25


Un paseo bajo el sol

Bruenor llamó suavemente a la puerta, sin esperar respuesta. Como de costumbre, no la hubo.

Sin embargo, esta vez el obstinado enano no se hizo atrás. Giró el pomo y entró en la oscura habitación.

Drizzt, desnudo hasta la cintura, se mesaba los blancos cabellos con los dedos, sentado en la cama, de espaldas a Bruenor. A pesar de la penumbra, Bruenor percibió con claridad la cicatriz que cruzaba la espalda del drow. El enano se estremeció, pues durante las largas horas que había durado la batalla, nunca se había imaginado que Artemis Entreri hubiera herido de aquella forma a Drizzt.

—Cinco días, elfo —dijo con suavidad—. ¿Piensas pasarte la vida aquí dentro?

Drizzt se volvió lentamente hacia su amigo.

—¿Adónde podría ir? —contestó.

Bruenor observó sus ojos color de espliego, que relucían al reflejar la luz del pasillo que se colaba por la puerta. Vio que el ojo izquierdo volvía a estar abierto, y suspiró aliviado, pues había temido que el golpe del demodante hubiera dejado tuerto a Drizzt de por vida.

Era evidente que estaba mejorando, pero aun así aquellos maravillosos ojos inquietaban a Bruenor. Parecían haber perdido gran parte de su brillo.

—¿Cómo está Catti-brie? —preguntó Drizzt, sinceramente preocupado por la joven, pero también para cambiar de tema.

Bruenor sonrió.

—Todavía no puede andar, pero ha recuperado el espíritu de lucha y se niega a permanecer echada en una cama. —Rio entre dientes al recordar la escena que había tenido lugar a primera hora de la mañana, cuando un ayudante había intentado ahuecar la almohada de su hija. La sola mirada de Catti-brie había bastado para hacer palidecer al hombre—. ¡Corta a los sirvientes con su lengua afilada cada vez que intentan ayudarla!

—¿Y Wulfgar?

—Está mejor —contestó Bruenor—. Nos costó cuatro horas quitarle la pegajosa telaraña de encima, y tendrá que llevar vendado el brazo durante al menos un mes. ¡Pero se necesita mucho más para acabar con ese muchacho! ¡Es fuerte como una montaña, y casi igual de grande!

Se observaron mutuamente hasta que sus sonrisas se desvanecieron y el silencio se tornó incómodo.

—Está a punto de empezar la fiesta del halfling —dijo Bruenor por fin—. ¿Vas a ir? Con lo gordo que está, apuesto a que Panza Redonda nos ha preparado un menú exquisito.

Drizzt se encogió de hombros con indiferencia.

—¡Bah! —bufó el enano—. ¡No puedes vivir toda tu vida entre paredes oscuras! —Se detuvo un instante al pensar de pronto en algo—. ¿Sales por la noche? —preguntó con malicia.

—¿Si salgo?

—Sí, a cazar —explicó Bruenor—. ¿Sales a cazar a Entreri?

Drizzt soltó una carcajada al pensar que el enano relacionaba su deseo de estar solo con su obsesión por el asesino.

—Ansías acabar con él —razonó Bruenor—, y él contigo, si todavía se tiene en pie.

—Vamos —concluyó Drizzt, mientras se ponía una camisa por la cabeza. Cuando bajó los pies al suelo, cogió la máscara mágica, pero al instante se detuvo para examinar el objeto. Lo sostuvo un momento entre las manos y al final lo dejó sobre el tocador—. Vamos, no quiero llegar tarde a la fiesta.

La suposición de Bruenor respecto a Regis había dado en el blanco; la mesa que los esperaba estaba adornada esplendorosamente con reluciente plata y porcelana, y las fragancias de exquisitos platos los hizo relamerse inconscientemente mientras ocupaban sus lugares.

