Enigmas Ardientes
Empujado por las corrientes del río Chionthar y con la suficiente brisa del norte para que las velas se hincharan un poco, el Duende del Mar se alejaba de Puerta de Baldur a gran velocidad, dejando a su paso una estela blanca, a pesar del movimiento del agua.
—A media tarde llegaremos a la costa de la Espada —informó Deudermont a Drizzt y Wulfgar—. Y, en cuanto nos alejemos del litoral, no volveremos a ver tierra hasta que lleguemos al canal de Asavir. Luego, daremos un rodeo hacia el sur para bordear el extremo del mundo, y nos encaminaremos hacia el este de nuevo, hacia Calimport. Calimport —repitió, señalando una nueva bandera que ondeaba en el mástil del Duende del Mar, un campo dorado cruzado por dos líneas descendentes de color azul.
Drizzt observó a Deudermont con recelo, pues tenía la certeza de que aquello no era una práctica habitual en las embarcaciones que zarpaban a la mar.
—Al norte de Puerta de Baldur, ostentamos la bandera de Aguas Profundas —le explicó el capitán—. Pero Calimport está al sur.
—¿Una práctica aceptada? —preguntó Drizzt, con desconfianza.
—Para aquellos que conocen el precio —se rio Deudermont—. Aguas Profundas y Calimport son rivales y se obstinan en su mutua antipatía. Desean que exista comercio entre ellas, porque les beneficia a ambas, pero no siempre permiten que los barcos que ostentan la bandera de su rival atraquen en sus muelles.
—Un orgullo estúpido —señaló Wulfgar, recordando con pesar que su propia gente había practicado hasta pocos años antes tradiciones similares.
—Política —respondió Deudermont encogiéndose de hombros—. Pero los señores de ambas ciudades desean en secreto que haya comercio y unas pocas docenas de barcos han concertado los contactos necesarios para que continúe el negocio. Así, el Duende del Mar tiene dos puertos a los que puede llamar su hogar, y todos se benefician.
—Dos mercados para el capitán Deudermont —observó Drizzt maliciosamente—. Práctico.
—Y también funciona desde el punto de vista de la navegación —prosiguió Deudermont, sin dejar de sonreír—. Los piratas que surcan las aguas del mar al norte de Puerta de Baldur respetan por encima de todo la bandera de Aguas Profundas, y los que navegan por aguas del sur procuran no provocar la ira de Calimport y de su importante ejército. Los que merodean por el canal de Asavir tienen muchos barcos mercantes a su disposición y es más probable que ataquen uno que ostente una bandera de menor importancia.
—Entonces, ¿nunca os molestan? —no pudo evitar preguntar Wulfgar, con voz provocadora y casi sarcástica, como si aún no hubiera decidido si aquella táctica le parecía correcta o no.
—¿Nunca? —repitió Deudermont—. «Nunca» no, pero pocas veces. Y, en las ocasiones en que se nos han acercado piratas, inflamos las velas y salimos huyendo. Pocos barcos pueden atrapar al Duende del Mar cuando llevamos las velas henchidas de viento.
—¿Y si alguna vez os alcanzan? —insistió Wulfgar.
—Entonces, deberás ganarte el pasaje —se rio Deudermont—. Me da la impresión de que esas armas que lleváis pueden desalentar al pirata más codicioso para que no continúe la persecución.
Wulfgar colocó a Aegis-fang frente a su rostro.
—Ruego que si llega el caso, yo haya aprendido lo suficiente los movimientos del barco como para entablar una batalla semejante —murmuró—. Un balanceo brusco puede hacerme saltar por la borda.
—Entonces vas nadando hasta el barco pirata y lo hundes —musitó Drizzt.
Desde una oscura habitación de su torre en Puerta de Baldur, el mago Oberon observaba cómo salía del puerto el Duende del Mar. Ahondó todavía más en su bola de cristal para alcanzar a ver al elfo y al corpulento bárbaro que permanecían junto al capitán sobre la cubierta. El mago tenía la certeza de que esos dos personajes no eran de aquellas tierras. Por sus ropas y su tono de piel, el bárbaro pertenecía probablemente a una de aquellas lejanas tribus del norte, más allá de Luskan y de las montañas de la Columna del Mundo, de aquel árido pedazo de tierra conocido con el nombre de valle del Viento Helado. ¡Qué lejos estaba de su hogar, y qué inusual era ver a uno de los suyos navegando hacia el mar abierto!
—¿Qué relación tendrán esos dos con el retorno de la gema del bajá Pook? —se preguntó Oberon en voz alta, muy intrigado. ¿Habría llegado Entreri hasta aquel lejano territorio en busca de Regis? ¿Estarían persiguiendo al halfling esos dos?
