Camaradas
Bruenor encontró a Catti-brie más allá de los restos del barco de Dankar, quien no prestó atención a la joven. Tenía la vista fija en la distancia, donde la tripulación del barco pirata restante, la gran embarcación de guerra, había logrado dominar el fuego. Pero la nave había virado e intentaba alejarse del lugar a la mayor velocidad posible.
—Pensé que te habías olvidado de mí —saludó Catti-brie al ver que se aproximaba el bote de remos.
—Tenías que haberte quedado a mi lado —se burló el enano.
—No estoy en tan buenas relaciones con el fuego como tú —respondió la muchacha con cierto recelo. Bruenor se encogió de hombros.
—Me sucede desde que salí de Mithril Hall —respondió—. Debe de ser por la armadura del padre de mi padre.
Catti-brie se asió al costado del bote y se dio impulso para subir a bordo. Pero entonces vio la cimitarra que Bruenor llevaba atada a la espalda y se detuvo por la sorpresa.
—¡Tienes el arma del drow! —exclamó, recordando la historia que Drizzt le había contado sobre su batalla con un demonio de fuego. La magia de la cimitarra, forjada en la magia del hielo, había salvado en aquella ocasión a Drizzt de morir abrasado—. ¡Seguro que es gracias a ella que sigues vivo!
—Un arma estupenda —murmuró Bruenor, observando la empuñadura por encima del hombro—. ¡El elfo debería ponerle un nombre!
—El bote no aguantará el peso de los tres —los interrumpió Dankar.
Bruenor, enojado, desvió la vista hacia él y respondió:
—¡Entonces, nada!
El rostro de Dankar se contrajo y empezó a incorporarse en actitud amenazadora.
Bruenor tuvo que admitir que se había burlado demasiado del orgulloso pirata. Antes de que el hombre acabara de levantarse, el enano golpeó con su cabeza el pecho de Dankar y lo hizo caer al agua por detrás del bote. Sin perder un segundo, agarró a Catti-brie por la muñeca y la levantó hasta situarla a su lado.
—¡Apúntalo con tu arco, muchacha! —exclamó lo suficientemente alto como para que el pirata, que se debatía de nuevo en el agua, pudiera oírlo. Luego, le tiró el extremo de un cabo—. ¡Si no mantiene el ritmo, mátalo!
Catti-brie colocó una flecha de plata en Taulmaril y apuntó a Dankar, como si fuera a cumplir la amenaza, aunque en realidad no tenía intención de acabar con aquel hombre indefenso.
—Me llaman el Arquero Buscacorazones —le advirtió—. ¡Será mejor que empieces a nadar!
El orgulloso pirata se ató la cuerda alrededor del cuerpo y empezó a bracear.
—¡Ningún drow entrará en este barco! —gritó a Drizzt uno de los miembros de la tripulación de Deudermont.
El hombre recibió un manotazo en la nuca por sus palabras y luego, avergonzado, se hizo a un lado para dejar que Deudermont se acercara a la plancha de abordaje. El capitán contempló las expresiones de los rostros de su tripulación mientras observaban al drow que había sido su compañero durante semanas.
—¿Qué vas a hacer con él? —se atrevió a preguntar uno de los marineros.
—Todavía hay hombres nuestros en el agua —respondió el capitán, evitando contestar a la pregunta—. Sacadlos y dadles ropa seca. Luego, encadenad a los piratas. —Esperó un instante a que su tripulación se dispersara, pero los hombres no se movieron, confundidos ante la visión del elfo drow.
—¡Y separad estos dos barcos! —rugió Deudermont. Acto seguido, se volvió hacia Drizzt y Wulfgar, que en aquel momento estaban a pocos centímetros de la plancha—. Retirémonos a mi camarote —murmuró con voz pausada—. Tenemos que hablar.
Drizzt y Wulfgar no respondieron. Se limitaron a seguir en silencio al capitán, conscientes de que una infinidad de ojos curiosos, temerosos y encolerizados los observaban.
Deudermont se detuvo en mitad de la cubierta y se unió a un grupo de hombres que observaban hacia el sur, más allá de los restos del barco de Dankar, donde había un pequeño bote de remos que se acercaba hacia ellos con rapidez.