Regis se sentaba en la cabecera de la gran mesa y las miles de piedras preciosas que había cosido a su túnica reflejaban la luz de las velas en un reluciente remolino cada vez que se movía en su asiento. Tras él estaban los dos eunucos gigantes que habían servido a Pook hasta su muerte, con los rostros amoratados y vendados.

A la derecha del halfling se sentaba LaValle, para desagrado de Bruenor, y a su izquierda, un halfling de ojos diminutos y un joven de mejillas redondas, los nuevos subjefes de la nueva cofradía.

Al otro lado de la mesa se sentaban Wulfgar y Catti-brie, uno junto al otro y con las manos enlazadas. A juzgar por las miradas pálidas y cansadas de ambos, Drizzt supuso que era tanto por el afecto que los unía como por darse mutuo apoyo.

A pesar del cansancio que sentían, sus rostros se iluminaron con una sonrisa, al igual que el de Regis, al ver que Drizzt entraba en la estancia, pues ninguno de ellos había visto al drow desde hacía casi una semana.

—¡Bienvenidos, bienvenidos! —los saludó Regis con alegría—. ¡Hubiera sido una fiesta muy fúnebre sin vosotros!

Drizzt se sentó en la silla que quedaba libre junto a LaValle, y el tímido mago lo observó con aire preocupado. Los subjefes de la cofradía también se agitaron en sus asientos al pensar en que iban a cenar con un elfo drow. Pero Drizzt esbozó una sonrisa al ver su aspecto incómodo; el problema era de ellos, no suyo.

—He estado ocupado —explicó a Regis.

«Deprimido», hubiera querido añadir Bruenor mientras se sentaba junto al drow, pero con gran tacto se mordió la lengua.

Wulfgar y Catti-brie observaron a su amigo de piel negra a través de la mesa.

—Juraste que me matarías —dijo el drow con calma, dirigiéndose a Wulfgar.

El bárbaro dio un brinco en la silla y enrojeció hasta las orejas, mientras apretaba con más fuerza la mano de Catti-brie.

—¡Sólo la fuerza de Wulfgar podía haber mantenido abierta aquella puerta! —explicó Drizzt mientras arqueaba las comisuras de los labios en una maliciosa sonrisa.

—Pero yo… —empezó Wulfgar, y Catti-brie lo interrumpió de inmediato.

—Ya basta de todo este asunto —insistió la joven, apretando también con más fuerza la mano de Wulfgar—. No hablemos de lo pasado. ¡Aún nos queda mucho camino por delante!

—Mi hija tiene razón —intervino Bruenor—. ¡Los días van pasando mientras nos quedamos aquí sentados curando nuestras heridas! Otra semana más y nos perderemos una guerra.

—Estoy listo para partir —declaró Wulfgar.

—No, no lo estás —replicó Catti-brie—. Ni yo. El desierto acabaría con nosotros antes de que hubiéramos dado ni un paso.

—Ejem —intervino Regis, atrayendo las miradas de todos—. En cuanto a vuestra partida… —Se detuvo para observarlos con nerviosismo, deseando hacer su oferta del mejor modo posible—. Yo…, mmm, yo pensé que…, quiero decir…

—Suéltalo ya —ordenó Bruenor, que ya había adivinado lo que su pequeño amigo tenía en mente.

—Bueno, he reservado un sitio para mí en esta ciudad —continuó Regis.

—Y piensas quedarte —concluyó Catti-brie—. No vamos a culparte por eso, aunque te echaremos de menos.

—Sí —respondió Regis—, y no. Aquí hay mucho sitio, y riquezas. Con vosotros cuatro a mi lado.

Bruenor alzó una mano para que no prosiguiera.

—Una oferta interesante —contestó—, pero mi hogar está en el norte.

—Tenemos varios ejércitos que esperan nuestro regreso —añadió Catti-brie.

