La mayor dificultad con que se enfrentaba Akwasi tras la ceremonia era reunirse con Nora. En ese punto, Kwadwo no había dejado lugar a la duda: el duppy anhelante de amor solo podría introducirse en el cuerpo de su adorada si se la mostraba.
Akwasi había postergado el problema hasta entonces, pero en ese momento, embriagado y alentado por la magia y el alcohol, sabía lo que había de hacer. Nora estaba sola en la casa grande y ya era plena noche. Ya debía de llevar tiempo durmiendo y no lo oiría llegar. Era posible que la cocina no estuviera cerrada, y si lo estaba bastaría con una simple herramienta para forzarla. Akwasi conocía bien la casa, sabía dónde estaba la habitación de Doug y dónde dormía Elias. A Nora seguramente le habían asignado los aposentos de la madre del joven. Akwasi también había estado allí mucho tiempo atrás, con Doug, en busca de aventuras y tal vez de espíritus. Todo eso se le antojó ahora como una feliz coincidencia, seguramente su duppy lo guiaría.
Fuera como fuese, necesitaba una palanca u otro utensilio que pudiera utilizar como tal. Lo encontraría en los corrales. Akwasi se encaminó hacia la puerta que unía el pajar con el establo.
Nora había vuelto en sí a medias cuando Adwea empezó a levantarse. También los otros esclavos se encaminaban lentamente a sus casas. Nora se obligó a volver a razonar. Debía desaparecer antes de que alguien la reconociera. Hasta entonces todos habían estado mirando al frente, pero al salir alguno podía descubrirla.
Nora le susurró las gracias a la cocinera y regresó al establo. Esperaría un rato junto a los afables mulos hasta que reinara la calma. Tras la larga jornada de trabajo y la noche obeah, los esclavos regresarían a casa deprisa y dormirían profundamente. Nora pasaría por el caserío de los esclavos sin correr riesgo ninguno. Ir a dormir no era mala idea… Todavía le retumbaban los tambores en la cabeza, se tambaleaba a causa del alcohol y le costaba hacer cualquier movimiento. ¿Realmente quería abrir ahora la puerta del cobertizo de los mulos? La paja que veía delante tenía un aspecto acogedor. Si se sentaba ahí y se calmaba un poco y cerraba unos segundos los ojos…
Máanu vio que Akwasi se ponía en pie con movimientos vacilantes y se dirigía al establo. Se preguntó qué querría hacer ahí, pero, de todos modos, era una feliz coincidencia. Nadie les molestaría allí, un lugar tranquilo y a cubierto junto a los animales. Dudó en seguirlo de inmediato o esperar un poco. En el último caso cabía la posibilidad de que Akwasi desapareciera entre los corrales. Sin embargo, si uno quería estar solo después de la ceremonia obeah era porque se sentía mal. Era fácil que ocurriera con todo el alcohol, el calor, el humo y la danza. Y no tendría nada de romántico encontrar a Akwasi vomitando o haciendo sus necesidades en el establo de los bueyes.
Máanu esperó, pues, antes de seguirlo. Así tampoco vería a Adwea, que se había sentado delante de la puerta del establo. La cocinera siempre se mantenía alejada del lugar de sacrificio. Solía decir que ya tenía bastantes espíritus para ir invocando otros más. Adwea prefería que el mundo de los espíritus la dejara en paz. Con toda seguridad desaprobaría el intento de Máanu por conquistar a Akwasi, y no solamente a causa del pollo robado.
Akwasi abrió la puerta que daba a los establos. Sus ojos necesitaron unos segundos para adaptarse a la oscuridad, aunque no estaba tan oscuro como en el pajar: los establos estaban abiertos por un lado y la luna llena los iluminaba. En condiciones normales, a Akwasi le habría resultado fácil orientarse, pero ahora sufría los efectos secundarios del trance en que había estado bailando y bebiendo. Así que casi tropezó con la figura que, medio envuelta en un pañuelo oscuro, dormía tendida sobre un montón de paja. Alguien que había bebido demasiado licor de caña. El joven iba a seguir su camino, pero de pronto decidió despertar a esa persona. En caso contrario, podía pasar toda la noche durmiendo allí y al día siguiente un vigilante podría descubrirla.
Akwasi se inclinó y retiró el pañuelo del rostro del durmiente.
Nora abrió los ojos cuando él susurró su nombre incrédulo, pero no reconoció la cara que se hallaba inclinada sobre ella. Ante sus ojos se confundían muchos rostros. ¿Simon? ¿El esclavo Akwasi? ¿O era Doug?
—Doug —susurró Nora. Fue un sonido vago, ininteligible—. ¿Qué…? ¿Cómo…?
El corazón del joven esclavo latió con fuerza. «Akwasi». ¡No cabía duda de que había pronunciado su nombre! La tomó entre sus brazos.