—Es el conductor del carro de fuego que volaba por el cielo —explicó uno de sus hombres.
—¡Consiguió hundir el barco! —exclamó otro, señalando el buque insignia de Dankar, que se balanceaba descontrolado y estaba a punto de desaparecer bajo las aguas—. ¡Y logró que el tercero saliera huyendo!
—¡Entonces seguro que es amigo nuestro! —contestó el capitán.
—Y nuestro también —añadió Drizzt, lo cual hizo que todas las miradas se volvieran hacia él. Incluso Wulfgar lo observó con curiosidad. Había oído la exclamación dirigida a Moradin, pero no se había atrevido a esperar que fuera en realidad Bruenor Battlehammer quien acudía en su ayuda.
—Un enano de barba rojiza, si no me equivoco —continuó Drizzt—. Y, junto a él, hay una joven mujer.
Wulfgar se quedó boquiabierto.
—¿Bruenor? —consiguió finalmente balbucir—. ¿Catti-brie?
Drizzt se encogió de hombros.
—Eso supongo.
—Pronto lo sabremos —les aseguró Deudermont. Dio instrucciones a sus hombres de conducir a los pasajeros a su camarote en cuanto llegaran, y luego se alejó con Drizzt y Wulfgar, consciente de que si el drow permanecía en cubierta, eso distraería la atención de su tripulación. Y, en aquel momento, tenían mucho trabajo por hacer para separar los barcos.
—¿Qué piensa hacer con nosotros? —inquirió Wulfgar en cuanto Deudermont cerró la puerta de su camarote—. Luchamos por…
Deudermont detuvo la retahíla de protestas con una tranquila sonrisa.
—Es cierto —admitió—. Ojalá pudiera tener marineros tan valiosos en cada viaje que hago al sur, pues entonces los piratas saldrían huyendo en cuanto el Duende del Mar apareciera por el horizonte, ¡de eso estoy seguro!
Wulfgar relajó la postura defensiva que había adoptado.
—No me disfracé para causar daño alguno —dijo Drizzt con voz sombría—. Sólo mi apariencia era mentira. Necesitábamos pasaje hacia el sur para rescatar a un amigo…, y eso continúa siendo cierto.
Deudermont asintió, pero antes de que pudiera responder oyeron golpes en la puerta y un marinero asomó la cabeza.
—Perdone… —empezó.
—¿Qué ocurre? —preguntó Deudermont.
—Seguimos todos sus pasos, capitán…, lo sabe usted bien —balbució el hombre—. Pero pensamos que debíamos comunicarle los sentimientos que nos inspira un elfo drow.
Deudermont observó al marinero y luego a Drizzt durante un breve instante. Siempre se había sentido orgulloso de su tripulación; la mayoría de sus hombres navegaban con él desde hacía muchos años, pero no podía evitar preguntarse con seriedad cómo iban a reaccionar ante un dilema semejante.
—Continúa —lo instó, decidido a mantener su obstinada confianza en aquellos hombres.
—Bien, sabemos que es un drow —prosiguió el marinero—, y sabemos lo que eso significa. —Hizo una pausa para elegir con cuidado las palabras. Drizzt contuvo la respiración; no era la primera vez que se enfrentaba a una situación semejante—. Pero ellos dos nos han librado de un buen lío allí afuera —soltó el marinero de un tirón—. ¡No lo hubiéramos logrado sin ellos!
—Así pues, ¿deseáis que permanezcan a bordo? —preguntó Deudermont con una ancha sonrisa en el rostro. Su tripulación había demostrado una vez más que era digna de su confianza.
—¡Sí! —respondió con calor el hombre—. ¡Todos lo deseamos! ¡Y estamos orgullosos de que estén aquí!
Otro marinero, el que había desafiado al drow en la plancha de abordaje pocos minutos antes, asomó la cabeza.
—Estaba asustado, lo siento —se disculpó, dirigiéndose a Drizzt.
El elfo respiraba aún con dificultad, pues se sentía conmovido. Hizo un gesto de asentimiento aceptando la disculpa del marinero.
—Entonces, nos veremos en cubierta —dijo éste antes de desaparecer tras la puerta.
—Pensamos que debíamos decírselo —explicó entonces el primer marinero a Deudermont y, luego, se marchó como su compañero.
