Con el tiempo que llevaba allí, Nora ya conocía a su personal doméstico lo suficiente bien para darse cuenta de que algo ocurría entre los negros. En la cocina se cuchicheaba mucho más que antes y, sobre todo, las sirvientas y criados se callaban de repente en cuanto veían a la señora. Nora no les prohibía cantar y charlar mientras trabajaban, así que no había ninguna razón para disimular. Al final decidió sonsacar diplomáticamente a Máanu. Tal vez se tratase de los cimarrones y de la expedición de castigo que los hacendados planeaban.
—¿Os preocupan los negros libres? —preguntó.
Como era propio de ella, Máanu se encogió de hombros.
—Ya tenemos nuestros propios problemas —respondió reservada—. ¿Por qué íbamos a preocuparnos por una gente que vive lejos y con la que no tenemos nada que ver?
Nora se sorprendió.
—Pero ellos… ellos interceden a favor vuestro. Creo que la Abuela Nanny libera esclavos.
Máanu soltó una risa ronca.
—Missis, dicen que ha liberado a ochocientos esclavos. Puede que sea cierto, pero quién puede asegurarlo. Incluso si lo fuera: solo en esta plantación hay doscientos setenta, en la de los Hollister y los Keensley, otros tantos. Con tres asaltos ya habría liberado a ochocientos. Y emprenden muchos más…
—¿Qué significa? —preguntó Nora perpleja. Máanu tenía razón. Hasta el momento no lo había pensado, pero para la cantidad de asaltos que se atribuía a los cimarrones de Barlovento, ochocientos esclavos libres era una cantidad ridícula.
Máanu volvió a hacer su gesto de «no sé» o «no quiero saber».
—Muchos no se fían. Tienen más miedo de los cimarrones que de los backras. Y a los esclavos domésticos ni les preguntan, los matan al igual que a los señores, missis. Se quedan un par de negros del campo. Pero para cuando los negros han entendido que están ante la oportunidad de su vida, los cimarrones ya se han ido. Como mucho, pueden correr tras ellos, y es casi seguro que los apresen.
Con estos nuevos conocimientos en torno a los cimarrones, Nora casi se olvidó de los cuchicheos y secretos de la cocina. El sábado por la mañana sacó el tema en el desayuno con la esperanza de que Doug y Elias estuvieran de acuerdo al menos esta vez, o que al menos fueran capaces de mantener una conversación sensata.
—¿Va a formarse realmente una especie de… humm… milicia civil contra los negros libres? —preguntó Nora—. ¿Y vosotros queréis participar?
—¡Yo desde luego no! —gruñó Elias—. Bastante tengo con conservar a mis propios negros donde están, no voy a ir persiguiendo a los demás. Pero ese —señaló a Doug—, ese podría hacer de una vez algo de provecho.
Doug se frotó la frente, un gesto muy propio de él y que a Nora a veces le recordaba a su padre. Thomas Reed solía masajearse las sienes cuando pensaba. El joven hacía ese gesto para tranquilizarse, cosa que ahora a duras penas conseguía.
—Me ofrezco gustosamente como mediador —respondió—. En general, la gente no es reacia a las negociaciones, y yo, como abogado…
—¡Abogado! —resopló Elias.
—Los cimarrones no solicitarán un diploma, pero sí a alguien que pueda redactar un contrato que satisfaga a todas las partes.
Doug echó azúcar y leche al té. Había aprendido a apreciar esa clase de infusión gracias a Nora. Sobre todo su efecto relajante cuando se endulzaba lo suficiente.
—¡Contratos! —exclamó Elias iracundo—. ¡Negociaciones con ladrones y asesinos! Habría que matar a esa pandilla, en eso tienen razón los hacendados del norte. Si no fuera tan difícil… ¡Espero que te comportes como un valiente, Doug! Tendrás que ser capaz de disparar un fusil… ¿O te da pena ese hatajo de negros?
Nora suspiró. El resto de la comida la conversación entre padre e hijo se desarrolló como de costumbre. Pero al menos Elias parecía haber encontrado una misión para el descastado de su hijo. Nora, sin embargo, sentía pavor. No quería que Doug participara en la contienda por temor a que lo hiriesen o matasen.
—¿Quieres… quieres realmente ir a las Blue Mountains a disparar contra los cimarrones? —preguntó vacilante, cuando se encontró después con el joven en el establo.
