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LA «CRÓNICA» DE ZACARÍAS DE ZOGRAPHOU

Por Atanas Angelov y Anton Stoichev

INTRODUCCIÓN

La «Crónica» de Zacarías como documento histórico

Pese a tratarse de una obra inacabada, la «Crónica» de Zacarías, en la que está intercalado el «Relato de Stefan el Errabundo», es una fuente documental importante que confirma las rutas que utilizaban los peregrinos cristianos en los Balcanes durante el siglo XV, y aporta información sobre el destino del cadáver de Vlad III Tepes de Valaquia, a quien durante mucho tiempo se creyó enterrado en el monasterio del lago Snagov (en la Rumanía actual). También nos proporciona información excepcional sobre los neomártires valacos (si bien no conocemos con seguridad la nacionalidad de los monjes de Snagov, a excepción de Stefan, el protagonista de la «Crónica»). Sólo existe constancia documental de siete neomártires de origen valaco, y no se sabe de ninguno que fuera martirizado en Bulgaria.

La obra carece de título, y se la conoce con el nombre de «Crónica»; fue escrita en eslavo en 1479 o 1480 por un monje llamado Zacarías, en el monasterio búlgaro del monte Azos, Zographou. Zographou, «el monasterio del pintor», fue fundado en el siglo X y adquirido por la Iglesia búlgara en la década de 1220. Se halla emplazado cerca del centro de la península de Azonite. Al igual que el monasterio serbio de Hilandar y el Panteleimon ruso, la población de Zographou no se limitaba a la nacionalidad que lo respaldaba. Esto, y la falta de información acerca de Zacarías, imposibilita determinar los orígenes de este monje. Podría haber sido búlgaro, serbio, ruso o tal vez griego, aunque el hecho de que escribiera en eslavo aboga por un origen eslavo. La «Crónica» sólo nos dice que nació en el siglo XV y que el abad de Zographou tenía en gran estima su talento, puesto que le eligió para escuchar la confesión de Stefan el Errabundo en persona y para dejar constancia de ella en vistas a un importante propósito burocrático y tal vez teológico.

Las rutas de viaje mencionadas por Stefan en su relato corresponden a varias rutas de peregrinación bien conocidas. Constantinopla era el destino final de los peregrinos valacos, así como de todo el mundo cristiano oriental. Valaquia, y en particular el monasterio de Snagov, constituía también un centro de peregrinación, y no era raro que un peregrino eligiera una ruta que discurriera entre Snagov y Azos. El hecho de que los monjes atravesaran Haskovo camino de la región de Bachkovo indica que debieron de tomar una ruta terrestre desde Constantinopla, viajando a través de Edirne (en la Turquía actual) hasta penetrar en el sureste de Bulgaria. Los puertos habituales de la costa del mar Negro les habrían dejado demasiado al norte para hacer escala en Haskovo.

La aparición de los destinos tradicionales de peregrinación en la «Crónica» de Zacarías suscita la pregunta de si el relato de Stefan documenta una peregrinación. Sin embargo, los dos presuntos motivos de las andanzas de Stefan (el exilio de la ciudad conquistada de Constantinopla después de 1453 y el transporte de reliquias y la búsqueda de un «tesoro» en Bulgaria después de 1476) convierten su relato en una variación de la clásica crónica de un peregrino. Además, únicamente el hecho de que Stefan haya marchado de Constantinopla siendo un monje recién ordenado parece motivado por el deseo de visitar lugares santos en países extranjeros.

Un segundo tema sobre el que la «Crónica» arroja luz son los últimos días de Vlad III de Valaquia (1428?-1476), conocido popularmente como Vlad Tepes el Empalador o Drácula. Si bien varios autores contemporáneos del personaje refieren sus campañas contra los otomanos, así como sus esfuerzos por reconquistar y retener el trono de Valaquia, ninguno explica con detalle el asunto de su muerte y entierro. Vlad III hizo generosas contribuciones al monasterio de Snagov, tal como testimonia el relato de Stefan, y reconstruyó su iglesia. Es muy probable que también solicitara ser enterrado allí, de acuerdo con la tradición de los fundadores y principales donantes de todo el mundo ortodoxo.

