El Duende del Mar emprendió un difícil trayecto hacia el norte, bordeando la costa de la Espada, empujado por los vientos gélidos, pero el capitán Deudermont y su agradecida tripulación estaban resueltos a devolver sanos y salvos a los cuatro amigos a Aguas Profundas.
La gente reunida en los muelles los recibió con expresiones de asombro cuando la sólida embarcación se introdujo en la bahía de Aguas Profundas, esquivando a su paso espumosas olas y pedazos de hielo. Gracias a la habilidad que había adquirido tras sus numerosos años de experiencia, Deudermont consiguió llevar a salvo el Duende del Mar hasta el puerto.
A pesar del duro viaje, los cuatro amigos habían recobrado buena parte de su salud, y su buen humor, durante los dos meses de descanso en el mar. Al final, todo había ido sobre ruedas…, e incluso parecía que las heridas de Catti-brie iban a sanar del todo.
Pero si el viaje de regreso a Aguas Profundas fue difícil, el trayecto a través de las tierras heladas fue todavía peor. El invierno estaba a punto de acabar, pero una espesa capa de nieve cubría la tierra, y los cuatro amigos no podían permitirse el lujo de esperar a que se fundiera. Tras despedirse de Deudermont y de sus hombres en el Duende del Mar, se ciñeron las capas, se pusieron las gruesas botas y salieron por la puerta de Aguas Profundas para emprender el camino que los llevaría de regreso a Longsaddle.
Tempestuosas tormentas de nieve y manadas de lobos se empeñaban en obstaculizarles el viaje, y, como las marcas del camino habían quedado enterradas bajo un montón de nieve, tenían que guiarse por la lectura que el drow hacía de las estrellas y el sol.
Sin embargo, lo consiguieron y llegaron a Longsaddle dispuestos a reconquistar Mithril Hall. El clan de Bruenor, procedente del valle del Viento Helado, estaba allí para recibirlos, junto con quinientos bárbaros de la tribu de Wulfgar. Y, poco menos de dos semanas después, el general Dagnabit de la Ciudadela de Adbar llegó al mando de su tropa de ocho mil enanos.
Se trazaron una y otra vez los planes del ataque. Drizzt y Bruenor unieron los recuerdos que tenían de la ciudad subterránea y de las minas para dibujar los planos de la zona y calcular el número de duergars con quienes tendría que enfrentarse su ejército.
Más tarde, cuando la primavera enterraba los últimos fríos del invierno y faltaban pocos días para que el ejército se internara en las montañas, llegaron inesperadamente dos grupos más de aliados: contingentes de arqueros de Luna Plateada y Nesme. En un principio, Bruenor quiso rechazar a los guerreros de Nesme, recordando el trato que él y sus amigos habían recibido de manos de una patrulla durante su primer viaje a Mithril Hall, y también porque el enano no podía dejar de preguntarse si aquel súbito deseo de ayudar se debía a motivos de amistad o simplemente al anhelo de conseguir beneficios.
Pero, como de costumbre, sus amigos le hicieron entrar en razón. Una vez reconquistado Mithril Hall, los enanos tendrían que tratar de forma habitual con Nesme, la ciudad más cercana a las minas, y convenía entablar unas buenas relaciones desde el principio.
Su número era abrumador, su determinación sin igual y sus líderes magníficos. Bruenor y Dagnabit llevaron el mando de la fuerza de asalto principal compuesta de enanos guerreros y bárbaros salvajes, barrieron una habitación tras otra de aquella escoria duergar. Mientras, Catti-brie, los pocos miembros de la familia Harpell que los acompañaban y los arqueros de las dos ciudades, despejaron los pasillos laterales para que la fuerza principal pudiera atacar.
Drizzt, Wulfgar y Guenhwyvar, como tantas veces habían hecho en el pasado, actuaban en solitario, explorando las zonas por delante y por detrás del ejército y tumbando de paso a todos los duergars que se encontraban.
En tres días, el nivel superior estaba despejado. En dos semanas, la ciudad subterránea en su totalidad. Cuando la primavera se instaló en todo su esplendor en las tierras del norte, menos de un mes después de que el ejército saliera de Longsaddle, los martillos del clan Battlehammer entonaron su tintineante canción en las antiguas salas.
