Han corrido ríos de tinta sobre aquella mujer que escribió el primer título de la saga en servilletas, malviviendo en un piso escocés que no tenía calefacción. El mito ha superado a la realidad cuando la historia real, de por sí, ya merece un libro.
Rowling tiene unas técnicas de escritora muy particulares: planifica al detalle todo lo que va a escribir, creando tablas en las que cada fila es un capítulo y cada columna una trama argumental. En sus apuntes se pueden leer notas como «Harry + Cho», «Orden del Fénix» o todo lo que pueda tener desarrollo a lo largo de la historia: ella decide en qué momento avanza y con qué intensidad
La autora también se ayuda de dibujos, aunque sólo los hemos podido ver publicados en los libros anexos. Hoy en día guarda todos sus documentos en cajas, bien custodiadas en su caserío de Edimburgo (siempre y cuando los niños que visitan a sus hijos no intenten abrirlas, como ella ha advertido en más de una ocasión).
Es cierto que J. K. Rowling ideó la saga subida a un tren con ruta Manchester-Londres. Este medio de transporte tiene una gran importancia en la vida de la escritora porque sus padres se conocieron en la estación de King’s Cross y su segundo marido, Neil Murray, le pidió matrimonio a bordo del Orient Express. La escritora no dudó al crear aquel tren escarlata que viajaba del mundo mágico hasta las inmediaciones de Hogwarts. Ya sabemos cómo nació la saga, y para conocer los libros lo mejor es leerlos, ¿pero cuáles son los secretos que los envuelven?
Sí, Rowling era una madre soltera. Y sí, su economía no era nada holgada. Pero la prensa (sobre todo la sensacionalista) ha ido exagerando la historia, y si escribió el libro en cafeterías no era por necesidad, sino porque le gustaba (hoy en día, con una fortuna millonaria en el banco, sigue haciendo lo mismo).
Después de que muchas editoriales rechazasen el manuscrito, un discreto sello llamado Bloomsbury se hizo con los derechos. Estados Unidos no tardaría en hacerlo también, presionando a la escritora por una vía más comercial. ¡El libro estuvo a punto de titularse Harry Potter y la Escuela de Magia Rowling se resistió a las exigencias de los norteamericanos, aunque al final tuvo que resignarse a que cambiasen una palabra del título (por eso en Reino Unido se llama Philosopher’s Stone y en Estados Unidos Sorcerer’s Stone, lo que diez años después sigue provocando confusiones).
El deseo de Rowling era que el libro incluyese sus ilustraciones, pero ninguna editorial aceptó. Algunos dibujos, como el que realizó para el capítulo «Norberto», incluyen información reveladora sobre los dragones (incluyendo razas desconocidas, como el Bola de Fuego Catalán. ¿Sería el mismo al que mató san Jorge?). Quien sí se encargaría del arte interior sería Mary GrandPré, que ha realizado desde entonces cientos de ilustraciones de la saga. Ella, de hecho, fue la primera en usar el logo de Harry Potter, y por el que es mundialmente reconocido.
Escribir el primer libro no resultó nada fácil: con la hipoteca sobre los hombros y un bebé al que cuidar, aprovechaba cada minuto libre del día para teclear en su máquina de escribir. No se permitía ni fotocopias, de modo que todas las copias que envió a editoriales estaban mecanografiadas.
Del primer capítulo, «El niño que sobrevivió», existen diez versiones distintas. La versión definitiva nos muestra a Dumbledore, McGonagall y Hagrid abandonando al pequeño a su suerte, pero los otros borradores que escribió Rowling poco tenían que ver: en una versión se veía a Voldemort entrando en la casa del Valle de Godric para asesinar a los Potter, traicionados por un vecino muggle (el vecino sería más adelante sustituido por Colagusano); en otro borrador presenciábamos un encuentro de Sirius Black con un enigmático mortífago llamado Pyrites («Pirita», como el oro falso), que era un dandi en toda regla y que acababa manchándose de sangre sus impolutos guantes blancos en algún momento de la saga. Tampoco cuajó. Más sorprendente resulta la primerísima versión de este capítulo, en la que los Potter vivían en una remota isla (nada que ver con el Valle de Godric que conocemos en Las Reliquias de la Muerte) y después de escuchar algo parecido a una explosión, un muggle de la costa (casualmente, el padre de Hermione) se acercaba en barca para ayudar. Ni que decir que esto cambió por completo.
