Julio Verne escribió una famosa novela que Tomás adoraba cuando era niño y que se titula Dos años de vacaciones y, en efecto, dos años son el plazo máximo para unas vacaciones. Tomás llevaba ya tres años limpiando ventanas.
Precisamente por entonces comprobaba (en parte con tristeza, en parte sonriendo calladamente) que estaba ya físicamente cansado (tenía todos los días uno y a veces hasta dos torneos amorosos) y, aun sin perder el apetito, para hacer el amor tenía que poner en juego las últimas fuerzas que le quedaban. (Añado: no se trataba de las fuerzas sexuales, sino de las físicas; no tenía problemas con el sexo, sino con la respiración; y era precisamente eso lo que resultaba un tanto cómico).
Un día estaba intentando organizar una cita para la tarde, pero, como a veces ocurre, no conseguía localizar por teléfono a ninguna mujer, de modo que la tarde amenazaba con quedar vacía. Estaba desesperado. Ese día llamó unas diez veces a una chica, una encantadora estudiante de arte dramático cuyo cuerpo se había bronceado en alguna de las playas nudistas de Yugoslavia con tal regularidad que parecía que hubiera estado dando vueltas lentamente en algún asador asombrosamente preciso.
La llamó en vano desde todas las tiendas en las que trabajó y al terminar su jornada, alrededor de las cuatro de la tarde, cuando volvía a la oficina a entregar las facturas firmadas, lo detuvo de pronto en una calle del centro de Praga una mujer desconocida. Le sonrió:
—Doctor, ¿dónde se había metido? ¡Lo había perdido completamente de vista!
Tomás se esforzaba por recordar de dónde la conocía. ¿Sería una antigua paciente? Se comportaba como si fueran amigos íntimos. Él trataba de comportarse de modo que ella no advirtiera que no la había reconocido. Estaba pensando en cómo convencerla para que fuera con él al piso del amigo, cuyas llaves llevaba en el bolsillo, cuando por un comentario casual comprendió quién era aquella mujer: era la estudiante de arte dramático, maravillosamente bronceada, a la que había estado llamando desesperadamente por teléfono durante todo el día.
Aquella historia le hizo reír y le aterró: no sólo está cansado física, sino también psíquicamente; dos años de vacaciones no pueden prolongarse indefinidamente.