Un aullido ensordecedor atravesó la sala de control.
—¡Tiburones!
Era Soshi.
Jabba se volvió hacia la RV. Dos líneas delgadas habían aparecido en el exterior de los círculos concéntricos. Parecían espermatozoides que intentaran penetrar en un óvulo reticente.
—¡Huelen la sangre en el agua, señores! —Jabba se volvió hacia el director—. Necesito una decisión. O empezamos a cerrar, o no lo conseguiremos. En cuanto estos dos intrusos vean que el servidor bastión ha quedado inutilizado, lanzarán un grito de guerra.
Fontaine no contestó. Estaba ensimismado en sus pensamientos. La noticia de Susan Fletcher referente a la clave de acceso le parecía prometedora. Miró a la mujer. Daba la impresión de haberse retirado a un mundo de su invención. Estaba derrumbada en una silla con la cabeza sepultada entre las manos. Fontaine no sabía muy bien qué había provocado ese estado de ánimo, pero ahora no tenía tiempo para averiguarlo.
—¡Necesito una decisión! —exigió Jabba—. ¡Ya!
Fontaine levantó la vista. Habló con calma.
—Muy bien, ya la tienes. No vamos a cerrar. Vamos a esperar.
Jabba se quedó boquiabierto.
—¿Cómo? Pero eso es…
—Un juego —le interrumpió Fontaine—. Un juego que tal vez ganemos. —Cogió el móvil de Jabba y pulsó algunas teclas—. Midge —dijo—, soy Leland Fontaine. Escuche con atención…