcar. Ha sido gracias a tu intervención, conmigo hubiera estado discutiendo toda la vida.

—Lo enfocas mal. —Nora iba a explayarse, pero el criado de Elias andaba cerca y ambos tuvieron que separarse.

—¡Buenas noches, Nora! —susurró Doug como una caricia.

—Buenas noches, Doug —dijo ella dulcemente, y se sorprendió de que de pronto su voz sonara tan suave y tierna.

¿Había hablado así a Simon? En aquel entonces creía entonar la melodía que cantaban sus corazones. ¿Le sucedía ahora lo mismo?

No iba a ser ninguna buena noche. Nora había dormido apenas un par de horas —esta vez profundamente y sin sueños—, cuando alguien llamó a su puerta. ¿Doug? Se levantó y atravesó tanteando la habitación a oscuras. Era Adwea.

—Missis… Yo enviar Máanu, pero ella no querer. Ella no querer, yo buscar a usted. Pero missis… Usted a lo mejor ayudar. A lo mejor medicina. Es muy pequeña, niña. Es muy joven…

Nora se frotó los ojos para despabilarse.

—¿Un… parto fallido? —preguntó incrédula.

En medio del caos provocado por la tormenta ninguna esclava acudiría a la baarm madda.

Adwea asintió.

—Yo buscar baarm madda. Pero no poder ayudar. Yo, no; ella, no. Pero a lo mejor missis sí.

Así que no era un aborto voluntario, probablemente la agotadora huida ante el huracán había provocado un parto espontáneo. Nora no sabía de qué mujer se trataba. Hasta el momento no se había percatado de que ninguna estuviera embarazada. ¿Podría ella hacer algo, cuando la curandera negra había fracasado?

Se puso un vestido ligero. La moda de la época recomendaba modelos más sueltos, no todos los vestidos confeccionados para la nueva temporada exigían corsé. A Nora esto le hacía la vida extraordinariamente más fácil. Pero sus pensamientos regresaron a la esclava. ¿Qué estaría pasando?

—¿Dónde está? ¿Quién es?

Nora ya conocía a todos los esclavos de Cascarilla Gardens por su nombre.

—Sally —gimió Adwea—. Y está aquí, en cobertizo de cocina.

—¿Sally? —preguntó Nora horrorizada—. Pero ¡si… si es una niña todavía! ¿Y por qué en el cobertizo, Adwea? Está oscuro y húmedo. ¿Por qué no la has llevado a la cocina?

—Ella no querer, ella vergüenza. Yo encontrar ayer en cobertizo, muy enferma, mucha sangre… Llamado a baarm madda. Pero no mejor. No…

Nora cogió los pocos apósitos y medicamentos que tenía en casa. La mayoría de los remedios habían sido arrastrados con la cocina de los esclavos. Pero tras los abortos se necesitaban más lavados y masajes que medicamentos. ¡Si realmente era un nacimiento fallido! Por muy versadas que fueran las mujeres negras, en ese caso tenían que estar equivocadas. Sally todavía no tenía amante. Como mucho habría cumplido los trece años. Mientras descendía tras la cocinera, Nora repasó brevemente otros motivos para que se produjera una hemorragia.

Cuando Nora entró, dos mujeres, una de ellas ayudante de cocina y la otra la baarm madda de la plantación de los Hollister, iluminaban el cobertizo con velas y lámparas de aceite. La baarm madda entonaba unos extraños cánticos. Eran raros pero en cierto modo relajantes. Sin embargo, la muchacha que descansaba sobre unas mantas empapadas en sangre no los escuchaba. Sally estaba pálida y tenía el rostro demacrado. Nora todavía recordaba muy bien el aspecto que tenía la muerte, en Londres había visto mucho dolor: todos aquellos niños tísicos que escupían sangre hasta morir. También esa adolescente podía perder la vida debido a una hemorragia. ¿O tal vez era fiebre?

El cuerpo de Sally ardía. Nora se arrodilló a su lado tras dirigir un breve saludo a la baarm madda. La mujer corría un riesgo enorme intentando prestar allí su ayuda. De vez en cuando se veía durante el día a las herbolarias ayudando en otras plantaciones, pero por la noche eso se consideraba un intento de huida.

—¿Qué tiene? ¿Qué ha sucedido? —preguntó Nora.

La curandera negra —algo mayor que Adwea— levantó resignada los paños que había extendido sobre el bajo vientre de Sally.

—Ha perdido niño —respondió—. Pero no ser yo. No ser ninguna de nosotras… —Al parecer pretendía exculparse a sí misma y a su gremio.

—Pero cómo puede ser… si todavía es una cría…

Nora, abrumada, se concentró en la tarea de cortar la hemorragia, pero sin grandes esperanzas. La curandera negra había estado intentándolo desde hacía horas y nada había funcionado.

La baarm madda se encogió de hombros.

—Ella doce. Sangrar cada mes. El hombre poder hacer bebé. Pero ella no poder conservar. Todavía demasiado pequeña.

—Pero ¿qué hombre hace algo así? —preguntó Nora espantada y mirando el cuerpo delgado, infantil y todavía sin desarrollar—. ¿A quién le excita una niña así de joven? Debe de haberla forzado. Todavía es… Me parecía que todavía es muy inocente…

Se interrumpió cuando acudieron a su mente los lamentos de Sally durante la tormenta: «Sally mala… Sally hacer cosas malas». Debía de referirse a lo que por la noche le había hecho ese monstruo.

—Pero a ese lo vamos a pillar —declaró Nora decidida—. ¡Voy a aclarar este asunto! —Empezó a preparar un lavado de jabón y una solución de hierbas. Era poco probable que tuviera éxito, pero al menos quería intentarlo. Necesitaba vino tinto para parar la hemorragia.

—Prepara una infusión de hierbas y ve a buscar vino tinto de casa. Luego se lo dais a la niña —ordenó Nora a Adwea, mientras ella misma lavaba a la pequeña.

A sus espaldas oyó una risa amarga.

—¿Missis aclarará el asunto? ¡Seguro! Missis muy preocupada por los pobres negros…

Máanu. Nora ya iba a reprenderla, pero se contuvo. ¿Sabría algo acerca de lo sucedido? Hablaría con ella más tarde…

—¿Cuándo ha ocurrido? —preguntó a Adwea.

La cocinera titubeó.

—Yo no saber… ayer… el día antes de ayer.

—¡Anteayer por la noche! —señaló Máanu—. Y no ocurrió porque sí. —Y dicho esto, desapareció.

Nora no la detuvo, pero tomó nota. La niña no había perdido el hijo por sí misma. ¿A causa del huracán, entonces? ¿O habría vuelto a abusar de ella el hombre la noche en cuestión? Lanzó a Adwea una mirada interrogativa. Lo que Máanu sabía, también debía saberlo la cocinera. Pero tenía miedo de hablar. ¿Sería un vigilante?

Nora se aplicó con denuedo para detener la hemorragia y en algún momento lo logró.

—Va mejor… va…

Nora casi sintió algo parecido a la esperanza, pero se detuvo al ver el rostro de Sally.

La baarm madda sacudió la cabeza.

—Nunca más volver a sangrar —dijo en voz baja. Y Adwea y la otra criada de la cocina rompieron a llorar. También Nora luchó por contener las lágrimas—. No llorar, Addy… ahora libre, muchacha. Ahora feliz, ahora libre…