18

Algún acontecimiento flotaba en el aire. La gente aminoraba el paso y miraba hacia atrás.

La actriz norteamericana, a la que habían situado al final de la marcha, se había negado a seguir soportando la humillación y se había decidido a atacar. Echó a correr. Era como cuando en una carrera de cinco mil metros un corredor, que hasta el momento había estado ahorrando fuerzas y permanecía al final del pelotón, de pronto salta y adelanta a todos los demás corredores.

Los hombres sonreían perplejos y se hacían a un lado para permitir la victoria de la famosa corredora, pero las mujeres gritaban:

—¡A su sitio! ¡Esto no es una marcha de estrellas de cine!

Pero la actriz no se dejaba amedrentar y seguía corriendo acompañada por cinco fotógrafos y dos cámaras.

Entonces una francesa, profesora de lingüística, cogió a la actriz por la muñeca y le dijo (en un inglés horrible):

—¡Ésta es una marcha de médicos que quieren curar a los camboyanos que están mortalmente enfermos y no un espectáculo para estrellas de cine!

La actriz tenía la muñeca cogida por la mano de la profesora de lingüística y le faltaba fuerza para soltarse. Dijo (en un inglés excelente):

—¡Váyase al diablo! ¡Yo he estado en cientos de marchas como ésta! ¡En todas partes hace falta que aparezcan estrellas! ¡Ése es nuestro trabajo! ¡Es nuestra obligación moral!

—Mierda —dijo la profesora de lingüística (en un francés excelente).

La actriz norteamericana la entendió y se echó a llorar.

—No te muevas —gritó un camarógrafo y se arrodilló delante de ella. La actriz miró prolongadamente al objetivo mientras las lágrimas corrían por su cara.