17


Lealtades imposibles

LaValle mantuvo la mano dentro de la pequeña bolsa durante largo rato, para hacer esperar a Pook. Estaban solos con los eunucos, que no contaban, en la habitación central del piso superior. Había prometido a su dueño un regalo antes incluso de que tuvieran noticias del retorno del rubí, y Pook sabía que el mago meditaba siempre mucho antes de hacer una promesa de ese tipo. No sería inteligente decepcionar al jefe de la cofradía.

LaValle tenía una gran confianza en su regalo y sabía que satisfacería sus exigencias. Al final, lo sacó y lo tendió a Pook, con una amplia sonrisa en los labios.

El bajá se quedó sin aliento y empezaron a sudarle las manos al tocar la figurita de ónice.

—Magnífico —murmuró, asombrado—. No he visto nunca una talla semejante. ¡Parece incluso como si se pudiera hablar con ella!

—Se puede —susurró LaValle con una voz inaudible. Sin embargo, el mago no quería descubrir todas las propiedades del regalo a la vez, así que contestó en voz alta—: Me alegro de que te guste.

—¿Dónde lo conseguiste?

LaValle se agitó, incómodo.

—Eso no tiene importancia —respondió—. Es para ti, maestro, y te lo entrego con toda lealtad. —Se apresuró a cambiar rápidamente de tema para evitar que Pook insistiera sobre ese punto—. La talla es sólo una ínfima parte de su valor.

Pook lo observó con curiosidad.

—Habrás oído hablar de estas figuras —prosiguió LaValle, satisfecho de tener de nuevo la oportunidad de sorprender al jefe de la cofradía—. Pueden ser unos compañeros mágicos de sus propietarios.

Las manos de Pook temblaron ligeramente al pensar en ello.

—Esto… —balbució excitado—, ¿esto puede convertir la pantera en algo real?

La maliciosa sonrisa de LaValle le dio la respuesta.

—¿Cómo? ¿Cuándo puedo…?

—Siempre que quieras —contestó LaValle.

—¿Hemos de preparar una jaula? —preguntó Pook.

—No hay necesidad.

—Pero al menos hasta que la pantera comprenda quién es el dueño…

—Tú posees la figura —lo interrumpió el mago—. La criatura que invoques te pertenecerá por completo. Obedecerá con exactitud todos tus deseos.

Pook se apoyó la figurita en el pecho. ¡Apenas podía creer en su buena suerte! Los felinos de gran tamaño eran los animales que más apreciaba, y tener uno de su propiedad que lo obedeciera como si fuera una extensión de su propia voluntad lo hacía sentirse más emocionado de lo que jamás había estado en su vida.

—Ahora —dijo—. Quiero llamar al felino ahora mismo. Dime cómo hacerlo.

LaValle tomó la pequeña figura y la colocó en el suelo frente a él. Luego, susurró una palabra al oído de Pook, procurando que la mención del nombre del felino no invocara la presencia de Guenhwyvar, echando por tierra el gran momento de Pook.

—Guenhwyvar —murmuró Pook con suavidad.

Al principio, no ocurrió nada, pero tanto Pook como LaValle percibieron cómo se producía el contacto con aquella lejana entidad.

—Ven a mí, Guenhwyvar —ordenó Pook.

Su voz viajó por el túnel de los planos de la existencia, a través del oscuro corredor que conducía al plano astral, el hogar de la entidad de la pantera. Guenhwyvar se despertó al oír la invocación y, con gran cautela, encontró el camino.

«Guenhwyvar.» La llamada resonó de nuevo pero el felino no reconoció la voz. Habían pasado muchas semanas desde que su dueño lo había traído al plano material principal y la pantera se había tomado un merecido y necesario descanso; pero su sueño le había producido una sensación de alarma y, ahora que una voz desconocida la invocaba, Guenhwyvar comprendió que algo había cambiado definitivamente.

Con gran cautela, aunque incapaz de resistirse a la llamada, la gran pantera bajó por el corredor.

Pook y LaValle observaron atónitos cómo aparecía una nube de humo grisáceo alrededor de la figura. Durante un breve instante, el humo hizo remolinos en el aire, hasta que trazó el contorno definitivo y se convirtió en Guenhwyvar. El felino se quedó completamente inmóvil, intentando reconocer el lugar donde se encontraba.

