Capítulo 5

Las semanas siguientes, Nora y Doug pasaron mucho tiempo juntos. Aunque Máanu ponía mala cara cuando su señora le pedía que le recogiera el cabello para salir a cabalgar o que la arreglase para ir a Kingston, Nora disfrutaba de la compañía del joven. Era un buen narrador, algo que tenía en común con su padre. A fin de cuentas, también Elias se había ganado a la muchacha con sus relatos sobre Jamaica. Sin embargo, Doug no perseguía ningún objetivo, salvo, quizás, hacer reír a Nora. Le contaba con franqueza éxitos y fracasos tanto de sus estudios como de sus viajes, y la entretenía con vívidas descripciones de fiestas y espectáculos sobre los cuales la intrépida hija del comerciante había oído hablar pero nunca había llegado a imaginarse.

—Sí, sí, el carnaval de Venecia es espléndido. Pero también un poco decadente, podría decirse. Las fiestas de disfraces se van sucediendo y bajo la protección de las máscaras… bueno, todo adquiere mucho desenfreno. Está todo permitido, se actúa como si no se supiera con quién se coquetea, y así el marido en cuestión tampoco puede retarlo a uno. Y a veces no se sabe realmente… La última noche me encontré en brazos de una delicada muchacha, pero cuando se quitó la máscara… Te ahorraré los detalles…

Nora rio. Ignoraba si todas las aventuras de las que Doug hablaba habían sucedido de verdad o si se las estaba inventando, pero daba igual. En cualquier caso, hacía tiempo que no se sentía tan joven y relajada como al charlar y cabalgar con su hijastro. Disfrutaba en especial de esto último, pues a diferencia de su padre —y de los mozos de cuadra que se sentaban con torpeza a lomos de los mulos cuando la acompañaban—, Doug Fortnam era un excelente jinete. Hacía carreras en la playa con Nora y se reía cuando Aurora, la yegua árabe, derrotaba ampliamente a su semental español.

—¡Y mira que se esfuerza! —se lamentaba, dando unos golpecitos al cuello de Amigo cuando por fin se reunía con la triunfal vencedora—. Pero no hay nada que hacer, amigo mío, algunas mujeres son de una casta demasiado buena para nosotros.

Y al decirlo guiñaba alegremente el ojo a Nora, que tenía que dominarse para no devolverle una sonrisa y bajaba la mirada pudorosamente. Ya hacía tiempo que sabía que Doug le hacía la corte, y ni siquiera se reprimía en público. Nora le reprendía por esta razón, pero él fingía no entender a qué se refería.

—¡Todos lo hacéis! —replicó ella, y señaló el salón de baile de los Hollister, donde se habían reunido varias parejas que en su mayoría no estaban casadas.

Las mujeres no tenían reparos en estimular a sus acompañantes y, como por descuido, dejaban entrever sus tobillos bajo los vestidos. Sonreían y pestañeaban y algunas no podían desprenderse de la mano de su acompañante.

—Es que con la sonrisa que le has dirigido antes a Keensley… casi me pongo celoso.

—¡Salvo tú, gracias a Dios, en general no hay nadie que pueda sentir celos del anciano lord Keensley! —resopló Nora—. Aquí el coqueteo es una especie de juego de sociedad, y sí, también se practica con los solteros, o no habría nada para cotillear. Pero mañana, cada una de estas señoras estará de nuevo en su plantación, muriéndose de aburrimiento. Tú, por el contrario, vives en la misma casa que yo y salimos juntos a pasear a caballo. Más de uno podría desconfiar, ¡y sobre todo uno en especial!

Buscó con la mirada a Elias, pero ya se había retirado con los demás caballeros a la sala de fumadores. Hasta el momento no había comentado nada sobre la estrecha relación entre Nora y Doug, parecía darle igual cómo pasaban ambos los días. Aunque pronto cambiaría si la sociedad de Kingston empezaba a hablar de Nora y su hijastro. Elias se lo permitía casi todo mientras su reputación de dama ejemplar y virtuosa señora de su casa no corriera peligro.

