Desde las sombras del umbral, Entreri vio cómo Pook subía las escaleras en dirección a la salida de la cofradía. No hacía ni una hora que el bajá había recuperado su rubí y ya se disponía a salir para utilizarlo. Entreri tenía que dar cierto crédito al jefe de los ladrones; nunca llegaba tarde a la cena.
De todas formas, el asesino esperó a que Pook saliera de la casa y luego regresó al piso superior. Los guardias que estaban apostados en la última puerta no hicieron nada para detenerlo, a pesar de que Entreri no los recordaba de sus primeros tiempos en la cofradía. Con gran prudencia, Pook había dado a conocer la noticia del regreso de Entreri a los suyos, otorgándole todos los privilegios de los que solía disfrutar.
Nunca llegaba tarde a la cena.
Entreri se acercó a la puerta que conducía a su antigua habitación, en la que ahora residía LaValle, y llamó con suavidad.
—Adelante, adelante —lo saludó el mago, apenas sorprendido porque el asesino hubiera regresado.
—Me alegro de estar de vuelta —dijo Entreri.
—Y nosotros también —respondió el mago con sinceridad—. Las cosas han cambiado mucho desde que nos dejaste, y últimamente no han hecho más que empeorar.
Entreri comprendió al instante lo que el mago quería decir.
—¿Rassiter?
LaValle esbozó una mueca.
—Mantén la espalda contra la pared cuando te cruces con él. —Un escalofrío le recorrió la espina dorsal, pero se recobró enseguida—. Aunque contigo de vuelta al lado de Pook, Rassiter sabrá cuál es el lugar que le corresponde.
—Tal vez —contestó Entreri—, aunque no estoy tan seguro de que se alegrara de verme.
—Tienes que comprenderlo —se rio LaValle—. ¡Piensa siempre como el jefe de una cofradía! Deseaba imponer las normas de tu entrevista con él para afianzar su autoridad, aunque ese incidente queda ya muy lejos.
La mirada de Entreri dio a entender al mago que él no estaba tan seguro.
—Pook lo olvidará —le aseguró LaValle.
—De aquellos que me perseguían, uno no puede olvidarse tan fácilmente —contestó Entreri.
—Pook confió en Dankar para llevar a cabo la tarea —comentó LaValle—. Ese pirata nunca nos ha fallado.
—Ese pirata nunca se ha enfrentado a unos enemigos como ésos —respondió Entreri. Observó la bola de cristal del mago, que reposaba sobre la mesa—. Deberíamos asegurarnos.
LaValle reflexionó unos instantes y luego asintió. Ya pensaba hacerlo, de todas formas.
—Fíjate en la bola —le dijo a Entreri—. Veré si puedo invocar la imagen de Dankar.
La bola de cristal permaneció oscura durante unos instantes y luego pareció llenarse de humo. LaValle no había tratado a menudo con Dankar, pero conocía lo suficiente al pirata como para poder hacer una observación simple. Pocos segundos después, la imagen de un barco anclado apareció ante ellos…, pero no era un barco pirata sino uno de mercancías. Al instante, Entreri sospechó que algo no iba bien.
Acto seguido, el cristal adquirió mayor profundidad, y mostró la imagen del interior del barco. Las suposiciones del asesino se confirmaron, puesto que en un rincón de las bodegas se hallaba sentado el orgulloso pirata, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos, atado a la pared.
LaValle, asombrado, desvió la vista hacia Entreri, pero el asesino estaba demasiado concentrado en la imagen para darle ninguna explicación. Una sonrisa extraña se dibujó en el rostro del asesino.
LaValle aumentó el hechizo sobre la bola de cristal.
—Dankar —llamó suavemente.
El pirata alzó la cabeza y observó a su alrededor.
—¿Dónde estás? —preguntó LaValle.
—¿Oberon? —inquirió a su vez Dankar—. ¿Eres tú, mago?
—No, soy LaValle, el mago de Pook en Calimport. ¿Dónde estás?
—En Memnon —contestó el pirata—. ¿Puedes sacarme de aquí?
