Franz y Simón son los soñadores de esta novela. A diferencia de Franz, Simón no quería a su madre. Buscaba desde su infancia a su papá. Estaba dispuesto a creer que alguna injusticia cometida contra su padre antecedía y explicaba la injusticia que éste había cometido con él. Nunca se había enfadado con él porque no quería convertirse en aliado de la madre, que calumniaba sistemáticamente al padre.
Vivió con ella hasta que cumplió los dieciocho y después de la reválida se fue a estudiar a Praga. En aquella época Tomás ya lavaba escaparates. Simón le esperó muchas veces con la intención de preparar un encuentro casual en la calle, pero el padre nunca se detuvo junto a él.
Trabó amistad con el antiguo redactor de la barba larga sólo porque su historia le recordaba a la de su padre. El redactor no conocía el nombre de Tomás. El artículo sobre Edipo había quedado en el olvido y el redactor se enteró de él por medio de Simón, quien le rogó que fueran juntos a pedirle a su padre la firma. El redactor asintió sólo por darle gusto a un muchacho al que apreciaba.
Cuando Simón se acordaba de aquella reunión, se avergonzaba de su timidez. Seguro que a su padre no le había gustado. En cambio su padre le gustó a él. Se acordaba de cada una de las palabras que había dicho y le daba cada vez más la razón. Sobre todo se le quedó grabada una frase: «Castigar a los que no sabían lo que estaban haciendo es una barbaridad». Cuando el tío de su chica puso en sus manos una Biblia, le llamaron la atención sobre todo unas palabras de Jesús: «Perdónalos, porque no saben lo que hacen». Sabía que su padre no era creyente, pero en la similitud de ambas frases veía una señal secreta: su padre está de acuerdo con el camino que ha elegido.
Llevaba en el pueblo unos tres años cuando recibió una carta en la cual Tomás le invitaba a visitarlo. El encuentro fue amable, Simón se sintió a gusto y no tartamudeó nada. Quizá ni siquiera advirtió que no se habían entendido demasiado. Unos cuatro meses más tarde le llegó una carta. Tomás y su mujer habían muerto aplastados bajo un camión.
Fue entonces cuando se enteró de la existencia de una mujer que había sido amante de su padre y vivía en Francia. Consiguió su dirección. Necesitaba desesperadamente un ojo imaginario que siguiera observando su vida ¡y por eso, de tiempo en tiempo, le escribía largas cartas!