Nora creía que cumplía a rajatabla con las exigencias de su esposo. Puede que Doug a veces coqueteara con ella, pero ella nunca le devolvía los cumplidos y las bromas. Claro que le gustaba el joven, pero ¡jamás se enamoraría de él! Cómo iba a hacerlo si no tenía nada en común con Simon, exceptuando quizás el talento para contar historias; pero Simon había atraído a Nora a sus sueños, mientras que Doug únicamente la entretenía. Además, si se hubiese enamorado de este último, seguro que se habría olvidado de Simon, y ese no era el caso. Al contrario, ahora pensaba con más frecuencia en su amado cuando veía ante ella el cuerpo delgado de Doug a lomos del caballo o contemplaba sus músculos cuando trepaba por las rocas. Por la noche evocaba las caricias que había intercambiado con Simon, la sensación de estrecharse contra él, de que la abrazara y la besara.

Al principio había intentado revivir esas sensaciones cuando Elias acudía a ella, pero desde que consideraba a su marido un avaro y un explotador había dejado de hacerlo. Habría sido como traicionar a su amado, como ensuciar el recuerdo de los días pasados con él. Y ahora había vuelto ese recuerdo, unido a un anhelo que desde el tiempo transcurrido con Simon no había vuelto a sentir. Pero no tenía nada que ver con Doug. Nunca tendría que ver con él, ella soñaba con Simon.

En cambio, Akwasi soñaba con Nora. Todavía más, mucho más, desde que Doug Fortnam había reaparecido y, en especial, desde que a Nora y Doug se les veía juntos. Sin embargo, no eran celos lo que sentía, sino una confirmación: la señora no amaba al backra, no tenía nada en común con Elias Fortnam. Estaba con Doug y eso significaba que también podía estar con él, con Akwasi. No había nada en que Doug lo aventajase, exceptuando, naturalmente, que él era el hijo del backra, pero Akwasi no quería pensar en ello. Prefería recordar las muchas veces que él había vencido a su amigo de antaño. En carreras, en peleas, incluso en las matemáticas. No había ninguna disciplina en la que él no se sintiera capaz de derrotar a Doug Fortnam. Akwasi no encontraba ningún motivo por el cual Nora tuviera que preferir al hijo del backra antes que a él.

Naturalmente, no había nadie a quien pudiera confiar tales pensamientos. Solo podía imaginar lo que dirían al respecto Mama Adwe, Hardy o Toby: Nora era blanca, él era negro; ella era la señora, él el esclavo… Pero contra todo razonamiento, Akwasi creía que el amor era capaz de vencer todas esas barreras. Él deseaba a Nora con todo su corazón. Si ella lo amase, aunque solo fuese la mitad de lo que él la amaba a ella… Eso sucedería cuando Nora lo viese como a un hombre, un hombre fuerte que podía protegerla y luchar por ella, que podía amarla intensa y verdaderamente. ¡Ya debía de estar harta del cuerpo viejo y marchito del backra! Y Doug… bueno, Akwasi también lo superaba, Nora no tenía más que considerarlo de la forma adecuada.

Sin embargo, la joven señora nunca contemplaba a Akwasi de la forma que él anhelaba. Su cordial mirada no se detenía en él, ni siquiera cuando lo saludaba o intercambiaba unas palabras con el esclavo. Eso tenía que cambiar. Pero todos sus esfuerzos por presentarse ante ella y demostrarle su fuerza y destreza fracasaban. Al final, Akwasi tuvo que aceptar que para despertar el interés de Nora necesitaría ayuda. Su propio atractivo no era suficiente, necesitaba el apoyo de los espíritus.

Akwasi temblaba al pensar en las consecuencias que eso tendría si los blancos lo descubrían, pero valía la pena correr ese riesgo por Nora. Por la noche se deslizó fuera del barrio, se encaminó hacia los establos, alerta a todos los sonidos que oía, y abrió sigilosamente el gallinero. Los animales descansaban en sus perchas en lugar de andar picoteando por el corral. Eso le facilitaría la tarea. Con el corazón latiéndole con fuerza, agarró un pollo y lo metió en un saco sin darle tiempo a cacarear. Ahora tenía que mantenerlo escondido hasta el día siguiente, y entonces podría dirigirse al hombre obeah. Akwasi regresó aliviado a su cabaña. Ya había dado el primer paso, tenía el pollo.