—¡Son una tripulación de primera! —exclamó Deudermont, ante Drizzt y Wulfgar en cuanto se cerró de nuevo la puerta.
—Y tú, ¿qué opinas? —preguntó Wulfgar.
—Yo juzgo a los hombres y a los elfos, por su carácter, no por su aspecto —declaró el capitán—. Y, en lo que a ti respecta, puedes quitarte la máscara. Drizzt Do’Urden. ¡Estás mucho mejor sin ella!
—No mucha gente opinará lo mismo que tú —respondió Drizzt.
—Pero ¡en el Duende del Mar, sí! —rugió Deudermont—. Ahora hemos ganado la batalla, pero aún queda mucho por hacer. Estoy seguro de que tu fortaleza nos será de gran utilidad en la proa, poderoso bárbaro. ¡Hemos de separar las dos embarcaciones y marcharnos antes de que el tercer barco pirata pueda volver con refuerzos!
Luego dirigió a Drizzt una maliciosa sonrisa y prosiguió.
—En cuanto a ti, estoy convencido de que nadie puede mantener a raya mejor que tú un cargamento de prisioneros.
Drizzt se quitó entonces la máscara y la guardó en su bolsa.
—El color de mi piel tiene ciertas ventajas —admitió, mientras sacudía su blanca cabellera. Se volvió hacia Wulfgar para partir, pero en aquel instante la puerta se abrió de par en par ante ellos.
—¡Un arma estupenda, elfo! —exclamó Bruenor Battlehammer, que permanecía de pie sobre un charco de agua, con toda su ropa chorreando. Y lanzó la cimitarra mágica a Drizzt—. Tienes que encontrarle un nombre, ¿de acuerdo? Un arma semejante necesita tener un nombre. ¡Le sería de gran utilidad a un cocinero que tuviera que asar un cerdo!
—O a un enano que se dedique a perseguir dragones —le hizo observar Drizzt.
Cogió la cimitarra con gran respeto, recordando de nuevo cuándo la había visto por primera vez, entre los tesoros de un dragón muerto. Luego, la colocó en la vaina que había alojado su cimitarra normal, pues consideraba que ésta sería una compañera estupenda para Centella.
Bruenor se acercó a su amigo drow y lo cogió con firmeza por las muñecas.
—Cuando vi que tus ojos me observaban desde la pared del precipicio —empezó el enano con suavidad, intentando que la emoción no le quebrara la voz—, supe que mis demás amigos estarían a salvo.
—Pero no es cierto —contestó Drizzt—. ¡Regis está en grave peligro!
Bruenor le guiñó un ojo.
—¡Lo traeremos de regreso, elfo! ¡Ningún asqueroso asesino acabará con Panza Redonda! —Estrechó con fuerza el brazo del drow y se volvió hacia Wulfgar, el muchacho al que había criado hasta convertirlo en un hombre.
Éste intentó hablar, pero las palabras se atascaron en el nudo que sentía en la garganta. A diferencia de Drizzt, el bárbaro no tenía ni idea de que Bruenor pudiese seguir con vida y, ver a su tutor, el enano que se había convertido en un padre para él, y al que creía muerto, plantado frente a él tras regresar de la tumba, era demasiado para poder digerirlo. Cogió a Bruenor por los hombros en el preciso instante en que el enano iba a decir algo, y tras levantarlo a su altura le dio un gran abrazo.
Bruenor se agitó unos instantes hasta que consiguió tomar aliento.
—Si hubieras cogido al dragón con la misma fuerza con la que me agarras ahora —se burló—, ¡no hubiera tenido que lanzarlo por el precipicio!
Catti-brie apareció en la puerta, totalmente empapada y con sus rojizos rizos pegados al cuello y a los hombros. Tras ella caminaba Dankar, mojado y humillado.
La mirada de la muchacha se cruzó en primer lugar con la de Drizzt y el drow sintió durante un breve instante una emoción que iba más allá de la simple amistad.
—Me alegro de verte —murmuró ella—. Me alegro de poder ver de nuevo a Drizzt Do’Urden. Mi corazón te ha acompañado durante todo el camino.
Drizzt le dedicó una sonrisa de compromiso y apartó sus ojos color de espliego.