Regis comprendió los motivos de que Bruenor rechazara su oferta y también que Wulfgar seguiría sin duda a Catti-brie, aunque le pidiera regresar al mismísimo Tarterus. Así que el halfling desvió la vista hacia Drizzt, que se había convertido en un rompecabezas insoluble para ellos en los últimos días.

Drizzt se recostó en su asiento y meditó la oferta. Su vacilación ante aquella oferta levantó miradas de preocupación en Bruenor, Wulfgar y, sobre todo, en Catti-brie. Quizá la vida en Calimport no fuera tan mala y el drow podría prosperar allí, en el reino de sombras en el cual planeaba operar Regis. Observó al halfling directamente a los ojos.

—No —denegó por fin. Se volvió al oír el suspiro de Catti-brie a través de la mesa y sus miradas se encontraron—. Ya he caminado por demasiadas sombras —explicó—. Tengo una noble causa ante mí y un trono noble que espera a su legítimo rey.

Regis se encogió de hombros. Era lo que se esperaba.

—Si estáis tan decididos a emprender otra guerra, sería un mal amigo si no os ayudara en lo posible.

Los demás lo observaron con curiosidad, pues nunca acababan de acostumbrarse a las sorpresas que les daba el pequeño halfling.

—Respecto a eso —prosiguió Regis—, uno de mis agentes me informó de la llegada a Calimport esta misma mañana de un personaje importante…, según el relato que me ha contado Bruenor de vuestro viaje al sur. —Chasqueó los dedos y un joven ayudante se introdujo en la sala tras apartar una cortina lateral. Detrás de él entró el capitán Deudermont.

Hizo una profunda reverencia ante Regis, y otra todavía más profunda ante los amigos que había hecho durante el peligroso trayecto desde Aguas Profundas.

—El viaje ha ido viento en popa —explicó—, y el Duende del Mar navega más rápido que nunca. Podemos zarpar mañana al alba; estoy seguro de que el suave balanceo del barco os ayudará a curar vuestros fatigados huesos.

—Pero el comercio… —respondió Drizzt—. El mercado está aquí, en Calimport. Y estamos en plena temporada. Vosotros no pensabais regresar hasta la primavera.

—Tal vez no pueda llevaros hasta Aguas Profundas —contestó Deudermont—. El viento y el hielo nos lo dirá. Pero os aseguro que estaréis más cerca de vuestro objetivo cuando piséis tierra firme otra vez. —Observó unos instantes a Regis y luego de nuevo a Drizzt—. En cuanto a las pérdidas en el comercio, he sido generosamente recompensado.

Regis se agarró el cinturón de pedrería con los pulgares.

—¡Es lo menos que os debía!

—¡Bah! —bufó Bruenor, con un brillo de aventura en los ojos—. ¡Diez veces más, Panza Redonda, diez veces más!

Drizzt observó a través de la única ventana de su habitación las oscuras calles de Calimport. Parecían más tranquilas esta noche, silenciosas por el recelo y la intriga que eran el anuncio de la lucha por el poder que inevitablemente provocaría la caída de un jefe de cofradía tan importante como el bajá Pook.

Drizzt era consciente de que había otros ojos observando la oscuridad, observándolo a él, a la cofradía, esperando al elfo drow…, esperando una segunda oportunidad para luchar con Drizzt Do’Urden.

La noche pasaba lentamente y Drizzt, inmóvil al lado de la ventana, vio cómo empezaba a amanecer. De nuevo Bruenor fue el primero en entrar en su habitación.

—¿Estás listo, elfo? —preguntó el enano, impaciente, mientras cerraba la puerta a sus espaldas.

—Paciencia —contestó Drizzt—. No podremos zarpar hasta que suba la marea, y el capitán Deudermont me aseguró que tendríamos que esperar hasta bien entrada la mañana.

Bruenor se dejó caer sobre la cama.

—Mejor —dijo por fin—. Tendré más tiempo para hablar con el pequeño.

—¿Temes por Regis? —preguntó Drizzt.