Comparado con el primero, el noveno capítulo («El duelo a medianoche») no tuvo complicación: Rowling lo escribió de una sola sentada, mientras su cuñado le servía cafés en el Nicholson’s de la ciudad. Sin embargo, tampoco es su capítulo favorito: es «El Espejo de Oesed», que le recuerda vivamente a su madre muerta. Anne Rowling no llegó a saber de la existencia del niño mago, falleciendo antes de la publicación. Por eso no es casualidad que su hija le dedicase el libro.
Harry Potter y la Cámara de los Secretos ¿La Cámara de los Secretos o La Cámara Secreta? El título en castellano todavía provoca debates, ya que la mayoría de los fans considera que es una mala traducción y por eso prefieren llamarlo por el nombre que Rowling decidió. El director de Salamandra, editorial que publica los libros en castellano, se defiende: «Se trató de aligerar un poco la dicción». Sin embargo, no es lo mismo una cámara que oculta secretos que una cámara secreta, así que esto es lo que se llama lost in translation..
Para rizar el rizo, el segundo de la saga estuvo a punto de tener otro título, precisamente el que sería más tarde el del sexto libro: Harry Potter y el Príncipe Mestizo. Cuando Rowling hizo esta revelación en 1998, un periodista de la cadena británica BBC confundió sus palabras y escribió «Half Loved Prince» en vez de «Half-Blood Prince», lo que provocó interesantísimos debates. ¿Quién era ese príncipe, y por qué era medio-amado? Nadie, hasta 2005, se preocupó de reparar el error.
Aunque no se mencionan hasta el penúltimo libro, La Cámara de los Secretos ya hace referencia implícita a los horcruxes, que serían pieza clave de la trama final. El diario de Tom Ryddle era uno de ellos, y la idea surgió precisamente de Di, la hermana de la escritora. Era una adicta a los diarios en la adolescencia, y Rowling cavilaba sobre la posibilidad de que tales intimidades llegasen a malas manos.
El nombre de Voldemort también cambió en la traducción, aunque eso tiene justificación: había que ajustarlo al anagrama, que es cuando del desorden de las letras de una palabra surge otra distinta. Por eso, si Tom Sorvolo Ryddle podía decir Soy Lord Voldemort, la versión original de Tom Marvolo Riddle se sustituía por I am Lord Voldemort. La versión española es muy parecida a la inglesa, pero otros idiomas no lo tuvieron tan fácil: el nombre del mago tenebroso cambia según el país, y mientras que los franceses le llaman Tom Elvis Jedusor (Elvis, has leído bien), los rumanos se refieren a él como Tomas Dorlent Cruplud. ¡Un nombre por cada idioma, y todavía hay quien se atreve a decir que es «El Innombrable»!
Algo debe de tener este libro para que con la saga completa siga siendo el favorito de un gran porcentaje de la comunidad fan. Rowling aprovechó el tercero para dar a conocer a los Merodeadores, aunque Sirius había tenido una mención fugaz en el primer libro (le prestó su moto a Hagrid, aunque volvería a cambiar de dueño en varias ocasiones). La intrépida pandilla de estudiantes quedó borrada en la adaptación cinematográfica, en la que no se mencionó a Canuto, Cornamenta, Lunático y Colagusano, pero la escritora le quita importancia al asunto: «Era imposible incluir cada trama de mi historia en una película de menos de ocho horas».
Una de las escenas más admiradas por los fans es la del giratiempos, tan bien construida, pero que provocaría tantos problemas a la escritora en los libros siguientes. ¿Por qué Harry no usaba el giratiempos para salvar a sus padres? ¿Y a Cedric? Con tantos interrogantes, no es de extrañar que Rowling terminase con todos los relojes en el quinto libro.
Y con él, llegó el fenómeno. El cuarto de Harry Potter no sólo significó el ecuador de la saga: también el reconocimiento mundial e inicio de una andadura que no ha parado hasta nuestros días.