En la «Crónica», Stefan afirma que Vlad visitó el monasterio en 1476, el último año de su vida, tal vez unos meses antes de morir. Ese año, el trono de Vlad III se hallaba sometido a una tremenda presión por parte del sultán otomano Mehmet II, con quien Vlad había guerreado de manera intermitente desde 1460. Al mismo tiempo, su permanencia en el trono de Valaquia estaba amenazada por un contingente de sus boyardos, dispuestos a apoyar a Mehmet si planeaba una nueva invasión de Valaquia.

Si la «Crónica» de Zacarías es fiel a lo ocurrido, Vlad III hizo una visita a Snagov, de la que no queda constancia, la cual debió representar un enorme peligro para su vida. La «Crónica» informa de que Vlad llevó un tesoro al monasterio. El que lo hiciera con grave riesgo para su persona indica la importancia que para él tenía Snagov. Debía ser muy consciente de las constantes amenazas a su vida, tanto por parte de los otomanos como de su principal rival valaco durante ese período, Basarab Laiota, quien se apoderó del trono de Valaquia por poco tiempo tras la muerte de Vlad. Como no iba a obtener ningun rédito político de su visita a Snagov, parece razonable pensar que Snagov era importante para Vlad III por motivos personales o espirituales, tal vez porque pensaba convertirlo en su lugar de descanso eterno. En cualquier caso, la «Crónica» de Zacarías confirma que prestó una especial atención a Snagov en las postrimerías de su vida.

Las circunstancias de la muerte de Vlad III son muy confusas, y se han visto ensombrecidas aún más por leyendas populares contradictorias y ensayos baratos. A finales de diciembre de 1476 o principios de enero de 1477, le tendieron una emboscada, probablemente obra de una parte del ejército turco destacado en Valaquia, y murió en la escaramuza posterior. Algunas tradiciones sostienen que le mataron sus propios hombres, que le confundieron con un oficial turco cuando trepó a una colina para gozar de una panorámica mejor de la batalla. Una variante de esta leyenda asegura que algunos de sus hombres estaban buscando la oportunidad de asesinarle, en castigo por su desmedida crueldad. La mayoría de fuentes que atestiguan su muerte coinciden en que el cadáver de Vlad fue decapitado y su cabeza enviada al sultán Mehmet en Constantinopla como prueba de que su gran enemigo había caído.

En cualquier caso, según el relato de Stefan, algunos hombres de Vlad III continuaron siéndole fieles, pues se arriesgaron a transportar el cadáver a Snagov. Durante mucho tiempo se creyó que el cadáver decapitado había sido enterrado en la iglesia de Snagov, delante del altar.

Si hay que conceder crédito al relato de Stefan el Errabundo, el cuerpo de Vlad III fue transportado en secreto desde Snagov hasta Constantinopla, y de allí a un monasterio llamado Sveti Georgi, en Bulgaria. El propósito de esta deportación, y la naturaleza del «tesoro» que los monjes estaban buscando, primero en Constantinopla y después en Bulgaria, no está claro. El relato de Stefan afirma que el tesoro habría «acelerado la salvación del alma de este príncipe», lo cual indica que el abad debía considerarlo necesario desde un punto de vista teológico. Es posible que buscaran alguna reliquia en Constantinopla que hubiera sobrevivido a las conquistas latina y otomana. Cabe la posibilidad de que no hubiera querido aceptar la responsabilidad de destruir el cadáver en Snagov, o de mutilarlo de acuerdo con las creencias sobre la protección contra los vampiros, o de correr el riesgo de que esto fuera llevado a cabo por los aldeanos. Esta renuencia debe considerarse normal, teniendo en cuenta la posición social de Vlad y el hecho de que a los miembros del clero ortodoxo se los disuadía de participar en mutilaciones corporales.

Por desgracia, no se ha encontrado ningún lugar en Bulgaria donde se hallen enterrados los restos de Vlad III, y hasta el emplazamiento de la institución denominada Sveti Georgi, al igual que la del monasterio búlgaro de Paroria, se desconocen. Debió de ser abandonado o destruido durante la era otomana, y la «Crónica» es el único documento que arroja luz sobre su emplazamiento general. La «Crónica» afirma que recorrieron una breve distancia («no mucho más lejos») desde el monasterio de Bachkovo, situado a unos cincuenta y seis kilómetros al sur de Asenovgrad, a orillas del río Chepelarska. Es evidente que Sveti Georgi se hallaba en la zona sur del centro de Bulgaria. Esta zona, que incluye gran parte de los montes de Ródope, se contó entre las últimas regiones búlgaras conquistadas por los otomanos. Algún territorio muy escabroso de esta parte jamás cayó por completo en manos de los invasores. El hecho de que Sveti Georgi se encontrara en estas montañas explicaría parcialmente por qué fue elegido como lugar de descanso, relativamente seguro, de los restos de Vlad III.