Doug estaba cargando a Amigo con unas alforjas adicionales, así que pensaba estar ausente por un tiempo más largo. El joven arqueó las cejas.
—Sí y no. Es decir, no podré evitar llegar a las Blue Mountains (que deben de ser bonitas, también a ti te gustarían), excepto si los otros hacendados son más razonables que mi padre. Pero es probable que se emborrachen juntos y acaben soñando con alcanzar una gran victoria. Y si no les acompaño, seré declarado cobarde irrecuperable.
—Pero… pero…
Nora no sabía exactamente qué decir, pero su rostro lo expresaba todo. En cualquier caso, Doug sonrió de forma audaz cuando se percató de su palidez y de sus ojos abiertos de par en par. Estaba irresistible, ahí de pie y sin saber qué decir. Lo que más le hubiera gustado habría sido llevársela con él. Ya iba vestida de la forma adecuada, con traje de montar, y acababa de pedir al caballerizo que ensillara la yegua. Sin duda aprovecharía la ausencia de Elias para cabalgar hasta la playa. El padre de Doug había partido hacia Kingston justo después del desayuno, tenía algún asunto que solucionar antes de la reunión.
—No tendrás miedo por mí, ¿verdad? —preguntó complacido.
Nora se mordió el labio.
—Claro que no…
—Sí, sí, no lo niegues, es natural. —Sus ojos brillaban con expresión divertida—. En cierto modo eres mi madre y…
—¡No digas tonterías! —se le escapó a Nora—. Me refiero a… a que… —Jugueteaba turbada con la fusta de montar—. A que es peligroso.
Doug se puso serio, aunque sus rasgos se suavizaron a causa de la sincera preocupación de la muchacha.
—No es muy peligroso —la tranquilizó—. Por eso te contesté que sí y no. Cabalgaremos por la montaña, pero la posibilidad de que abatamos a un cimarrón es mínima. Me sorprendería incluso que viéramos alguno. Si se cruza uno con nosotros es solo porque quiere. Esa gente conoce cada piedra del terreno, Nora, mientras que nosotros vagaremos sin un objetivo preciso. —Repasó los arreos de Amigo.
—Entonces todavía es más grande el riesgo de caer en una emboscada, ¿no?
Nora no las tenía todas consigo y abandonó su actitud reservada. De acuerdo, sentía miedo por él, pero eso no significaba nada. Él estaba en lo cierto, era su hijastro, su pariente. Estaba permitido que temiera por él.
Doug asintió, de nuevo con una leve sonrisa. Le alegraba que Nora se preocupara por él, que abandonase esa contención que en ocasiones le había hecho dudar de su virilidad. Hasta ahora nunca había tenido que cortejar a una mujer tanto tiempo, si bien con casadas lo había intentado pocas veces, y, naturalmente, nunca con una madrastra…
—Los cimarrones podrían tendernos una emboscada y matarnos a machetazos —respondió—. Pero no lo harán. Sería excesivamente torpe.
—¿Torpe? —repitió Nora irritada.
Doug rio.
—¿Alguna vez has oído hablar del pensamiento estratégico, preciosa madrastra? Mira, Nora, mi padre y los otros hacendados describen a los cimarrones como si fueran bestias salvajes y asesinas, pero si se mira de forma desapasionada, su intención no es ir matando blancos y liberando esclavos. Cuando asaltan las plantaciones, lo que quieren antes que nada es el botín. De acuerdo, asesinan a los propietarios, no cabe duda de que sienten odio hacia los hacendados. Pero para ellos es más importante saquear las casas y robar el ganado que perpetrar un baño de sangre.
—Lo que tampoco parece muy amable —musitó Nora.
—La Abuela Nanny seguramente diría que no les queda otro remedio —observó Doug—. Según todo lo que cuentan, allí arriba tienen una comunidad que funciona. Trabajan sus campos y estarían dispuestos a vender sus productos. Con el dinero, podrían adquirir herramientas, animales de cría, ropa… lo que necesiten. Pero no pueden. Si aparecieran en la ciudad con sus artículos, los encarcelarían, los esclavizarían o los lincharían de inmediato. Así pues, se dedican al pillaje y roban lo que precisan. A regañadientes, si te interesa mi opinión. Es cierto que habrá algún antiguo esclavo que clame venganza, pero la gran mayoría de esa gente preferiría vivir del trabajo de sus manos. Son campesinos, Nora, no guerreros. A los comerciantes de la ciudad les daría igual con quién negociar, y algún que otro trueque debe hacerse, pues en algún lugar cambian el dinero y los objetos de valor que roban en los asaltos. ¡Y los encubridores son granujas blancos! ¡Yo me ocuparía antes de estos que de los cimarrones!