Y el legítimo rey ocupó su trono.
Drizzt observó desde la cima de la montaña las luces lejanas de la ciudad encantada de Luna Plateada. En una ocasión, le habían negado la entrada —cosa que le había dolido muchísimo—, pero esta vez no.
Ahora podía andar por donde le apeteciera, con la cabeza bien alta y la capucha de la capa echada hacia atrás. De hecho, la mayoría de la gente no lo trataba ahora de forma diferente; pocos conocían a Drizzt Do’Urden, pero el drow era consciente de que no le debía disculpas ni excusas a nadie por su piel oscura y, por lo tanto, no lo hacía cuando se topaba con aquellos que lo juzgaban de forma injusta.
El peso de los prejuicios del mundo todavía pesaba sobre sus hombros, pero gracias a Catti-brie, Drizzt había aprendido a soportarlo.
La muchacha había demostrado ser una amiga maravillosa para él. Drizzt la había visto crecer hasta convertirse en aquella joven tan especial, y se sentía aliviado al saber que por fin ella había encontrado su hogar.
El pensar que ahora estaría junto a Wulfgar y Bruenor emocionaba al elfo oscuro, que nunca había disfrutado de la proximidad de una familia.
—Cómo hemos cambiado todos —susurró el drow al viento vacío de la montaña.
Pero sus palabras no sonaban como un lamento.
En otoño salieron los primeros objetos forjados en Mithril Hall camino de Luna Plateada. Cuando el invierno dio de nuevo paso a la primavera, el comercio se había reinstaurado por completo, y los bárbaros del valle del Viento Helado trabajaban como intermediarios para los enanos.
Aquella misma primavera se empezó una escultura especial en la Sala de los Reyes: el busto de Bruenor Battlehammer.
Para el enano, que había viajado hasta tan lejos de su hogar y había visto cosas maravillosas —y horribles—, la reapertura de las minas e incluso el esculpido de su propio busto, parecían cosas de menor importancia si los comparaba con otro gran evento que iba a tener lugar ese mismo año.
—Os dije que vendría —dijo Bruenor a Wulfgar y Catti-brie, que permanecían sentados junto a él en la sala de audiencias—. ¡El elfo no se perdería jamás algo tan importante como vuestra boda!
El general Dagnabit, que, con autorización del rey Harbromm de la Ciudadela de Adbar, había permanecido junto a Bruenor con dos mil enanos más, entró en la estancia, escoltando a una figura que durante los últimos meses apenas se había visto por Mithril Hall.
—Saludos —dijo Drizzt, acercándose a sus amigos.
—Así que al final has venido —respondió Catti-brie en tono ausente, fingiendo desinterés.
—Esto no estaba planeado —añadió Wulfgar en el mismo tono indiferente—. Espero que pueda añadirse un asiento más a la mesa.
Drizzt se limitó a sonreír e hizo una profunda reverencia a modo de disculpa. Últimamente, había estado ausente muy a menudo. No podían rechazarse a la ligera las invitaciones personales para visitar a la dama de Luna Plateada y su reino encantado.
—¡Bah! —bufó Bruenor—. ¡Os dije que vendría! ¡Y esta vez se quedará!
Drizzt sacudió la cabeza.
Bruenor inclinó la suya y se preguntó lo que le estaba ocurriendo a su amigo.
—¿Estás buscando a ese asesino, elfo? —no pudo evitar preguntar.
Drizzt sonrió y volvió a negar con la cabeza.
—No tengo el más mínimo deseo de encontrarme de nuevo con él —contestó. Desvió la vista hacia Catti-brie y, al ver que la muchacha lo comprendía, volvió a mirar a Bruenor—. Hay muchos paisajes en el ancho mundo que no pueden verse desde las sombras, querido enano. Sonidos mucho más agradables que el tintineo del acero y olores preferibles al hedor de la muerte.
—Habrá que preparar una fiesta —gruñó el enano—. ¡Estoy seguro de que el elfo tiene los ojos puestos en otra boda!
