Susan salió tambaleándose de Nodo 3.
ASUNTO: DAVID BECKER, ELIMINADO
Como en un sueño, se dirigió hacia la salida principal de Criptografía. La voz de Greg Hale resonó en su mente: ¡Susan, Strathmore va a matarme! ¡Susan, el comandante está enamorado de ti!
Llegó al enorme portal circular y empezó a pulsar con desesperación el teclado. La puerta no se movió. Probó de nuevo, pero la enorme puerta se negó a girar. Susan masculló algo. Por lo visto, el corte de fluido eléctrico había borrado los códigos de salida. Continuaba atrapada.
Sin previo aviso, dos brazos se cerraron alrededor de su cuerpo. El tacto era familiar, pero repulsivo. Carecía de la fuerza bruta de Greg Hale, pero transmitía una desesperada tosquedad, una determinación de acero.
Se volvió. El hombre que la sujetaba estaba desolado, aterrado. Era una cara que nunca había visto.
—Susan —suplicó Strathmore—, puedo explicártelo todo.
Ella intentó desasirse.
El comandante no cedió.
Susan intentó gritar, pero no tenía voz. Trató de correr, pero aquellas fuertes manos la retuvieron.
—Te quiero —susurró él—. Te he querido siempre.
La criptógrafa sintió que se le revolvía el estómago.
—Quédate conmigo.
Imágenes siniestras desfilaron por su mente: los ojos verdes de David al cerrarse por última vez; el cadáver de Greg Hale desangrándose sobre la alfombra; el cuerpo de Phil Chartrukian quemado y retorcido sobre los generadores.
—El dolor desaparecerá —dijo el comandante—. Volverás a amar.
Susan no oía nada.
—Quédate conmigo —rogó—. Yo curaré tus heridas.
Ella se revolvió, indefensa.
—Lo hice por nosotros. Estamos hechos el uno para el otro, Susan. Te quiero. —Las palabras surgían como si hubiera esperado una década para pronunciarlas—. ¡Te quiero! ¡Te quiero!
En aquel instante, a treinta metros de distancia, como refutando la vil confesión de Strathmore, Transltr emitió un siseo salvaje e implacable. Era un sonido completamente nuevo, un chisporroteo ominoso que parecía crecer como una serpiente en las profundidades del silo. Por lo visto, el freón no había llegado a tiempo a su objetivo.
El comandante soltó a Susan y se volvió hacia el ordenador de dos mil millones de dólares. El pánico se reflejó en su mirada.
—¡No! —Se llevó las manos a la cabeza—. ¡No!
El cohete de seis pisos de altura empezó a temblar. Strathmore se acercó con paso incierto a la vasija. Cayó de rodillas, como un pecador ante un dios enfurecido. Fue inútil. En la base del silo, los procesadores de titanio y estroncio de Transltr acababan de incendiarse.
Una bola de fuego que abrasa tres millones de chips de silicio produce un sonido sin igual. El chisporroteo de un incendio forestal, el aullido de un tornado, el chorro humeante de un geiser. Todo ello atrapado dentro de una vasija. Era el aliento del diablo, que surgía de una caverna cerrada en busca de libertad. Strathmore siguió arrodillado, hechizado por el horrísono ruido que ascendía hacia ellos. El ordenador más caro del mundo estaba a punto de convertirse en un infierno de ocho pisos.
El comandante Strathmore se volvió muy despacio hacia Susan, que estaba paralizada ante la puerta de Criptografía. Contempló su rostro surcado de lágrimas. Daba la impresión de que Susan brillaba a la luz fluorescente. Es un ángel, pensó. Buscó el cielo en sus ojos, pero sólo vio muerte. Era la muerte de la confianza. El amor y el honor habían desaparecido. La fantasía que le había impulsado durante todos estos años había muerto. Nunca poseería a Susan Fletcher. Nunca. El repentino vacío que se había apoderado de él era terriblemente abrumador.
Susan miró distraídamente a Transltr. Sabía que, atrapada dentro de una vasija de cerámica, una bola de fuego subía hacia ellos. Presintió que aumentaba de velocidad a cada momento, alimentándose del oxígeno liberado por los chips quemados. En pocos minutos, la cúpula de Criptografía sería un infierno.
Su mente le aconsejaba huir, pero el peso de la muerte de David la aprisionaba. Creyó oír que su voz la llamaba, la instaba a escapar, pero no tenía adonde ir. Criptografía era una tumba sellada. Daba igual. La idea de la muerte no la asustaba. La muerte acabaría con el dolor. Se reuniría con David.
El suelo de la planta de Criptografía empezó a temblar, como si un monstruo marino encolerizado estuviera emergiendo de las profundidades. La voz de David pareció apremiarla: ¡Corre, Susan! ¡Corre!
Strathmore avanzaba hacia ella, su rostro convertido en un recuerdo lejano. Sus fríos ojos grises estaban muertos. El patriota que Susan siempre había considerado un héroe se había convertido en un asesino. Sus brazos la rodearon de repente, se aferraron con desesperación a su cuerpo. Besó sus mejillas.
—Perdóname —suplicó.
Ella intentó soltarse, pero el comandante Strathmore la retuvo en sus brazos.
Transltr empezó a vibrar como un misil a punto de ser lanzado. Strathmore la sujetó con más fuerza.
—Abrázame, Susan. Te necesito.
Una violenta oleada de furia la invadió. La voz de David la llamó de nuevo. ¡Te quiero! ¡Huye! Susan se liberó con un repentino estallido de energía. El rugido de Transltr alcanzó en ese momento un volumen ensordecedor. El incendio había avanzado hasta la parte superior del silo. Transltr rugía como si estuviera a punto de explotar.
La voz de David animaba a Susan, la guiaba. Atravesó corriendo Criptografía y subió por las escaleras que conducían al despacho de Trevor Strathmore. Detrás de ella, Transltr emitió un rugido ensordecedor.
Cuando el último chip de silicio se desintegró, una tremenda corriente de calor atravesó la envoltura superior del silo y lanzó a nueve metros de altura fragmentos de cerámica. Al instante, el aire rico en oxígeno de Criptografía se apresuró a llenar el enorme vacío.
Susan llegó al último rellano de la oficina de Strathmore y sujetó la barandilla cuando la tremenda ráfaga de aire azotó su cuerpo. La obligó a girar sobre sí misma, justo a tiempo de ver que el director adjunto de Operaciones la estaba mirando desde abajo, inmóvil junto a Transltr. Una tormenta rugía a su alrededor, pero había paz en sus ojos. Sus labios se entreabrieron y formaron una palabra final: Susan.
El aire que penetraba en Transltr alimentaba la deflagración. El comandante Trevor Strathmore se transformó en leyenda con un brillante destello de luz.
Cuando la onda expansiva alcanzó a Susan, la empujó cinco metros hacia atrás, al interior del despacho de Strathmore. Lo único que recordó después fue un calor infernal.