Sin embargo, aquello no era asunto de su incumbencia. Oberon se contentaba con que Entreri le hubiera reclamado, con un simple favor, la deuda que le debía.
En más de una ocasión, y hacía ya varios años, el asesino había cometido varios crímenes por Oberon, y, aunque Entreri no había mencionado los favores en sus muchas visitas a la torre de Oberon, el mago siempre se había sentido como si el asesino sostuviera una pesada cadena alrededor de su cuello. Pero aquella misma noche, la antigua deuda quedaría saldada con una simple señal.
La curiosidad de Oberon mantuvo un rato más su observación del barco que partía. Concentró la vista en la figura del elfo, Drizzt Do’Urden, como lo había llamado Pellman, el oficial del puerto. Para los ojos expertos del mago, había algo extraño en aquel elfo. No parecía fuera de lugar, como el bárbaro, sino más bien parecía haber algo inusual en el modo en que se comportaba y en cómo miraba con aquellos ojos color de espliego.
Aquellos ojos no parecían concordar con la fisonomía del elfo, Drizzt Do’Urden.
Tal vez fuera un hechizo, supuso Oberon. Algún disfraz mágico. El curioso mago deseó poder tener más información que transmitir al bajá Pook. Meditó sobre la posibilidad de transportarse él mismo hasta la cubierta del barco para investigar con más profundidad, pero no tenía preparados los hechizos adecuados para un viaje semejante. Además, se recordó a sí mismo, no era asunto suyo.
Y no quería por nada del mundo tener que enfrentarse a Artemis Entreri.
Aquella misma noche, Oberon salió volando de su torre en dirección al oscurecido cielo con una varita en la mano. Y a cientos de metros por encima de la ciudad, soltó la convenida serie de bolas de fuego.
Apostado en la cubierta de un barco de Calimport llamado Bailarín Diabólico, a más de ciento cincuenta millas al sur, Artemis Entreri observaba el espectáculo.
—Por mar —murmuró, al descifrar la secuencia de estallidos de luz. Luego, se volvió hacia el halfling, que permanecía a su lado.
—Tus amigos nos persiguen por mar —comentó—. ¡Y a menos de una semana de distancia! ¡Lo han hecho bien!
Los ojos de Regis no parpadearon de esperanza ante la noticia. El cambio de clima era ahora muy evidente, y se acentuaba cada día y cada noche. Habían dejado a sus espaldas el invierno, y los cálidos vientos que soplaban en los Reinos meridionales habían provocado cierta angustia en el espíritu del halfling. El viaje a Calimport no se interrumpiría por ninguna otra parada y ningún barco —ni siquiera el que viajaba a menos de una semana de distancia— podía esperar atrapar al veloz Bailarín Diabólico.
Regis mantenía desde hacía días una batalla interna, intentando prepararse para el inevitable encuentro con su antiguo jefe de la cofradía.
El bajá Pook no era un hombre que supiese perdonar. Regis había visto con sus propios ojos cómo Pook infligía severos castigos a aquellos ladrones que se atrevían a robar a otros miembros de la cofradía. Y Regis había ido todavía más lejos: había robado al propio jefe de la cofradía, sin contar que el objeto que se había llevado, el mágico rubí, era la posesión más preciada de Pook. Derrotado y desesperado, Regis inclinó la cabeza y regresó despacio a su camarote.
El sombrío humor del halfling no amortiguó en lo más mínimo el hormigueo que Entreri sentía en la espina dorsal. Pook conseguiría la gema y al halfling, y le pagaría generosamente por sus servicios; pero, para el asesino, el oro de Pook no era la verdadera recompensa a sus esfuerzos.
Entreri quería a Drizzt Do’Urden.
Drizzt y Wulfgar también observaban los fuegos artificiales sobre Puerta de Baldur aquella noche. De regreso a mar abierto, aunque todavía a más de ciento cincuenta millas al norte del Bailarín Diabólico, solamente podían hacer suposiciones sobre el significado de aquella exhibición.
—Un mago —aseguró Deudermont, acercándose a ellos—. Tal vez esté librando una batalla con alguna bestia alada —sugirió, intentando imaginar alguna historia entretenida—. ¡Un dragón, o algún otro monstruo de los cielos!
Drizzt entornó los ojos para observar más detenidamente las explosiones de fuego, pero no vio formas oscuras moviéndose alrededor de las llamas, ni ningún otro signo de que el fuego estuviera dirigido a un objetivo concreto. Aunque lo más probable era que el Duende del Mar estuviera demasiado lejos para poder apreciarlo al detalle.
—¡No es una pelea…, sino una señal! —exclamó Wulfgar, al advertir que las explosiones seguían una cadencia—. Tres y uno. Tres y uno.
»Pero, parece muy complicado para que se trate sólo de una señal —añadió—. ¿No sería más práctico enviar un mensajero a caballo?
