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Es cierto que hasta que se fue de casa Teresa había estado luchando con su madre, pero no olvidemos que al mismo tiempo sentía por ella un amor no correspondido. Hubiera sido capaz de hacer por ella cualquier cosa con tal de que la madre se lo hubiera pedido con voz amorosa. Y si encontró la fuerza necesaria para marcharse, fue porque nunca llegó a oír esa voz.

Cuando la madre comprendió que su agresividad había perdido su poder sobre la hija, empezó a escribirle a Praga cartas llenas de lamentaciones. Se quejaba del marido, del jefe, de su salud, de sus hijos y decía que Teresa era la única persona que le quedaba en la vida. A Teresa le pareció que por fin oía la voz del amor materno, de ese amor que había estado deseando durante veinte años, y tuvo ganas de volver. Sus ganas de volver aumentaban porque se sentía débil. Las infidelidades de Tomás le descubrieron de pronto su propia impotencia, y de la sensación de impotencia nació el vértigo, el inmenso deseo de caer.

Una vez la llamó la madre. Parece que tiene cáncer. Apenas le quedan ya unos meses de vida. Aquella noticia transformó en rebelión la desesperación de Teresa por las infidelidades de Tomás; se echaba en cara haber traicionado a la madre por un hombre que no la amaba. Estaba dispuesta a olvidar todos los sufrimientos que la madre le había producido. Ahora estaba dispuesta a comprenderla. En realidad las dos estaban en la misma situación: la madre ama al padrastro igual que Teresa ama a Tomás y el padrastro hace padecer a la madre con sus infidelidades igual que Tomás tortura a Teresa. Si la madre había sido mala con Teresa, fue sólo porque sufría demasiado.

Le habló a Tomás de la enfermedad de la madre y le comunicó que se tomaría una semana de vacaciones para ir a verla. Su voz estaba llena de rebeldía.

Como si intuyese que lo que atraía a Teresa hacia la madre era el vértigo, a Tomás le disgustó la idea del viaje. Llamó al hospital de la pequeña ciudad. El sistema de control de los casos de cáncer es muy preciso en Bohemia, de modo que le fue muy fácil comprobar que a la madre de Teresa nunca le habían encontrado nada que fuese sospechoso de cáncer y que, además, durante el último año no había ido nunca al médico.

Ella le hizo caso a Tomás y no fue a ver a su madre. Pero ese mismo día se hizo un raspón en la rodilla al caerse en la calle. Su andar se volvió inseguro y casi todos los días se caía en algún sitio, se lastimaba con algo o, por lo menos, dejaba caer algo que tenía en la mano.

Había en ella un deseo insuperable de caer. Vivía en un vértigo permanente.

Aquel que se cae está diciendo: «¡Levántame!». Tomás la levantaba pacientemente.