—En cierto modo sabía que te unirías a nuestra búsqueda antes de que finalizase —dijo—. Me alegro de que así sea. Bienvenida.
La mirada de Catti-brie pasó del drow a Wulfgar. En dos ocasiones había estado separada de aquel hombre y, en ambas, cuando se habían encontrado de nuevo, Cattibrie se había dado cuenta de hasta qué punto había llegado a amarlo.
Wulfgar también la observaba en silencio. Tenía el rostro cubierto de brillantes gotas de agua de mar, pero parecían pálidas en contraste con su resplandeciente sonrisa. El bárbaro, sin apartar la vista de Catti-brie, dejó a Bruenor en el suelo.
Sólo la timidez de todo amor joven los hizo mantenerse separados, bajo la atenta mirada de Drizzt y Bruenor.
—Capitán Deudermont —dijo finalmente el drow—, te presento a Bruenor Battlehammer y Catti-brie, dos amigos muy queridos y buenos aliados nuestros.
—Te hemos traído un regalo… —Bruenor se rio entre dientes—, al ver que no teníamos dinero para pagar el pasaje. —El enano se acercó a la puerta, agarró a Dankar por la manga y lo empujó hacia el centro del camarote—. Creo que es el capitán del barco que incendié.
—Bienvenidos seáis los dos —contestó Deudermont—. Os aseguro que os habéis ganado con creces el pasaje.
El capitán dio un paso al frente para encararse con Dankar, con la sospecha de que aquel hombre tenía cierta importancia.
—¿Sabes quien soy? —preguntó el pirata, malhumorado, pensando que ahora podría tratar con una persona más razonable que aquel enano loco.
—Eres un corsario —respondió Deudermont con voz tranquila.
Dankar levantó la cabeza para examinar al capitán, y una maliciosa sonrisa cruzó por su rostro.
—¿No has oído hablar de mí?
Deudermont había creído, no sin temor, haberlo reconocido cuando apareció en la puerta del camarote. Sin duda, el capitán del Duende del Mar había oído hablar de él…; de hecho, todos los mercaderes de la costa de la Espada habían oído hablar de Dankar.
—¡Exijo que me sueltes, a mí y a mis hombres! —gritó el corsario.
—A su debido tiempo —contestó Deudermont.
Drizzt, Bruenor, Wulfgar y Catti-brie, que no comprendían el alcance de las influencias de los piratas, observaron a Deudermont con incredulidad.
—¡Te advierto que las consecuencias de tus actos pueden ser terribles! —prosiguió Dankar, al darse cuenta de que llevaba la voz cantante en la conversación—. No soy un hombre que olvide fácilmente, capitán, ni tampoco mis aliados.
Drizzt comprendió al instante el dilema con el que se enfrentaba Deudermont, pues su propia gente a menudo olvidaba los principios de la justicia para adaptarse a las reglas de los poderosos.
—Déjalo ir —dijo. Al momento, tenía las dos cimitarras mágicas en las manos, y Centella brillaba peligrosamente—. Déjalo libre y dale una espada. Yo tampoco olvido fácilmente.
Al ver la aterrorizada mirada que el pirata dirigía al drow, Bruenor se apresuró a intervenir.
—Sí, capitán, suelta a ese perro —gruñó el enano—. Sólo le mantuve la cabeza sobre los hombros para ofrecértelo como regalo. Si no lo quieres… —Bruenor desenfundó su hacha y la blandió frente a él.
Wulfgar tampoco dejó pasar la oportunidad.
—¡No, con las manos desnudas y en lo alto del mástil! —rugió el bárbaro, tensando los músculos hasta que pareció que iban a estallar—. ¡El pirata y yo! El ganador obtendrá la gloria de la victoria, y el perdedor recibirá la muerte.
Dankar observó a los tres chiflados guerreros y luego, casi en tono suplicante, se volvió hacia Deudermont.
—Bah, todos os estáis perdiendo lo más divertido —sonrió Catti-brie, que no quería que la dejaran al margen—. No es deportivo que uno de vosotros destroce al pirata. Dadle un pequeño bote y dejadlo partir. —Su alegre rostro se puso súbitamente serio y le lanzó una mirada malévola—. Dadle un bote —repitió—, ¡y dejadlo que baile al son de mis flechas de plata!