Pese a que la «Crónica» afirma que se convirtió en centro de peregrinación después de que los monjes de Snagov se instalaran, Sveti Georgi no aparece en otras fuentes documentales importantes del período, ni en posteriores, lo cual podría indicar que desapareció o fue abandonado poco después de la partida de Stefan. No obstante, sabemos algo de la fundación de Sveti Georgi gracias a una única copia de un typikon conservado en la biblioteca del monasterio de Bachkovo. Según este documento, Sveti Georgi fue fundado por Georgios Comneno, primo lejano del emperador bizantino Alexis I Comneno, en 1101. La «Crónica» de Zacarías afirma que había «pocos y viejos» monjes cuando llegó el grupo de Snagov. Cabe suponer que esos escasos monjes habían respetado el régimen esbozado en el typikon, al que se sumaron los monjes valacos.

Vale la pena resaltar que la «Crónica» subraya el viaje de los valacos a través de Bulgaria de dos formas diferentes: describiendo con cierto detalle el martirio de dos de ellos a manos de oficiales otomanos y tomando nota de la atención dispensada por la población búlgara a su recorrido a través del país. No hay forma de saber el motivo de que los otomanos, en general tolerantes con las actividades religiosas cristianas en Bulgaria, consideraran a los monjes valacos una amenaza. Stefan informa por mediación de Zacarías que sus amigos fueron «interrogados» en la ciudad de Haskovo antes de ser torturados y asesinados, lo que sugiere que las autoridades otomanas creían que se hallaban en posesión de información políticamente sensible de algún tipo. Haskovo se encuentra en el sudeste de Bulgaria, una región bajo férreo dominio otomano desde el siglo XV. Lo más extraño es que a los monjes mártires se les aplicaran los castigos tradicionales otomanos por robo (amputación de manos) y por fuga (amputación de pies). La mayoría de los mártires que murieron a manos de los otomanos fueron torturados y asesinados con otros métodos. Estas formas de castigo, así como el registro de la carreta de los monjes, descrito por Stefan en su relato, dan a entender que las autoridades de Haskovo los acusaron de robo, aunque al parecer fueron incapaces de demostrar su acusación.

Stefan informa de la amplísima atención dispensada por el pueblo búlgaro a lo largo de la ruta, lo cual habría podido despertar la curiosidad de los otomanos. Sin embargo, tan sólo ocho años antes, en 1469, las reliquias de Sveti Ivan Rilski, el ermitaño fundador del monasterio de Rila, habían sido trasladadas desde Veliko Trnovo hasta una capilla de Rila, una procesión presenciada y descrita por Vladislav Gramatik en su «Narración del transporte de los restos de Sveti Ivan». Durante el traslado, oficiales turcos toleraron la atención dispensada por los aldeanos búlgaros a las reliquias, y el viaje se convirtió en un importante elemento unificador y simbólico para los cristianos búlgaros. Es probable que Zacarías y Stefan conocieran el famoso viaje de los huesos de Ivan Rilski, y es posible que Zacarías hubiera visto en Zougraphou alguna documentación escrita hacia 1479.

Esta temprana (y muy reciente) tolerancia de una procesión religiosa similar a través de Bulgaria es lo que convierte en muy significativa la preocupación por el viaje de los monjes valacos. El registro de su carreta (tal vez efectuado por oficiales de la guardia de algún bajá local) indica que cierta información sobre el propósito de su viaje había llegado a oídos de las autoridades otomanas de Bulgaria. No cabe duda de que dichas autoridades no habrían estado nada ansiosas por albergar en Bulgaria los restos de uno de sus enemigos políticos más encarnizados, ni por tolerar la veneración de dichos restos. Lo más desconcertante, no obstante, es el hecho de que al registrar la carreta no se encontrara nada, pues el relato de Stefan menciona más adelante el entierro del cadáver en Sveti Georgi. Sólo podemos especular acerca de cómo habría podido esconderse todo un cadáver (aunque decapitado), si en verdad transportaban uno.