Drizzt dejó que lo creyera. Quizás había algo de cierto en las palabras de Bruenor…, en una fecha lejana. El drow había decidido no poner más límites a sus esperanzas y a sus deseos. Vería el mundo tal como se le presentaba y haría sus elecciones según sus deseos, no según las limitaciones que se imponía a sí mismo. No obstante, Drizzt había encontrado ahora algo demasiado personal para compartirlo siquiera.
Por primera vez en su vida, había encontrado la paz.
Otro enano se introdujo en aquel momento en la sala y se acercó sigiloso hasta Dagnabit. Tras murmurar entre ellos unos instantes, ambos salieron de la estancia, pero Dagnabit volvió al cabo de pocos minutos.
—¿Qué ocurre? —preguntó Bruenor, que no comprendía todo aquel bullicio.
—Otro invitado —explicó Dagnabit, pero, antes de que pudiese hacer la presentación adecuada, un halfling se coló en la habitación.
—¡Regis! —gritó Catti-brie, mientras ella y Wulfgar se apresuraban a recibir a su viejo amigo.
—¡Panza Redonda! —chilló Bruenor—. ¿Cómo diablos…?
—¿Creías que iba a perderme una ocasión tan especial? —protestó Regis—. ¿La boda de dos de mis mejores amigos?
—¿Cómo lo has sabido? —preguntó Bruenor.
—Subestimas tu propia fama, rey Bruenor —respondió Regis mientras se inclinaba en una elegante reverencia.
Drizzt examinó al halfling con curiosidad. Llevaba su chaqueta cubierta de piedras preciosas y más joyas de las que el drow había visto nunca juntas, incluido el rubí, y a buen seguro que las numerosas bolsas que le colgaban del cinturón estaban repletas de oro y gemas.
—¿Te quedarás una temporada? —preguntó Catti-brie.
Regis se encogió de hombros.
—No tengo prisa —contestó. Drizzt enarcó una ceja. El dueño de una cofradía de ladrones no podía desocupar su posición muy a menudo, pues siempre había gente dispuesta a robarle el puesto.
Catti-brie pareció alegrarse por la respuesta y por la llegada del halfling. Los compañeros de Wulfgar iban a reconstruir pronto la ciudad de Piedra Alzada en la base de las montañas, pero ella y Wulfgar planeaban quedarse en Mithril Hall, junto a Bruenor. Después de la boda, habían pensado hacer un pequeño viaje, quizá primero al valle del Viento Helado y después con el capitán Deudermont, cuando el Duende del Mar emprendiera de nuevo el viaje hacia el sur.
Pero Catti-brie temía el momento de decirle a Bruenor que pensaban marcharse, aunque sólo fuera por unos meses. Como Drizzt salía tan a menudo, le preocupaba que el enano se sintiera solo. Pero si Regis planeaba quedarse una temporada…
—¿Podrías dejarme una habitación para ordenar mis cosas y descansar un poco del largo viaje? —preguntó Regis.
—Nosotros te acompañaremos —se ofreció Catti-brie.
—¿Y tus ayudantes? —preguntó Bruenor.
—Oh… —balbució Regis, buscando una respuesta—. He…, he venido solo. Ya sabéis que a los sureños no les gusta la fría primavera del norte.
—Bueno, entonces acompañadlo —respondió Bruenor—. ¡Ahora me toca el turno a mí de hacer una gran fiesta para complacer a tu estómago!
Regis se frotó las manos impaciente y se dispuso a seguir a Wulfgar y a Catti-brie. Todavía no habían salido de la habitación, y los tres ya estaban hablando de sus últimas aventuras.
—Estoy seguro de que poca gente en Calimport ha oído hablar de mí, elfo —comentó Bruenor en cuanto los demás se hubieron marchado—. Y, ¿quién sabe lo de la boda más allá de Longsaddle? —Guiñó maliciosamente un ojo a su amigo—. Apuesto a que el pequeño se ha traído gran parte de su tesoro, ¿no te parece?
Drizzt había llegado a la misma conclusión en cuanto Regis había entrado en la sala.
—Está huyendo de algo.
—¡O se ha vuelto a meter en problemas, o soy un gnomo barbudo!