Máanu soñaba con Akwasi. Siempre lo había amado, pero desde que la relación con su señora se había enfriado todavía ansiaba más la cercanía del hombre. No alcanzaba a entender por qué él no la besaba o no llamaba a su choza por la noche. A fin de cuentas se veían cada día y él buscaba la proximidad de ella, de eso estaba segura. ¿Por qué, si no, se arriesgaba a que lo azotaran con el látigo permaneciendo más rato con ella y la señora para ayudarlas en el cuidado de los enfermos? ¿Por qué acudía al huerto de la cocina cuando la señora hablaba con Adwea? ¿Por qué le llevaba flores y hierbas para que la missis las clasificase y luego las secase? Máanu no tenía la menor duda de que Akwasi buscaba sus favores. Sin embargo, en cuanto ella le enviaba señales de que estaba preparada para él, el joven no las tomaba en cuenta.

Al final, Máanu empezó a pensar que había algo en Akwasi que no encajaba. Tal vez un espíritu se había adueñado de él y dañaba su virilidad, o le impedía ver que Máanu le sonreía y balanceaba las caderas delante de él. Según Mama Adwe, cabía esa posibilidad. Un hombre podía ser hechizado, y tras este hecho había siempre otra mujer.

Pero quién, se preguntaba Máanu desesperada.

Mama Adwe le había advertido en diversas ocasiones que tal vez se tratara simplemente de que él estaba enamorado de otra. La cocinera no se sentía del todo feliz ante el deseo de su hija de unirse a un esclavo del campo. Habría preferido un mozo de cuadra o un criado doméstico, caso en el que probablemente el backra y con toda seguridad la señora habrían dado su conformidad. Hasta el momento, Elias Fortnam nunca había casado a dos de sus esclavos, pero por lo general los esclavos domésticos tenían un empleo seguro. Tal vez se dignaría esta vez a regalarles una cabaña para los dos y a celebrar una pequeña fiesta. Adwea soñaba con un casamiento así para su hija, pero con Akwasi eso no sucedería. Por mucho que Adwea quisiera a su hijo adoptivo, no le daba un futuro muy prometedor al siempre obstinado esclavo del campo. Algún día lo matarían o lo venderían, o bien convencería a Máanu de que se fugaran, y eso era muy grave. Habían apresado a los dos esclavos de los Hollister una semana después de su huida y el lord les había dado un terrible escarmiento. Delante de todos los esclavos —también Fortnam había hecho desfilar a toda su gente, aunque tanto su hijo como la señora se habían mostrado indignados— había mandado cortar un pie al hombre y azotar con el látigo a la mujer. El hombre había sobrevivido, pero la mujer había muerto pocos días después, y con ella su hijo nonato.

—Puede que quiera a otra —fue la vaga respuesta de Adwea a la pregunta de su hija. La cocinera tenía una sospecha absurda respecto a Akwasi, pero en ningún caso la expresaría, y nunca se atrevería a decir que la señora tal vez había hechizado a Akwasi—. Solo una cosa es segura: a ti, Máanu, no te quiere. Lo ve todo el que tiene ojos en la cara. Olvídate de él, Máanu. Hay muchos negros en la plantación. Muchos negros guapos y fuertes.

Adwea se lo repetía sin cesar, pero Máanu quería a Akwasi y a nadie más. Además, estaba convencida de que él solo necesitaba un empujoncito para llegar a amarla. Tal vez un encantamiento que lo liberase si es que estaba poseído por otra. Lentamente, Máanu se quedó sin recursos. Lo que estaba en su mano para atraer a Akwasi ya lo había hecho. ¡Necesitaba la ayuda de los espíritus!

Para invocarlos tendría que luchar contra sus propios principios, ya que Adwea consideraba que el robo era el peor de los pecados. Poco importaba lo que hicieran los backras o cómo trataran a los esclavos: sus propiedades eran sus propiedades, no se debían robar. Ninguno de los esclavos de la cocina se lo tomaba al pie de la letra, y siempre se pillaba alguna exquisitez para regalarla a un amigo o a un familiar. Pero nadie se apoderaba de cosas más importantes.

De ahí que Máanu también tuviera muy mala conciencia cuando por la noche salió de la cabaña de su madre con un saco. Pero la acalló y fue decidida hasta el gallinero. Abrió con manos temblorosas el saco y llamó a los pollos, que se acercaron de buen grado, pues la joven les daba de comer con frecuencia. Esta vez, sin embargo, estaba ahí para cometer un delito irreparable.

Máanu robó un pollo.