Nora sintió que alguien la abrazaba y la estrechaba contra su pecho. Qué raro que la piel de ese alguien pareciese negra. Una voz grave susurraba palabras tiernas. Unas manos grandes y fuertes palparon de repente su espalda, provocándole escalofríos. Había percibido una pizca de esa emoción cuando estaba tendida junto a Simon, y por la tarde cuando, sintiéndose culpable, había soñado con que Doug volviera a despertarla. ¿Lo estaba haciendo ahora? ¿Era también esto un sueño? Pero los labios que la acariciaban, una vez que el hombre la hubo acostado de nuevo sobre la paja, eran oscuros, y las manos que le abrían el vestido eran negras. ¿Akwasi? ¿Un esclavo?
En la mente de Nora surgió el recuerdo de Eileen MacDougal, que se había enamorado de un mozo de cuadra. Una dama no hacía algo así… Pero probablemente era un sueño. Y era bonito… Nora estaba extasiada cuando se irguió hacia Akwasi con los ojos cerrados, ignorando quién la excitaba. En cualquier caso, el hombre sabía lo que se hacía. Tras unos pocos besos y caricias, la muchacha ardía como nunca antes de deseo. Las tímidas caricias de Simon, las anodinas de Elias… Nada la había preparado para tal estallido de sensaciones.
—Nora, mi Nora…
Akwasi susurraba palabras cariñosas, pero no le sorprendía que la joven no reaccionara. Por fin el duppy estaba en ella, solo cuando hubiera satisfecho su deseo de amor ella volvería en sí. Y él tenía que hacerlo bien. No solo para no enfadar al duppy y provocar su huida prematura, también para dejar su impronta en el cuerpo de Nora, despertar el deseo en su corazón y ahí abajo, en un lugar profundo que solo su sexo alcanzaría. Akwasi la acariciaba y la besaba, aplicándose mucho más que con las esclavas con las que había gozado antes.
Al final, Akwasi penetró suave pero poderosamente en Nora. Él habría preferido que fuera más rápido y seco, no tan húmedo. Los hombres de África decían que cuanto más seca estuviera la mujer, más virtuoso sería el acto. Pero el muchacho sabía que las muchachas apreciaban una preparación más larga. Además, en este caso, la conducta de Nora no decía nada sobre su virtud, sino, como mucho, sobre la del duppy que se había introducido en ella. Akwasi hizo lo que pudo por complacer tanto al espíritu como a la mujer. Al día siguiente, Nora suspiraría por él.
Máanu entró en el establo justo cuando Nora se incorporaba hacia Akwasi. No a la defensiva, no, sino llena de voluptuosidad. Las luces del pajar se habían apagado y la muchacha salió de la oscuridad al establo iluminado por la luna, por lo que sus ojos no necesitaron un tiempo para adaptarse y ver. De todos modos, la mente de la muchacha necesitó unos segundos para entender lo que estaba ocurriendo. El cuerpo fuerte y negro de Akwasi era inconfundible. Pero ¿con quién la estaba engañando? ¿Qué mujer se había adelantado a ella?
Máanu fue presa de la ira. No había muchas jóvenes en la plantación y la mayoría conocía sus intenciones. Así que si una de ellas había espiado a Akwasi o lo había seguido antes que Máanu, era con el propósito de renovar un encantamiento o de seducirlo. ¡Sin haber corrido el riesgo de robar un pollo! Máanu se dispuso a apartar de un empellón a aquella traidora, pero entonces vio quién era. Se tapó la boca con la mano.
Era la señora… ¡La missis había hechizado a Akwasi! Era inconcebible… era infame, de una infinita maldad. Máanu sabía que no se podía confiar en los blancos. Sabía que necesitaban a los negros para sus jueguecitos… y no solo el backra, como ahora comprobaba. No solo el maldito backra, sino también su esposa, a la que ella había considerado una amiga.
Máanu experimentó una profunda repugnancia. Se retiró antes de que pudieran verla y corrió al pajar, que ya se había quedado vacío. Mejor así. Nadie tenía que ver cómo se sentía. Nadie tenía que saber cuánto la había humillado Akwasi… aunque él era seguramente una víctima inocente. La joven esclava apaciguó su agitado corazón. Claro, debía de haber indicado al duppy el camino para llegar a él, al fin y al cabo no había dejado de mirarlo durante la ceremonia. ¡Y ahora el espíritu estaba en él y Nora se aprovechaba descaradamente de ello!
Máanu nunca hubiera imaginado que su señora supiera tanto de sus ritos. Pero probablemente ella no era la única esclava a quien sonsacaba. Tal vez cuchicheaba también con los enfermos, posiblemente con mujeres de otras plantaciones que no deseaban nada bueno para Máanu. La mente de la esclava cavilaba febril, barajando todas las posibilidades. Pero poco importaba cómo se había enterado Nora y cómo había conseguido tener a Akwasi bajo su poder. Era el abuso más tenebroso y una traición inimaginable.
Nora se incorporó cuando Akwasi se retiró de ella. La sangre palpitaba en su interior, el corazón le latía con fuerza… lentamente despertaba de la somnolencia en que había yacido. Abrió los ojos y vio a… Akwasi.
—¿Tú? —preguntó sin dar crédito.
El recuerdo de lo que había hecho o, mejor dicho, permitido hacer pasó veloz por su cabeza.
El joven asintió orgulloso.