Aunque el libro llegó a las tiendas británicas en el año 2000, su proceso de creación llevó mucho más tiempo. La planificación ya estaba hecha desde años atrás, durante el embarazo de su primogénita, y no le resultó fácil pasar todas sus ideas a papel en los doce meses que contaban desde el lanzamiento del tercer libro. El capítulo nueve, de hecho, lo repitió más de una docena de veces. ¿No tendría que ver con que se titulase «La Marca Tenebrosa», símbolo de desastre entre los magos? A punto estuvo de dejarlo en blanco, informando de que el cuarto libro no tenía noveno capítulo por bloqueo de la autora, e interiormente lo llamaba «El Capítulo de la Maldición».
La censura también ha hecho mella en la saga, y es la razón por la que Ron Weasley nunca dice palabrotas (según Rowling, su editora británica se lo prohibió tajantemente). La escena del ajedrez gigante del primer libro pretendía incluir un alfil sanguinario (el alfil es el obispo del tablero, y en inglés tienen el mismo nombre), pero la editorial Bloomsbury le sugirió que lo cambiase para no ofender a los lectores cristianos. Eso no evitó que Rowling resucitase la idea para El Cáliz de Fuego, donde el alfil de la Sala Común recupera su protagonismo.
Muchos critican la elección del título del libro, que Rowling eligió porque simbolizaba algo así como «la copa del destino». No es de extrañar que entre sus alternativas estuviese Harry Potter y el Torneo de los Tres Magos oHarry Potter y el Torneo del Hechizo Final, posiblemente más ajustados a la trama del libro.
El cuarto libro sufrió muchos cambios de edición, con personajes que iban y volvían. Tal es el caso de Mafalda, la prima Weasley, o Mopsy, la vecina de Hogsmeade amante de los perros. Se suponía que Sirius (u Hocicos) vivía con ella durante sus transformaciones, pero Rowling decidió suprimir a la bruja para que el padrino de Harry se ocultase en las cuevas de los alrededores. Incluso con el libro publicado, todavía quedaron detalles por modificar: la escena final, por ejemplo, contiene un error en su primera edición. Cuando las varitas de Harry y Voldemort producen el Finite Incantatem, el orden en que salen los fallecidos no es el correcto (primero tiene que aparecer Lily, después James: la edición española ya incluía la corrección). Lo más sorprendente de todo es que el error no fue de la escritora, que lo escribió bien en su primer borrador, sino de su editora: ésta la convenció del fallo y Rowling, sin revisarlo, hizo la modificación.
Acostumbrados a un libro por año, el quinto significó tres veranos de espera. Rowling quería vacaciones, y se las merecía, aunque el resultado fue una novela todavía más extensa que la anterior.
Con el fenómeno fan extendido por todo el planeta, la escritora cometió la imprudencia de revelar el título del libro mucho antes de su publicación durante una entrevista de televisión. Varias personas corrieron a registrarlo, incluyendo los dominios de Internet, y los abogados de Rowling tuvieron que trabajar duro para adelantarse a todos los demás. Desde entonces, la agencia literaria Christopher Little le prohibió anunciar títulos de libros sin consentimiento propio, después de la mala experiencia del quinto.
Gracias a varios borradores publicados en la página web JKRowling.com, conocemos secretos de la planificación del quinto libro. Por ejemplo, que la Orden del Fénix se refería en realidad al grupo de estudiantes organizados por Harry, y el Ejército de Dumbledore eran los adultos que luchaban contra los mortífagos. ¡No fue hasta muy tarde cuando Rowling cambió de idea! El profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras no iba a ser Umbridge, si no un tal Oakden Hernshaw, y lo más sorprendente de todo: Nagini no dejaba herido al señor Weasley, ¡le mataba!
El quinto libro nunca ha levantado pasiones entre los fans, quizá porque no responde demasiados interrogantes. El único personaje que logró la atención del público fue Luna Lovegood, ¿pero cuántos saben que ya se le menciona en el libro anterior, poco antes de los Mundiales de Quidditch? Una vez más, Rowling demuestra que lo tiene todo planeado.
