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La fotógrafa invitó a Teresa a tomar un café.

—Las fotos que ha hecho son muy interesantes. He notado que tiene un enorme sentido del cuerpo femenino. ¡Ya sabe a lo que me refiero! ¡Esas jóvenes en posturas provocativas!

—¿Las que se besan frente a los tanques rusos?

—Sí. Sería usted una estupenda fotógrafa de moda. Claro que para eso necesitaría ponerse en contacto con alguna modelo. Lo mejor es que sea alguien que esté empezando, como usted. Luego podría hacer una serie de fotos de muestra para alguna firma. Claro que le haría falta algo de tiempo antes de salir adelante. Mientras tanto, sólo hay una cosa que podría hacer por usted. Presentarle al redactor que lleva la sección de jardinería. Es posible que allí necesiten fotos de cactus, rosas y cosas de ésas.

—Muchas gracias —dijo Teresa sinceramente, porque notaba que la mujer que estaba frente a ella tenía buena voluntad.

Pero luego se dijo: ¿por qué iba a tener que hacer fotos de cactus? Y le repugnó la idea de tener que pasar una vez más por lo que había pasado ya en Praga: la lucha por el puesto, por la carrera, por cada foto publicada. Nunca había sido ambiciosa por orgullo. Lo que quería era escapar del mundo de la madre. Sí, lo tenía completamente claro: fotografiaba con gran ahínco, pero podía dedicar aquel ahínco a cualquier otra actividad, porque la fotografía no era más que un medio para llegar «más lejos y más alto» y vivir junto a Tomás. Dijo:

Sabe, mi marido es médico y puede mantenerme. No necesito dedicarme a la fotografía.

La fotógrafa dijo:

—¡No entiendo cómo puede dejar la fotografía después de haber hecho unos retratos tan hermosos!

Sí, las fotografías de los días de la invasión fueron otra cosa. Aquéllas no las había hecho motivada por Tomás, sino por pasión. Pero no por la pasión por la fotografía, sino por la pasión del odio. Una situación así nunca volverá ya a repetirse. Además, aquellas fotografías, que hizo apasionadamente, nadie las quiere ya porque no son actuales. Sólo el cactus es eternamente actual. Y los cactus no le interesan.

Dijo:

—Es usted muy amable. Pero prefiero quedarme en casa. No necesito un empleo.

La fotógrafa dijo:

—¿Y se encuentra a gusto quedándose en casa?

Teresa dijo:

—Más que fotografiando cactus.

La fotógrafa dijo:

—Aunque fotografíe cactus, es su vida. Si vive sólo para su marido, no es su vida.

Teresa se sintió repentinamente irritada:

—Mi vida es mi hombre y no los cactus.

También la fotógrafa hablaba con irritación:

—¿Es capaz de decir que se siente feliz?

Teresa dijo (con la misma irritación):

—¡Claro que me siento feliz!

La fotógrafa dijo:

—Eso sólo lo puede decir una mujer muy… —no quiso terminar de decir lo que pensaba.

Teresa lo completó:

—Quiere decir: una mujer muy limitada.

La fotógrafa se contuvo y dijo:

—Limitada, no. Anacrónica.

Teresa dijo pensativa:

—Tiene razón. Eso es exactamente lo que mi hombre dice de mí.