La traductora gritó por segunda vez su llamada con la bocina. En respuesta volvió a oírse un inmenso e interminable silencio indiferente.
Franz miró a su alrededor. El silencio desde la otra orilla del río había sido para todos como una bofetada. Incluso el cantante con la bandera blanca y la actriz se sienten angustiados, dubitativos, sin saber qué hacer.
Franz comprendió de pronto que todos eran ridículos, él y los demás, pero aquella comprensión no lo separaba de ellos, no lo llenaba de ironía, al contrario, era ahora cuando sentía por ellos un inmenso amor, como el que sentirnos por quienes han sido condenados. Sí, la Gran Marcha se acerca a su fin ¿pero es ése un motivo para que Franz la traicione? ¿No se aproxima también su propia vida a su fin? ¿Es justo que se ría del exhibicionismo de los que acompañaron a los valientes médicos hasta la frontera? ¿Qué más puede hacer esa gente que teatro? ¿Les queda alguna otra posibilidad?
Franz tiene razón. Estoy pensando en el redactor que organizaba la recogida de firmas para la amnistía de los presos políticos en Praga. Sabía perfectamente que aquello no ayudaría a los presos. El verdadero objetivo no era liberar a los presos, sino demostrar que aún había gente que no tenía miedo. Lo que hacía era teatro. Pero no tenía otra posibilidad. No podía elegir entre actuar o hacer teatro. La elección era: hacer teatro o no hacer nada. Hay situaciones en las que las personas están condenadas a hacer teatro. Su lucha contra el poder silencioso (el poder silencioso al otro lado del río, la policía convertida en silenciosos micrófonos en la pared) es la lucha de un grupo de comediantes peleando contra un ejército.
Franz vio a su amigo de la Sorbona levantando el puño y amenazando a aquel silencio de la orilla de enfrente.