—¿Qué ocurrió con el elfo y el bárbaro? —preguntó Entreri a LaValle, pero Dankar pudo oírlo directamente.
—¡Los tenía! —siseó el pirata—. Atrapados en un canal sin salida. Pero apareció un enano, conduciendo un carro de fuego volador, y con él una mujer… que manejaba increíblemente bien un arco endiablado. —Hizo una pausa, intentando superar el mal sabor de boca que le producía rememorar aquella escena.
—¿Qué ocurrió? —insistió LaValle, asombrado por semejante revelación.
—Un barco huyó, el otro, el mío, se hundió, y el tercero fue capturado —gruñó Dankar. Contrajo el rostro y preguntó de nuevo, con más énfasis—: ¿Puedes sacarme de aquí?
LaValle, visiblemente afectado, observó a Entreri, que se había inclinado sobre la bola de cristal, absorbiendo cada una de las palabras del pirata.
—¿Dónde están ellos? —inquirió con brusquedad el asesino, que ya había perdido la paciencia.
—Se fueron —respondió Dankar—. Se fueron a Memnon con la muchacha y el enano.
—¿Cuándo?
—Hace tres días.
Entreri hizo un gesto a LaValle para indicarle que ya había oído bastante.
—Haré que el bajá Pook envíe instrucciones a Memnon de inmediato —aseguró LaValle al pirata—. Serás liberado.
Dankar volvió a sumirse en su decaída postura. Por supuesto, sabía que iba a ser liberado, siempre sucedía así. Pero, de algún modo, había esperado que LaValle pudiese sacarlo al instante del Duende del Mar, para poder evitar la promesa que se vería obligado a hacer a Deudermont cuando el capitán los dejara en libertad.
—Tres días —dijo LaValle a Entreri en cuanto la bola de crista se oscureció—. Pueden estar ya de camino hacia aquí.
Entreri adoptó una expresión divertida al pensar en esa posibilidad.
—El bajá Pook no debe saber nada de todo esto —dijo de pronto.
LaValle dio un brinco en su silla.
—Debe ser informado.
—No —le espetó Entreri—. No es asunto suyo.
—La cofradía podría estar en peligro —contestó LaValle.
—¿Acaso no me crees capaz de manejar este asunto? —susurró Entreri en tono muy serio.
LaValle sintió que los insensibles ojos del asesino veían a través de él, como si de pronto se hubiera convertido en un obstáculo más que había que superar.
Pero, de pronto, la mirada de Entreri se suavizó.
—Conoces bien la pasión que tiene el bajá Pook por los felinos —dijo sonriendo, mientras rebuscaba en su bolsa—. Dale esto. Dile que lo hiciste para él.
Lanzó un pequeño objeto negro sobre la mesa del mago.
LaValle lo cogió y sus ojos se desorbitaron cuando descubrió lo que era.
Guenhwyvar.
En un plano distante, el enorme felino se agitó al sentir el tacto del mago sobre la figurita y se preguntó si, por fin, su dueño iba a llamarlo a su lado.
Pero, al cabo de un momento, la sensación se desvaneció y la pantera volvió a inclinar la cabeza para descansar.
Había pasado tanto tiempo…
—Controla una entidad —balbució el mago, percibiendo la fuerza de la pequeña figura de ónice.
—Una poderosa entidad —le aseguró Entreri—. Cuando aprendas a manejarla, te habrás ganado un nuevo aliado para la cofradía.
—¿Cómo puedo agradecerte…? —empezó LaValle, pero se detuvo al comprender cuál era el precio—. ¿Por qué molestar a Pook con pequeños detalles que nada tienen que ver con él? —Se rio, mientras colocaba un paño sobre la bola de cristal.
Entreri golpeó con suavidad a LaValle en el hombro, y se encaminó a la puerta. Aquellos tres años no habían disminuido un ápice la compenetración que unía a ambos hombres.
Pero con Drizzt y sus amigos de camino, Entreri tenía asuntos más urgentes de qué ocuparse. Debía acudir a las Celdas de los Nueve para hacer una visita a Regis.
El asesino necesitaba otro regalo.