Por fin, un punto interesante tanto para historiadores como para antropólogos es la referencia de la «Crónica» a las opiniones de los monjes de Snagov relativas a las visiones que tuvieron en la iglesia. No se pusieron de acuerdo sobre lo que había sucedido con el cadáver de Vlad III mientras lo velaban, y mencionaron diversos métodos tradicionales citados como base para la transformación de un cadáver en un muerto viviente (un vampiro), lo cual indica que creían en la posibilidad de que eso sucediera. Algunos creían haber visto un animal saltando sobre el cadáver, y otros que una fuerza sobrenatural en forma de niebla o viento había penetrado en la iglesia y provocado que el cadáver se incorporara. El caso del animal está ampliamente documentado en las leyendas populares de los Balcanes sobre la génesis de los vampiros, al igual que la creencia de que los vampiros pueden convertirse en niebla o bruma. Los monjes debían conocer la notoria sed de sangre de Vlad III, así como su posterior conversión al catolicismo en la corte del rey húngaro Matías Corvino, la primera porque era famosa en toda Valaquia y la segunda porque debía preocupar a la comunidad ortodoxa de allí (sobre todo en el monasterio favorito de Vlad, cuyo abad debía ser su confesor).

Los manuscritos

La «Crónica» de Zacarías se conoce a través de dos manuscritos, Azos 1480 y R.VII.132. A este último se lo conoce también con el nombre de la «Versión Patriarcal». Azos 1480, un manuscrito incuarto redactado en escritura semiuncial, se conserva en la biblioteca del monasterio de Rila, en Bulgaria, donde fue descubierto en 1923. Primera de las dos versiones de la «Crónica», fue escrita casi con toda seguridad por el propio Zacarías en Zographou, probablemente a partir de notas tomadas junto al lecho de muerte de Stefan. Pese a la afirmación de que «tomó nota de cada palabra», Zacarías debió escribir su copia después de trabajar mucho en la redacción. Refleja un refinamiento de estilo que no pudo ser producto del momento, y sólo contiene una corrección. Este manuscrito original debió conservarse en la biblioteca de Zographou al menos hasta 1814, puesto que el título se menciona en una bibliografía de manuscritos de los siglos XV y XVI guardados en Zographou con fecha de aquel año. Reapareció en Bulgaria en 1923, cuando el historiador búlgaro Atanas Angelov lo descubrió oculto en la cubierta de un tratado del siglo XV sobre la vida de san Jorge (Georgi 1364.21) en la biblioteca del monasterio de Rila. Angelov comprobó en 1924 que no existía ninguna copia en Zographou. No se sabe muy bien cuándo o cómo viajó este original desde Azos a Rila, si bien la amenaza de incursiones de piratas contra Azos durante los siglos XVIII y XIX tal vez haya influido en su traslado (y en el de numerosos documentos y objetos de incalculable valor) desde la Montaña Sagrada.

La segunda y única copia más conocida de la versión de la «Crónica» de Zacarías (R.VII.132, o la «Versión Patriarcal») se guarda en la biblioteca del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, y los métodos paleográficos fijan su antigüedad a mediados o finales del siglo XVI. Es probable que se trate de una versión posterior de una copia enviada al Patriarca por el abad de Zographou, en tiempos de Zacarías. Se supone que el original de esta versión acompañaba a una carta del abad dirigida al Patriarca, en la que alertaba a éste de la posibilidad de una herejía en el monasterio búlgaro de Sveti Georgi. La carta ya no existe, pero es probable que por razones de eficacia y discreción el abad de Zographou pidiera a Zacarías que volviera a copiar su crónica para entregarla a Constantinopla, mientras el original permanecería en la biblioteca de Zographou. Entre cincuenta y cien años después de acogerla, la biblioteca del Patriarca todavía consideraba lo bastante importante la «Crónica» para conservarla mediante el expediente de volver a copiarla.