Dankar se encaró con Deudermont y se quedó mirándolo en actitud amenazadora.
—O… —prosiguió el capitán—, tú y tu tripulación podéis quedaros bajo mi control y mi protección personal hasta que lleguemos a puerto.
—¿No puedes controlar a tu tripulación? —le espetó el pirata.
—Esos cuatro no forman parte de mi tripulación —respondió Deudermont—. Y me temo que si deciden matarte, poco podré hacer para detenerlos.
—¡Mi gente no suele dejar a nuestros enemigos con vida! —intervino Drizzt en un tono de voz tan amenazador que incluso sus amigos sintieron un escalofrío en la espalda—. Aun así, te necesito, capitán Deudermont, a ti y a tu barco. —Enfundó las cimitarras con un movimiento rápido como un rayo—. Dejaré vivir a ese corsario a cambio de que nuestro acuerdo siga en pie.
—¿Bajo mi control, capitán Dankar? —preguntó Deudermont, al tiempo que indicaba con una seña a dos de sus hombres que lo escoltaran.
Dankar desvió de nuevo la vista hacia Drizzt.
—Si alguna vez vuelves a navegar por esta ruta… —empezó de nuevo, con voz amenazadora, el obstinado pirata.
Bruenor le dio una patada en el trasero.
—Guárdate bien la lengua, perro, o te la cortaré.
Dankar salió en silencio, seguido por los dos hombres de Deudermont.
Aquel mismo día, mientras la tripulación del Duende del Mar proseguía con las tareas para reparar el barco, los cuatro amigos se retiraron al camarote de Wulfgar y Drizzt para escuchar los relatos de las aventuras de Bruenor en Mithril Hall. Las estrellas empezaron a titilar en el cielo nocturno y el enano empezó su narración. Les habló de las riquezas que había visto; de los lugares antiguos y sagrados por los que había pasado en lo que antaño había sido su hogar; de las mil y una escaramuzas que había tenido con las patrullas de duergars y, finalmente, del modo arriesgado con que había logrado salir de la ciudad subterránea.
Catti-brie se había sentado justo enfrente de Bruenor, y observaba al enano a través de la mortecina luz de la única vela que ardía sobre la mesa. Había oído aquel relato con anterioridad, pero Bruenor podía adornar una misma historia mejor que nadie; así que se inclinaba hacia adelante en la silla, y de nuevo la escuchaba hipnotizada. Wulfgar se había situado detrás de ella, y le rodeaba los hombros con sus largos brazos.
Drizzt permanecía junto a la ventana, observando la evocadora noche. Todo parecía como en los viejos tiempos, como si en cierto modo hubieran conseguido llevar un pedazo del valle del Viento Helado con ellos. Muchas habían sido las noches en que se habían reunido para intercambiar historias del pasado o simplemente para disfrutar juntos de la quietud del atardecer. Por supuesto, un quinto miembro había estado con el grupo, siempre con extrañas historias que superaban a las demás.
Drizzt observó a sus amigos y luego volvió a desviar la vista hacia el cielo estrellado, pensando en el día en que los cinco amigos podrían volver a estar juntos. ¡Lo deseaba tanto!
Una llamada en la puerta hizo que todos, excepto Drizzt, se sobresaltaran, pues estaban absolutamente cautivados por la historia de Bruenor. El drow abrió la puerta y el capitán Deudermont se introdujo en el camarote.
—Saludos —dijo con gran educación—. No querría interrumpir, pero tengo noticias.
—Ahora que llegábamos a la mejor parte —se quejó Bruenor—. Pero no importa, un poco de espera la hará todavía más interesante.
—He vuelto a hablar con Dankar —explicó Deudermont—. Es un hombre muy importante en estas tierras, y no deja de sorprenderme que utilizara tres barcos para detenernos. Iba detrás de algo.
—Nosotros —aclaró Drizzt, con aire reticente.
—No lo confesó directamente, pero supongo que así es. Por favor, espero que comprendáis que no puedo presionarlo más.
—¡Bah, le daré una patada a ese perro! —exclamó Bruenor.
—No es necesario —intervino Drizzt—. Los piratas nos buscaban a nosotros.
—Pero, ¿cómo sabían que viajabais con nosotros? —preguntó Deudermont.