—¿Qué hago? —preguntó Pook a LaValle.

El animal se puso en tensión al oír el sonido de la voz…, la voz de su dueño.

—Lo que te plazca —respondió LaValle—. La pantera se sentará a tu lado, cazará por ti, caminará a tus pies…, matará por ti.

Una lluvia de ideas se agolparon en la mente del jefe de la cofradía al oír las palabras del mago.

—¿Qué límites tiene?

LaValle se encogió de hombros.

—Por lo general, este tipo de magia se desvanece al cabo de un tiempo, aunque puedes volver a llamar al felino cuando haya descansado —se apresuró a añadir al ver la desalentada mirada de Pook—. No puede ser asesinado, pues, de intentarlo, sólo lo enviarías de nuevo a su mundo. Aun así, la figurita puede romperse.

Pook volvió a adoptar un semblante amargo. El objeto ya se había convertido en algo demasiado preciado para él como para poder pensar en perderlo.

—Pero te aseguro que destruir esa figura no es una tarea fácil —continuó LaValle—. Su magia es muy poderosa. El herrero más fuerte de todos los Reinos no podría ni siquiera resquebrajarla con su martillo más pesado.

Pook estaba satisfecho.

—Acércate a mí —ordenó al felino, alargando la mano.

Guenhwyvar obedeció y bajó las orejas cuando Pook empezó a acariciarle con suavidad el negro lomo.

—Tengo una tarea para ti —anunció Pook de improviso, dirigiendo una mirada excitada a LaValle—. ¡Una tarea memorable y maravillosa! El primer trabajo de Guenhwyvar.

LaValle levantó los ojos al ver la expresión tan pura de placer impresa en el rostro de Pook.

—Tráeme a Regis —ordenó Pook al mago—. ¡Dejemos que la primera víctima de Guenhwyvar sea el halfling que más desprecio!

Exhausto después de su odisea en las Celdas de los Nueve, y tras las numerosas torturas que Pook le había infligido, Regis se cayó de bruces cuando lo dejaron ante el trono de Pook; pero el halfling luchó por ponerse en pie, dispuesto a aceptar el próximo tormento —aunque significara la muerte— con dignidad.

Pook hizo un gesto para que los guardias abandonaran la estancia.

—¿Has disfrutado de tu estancia entre nosotros? —se burló.

Regis se apartó los cabellos que le caían sobre el rostro.

—Ha sido aceptable —respondió—. Sin embargo, los vecinos son un poco ruidosos y se pasan la noche gruñendo y ronroneando.

—¡Silencio! —exclamó Pook. Luego, desvió la mirada hacia LaValle, que permanecía de pie junto al trono—. Encontrarás poco sentido del humor aquí —añadió el bajá con una maligna carcajada.

Pero Regis había superado el miedo y su actitud era resignada.

—Has ganado —dijo tranquilamente, con la intención de robar un poco de placer a Pook—. Me llevé tu rubí y me pillaste. Si crees que el crimen merece la muerte, entonces mátame.

—¡Oh, lo haré! —siseó Pook—. Tenía esa intención desde el principio, pero todavía no había elegido el método apropiado.

Regis dio un paso atrás. Quizá no estaba manteniendo la compostura como hubiera deseado.

—Guenhwyvar —llamó Pook.

—¿Guenhwyvar? —repitió Regis con una voz inaudible.

—Ven a mí, cachorro mío —dijo el bajá.

El halfling se quedó boquiabierto al ver que el felino mágico salía por la puerta entreabierta de la habitación de LaValle.

—¿Dón… dónde lo conseguiste? —tartamudeó.

—Es magnífico, ¿verdad? —contestó Pook—. Pero no te preocupes, podrás verlo más de cerca.

Se volvió hacia la pantera.

—Guenhwyvar, querido Guenhwyvar —murmuró Pook—. Este pequeño ladronzuelo traicionó a tu dueño. Mátalo, cachorro mío, pero hazlo despacio. Quiero oír sus gritos.

Regis se quedó mirando fijamente los ojos de la pantera, que estaban muy abiertos.

—Cálmate, Guenhwyvar —dijo, al ver que el felino daba un paso vacilante hacia él. Regis se sentía de verdad herido al ver que una pantera tan maravillosa estaba bajo el control de una persona tan malvada como Pook. Guenhwyvar pertenecía a Drizzt.