La «Versión Patriarcal», además de ser una probable copia posterior de una misiva enviada desde Zographou, difiere de Azos 1480 en otro aspecto importante: elimina parte del fragmento que reproduce lo que los monjes que velaban en la iglesia de Snagov afirmaron haber presenciado, en especial desde la frase «Un monje vio un animal» hasta la frase «el cadáver decapitado del príncipe se removió e intentó incorporarse». Es posible que este párrafo haya sido eliminado en la copia posterior con la intención de ocultar a los usuarios de la biblioteca patriarcal información innecesaria sobre la herejía descrita por Stefan, o tal vez para minimizar el contacto con supersticiones sobre el origen de los muertos vivientes, un conjunto de creencias a las que la administración eclesiástica se oponía. Es difícil fechar la «Versión Patriarcal», aunque casi con toda seguridad se trata de la copia que consta en el catálogo de la biblioteca patriarcal desde 1605.

Una última similitud, sorprendente y desconcertante, existe entre los dos manuscritos conservados de la «Crónica». Ambos fueron arrancados por una mano anónima más o menos en el mismo momento de la historia. Azos 1480 termina con «descubrí», mientras la «Versión Patriarcal» continúa con «que no era una epidemia normal, sino», y ambas han sido mutiladas pulcramente después de una línea completa. Se supone que lo eliminado es la parte del relato de Stefan que documenta una posible herejía, o alguna otra desgracia, aparecida en el monasterio de Sveti Georgi.

Una pista de la fecha de este atentado tal vez se encuentre en el catálogo de la biblioteca antes mencionado, que califica la «Versión Patriarcal» de «incompleta». Por consiguiente, podemos suponer que el final de esta versión fue arrancado antes de 1605. Sin embargo, es imposible saber si los dos actos de vandalismo tuvieron lugar en el mismo período, si uno inspiró el otro a un lector mucho más tardío, o hasta qué punto eran similares los finales de ambos documentos. La fidelidad de la «Versión Patriarcal» al manuscrito de Zographou, con la excepción del párrafo del velatorio mencionado antes, indica que la historia debía terminar igual, o al menos de una forma muy parecida, en las dos versiones. Además, el hecho de que la «Versión Patriarcal» fuera mutilada, pese a la eliminación del párrafo que habla de los acontecimientos sobrenaturales acaecidos en la iglesia de Snagov, apoya la idea de que terminaba con una descripción de la herejía o brote maligno de Sveti Georgi. Hasta la fecha no se ha encontrado otro ejemplo, entre los manuscritos medievales de los Balcanes, de mutilación sistemática de dos copias del mismo documento separadas por cientos de kilómetros de distancia.

Ediciones y traducciones

La «Crónica» de Zacarías de Zographou ha sido publicada dos veces con anterioridad. La primera edición fue una traducción griega, con un breve comentario, incluida en la Historia de las iglesias bizantinas, de Xanthos Constantinos, de 1849. En 1931 el Patriarcado Ecuménico imprimió un folleto del original eslavo. Atanas Angelov, quien descubrió la versión de Zographou en 1923, pensaba publicarlo con abundantes comentarios, pero su muerte en 1924 truncó el proyecto. Algunas de sus notas fueron publicadas a título póstumo en Balkanski istoricheski pregled, en 1927.

LA «CRÓNICA» DE ZACARÍAS DE ZOGRAPHOU

Esta historia me la contó a mí, Zacarías el Penitente, mi hermano en Cristo Stefan el Errabundo de Tsarigrad. Llegó a nuestro monasterio de Zographou en el año 6987 [1479]. Nos relató los extraños y maravillosos acontecimientos de su vida. Stefan el Errabundo tenía cincuenta y tres años de edad cuando llegó a nosotros, un hombre sabio y piadoso que había visto muchos países. Demos gracias a la Santa Madre por haberle guiado hasta nosotros desde Bulgaria, adonde había ido con un grupo de monjes desde Valaquia y padecido muchos sufrimientos a manos del turco infiel, además de haber presenciado el martirio de dos de sus amigos en la ciudad de Haskovo. Sus hermanos y él transportaron unas reliquias de maravilloso poder a través de los países infieles. Con estas reliquias se internaron en las tierras de los búlgaros y se hicieron famosos en todo el país, de modo que los hombres y mujeres cristianos salían a los caminos cuando pasaban para hacerles reverencias o besar los costados de la carreta. Y estas reliquias fueron transportadas al monasterio llamado de Sveti Georgi y expuestas a la adoración. Aunque el monasterio era pequeño y retirado, acudieron muchos peregrinos que venían de los monasterios de Rila y Bachkovo, o del sagrado Azos. Pero Stefan el Errabundo era el primero que había estado en Sveti Georgi, según supimos después.