De nuevo hay discrepancias entre el título original y el título que escogió la editorial Salamandra: según su director, el término «mestizo» implica unas connotaciones racistas que poco tienen que ver con el universo de los magos (¿pero acaso no es ése el objetivo de los mortífagos?, ¿un término que implique inferioridad respecto a la pureza de sangre?), aunque en otras ocasiones se ha dicho que el cambio del título podría pretender combatir la piratería y las traducciones fans que ya se movían por la red desde días después de la publicación en inglés. Sea cual fuere, Rowling aceptó la alternativa de El misterio del príncipe y no hay nada más que hablar. Casualmente, horas antes de que el título se anunciase en la página web de la escritora, un hacker filtró en Internet imágenes que probaban supuestamente que el libro se llamaría Harry Potter y el Pilar de Storgé. La información llegó a los medios de medio mundo e incluso cuando Rowling salió a desmentirlo casi nadie la creyó, por las circunstancias de los acontecimientos. De hecho, algunos pensaban que El Príncipe Mestizo era otro título inventado para castigar al que inventó el de El Pilar de Storgé. La escritora se tomó tan a broma este asunto que hasta sugirió que el libro podría haberse titulado Harry Potter y la Uña de Pie de Icklibogg.
El libro comienza con una escena del Primer Ministro muggle con el Ministro de Magia, encuentro que la escritora estuvo a punto de incluir en los libros anteriores. Si el sexto libro transcurre entre 1996 y 1997, tal como confirman todas las líneas temporales, el Primer Ministro en las fechas en las que transcurre Harry Potter y el Príncipe Mestizo tenía que ser John Major, líder conservador que ocupaba el cargo en esas fechas. Sin embargo, es posible que Rowling tuviese en la cabeza otro Primer Ministro, el actual Gordon Brown, con quien comparte además una estrecha amistad. La relación de la autora con los políticos va aumentando con los años: se ha reunido con presidentes de gobierno de todo el mundo (Barack Obama, por ejemplo, reconoce que lee los libros a sus hijas) y éstos incluso le escriben para pedirle ejemplares firmados, como hizo Tony Blair mientras ocupó el mando de Reino Unido.
El sexto libro menciona desastres humanos provocados por los mortífagos y gigantes. Este hecho no tendría más relevancia de no ser porque la novela se publicó días después de los atentados de Londres de 2005, cuando la sensibilidad por la seguridad estaba en su punto álgido. Ya era demasiado tarde para modificar el libro, pero en la presentación en Edimburgo Rowling evitó leer el primer capítulo y empezó por el tercero.
La expectación por el penúltimo capítulo de la saga era tal que incluso se robaron ejemplares de la imprenta, que un guardia de seguridad intentó vender posteriormente a un tabloide británico. El incidente acabó con un tiroteo y el libro a salvo, pero algunos sospechan que cierta información del contenido se filtró cuando las apuestas por la muerte de Dumbledore subieron alarmantemente.
El desenlace llegó con un título intraducible (¿quién sabía qué significaban esos Deathly Hallows?), pero Rowling propuso una alternativa a los editores de todo el mundo: Harry Potter and the Relies of Death. No obstante, no fue el primero que la autora tuvo en mente. Años antes ya manejaba Las Reliquias de Hogwarts, como consta en el archivo de patentes de Reino Unido, pero la trama evolucionó y las Reliquias dejaron de ser enteramente de los Fundadores (el Anillo de la Resurrección pasó por la mano de Salazar Slytherin, pero la Capa de la Invisibilidad y la Varita de Saúco tomaron caminos distintos). Precisamente La Varita de Saúco fue uno de los títulos que Rowling barajó hasta el último minuto (de hecho, la idea le surgió mientras se tomaba una ducha antes de su última gran lectura en Nueva York, la que le llevaría a revelar que Dumbledore era homosexual). Otro título fue La Búsqueda de los Peverell, en relación a los primeros poseedores de las Reliquias, pero al final sólo podía quedar uno.
Para muchos, Las Reliquias de la Muerte iba a ser el libro más largo de la saga, pero la síntesis de El Príncipe Mestizo afectó también a la última entrega. Rowling, que siempre dijo que cada libro de la saga corresponde a un curso en Hogwarts, no convenció con este final que transcurría lejos de los terrenos del castillo, sin clases, exámenes ni aventuras en los pasillos. El libro, que se publicó el 21 de julio de 2007, se esperaba para una fecha distinta: dado que era el séptimo libro, ¿qué mejor día de lanzamiento que el 7 del 7 de 2007? Unos números perfectos para la campaña de marketing que además contaban con dos puntos a favor: la fecha caía en sábado, día de la semana en el que han salido todos los libros de Harry Potter (para que los niños no falten a clase por el lanzamiento), y además era julio, también el mes elegido para las otras entregas. ¡No hubo forma! Bloomsbury y Scholastic desaprovecharon esta fecha tan redonda alegando que necesitaban más tiempo para la edición. Aunque fuese sólo cuestión de dos semanas.
