Quiero expresar mi gratitud a mis editores de St. Martin’s Press, Thomas Dunne y la excepcionalmente talentosa Melissa Jacobs. A mis agentes en Nueva York, George Wieser, Olga Wieser y Jake Elwell. Y a todos aquellos que leyeron el manuscrito y colaboraron conmigo. Y en especial a mi mujer, Blythe, por su entusiasmo y paciencia.
Expreso también mi agradecimiento discreto a los dos ex criptógrafos sin rostro de la NSA[1] que me prestaron una ayuda de incalculable valor mediante reenvíos anónimos de correos electrónicos. Sin ellos no hubiera podido escribir este libro.