—¡Ajá! —admitió Bruenor—. El pequeño ha hecho mucho por mí. —Señaló la figurita de ónice que estaba sobre el tocador—. Y por ti también. Fue él mismo quien lo dijo: hay mucha riqueza aquí, y, ahora que Pook se ha ido, esto se va a convertir en una batalla campal por el poder. Y con Entreri rondando por ahí…, no me gusta nada. Sin duda habrá más hombres rata dispuestos a hacer pagar al halfling lo que han sufrido. Además, ¡ese mago…! Panza Redonda dice que consiguió dominarlo gracias al rubí, pero me parece increíble que un mago pueda caer en ese tipo de hechizos.

—Yo tampoco lo veo claro —admitió Drizzt.

—¡No me gusta ese tipo, no confío en él! —declaró Bruenor—. Y Panza Redonda está dispuesto a tenerlo a su lado.

—Quizá tú y yo podríamos hacer una visita a LaValle esta misma mañana —ofreció Drizzt—. Así podremos saber de qué lado está.

La técnica de Bruenor de llamar a la puerta sufrió un cambio sutil cuando llegaron a la habitación del mago. En lugar de los suaves golpecitos que había dado en la puerta de Drizzt, empezó a aporrear la madera a puñetazos. LaValle saltó de la cama y se apresuró a ir a ver qué ocurría y quién estaba golpeando su puerta recién estrenada.

—Buenos días, mago —gruñó Bruenor, introduciéndose en la habitación en cuanto hubo hecho pedazos la puerta.

—Ya me lo suponía —musitó LaValle, observando primero la chimenea y después los trozos de lo que había sido su antigua puerta—. Saludos, querido enano —dijo con toda la cortesía de la que fue capaz—. Y señor Do’Urden —añadió con rapidez al ver que Drizzt se colaba por detrás—. ¿No pensabais iros esta misma mañana?

—Tenemos tiempo —respondió Drizzt.

—Y no nos marcharemos hasta que nos hayamos asegurado de que Panza Redonda estará a salvo —explicó Bruenor.

—¡Panza Redonda! —repitió LaValle.

—¡El halfling! —gruñó Bruenor—. Tu jefe.

—Oh, sí, el jefe Regis —respondió LaValle con aire ausente, las manos cruzadas sobre el pecho y en los ojos una mirada distante.

Drizzt cerró la puerta y observó al mago con recelo.

El trance en que parecía hallarse LaValle desapareció al observar al drow, que lo miraba sin parpadear. Se rascó la barbilla en busca de alguna vía de escape. Se dio cuenta de que no podía mentir al drow. Al enano tal vez, y por supuesto, al halfling, pero a éste no. Aquellos ojos color de espliego parecían atravesar como dos fuegos la máscara que se había colocado sobre el rostro.

—No creéis que el halfling haya podido hechizarme, ¿verdad?

—Los magos no caen en las trampas de brujería —contestó Drizzt.

—Es cierto —admitió LaValle, mientras tomaba asiento.

—¡Bah! Entonces eres un mentiroso —gruñó Bruenor, mientras agarraba la empuñadura del hacha que llevaba colgada del cinturón. Pero Drizzt lo detuvo.

—Puede que dudéis de que me haya hechizado —dijo LaValle—, pero no lo hagáis de mi lealtad. Soy un hombre práctico que ha servido a muchos jefes durante su larga vida. Es cierto que Pook fue quizás el más importante, pero se ha marchado y LaValle está dispuesto a servir a su sucesor.

—O quizás hayas visto la posibilidad de convertirte en el sucesor —comentó Bruenor, esperando que LaValle se encolerizara.

Pero, en vez de eso, el mago se echó a reír de todo corazón.

—Tengo mi trabajo —respondió—, y eso es todo lo que me preocupa. Vivo con cierta comodidad y puedo ir adonde me place. No me seducen los riesgos y los peligros a que tienen que enfrentarse los jefes de las cofradías. —Desvió la vista hacia Drizzt, pues parecía el más razonable de los dos—. Serviré al halfling y, si un día le arrebatasen el poder, serviré a quien se convierta en su sustituto.