Cuando llevaba viviendo con nosotros algunos meses, se comentó que no hablaba de este monasterio de Sveti Georgi, aunque contaba muchas historias de otros lugares santos que había visitado, para que así nosotros, que siempre habíamos vivido en un mismo país, pudiéramos conocer algunos prodigios de la Iglesia de Cristo en diferentes países. Así, nos habló en una ocasión de la maravillosa capilla construida en una isla de la bahía de Maria, en el mar de los venecianos, una isla tan pequeña que las olas lamen sus cuatro muros, y del monasterio de Sveti Stefan, también sito en una isla, a dos días de distancia hacia el sur, donde él adoptó el nombre de su patrón y renunció al suyo. Nos contó esto y muchas cosas más, incluyendo que había visto monstruos horribles en el mar de Mármol.

Y nos hablaba muy a menudo de las iglesias y monasterios de la ciudad de Constantinopla antes de que las tropas infieles del sultán las profanaran. Nos describió con reverencia sus milagrosos iconos, de incalculable valor, como la imagen de la Virgen en la gran iglesia de Santa Sofía y su icono velado en el santuario de Blachernae. Había visto la tumba de san Juan Crisóstomo y de los emperadores y la cabeza del bendito san Basilio en la iglesia del Panachrantos, así como numerosas reliquias santas más. Qué suerte para él y para nosotros, destinatarios de sus relatos, que cuando todavía era joven hubiera abandonado la ciudad para errar de nuevo, de manera que estaba muy lejos de ella cuando el demonio Mahoma erigió en las cercanías una fortaleza inexpugnable con el propósito de atacar la ciudad, y poco después derribó las grandes murallas de Constantinopla y mató o esclavizó a sus habitantes. Después, cuando Stefan se encontraba muy lejos y se enteró de la noticia, lloró con el resto de la cristiandad por la ciudad mártir.

Y trajo consigo a nuestro monasterio libros raros y maravillosos a lomos de su caballo, los cuales coleccionaba y de los que extraía inspiración divina, pues dominaba el griego, el latín, el eslavo y tal vez algunas lenguas más. Nos contó todas estas cosas y depositó sus libros en nuestra biblioteca para darle gloria eterna, como así fue, aunque la mayoría sólo supiéramos leer en un único idioma, y algunos ni siquiera eso. Hizo estos regalos diciendo que él también había terminado sus viajes y se quedaría para siempre, al igual que sus libros, en Zographou.

Sólo yo y otro hermano comentamos que Stefan no hablaba de su estancia en Valaquia, excepto para decir que había sido novicio allí, y tampoco habló mucho del monasterio búlgaro llamado Sveti Georgi hasta el fin de sus días. Porque cuando llegó a nosotros ya estaba enfermo, y padecía de fiebres en sus miembros, y al cabo de menos de un año nos dijo que esperaba inclinarse muy pronto ante el trono del Salvador si aquel que perdona a todos los verdaderos penitentes podía olvidar sus pecados. Cuando yacía en su última enfermedad, pidió confesión a nuestro abad, porque había presenciado horrores en cuya posesión no podía morir, y su confesión impresionó muchísimo al abad, que me pidió que tomara nota de ella después de rogar a Stefan que la repitiera, porque él, el abad, deseaba enviar una carta al respecto a Constantinopla. A ello procedí con diligencia y sin error, sentado junto al lecho de Stefan y escuchando con el corazón henchido de terror la historia que el enfermo me narró, tras lo cual recibió la sagrada comunión y murió mientras dormía. Fue enterrado en nuestro monasterio.

El relato de Stefan de Snagov,

transcrito fielmente por Zacarías el Penitente

Yo, Stefan, tras años de errar y después de la pérdida de la amada y santa ciudad donde nací, Constantinopla, fui en busca de reposo al norte del gran río que separa Bulgaria de Dacia. Recorrí la llanura y después las montañas, y encontré al fin el camino que conduce al monasterio que se halla en la isla del lago Snagov, un hermosísimo lugar apartado y defendible. El buen abad me dio la bienvenida y me senté a la mesa con monjes tan humildes y dedicados a la oración como todos los que había encontrado en mis viajes. Me llamaron hermano y compartieron conmigo su comida y su bebida, y me sentí más en paz en el seno de su devoto silencio de lo que había estado en muchos meses. Como trabajaba con ahínco y obedecía humildemente todas las instrucciones del abad, pronto me concedió permiso para quedarme con ellos. Su iglesia no era grande, pero sí de una belleza sin parangón, y sus famosas campanas resonaban sobre el agua.