—¿Te ha gustado? —preguntó—. Ah, sí, te ha gustado, ahora te conozco, el espíritu se ha separado de ti. ¿Me amarás a partir de ahora? ¿Estaremos juntos?
Nora se frotó la frente, empezaba a dolerle la cabeza. Eso no podía ser verdad, ese esclavo solo decía tonterías. Pero sin embargo parecía algo absolutamente real. El sudor de él en su piel, el lecho de paja, el rostro reluciente y triunfal de él. Akwasi no se sentía culpable. Probablemente él había bebido al menos tanto como ella, y además había danzado en medio del círculo, había aspirado todos los vapores…
Nora se enderezó. Tenía que aclarar sus pensamientos y no tenía que hacer una montaña de ese… ¿incidente? ¿Accidente? ¿Desliz? ¿Sueño? Fuera lo que fuese, los dos tenían que olvidar lo ocurrido. No sabía qué castigos se aplicaban por la violación de una mujer blanca, pero era muy posible que se colgara a los esclavos. Sin embargo, Akwasi ni siquiera la había forzado…
Nora sintió que la invadía la vergüenza y un vago sentimiento de culpa. Al no defenderse, había animado al joven. No importaba. Fingiría que nada había ocurrido. Nadie tenía que saberlo y, sobre todo, nadie tenía que morir por ello.
—Escucha, Akwasi, no sé qué me ha pasado —empezó.
Él sonrió.
—Pero yo sí, missis, Nora. Era un espíritu, un duppy. Ha tomado posesión de tu cuerpo porque yo le pedí que lo hiciera, pero ya se ha marchado. Si quieres, volvemos a hacerlo. O mañana por la noche, o…
—¡Calla, Akwasi, estás loco! —exclamó Nora—. Esto a ti puede costarte la cabeza y a mí mi reputación. No quiero ni pensar en lo que el backra nos haría… Así que márchate ahora a tu choza. ¡Yo me quedo un poco más aquí, pero te prohíbo que me sigas! Nadie nos verá juntos, y por supuesto que esto no volverá a repetirse. ¡Duppies! En el futuro no hablaremos ni de espíritus ni de pollos robados. ¡No volveremos a hablar, Akwasi! En el futuro, ¡no te cruces en mi camino!
El muchacho quería contestar algo, pero Nora lo fulminó con la mirada.
—¡No quiero amenazarte, Akwasi! —dijo con severidad—. Pero con que solo le diga al backra que me miras con lujuria…
El negro se levantó.
—La amo, missis…
Nora suspiró aliviada: al menos volvía a tratarla de usted.
—Eso cambiará —le respondió sin perder la calma—. No es amor, Akwasi, son sueños… —Se detuvo al tomar conciencia de que estaba repitiendo las palabras de su padre. Prosiguió—: Olvídame, Akwasi. Enamórate de Máanu, hace tiempo que se consume por ti.
Dicho esto, también ella se levantó y, como Akwasi no hacía ningún gesto de abandonar el establo, se marchó primero. Sintió cierto temor al dejarlo así. Las mujeres de los hacendados solían murmurar entre ellas acerca de muchachas y mujeres que habían sido violadas e incluso asesinadas por esclavos enloquecidos. Pero Akwasi era un ser civilizado, sabía leer y escribir, no se dejaría dominar completamente por sus deseos y su decepción.
Akwasi permaneció en el establo como si aquellas palabras lo hubiesen aniquilado. No había servido de nada. No había ocurrido como se esperaba. Para ella, él nunca había sido un hombre. Nora lo consideraba igual que a los demás, como una propiedad, un esclavo cuyo amor no era nada más que un sueño infantil. Y ahora se había ido, lo había amenazado y se había comportado por vez primera como cualquier otra señora. No obstante, a Akwasi no se le ocurrió vengarse de ella. Todavía no. No sintió cólera, sino una desesperación profunda y oscura. El joven esclavo volvió a tenderse en la paja. Ahora no podía volver a su cabaña. No podía permitir que los otros chicos vieran cómo los sollozos sacudían su cuerpo.
Akwasi lloraba. Por primera vez desde que Doug lo había traicionado.
Nora regresó a la casa temblando y agitada. En el jardín de la cocina encontró un cubo, lo llenó en el arroyo y se quitó el vestido para limpiarse el olor de Akwasi de su cuerpo. No lo encontraba repulsivo como el de Elias, pero quería borrar cualquier recuerdo de algo que no tenía que haber sucedido. También tiraría el vestido.
Solo se tranquilizó cuando, enfundada en un camisón limpio, se tendió entre las sábanas de seda de su cama. No quería seguir pensando en cómo podía haber sucedido aquello, en si realmente un espíritu había entrado en su cuerpo o si había querido liberarse de su obsesión por Doug Fortnam entregándose a Akwasi. Expulsar a un espíritu por medio de otro… En circunstancias normales, Nora se habría echado a reír. En todo caso, cualquiera que fuera su causa, un espíritu, el sonido de los tambores o el aguardiente, lo olvidaría. Daba gracias a Dios de que al menos no hubiera habido ningún testigo.