102

Al llegar al último nivel inferior de Transltr y saltar de la escalera, los pies de Strathmore se hundieron en casi tres centímetros de agua. El ordenador gigante se estremeció a su lado. Enormes gotas de agua caían como lluvia mezcladas con la neblina remolineante. Las sirenas de alarma retumbaban como truenos.

El comandante desvió la vista hacia los generadores principales. Los restos carbonizados de Phil Chartrukian estaban desparramados sobre las aspas del sistema de refrigeración. La escena parecía sacada de una perversa estampa de Halloween.

Aunque Strathmore lamentaba la muerte del joven, no cabía duda de que había sido un «daño colateral». Phil Chartrukian no le había dejado otra elección. Cuando el técnico de Sys-Sec subió corriendo desde las profundidades, Strathmore le cortó el paso en el rellano y trató de hacerle entrar en razón. Pero Chartrukian no quiso ni oírle. ¡Tenemos un virus! ¡Voy a llamar a Jabba! Cuando intentó seguir su camino, el comandante se lo impidió. El rellano era estrecho. Forcejearon. La barandilla era baja. No dejaba de ser irónico, pensó Strathmore, que Chartrukian hubiera estado en lo cierto acerca del virus desde el primer momento.

La caída del hombre había sido escalofriante: un momentáneo aullido de terror y después el silencio. Pero ni la mitad de escalofriante que la siguiente visión del comandante Strathmore. Greg Hale le estaba mirando desde las sombras de abajo, con una expresión de horror en la cara. En aquel momento, Strathmore supo que el criptógrafo debía morir.

Transltr crujió y Strathmore se concentró en la tarea inmediata. Cortar el suministro eléctrico. El interruptor automático estaba al otro lado de las bombas de freón, a la izquierda del cadáver. Lo veía con claridad. Le bastaba con tirar de una palanca y Criptografía se quedaría sin el suministro eléctrico de los generadores auxiliares.

Después, transcurridos unos segundos, volvería a poner en marcha los generadores principales. Todas las puertas electrónicas y funciones volverían a estar activas. El freón circularía de nuevo, y Transltr estaría a salvo.

Pero mientras Strathmore se encaminaba hacia el interruptor cayó en la cuenta de que existía un último obstáculo: el cadáver de Chartrukian seguía tendido sobre las aspas del sistema de refrigeración del generador principal. Cortar la corriente y reiniciar el generador principal sólo provocaría otra caída de tensión. Había que mover el cuerpo.

El comandante echó un vistazo a los grotescos restos y se acercó. Extendió la mano y agarró una muñeca. El tacto de la carne era como de espuma de poliestireno. El tejido se había achicharrado. El cuerpo se había quedado sin humedad. El comandante cerró los ojos, agarró con más fuerza la muñeca y tiró. El cadáver se movió dos o tres centímetros. Strathmore tiró con más fuerza. El cuerpo volvió a moverse. El comandante tiró con todas sus fuerzas. De pronto se tambaleó hacia atrás. Cayó de bruces. Cuando se incorporó con un esfuerzo del agua, contempló con horror el objeto que aferraba en la mano. Era el antebrazo de Chartrukian. Se había partido por el codo.

Susan continuaba esperando arriba. Estaba sentada en el sofá de Nodo 3, paralizada. Hale yacía a sus pies. No conseguía imaginar qué estaba retrasando tanto al comandante. Transcurrieron los minutos. Intentó apartar a David de sus pensamientos sin éxito. Cada vez que aullaban las sirenas, las palabras de Hale resonaban en su mente: Siento muchísimo lo de David Becker. Susan pensó que iba a perder la razón.

Estaba a punto de ponerse en pie de un salto y correr hacia Criptografía cuando sucedió por fin. Strathmore había accionado el interruptor y desconectado el suministro eléctrico.

El silencio invadió Criptografía al instante. Las sirenas se interrumpieron a mitad de un alarido y los monitores de Nodo 3 se apagaron. El cadáver de Greg Hale se desvaneció en la oscuridad y Susan apoyó las piernas sobre el sofá. Envolvió su cuerpo voluptuoso en la chaqueta de Strathmore.

Oscuridad.

Silencio.

Nunca había existido tal silencio en Criptografía. Siempre se había oído el zumbido sordo de los generadores. Pero ahora reinaba el silencio, salvo por los suspiros de alivio de la gran bestia. Crujía, siseaba, se enfriaba poco a poco.

Cerró los ojos y rezó por David. Su oración fue muy sencilla: Que Dios proteja al hombre que amo.

Como no era una mujer religiosa, Susan no esperaba oír una respuesta a su plegaria, pero cuando sintió un repentino estremecimiento contra sus senos pegó un brinco. Se llevó las manos al pecho. Un momento después comprendió. Las vibraciones que sentía no eran la mano de Dios, sino que procedían del bolsillo de la chaqueta del comandante. Había conectado el vibrador de su SkyPager. Alguien estaba enviando un mensaje al comandante Strathmore.

Seis pisos más abajo, Strathmore se detuvo ante el interruptor. Los niveles inferiores de Criptografía estaban oscuros como boca de lobo. Disfrutó un momento de la negrura. El agua seguía cayendo desde arriba. Era una tormenta nocturna. Strathmore ladeó la cabeza y dejó que las gotas tibias le purificaran. Soy un superviviente. Se arrodilló y se despegó de las manos los restos de la carne de Chartrukian.

Los sueños que había atesorado para fortaleza digital habían fracasado. Podía aceptar eso. Lo único que importaba ahora era Susan. Por primera vez en décadas comprendía que había más cosas en la vida que la patria y el honor. He sacrificado los mejores años de mi vida por la patria y el honor. Pero ¿y el amor? Se lo había negado durante demasiado tiempo. ¿Y a cambio de qué? ¿De ver a un joven profesor robarle sus sueños? Strathmore había formado a Susan. La había protegido. Se la había ganado. Y ahora, al fin, sería suya. Susan buscaría refugio entre sus brazos. Acudiría a él indefensa, herida por la pérdida, y con el tiempo él le enseñaría que el amor lo cura todo.

Honor. Patria. Amor. David Becker estaba a punto de morir por esas tres causas.