Esta iglesia y su monasterio habían recibido la máxima ayuda y protección del príncipe de aquella región, Vlad hijo de Vlad Dracul, quien por dos veces fue expulsado de su trono por el sultán y otros enemigos. También estuvo mucho tiempo encarcelado por Matías Corvino, rey de los magiares. Este príncipe Drácula era muy valiente, y en el curso de sus incesantes combates saqueó o recuperó muchas de las tierras que los infieles habían robado, y donó al monasterio parte del botín, y siempre deseaba que rezáramos por él y su familia y su seguridad personal, cosa que hacíamos. Algunos monjes susurraban que había pecado por exceso de crueldad, y que también se había permitido convertirse al cristianismo mientras era prisionero del rey magiar. Pero el abad no quería oír ni una palabra mala sobre él, y más de una vez le había ocultado con sus hombres en el refugio de la iglesia cuando otros nobles deseaban encontrarle y darle muerte.

En el último año de su vida, Drácula vino al monasterio, tal como había hecho con frecuencia en tiempos anteriores. Yo no le vi, porque el abad me había enviado a mí y a otro monje a otra iglesia para hacer un recado. Cuando regresé, me enteré de que el príncipe Drácula había estado allí y dejado nuevos tesoros. Un hermano, quien comerciaba con los campesinos de la región para procurarnos vituallas, y que había oído muchas historias en la campiña, susurró que Drácula tanto podía obsequiar un saco de orejas y narices como uno lleno de tesoros, pero cuando el abad se enteró de este comentario, le castigó severamente. Así, nunca vi a Drácula en vida, pero sí lo vi muerto, tal como informaré al punto.

Unos cuatro meses más tarde nos enteramos de que había sido rodeado en una batalla y asesinado por soldados infieles, no sin antes matar a más de cuarenta de ellos con su gran espada. Tras su muerte, los soldados del sultán le cortaron la cabeza y se la llevaron para enseñarla a su amo.

Los hombres del campamento del príncipe Drácula sabían todo esto, y aunque muchos se escondieron después de su muerte, algunos trajeron la noticia y su cadáver al monasterio de Snagov, tras lo cual huyeron. El abad lloró cuando vio que izaban el cuerpo de la barca y rezó en voz alta por el alma del príncipe Drácula y para que Dios nos protegiera, porque la Media Luna del enemigo se estaba acercando en demasía. Ordenó que el cadáver fuera expuesto en la iglesia.

Fue una de las cosas más espantosas que he visto en mi vida, aquel cadáver sin cabeza con manto púrpura y rodeado de muchas velas parpadeantes. Le velamos por turnos durante tres días y tres noches. Yo participé en el primer velatorio, y la paz reinaba en la iglesia, salvo por el espectáculo del cuerpo mutilado. Todo fue bien en el segundo velatorio, al menos eso dijeron los monjes que velaron aquella noche. Pero la tercera noche algunos de los hermanos, agotados, se durmieron, y algo ocurrió que hinchió de terror el corazón de los demás. Más tarde no se pusieron de acuerdo en qué sucedió, pues cada uno había visto algo diferente. Un monje vio que un animal saltaba desde las sombras de los bancos sobre el ataúd, pero no supo describir la forma del animal. Otros sintieron una ráfaga de viento o vieron una espesa niebla penetrar en la iglesia, que apagó muchas velas, y juraron por santos y ángeles, y en especial por los arcángeles Mijail [Miguel] y Gabriel que, en la oscuridad, el cadáver decapitado del príncipe se removió y trató de incorporarse. Los hermanos profirieron grandes gritos de terror en la iglesia y toda la comunidad se despertó. Los monjes, cuando salieron corriendo, relataron lo que habían visto con grandes disensiones entre ellos.