—Las bolas de fuego sobre Puerta de Baldur —le recordó Wulfgar.
Deudermont asintió pues la memoria le traía de nuevo aquella exhibición de fuegos artificiales.
—Parece que os habéis ganado unos enemigos poderosos.
—El hombre al que perseguimos sabía que debíamos pasar por Puerta de Baldur —explicó Drizzt—. Incluso llegó a dejar un mensaje para nosotros. Seguro que para un tipo como Artemis Entreri no le fue difícil acordar que le hicieran una señal para saber cómo y cuándo zarpamos.
—O para preparar una emboscada —continuó Wulfgar con una mueca.
—Eso parece —dijo Deudermont.
Drizzt permaneció en silencio, aunque sus sospechas apuntaban ahora en una nueva dirección. No tenía sentido que Entreri les hubiera ido dejando pistas de su recorrido para que después acabaran en manos de los piratas. Alguien más había entrado en escena, de eso estaba seguro, y lo único que se le ocurría era que debía de tratarse del bajá Pook.
—Pero eso no es todo; hemos de comentar otros asuntos —prosiguió Deudermont—. El Duende del Mar puede navegar, pero hemos sufrido daños importantes…, al igual que el barco pirata que capturamos.
—¿Pretendéis llevar los dos barcos a puerto? —preguntó Wulfgar.
—Sí —contestó el capitán—. Liberaremos a Dankar y a sus hombres en cuanto desembarquemos. Una vez allí, se harán cargo de su barco.
—Los piratas no se merecen tantas consideraciones —gruñó Bruenor.
—Y esos daños que hemos sufrido, ¿retrasarán nuestro viaje? —preguntó Drizzt, más preocupado por su misión.
—Así es. Espero llegar hasta el Reino de Calimshan, a Memnon, a poca distancia de la frontera con Tethyr. Nuestra bandera nos será de utilidad en el reino del desierto. Una vez allí, tendremos que atracar y continuar con las reparaciones.
—¿Durante cuánto tiempo?
Deudermont se encogió de hombros.
—Una semana, tal vez, quizá más. No lo sabremos hasta que hagamos una evaluación precisa de los daños. Y, luego, nos faltará todavía otra semana más para llegar a Calimport.
Los cuatro amigos intercambiaron unas miradas de desaliento y preocupación. ¿Cuántos días de vida le quedaban a Regis? ¿Podría soportar el halfling un retraso semejante?
—Existe otra alternativa —prosiguió Deudermont—. El viaje en barco desde Memnon a Calimport, rodeando la ciudad de Teshburl y atravesando el mar Resplandeciente, es mucho más largo que la ruta en línea recta. Prácticamente cada día salen caravanas en dirección a Calimport y el viaje, aunque sea duro porque hay que atravesar el desierto Calim, dura pocos días.
—Tenemos poco oro para pagar el pasaje —comentó Catti-brie.
Deudermont hizo un gesto como para quitar importancia al problema.
—No os costará mucho —aseguró—. Cualquier caravana que tenga que atravesar el desierto estará encantada de llevaros como guardia y, además, os habéis ganado una buena recompensa por ayudarnos. —Sacudió una bolsa de oro que llevaba atada al cinturón—. Pero, si lo deseáis, os podéis quedar en el Duende del Mar todo el tiempo que queráis.
—¿Cuánto tardaremos en llegar a Memnon? —preguntó Drizzt.
—Depende del viento que puedan resistir nuestras velas —contestó Deudermont—. Cinco días…, quizás una semana.
—Cuéntanos algo sobre ese desierto Calim —le instó Wulfgar—. ¿Qué es un desierto?
—Una tierra yerma —contestó Deudermont con una mueca, pues no deseaba subestimar el desafío con que tendrían que enfrentarse si optaban por seguir aquel camino—. Una gran extensión de tierra vacía en la que sólo existen arenas que se clavan como alfileres y vientos tórridos. Un lugar en el que los monstruos dominan a los hombres, donde más de un viajero ha encontrado la muerte y su carne ha servido como pasto para los buitres.
Los cuatro amigos se encogieron de hombros al oír la implacable descripción del capitán. Excepto por la diferencia de temperatura, se parecía mucho a su hogar.