Barley estaba a mi lado, en la habitación de mi padre, contemplando el desastre, pero fue más rápido en ver lo que yo había pasado por alto: los papeles y libros diseminados encima de la cama. Encontramos un ejemplar manoseado del Drácula de Bram Stoker, una nueva historia de herejías medievales en el sur de Francia, y un volumen de aspecto muy antiguo sobre el mito de los vampiros en Europa.
Entre los libros había papeles, incluyendo notas de su puño y letra, y entre éstas diversas postales con una letra desconocida para mí, pulcra y diminuta, en tinta oscura. Barley y yo nos pusimos al unísono (me alegré una vez más de no estar sola) a examinar los papeles, y mi primer instinto fue recoger las postales. Los sellos eran de un amplio abanico de países: Portugal, Francia, Italia, Mónaco, Finlandia, Austria, pero no llevaban matasellos. A veces, el mensaje de una postal se continuaba en cuatro o cinco más, todas numeradas. Lo más asombroso era que todas estaban firmadas por Helen Rossi e iban dirigidas a mí.
Barley, que miraba por encima de mi hombro, advirtió mi estupor, y ambos nos sentamos en el borde de la cama. La primera era de Roma, una fotografía en blanco y negro de los restos esqueléticos del foro.
Mayo de 1962
Querida hija:
¿En qué idioma debería escribirte, hija de mi corazón y de mi cuerpo, a la que no veo desde hace más de cinco años? Tendríamos que haber estado hablando durante todo este tiempo, un no idioma de sonidos suaves y besos, miradas, murmullos. Es tan difícil para mí pensar en eso, recordar lo que me he perdido, que hoy debo dejar de escribir, cuando sólo he empezado a intentarlo.
Tu madre que te quiere,
Helen Rossi
La segunda postal era en color, ya desteñido, de flores y urnas. Los Jardines de Boboli, Boboli.
Mayo de 1962
Querida hija:
Te contaré un secreto: odio este inglés. El inglés es un ejercicio de gramática o una clase de literatura. En el fondo de mi corazón, creo que hablaría mejor contigo en mi propio idioma, el húngaro, o incluso en ese idioma que fluye en el interior de mi húngaro, el rumano. El rumano es el idioma del monstruo que estoy buscando, pero ni siquiera eso me lo ha hecho odioso. Si estuvieras sentada en mi regazo esta mañana, mirando estos jardines, te enseñaría la primera lección: «Ma numesc…». Y después susurraríamos tu nombre una y otra vez, en la lengua dulce que también es tu lengua materna. Te explicaría que el rumano es el idioma de un pueblo valiente, bondadoso, triste, de pastores y agricultores, y de tu abuela, cuya vida arruinó él desde lejos. Te hablaría de las cosas hermosas que ella me contó, de las estrellas que brillan por la noche sobre su pueblo, de los faroles en el río. «Ma numesc…». Contarte eso significaría una felicidad insoportable para un solo día.
Tu madre que te quiere,
Helen Rossi
Barley y yo nos miramos, y él rodeó mi cuello con el brazo.