Entonces apareció el abad, y vi a la luz de la antorcha que estaba muy pálido y aterrado por las historias que contaban, y se persignó muchas veces. Recordó a todos los presentes que el alma de este noble estaba en nuestras manos y que debíamos actuar en consecuencia. Nos guió hasta el interior de la iglesia, volvió a encender las velas y vimos que el cadáver estaba tan inmóvil como antes en su ataúd. El abad ordenó que registráramos la iglesia, pero no encontramos ningún animal o demonio en sus rincones. Después pidió que nos calmáramos y fuéramos a nuestras celdas, y cuando llegó la hora del primer servicio, se celebró como de costumbre y reinó la serenidad.

Pero a la noche siguiente reunió a ocho monjes y me concedió el honor de incluirme entre ellos. Dijo que sólo íbamos a fingir enterrar el cadáver del príncipe en la iglesia, pero en realidad debíamos alejarlo de inmediato de este lugar. Dijo que sólo revelaría a uno de nosotros, en secreto, dónde deberíamos transportarlo y por qué, de modo que la ignorancia protegería a los demás, y así lo hizo. Seleccionó a un monje que había estado con él muchos años, y dijo a los demás [de nosotros] que le siguiéramos con obediencia y no hiciéramos preguntas.

De esta manera yo, que no había pensado volver a viajar nunca más, me convertí en viajero de nuevo y recorrí una larga distancia, pues entré con mis compañeros en mi ciudad natal, que se había convertido en la sede del reino de los infieles, y vi que muchas cosas habían cambiado. La gran iglesia de Santa Sofía se había transformado en mezquita y no pudimos entrar. Muchas iglesias habían sido destruidas, o habían permitido que se desmoronaran, y otras se habían convertido en casas de adoración para los turcos, incluso el Panachrantos. Allí descubrí que estábamos buscando un tesoro capaz de acelerar la salvación del alma de este príncipe, y que dicho tesoro ya había sido puesto a buen recaudo, arrostrando grandes peligros, por dos monjes santos y valientes del monasterio de San Salvador, y sacado en secreto de la ciudad. Pero algunos jenízaros del sultán sospechaban, y por ello corríamos peligro y tuvimos que marcharnos en su busca, esta vez en dirección al antiguo reino de los búlgaros.

Mientras atravesábamos el país, tuve la impresión de que algunos búlgaros ya conocían nuestra misión, pues cada vez salían más y más de ellos a los caminos, se inclinaban en silencio ante nuestra procesión, y algunos nos seguían durante muchas leguas, tocaban nuestra carreta con las manos o la besaban. Durante este viaje ocurrió algo terrible. Cuando atravesábamos la ciudad de Haskovo, algunos guardias de la ciudad nos detuvieron por la fuerza y con ásperas palabras. Registraron nuestra carreta, afirmando que descubrirían lo que llevábamos, y encontraron dos bultos que abrieron. Cuando vieron que era comida, los infieles la tiraron a la carretera encolerizados y detuvieron a dos de los nuestros. Los buenos monjes clamaron su inocencia, pero sólo consiguieron enfurecer a los malvados, así que les cortaron las manos y los pies y pusieron sal en sus heridas antes de morir. Nos perdonaron la vida a los demás, pero nos expulsaron con maldiciones y latigazos. Después pudimos recuperar los miembros y cuerpos de nuestros queridos amigos y reunirlos para darles cristiana sepultura en el monasterio de Bachkovo, cuyos monjes rezaron durante muchos días por sus almas devotas.

Después de este incidente, nos sentimos muy entristecidos y aterrorizados, pero continuamos viaje, no mucho más lejos y sin incidentes, hasta el monasterio de Sveti Georgi. Los monjes, aunque eran pocos y viejos, nos dieron la bienvenida y dijeron que el tesoro que buscábamos había sido depositado allí por dos peregrinos unos meses antes, y que todo iba bien. No deseábamos volver a Dacia pronto después de tantos peligros, de manera que nos instalamos en el monasterio. Las reliquias que habíamos transportado fueron conservadas en secreto, y su fama se extendió entre los cristianos, que peregrinaron a Sveti Georgi, y también guardaron silencio. Durante mucho tiempo vivimos en paz en este lugar, y el monasterio creció gracias a nuestro trabajo. Pronto, no obstante, una epidemia se desencadenó en los pueblos cercanos, aunque al principio no afectó al monasterio. Después descubrí [que no se trataba de una plaga normal, sino de]

[En este punto el manuscrito está cortado o desgarrado.]