—A menos que intenten hacer una señal a un barco —sugirió Deudermont.
A Drizzt se le acababa de ocurrir la misma posibilidad y empezaba a observar con recelo aquella exhibición y su propósito.
Deudermont estudió los estallidos de luz durante un rato más.
—Tal vez sí que sea una señal —admitió, al ver que Wulfgar estaba en lo cierto respecto a la cadencia—. Muchos barcos llegan y zarpan de Puerta de Baldur diariamente. Quizás el mago esté dando la bienvenida a algún amigo o despidiendo a otro de forma espectacular.
—O transmitiendo información —añadió Drizzt, y miró de reojo a Wulfgar. El bárbaro comprendió enseguida lo que el drow sugería y con un gruñido le indicó que compartía sus mismas sospechas.
—Pero para nosotros es una simple exhibición de fuegos artificiales, y nada más —concluyó Deudermont y, tras golpearles amistosamente el hombro, les deseó buenas noches—. Una diversión con la que disfrutar.
Drizzt y Wulfgar intercambiaron una mirada, poniendo seriamente en duda la afirmación de Deudermont.
—¿A qué está jugando Artemis Entreri? —preguntó Pook en tono retórico, exponiendo sus pensamientos en voz alta.
Oberon, el mago que aparecía en la bola de cristal, se encogió de hombros.
—Nunca he intentado comprender los motivos de Artemis Entreri.
Pook asintió para mostrar su conformidad y continuó caminando lentamente por detrás de la silla de LaValle.
—Aun así, diría que estos dos no tienen mucho que ver con tu rubí —prosiguió Oberon.
—Alguna deuda personal que Entreri se dejó pendiente durante su viaje —admitió Pook.
—¿Amigos del halfling? —sugirió Oberon—. Si así es ¿por qué los conduce Entreri en la dirección correcta?
—Sea quienes sean, nos traerán problemas —afirmó LaValle, que estaba sentado entre su jefe y la bola mágica en la que se veía al mago de Puerta de Baldur.
—Quizás Entreri pretenda tenderles una emboscada —sugirió Pook a Oberon—. Eso explicaría la necesidad que tenía de que le hicieras la señal.
—Entreri dio instrucciones al oficial de puerto para que les dijera que los esperaría en Calimport —recordó el mago a Pook.
—Para acabar con ellos —intervino LaValle—. Para hacerles creer que el camino estaría despejado hasta que llegaran al puerto del sur.
—Ése no es el estilo de Artemis Entreri —respondió Oberon, y el bajá compartía la misma opinión—. Nunca he visto que el asesino pusiera en práctica unos trucos tan obvios para sacar ventaja en un enfrentamiento. Entreri siente un profundo placer cuando se enfrenta a los desafíos cara a cara.
Los dos magos y el jefe de la cofradía, que había sobrevivido y prosperado por su habilidad para reaccionar ante aquel tipo de rompecabezas de forma apropiada, meditaron unos instantes para considerar todas las posibilidades. En realidad lo único que preocupaba a Pook era el retorno de su precioso rubí. Con él podría decuplicar sus poderes, y quizá también llegar a ganar el favor del propio bajá de Calimshan.
—No me gusta todo esto —dijo Pook al fin—. No quiero complicaciones en el retorno del halfling y de mi rubí.
Permaneció unos instantes en silencio para considerar todas las consecuencias de la línea de acción que quería emprender, y, acto seguido, se inclinó sobre la espalda de LaValle para acercarse a la imagen de Oberon.
—¿Tienes todavía contactos con Dankar? —preguntó maliciosamente al mago.
Oberon adivinó al instante las intenciones del jefe de la cofradía.
—El pirata nunca olvida a sus amigos —contestó en el mismo tono—. Dankar se pone en contacto conmigo cada vez que atraca en Puerta de Baldur. También me pregunta siempre por ti, se interesa por que todo le vaya bien a su viejo amigo.
—¿Está ahora en las islas?
—El comercio de invierno ha zarpado ahora de Aguas Profundas —respondió Oberon con una risita—. ¿En qué otro lugar podría estar un pirata de éxito?
—Bien —murmuró Pook.
—¿Quieres que prepare un encuentro con los perseguidores de Entreri? —inquirió Oberon con impaciencia, disfrutando de aquel plan secreto y de la oportunidad de ser útil al jefe de la cofradía.
—Tres barcos… y que no haya posibilidades —ordenó Pook—. Nada debe interferir en el regreso del halfling. ¡Él y yo tenemos muchas cosas que decirnos!
Oberon reflexionó un instante sobre ese cometido.
—Una lástima —señaló—. El Duende del Mar era una embarcación de gran calidad.
Pook repitió con énfasis una sola de sus palabras, dejando absolutamente claro que no toleraría errores.
—Era.