—¿Crees que estarían dispuestos a pactar? —preguntó Nora. No le interesaban demasiado los encubridores blancos de Kingston, esos no representaban una amenaza para la vida de Doug—. Supongo que no lo has dicho sin recapacitar.
El joven negó con un gesto.
—Siempre se han realizado intentos de negociar con los cimarrones. Incluso exitosos. Por ejemplo, durante mucho tiempo no acogían a los esclavos huidos sino que los devolvían.
Nora empezó a comprender por qué Máanu y los otros esclavos no tenían a los cimarrones en tan buena consideración.
—De todos modos, la situación ha cambiado desde que Nanny y sus hermanos son los que mandan en las montañas —puntualizó Doug—. Con ellos nunca se ha negociado. Entre otros motivos, porque al principio los asaltos fueron muy crueles y porque era obvio que lo que les interesaba era aumentar su población, admitiendo también a negros de las plantaciones. Existen muchas razones para ello. Pero esto no significa que no sea posible llegar a un acuerdo de paz. Estoy seguro de que Cudjoe y Accompong no rechazan por principio las negociaciones. Por eso evitan tender una emboscada a todos los blancos que llegan a sus montañas y cortarlos en rodajas. Al contrario, si son listos no se dejarán ver. No hay nada más desalentador para una partida como la nuestra que andar vagando por las montañas durante días y días sin saber qué hacer y luego volver con las manos vacías. Hazme caso, Nora, no va a pasarme nada. No obstante, podrías darme una especie de… de beso de despedida. Solo por si acaso. Para que no me muera sin haber probado la dulzura de tus labios.
Nora quiso retroceder, pero Doug la atrajo y le plantó un beso en los labios.
—¡Piensa en mí hasta que volvamos a vernos! —exclamó riendo, montó de un salto y partió al trote.
Nora se quedó patidifusa.
La joven también mandó ensillar su caballo y se alegró de que Peter no se preocupara por asignarle un acompañante. El anciano caballerizo no parecía muy concentrado esa mañana y la joven tuvo que prender ella misma las últimas hebillas de los arreos de Aurora. En realidad tendría que haber reprendido al viejo por ello, pero estaba demasiado agitada para pensar en algo más que en el beso de Doug, sus labios firmes pero sin embargo tiernos, y la risa traviesa cuando se separó de ella. Por todos los cielos, ¿qué estaba sucediendo? ¿Qué le ocurría a ella, qué estaba haciendo él con ella?
Nora galopó hacia la playa, se cercioró de que estaba desierta como casi siempre y se metió entre las olas como tantas otras veces. El agua del mar lavaría el beso y la extraña sensación que el joven le había despertado. Cuando se tendiera en la arena, volvería a pensar en Simon… Pero de hecho, al zambullirse en el agua, apareció ante sus ojos la imagen de su última visita a la playa. Había estado ahí con Doug, habían hecho una carrera y a continuación, mientras ella sacaba la merienda, Doug se había quitado sin el menor pudor las botas y la camisa y se había metido en el agua con los pantalones de montar. Acto que había acompañado con un grito salvaje, como si fuera un capitán pirata tomando un barco al abordaje. Nora se había reído y lo había envidiado un poco. Una dama tenía prohibido, por supuesto, quitarse siquiera las medias en presencia de un caballero para chapotear en el agua. Pero luego se abandonó al placer de contemplar el cuerpo flexible de Doug, su musculatura, la pelea con el mar, realmente agitado aquel día… Había sido bonito observarlo. Y ahora lo recordó, mientras flotaba en el agua y ansiaba notar el cuerpo de él al lado del suyo tras nadar juntos, tras jugar juntos con el agua y la arena.
Nora se había sentido inquieta al dirigirse a la playa, pero su corazón todavía latía más al regresar a casa. No sabía cómo calificar los sentimientos que la agitaban. Por una parte se sentía más joven, más despierta y veía el mundo con ojos más nítidos. Por otra parte, en su interior palpitaba algo así como una culpa. Como si hubiese traicionado a Simon…