Este libro también tiene la particularidad de que es el único de la saga que comienza con citas. Corresponden a Las coéforas, de Esquilo, y More fruits of solitude, de William Penn. Rowling tuvo claro que las usaría desde 1998 y no cambió de idea casi diez años después, cuando las editoriales le dieron permiso para su empleo. Estas dos referencias a la muerte pertenecen a dos autores muy distintos: Las coéforas es en realidad una de las tres partes de la Orestíada, escrita en el 458 a. C. por el dramaturgo griego Esquilo; William Penn (1644-1718), sin embargo, fue un inglés fundador de la colonia de Pensilvania, conocido tanto por su dedicación por el Nuevo Mundo como por la militancia religiosa de la que hizo gala en sus escritos. Estos dos autores, tan diferenciados por su época y estilo de vida, tienen en común su obsesión por la muerte.
La estantería pottérica oficial no está completa sin los otros tres títulos de la saga, publicados en distintos intervalos de tiempo. Quidditch a Través de los Tiempos y Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos fueron publicados a la vez, en el verano de 2001, y aprovecharon el parón que la autora se tomó entre el lanzamiento de Harry Potter y el Cáliz de Fuego y Harry Potter y la Orden del Fénix..
Rowling nunca planeó escribir estos libros hasta que el guionista Richard Curtis (Notthing Hill, Cuatro bodas y un funeral…), fundador de la organización benéfica Comic Relief, le escribió una carta pidiéndole un relato corto que pudiesen utilizar para recaudar fondos. La madre de Harry Potter tenía un serio problema, porque quería colaborar, ¡pero no sabía escribir relatos breves! Así que sintiéndolo mucho, se lanzó al ordenador y escribió no uno, sino dos libros cuyos derechos de autor han beneficiado desde entonces a millones de niños necesitados. Los dos libros incluyen, de hecho, ilustraciones de la propia Rowling, que se quitaba por fin la espinita de cuando Bloomsbury y Scholastic se negaron a emplear sus ilustraciones en Harry Potter y la Piedra Filosofal.
Afortunadamente, éstos no han sido los últimos libros que la escritora ha escrito para la caridad, y además de pequeños textos como el árbol genealógico de los Black o el relato de los Merodeadores, también se atrevió con Los Cuentos de Beedle el Bardo. La historia de este libro es particular porque en un principio no se planeaba su publicación: Rowling escribió seis ejemplares manuscritos para las personas que habían ayudado a su saga durante la última década (entre los que se contaban editores, agentes…) y como el número siete es el más mágico de su creación, terminó una séptima copia que se subastó por más de dos millones y medio en Londres. Los fans estaban furiosos porque nunca podrían leer esta historia (¿no se suponía que Rowling huía de los lujos y frivolidades de los ricos? Entonces, ¿cómo se explicaba que escribiese un libro que sólo pudiese leer un multimillonario?), pero la sorpresa llegó cuando Amazon.com, la mayor tienda de Internet, anunció que era la ganadora de la puja. Ya no había excusa para no publicarlo, teniendo de su parte al ganador, y un año después se editó el libro para todos los públicos. El libro, para más inri, recaudó más en las librerías de lo que alcanzó en su subasta, y todos los beneficios han ido a parar a CHLG, una asociación cofundada por J. K. Rowling y que vela por los niños necesitados de Europa del Este. ¿Habrá más libros «acompañantes», como se les llama? ¿Podremos leer Hogwarts, Una Historia o la biografía no autorizada de Albus Dumbledore? Por ahora, la autora ya ha prometido que escribirá un libro más inspirado en este universo, aunque no se decide entre una enciclopedia de los datos conocidos (como ha dicho últimamente) o una del material que queda por conocer (según sus declaraciones hasta 2008). Se admiten apuestas.