Pero Regis no podía perder demasiado tiempo reflexionando sobre las implicaciones de la aparición de la pantera. Su preocupación principal era ahora su propio futuro.

—Es él —gritó Regis, dirigiéndose a Guenhwyvar pero señalando a Pook—. Él es el jefe de aquel demonio que nos apartó de tu dueño verdadero, el demonio que tu dueño verdadero está buscando.

—¡Excelente! —se rio Pook, pensando que Regis se estaba agarrando desesperadamente a una mentira para confundir al animal—. ¡Éste espectáculo compensará la angustia que he tenido que soportar por tu culpa, maldito Regis!

LaValle se agitó incómodo, pues comprendía que las palabras de Regis eran ciertas.

—¡Ahora, cachorro mío! —ordenó Pook—. ¡Tortúralo!

Guenhwyvar gruñó suavemente, con los ojos entrecerrados.

—Guenhwyvar —volvió a repetir Regis, dando un paso atrás—. Guenhwyvar, tú me conoces.

Pero el felino no mostraba signo alguno de haber reconocido al halfling. Obligado a obedecer la voz de su amo, se agazapó y empezó a acercarse centímetro a centímetro a Regis.

—¡Guenhwyvar! —gritó Regis, palpando la pared en busca de alguna vía de escape.

—Ése es el nombre del felino —se burló Pook, que todavía no se había dado cuenta de que el halfling conocía en realidad a la bestia—. Adiós, Regis. ¡Te consolará saber que recordaré este momento durante el resto de mi vida!

La pantera bajó las orejas y se agachó todavía más, aplastando las patas traseras contra el suelo para mantener mejor el equilibrio. Regis se precipitó hacia la puerta, aunque sabía a ciencia cierta que estaría cerrada con llave, y entonces Guenhwyvar dio un salto, con una velocidad y precisión increíbles. Regis apenas se dio cuenta de que el felino estaba sobre él.

Sin embargo, el éxtasis del bajá Pook resultó ser muy breve. Se puso en pie al instante, con la esperanza de presenciar más de cerca el espectáculo, mientras Guenhwyvar caía sobre Regis. Acto seguido, el felino se desvaneció lentamente en el aire.

Y el halfling también había desaparecido.

—¿Qué? —gritó Pook—. ¿Eso es todo? ¿No hay sangre? —Se volvió hacia LaValle—. ¿Es así como asesina este animal?

Pero la expresión horrorizada del mago le indicó que algo había ido mal. De repente, el jefe de la cofradía comprendió la verdad de la relación de Regis con el felino.

—¡Se lo llevó! —rugió Pook. Rodeó el trono y agarró a LaValle—. ¿Adónde? ¡Dímelo! —rugió, acercando su rostro peligrosamente al del mago.

A LaValle no lo sostenían las piernas.

—No es posible —balbució—. El felino debe obedecer a su dueño, a su poseedor.

—¡Regis conocía al animal! —gritó Pook.

—Lealtades imposibles —contestó LaValle, realmente anonadado.

Pook recobró la compostura y volvió a sentarse en el trono.

—¿Dónde lo conseguiste? —le preguntó.

—Entreri —respondió de inmediato el mago, sin atreverse a vacilar siquiera.

Pook se rascó la barbilla.

—Entreri —repitió. Las piezas del rompecabezas empezaban a encajar. Pook conocía lo suficiente al asesino para saber que no era capaz de dar un objeto tan valioso a cambio de nada—. Pertenecía a alguno de los amigos del halfling —concluyó Pook, recordando las referencias de Regis al «verdadero dueño» de Guenhwyvar.

—No se lo pregunté —confesó LaValle.

—¡No tenías por qué hacerlo! —le espetó Pook—. Pertenecía pues a uno de los amigos del halfling…, tal vez a uno de los que mencionó Oberon. Sí…, y Entreri te lo dio a cambio de…

Dirigió una mirada perversa en dirección a LaValle.

—¿Dónde está Dankar, el pirata? —preguntó maliciosamente.

LaValle estuvo a punto de desmayarse, pues se hallaba atrapado, y la única forma de salir de aquel embrollo significaba la muerte.