La lógica de sus palabras convenció a Drizzt de que la lealtad del mago estaba por encima del hechizo de cualquier piedra preciosa.

—Vámonos —le dijo a Bruenor, y echó a andar hacia la puerta.

Bruenor confiaba en el sentido común de Drizzt, pero no pudo resistirse a hacer una última amenaza.

—Luchaste contra mí, mago —gruñó desde el umbral—. Estuviste a punto de matar a mi hija. Si mi amigo tiene un triste final, pagarás con tu cabeza.

LaValle asintió, pero no respondió.

—Cuídalo —concluyó el enano con un guiño, mientras cerraba la desvencijada puerta de golpe.

—Odia mi puerta —se lamentó el mago.

El grupo se reunió frente a la puerta principal de la cofradía una hora después.

Drizzt, Bruenor, Wulfgar y Catti-brie habían recogido todas sus cosas para emprender la aventura, y el drow llevaba la máscara mágica colgando del cuello.

Regis, seguido de sus ayudantes, se unió a ellos. Pensaba ir hasta el Duende del Mar acompañando a sus formidables amigos. ¡Así sus enemigos verían a sus aliados en todo su esplendor, se dijo maliciosamente el nuevo jefe de la cofradía, en especial un elfo drow!

—Tengo una última oferta que haceros antes de que os vayáis —dijo Regis.

—No pensamos quedarnos —replicó Bruenor.

—No es para ti la oferta —respondió Regis, mientras se volvía hacia Drizzt—. Es para ti.

Drizzt esperó pacientemente mientras el halfling se frotaba con ansia las manos.

—Cincuenta mil piezas de oro por tu pantera —dijo Regis por fin.

Drizzt abrió los ojos como platos.

—Te aseguro que Guenhwyvar recibirá los mejores cuidados…

Catti-brie le dio un manotazo a Regis en la nuca.

—¡No tienes vergüenza! —lo reprendió—. ¡Conoces de sobra al drow!

Drizzt tranquilizó a la muchacha con una sonrisa.

—¿Un tesoro a cambio de un tesoro? —dijo, dirigiéndose a Regis—. Sabes que tengo que declinar la oferta. Guenhwyvar no puede comprarse, por buenas que sean tus intenciones.

—Cincuenta mil —se burló Bruenor—. Si hubiéramos querido ese dinero, lo habríamos cogido antes de partir.

Regis comprendió entonces la absurdidad de su oferta y enrojeció de vergüenza.

—¿Tan seguro estás de que atravesamos medio mundo para venir en tu ayuda? —le preguntó Wulfgar.

Regis observó al bárbaro confuso.

—Quizá vinimos en busca de la pantera —prosiguió Wulfgar con el semblante serio.

Ninguno de ellos fue capaz de aguantar la atónita expresión que apareció en el rostro de Regis y estallaron en sonoras carcajadas, como no habían hecho en varios meses, contagiando incluso a Regis.

—Bueno —dijo Drizzt cuando retornó la calma—. Quédate con esto a cambio.

Se quitó la máscara mágica de la cabeza y se la dio al halfling.

—¿No deberías dejártela hasta que lleguemos al barco? —preguntó Bruenor.

Drizzt observó a Catti-brie esperando una respuesta, y la sonrisa de aprobación y admiración que le dirigió la muchacha barrió todas las dudas que todavía pudieran quedarle.

—No —respondió—. Dejemos que los calishitas me juzguen como quieran. —Abrió la puerta de par en par, y los rayos de sol se reflejaron como chispas en sus ojos color de espliego—. Dejemos que el mundo entero me juzgue como quiera —añadió, con una expresión de alegría en la mirada, mientras observaba alternativamente a sus compañeros.

—Vosotros sabéis quién soy.