—Ya has dicho lo suficiente —prosiguió Pook, al comprenderlo todo por la pálida expresión del mago—. ¡Ah, Entreri! —musitó—. Me has servido bien, pero siempre me das dolores de cabeza. Y tú —añadió, dirigiéndose a LaValle—, dime, ¿adónde han ido?

LaValle sacudió la cabeza.

—Al plano de la pantera —balbució—, es la única posibilidad.

—¿Y puede regresar a este mundo?

—Sólo si lo invoca el poseedor de la figurita.

Pook señaló la pequeña figura que permanecía en el suelo frente a la puerta.

—Haz que regrese el felino —ordenó.

LaValle se apresuró a obedecer.

—¡No, espera! —rectificó Pook—. Espera a que consiga una jaula para él. Guenhwyvar será mío a su debido tiempo. Aprenderá disciplina.

LaValle continuó andando y recogió la figura, sin saber exactamente por dónde empezar. Pook lo agarró del brazo cuando pasó junto al trono.

—Pero el halfling —gruñó Pook, apretando su nariz plana contra la de LaValle—. ¡Si valoras tu vida, mago, devuélvemelo!

Pook empujó a LaValle y se encaminó hacia la puerta que conducía a los niveles inferiores. Tendría que consultar con algunos informadores en las calles, para saber dónde estaba Artemis Entreri y también para conocer más detalles sobre aquellos amigos del halfling si todavía vivían o si habían muerto en el canal de Asavir.

Si se hubiera tratado de otra persona, y no de Entreri, Pook habría utilizado su rubí, pero aquella opción no era factible con el peligroso asesino.

Pook soltó un gruñido y salió de la estancia. Tras el regreso de Entreri, había esperado no tener nunca que volver a recurrir a aquella opción, pero con LaValle tan sumamente atado a los juegos del asesino, la única posibilidad que le quedaba era Rassiter.

—¿Quieres deshacerte de él? —preguntó el hombre rata, disfrutando como siempre con aquella nueva tarea que estaba a punto de asignarle Pook.

—No te sobrestimes —respondió Pook—. Entreri no es asunto tuyo, Rassiter, y además, está por encima de tus posibilidades.

—Subestimas la fuerza de mi cofradía.

—Y tú subestimas la red de colaboradores del asesino…, entre los que probablemente se encuentren algunos de los que tú llamas camaradas —le advirtió Pook—. No quiero que estalle una guerra dentro de mi cofradía.

—Entonces, ¿qué? —preguntó el hombre rata, con una expresión de evidente decepción.

Al ver el tono hostil de Rassiter, Pook empezó a acariciar el rubí que llevaba colgado al cuello. Sabía que podía someter a Rassiter a su hechizo, pero prefería no tener que llegar a eso. Los individuos hipnotizados por la gema nunca realizaban el trabajo tan bien como aquellos que actuaban según sus propios deseos, y si los amigos de Regis habían escapado de verdad de Dankar, Rassiter y sus secuaces debían estar en plena forma para derrotarlos.

—Es posible que hayan seguido a Entreri hasta Calimport —le explicó Pook—. Creo que son amigos del halfling y, por tanto, un peligro para nuestra cofradía.

Rassiter se inclinó hacia adelante, simulando estar sorprendido. Por supuesto, el hombre rata ya sabía, por Dondon, la llegada de los aventureros del norte.

—Pronto estarán en la ciudad —prosiguió Pook—. No tenéis mucho tiempo.

«Ya están aquí», pensó Rassiter para sus adentros, intentando sofocar una sonrisa.

—¿Quieres que los capturemos?

—No, eliminadlos —corrigió Pook—. Ese grupo es demasiado poderoso. No nos queda otra opción.

—Eliminarlos —repitió Rassiter—. Ésta ha sido siempre mi tarea predilecta.

Pook no pudo evitar un estremecimiento.

—Cuando acabéis el trabajo, comunícamelo —dijo, mientras se dirigía a la puerta.

Rassiter se rio en silencio, a espaldas de su jefe.

—¡Ah, Pook! —susurró en cuanto se hubo marchado—, ¡qué poco conoces mis influencias! —El hombre rata se frotó las manos anticipándose al éxito. La noche iba a ser larga y los aventureros del norte pronto estarían en las calles…, donde Dondon podría hallarlos.