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Midge Milken echaba chispas junto a la fuente de agua fría colocada a la entrada de la sala de conferencias. ¿Qué está haciendo Fontaine? Arrugó el vaso de papel y lo tiró con violencia al cubo de la basura. ¡Algo está pasando en Criptografía! ¡Lo presiento! Sabía que sólo existía una forma de demostrar que tenía razón. Iría a Criptografía para comprobarlo y se llevaría a Jabba si era necesario. Giró sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta.

Brinkerhoff se materializó de la nada y le cortó el paso.

—¿Adonde vas?

—¡A casa! —mintió Midge.

Él no la dejó pasar.

Midge le fulminó con la mirada.

—Fontaine te ordenó que no me dejaras salir, ¿verdad?

Brinkerhoff desvió la vista.

—Te digo, Chad, que algo está pasando en Criptografía, algo gordo. No sé a qué está jugando Fontaine, pero Transltr tiene problemas. ¡Algo raro está pasando aquí esta noche!

—Midge —dijo él en tono tranquilizador mientras se encaminaba hacia las ventanas encortinadas de la sala de conferencias—, deja que el director se ocupe de ello.

La mirada de Midge se hizo más penetrante.

—¿Tienes idea de lo que podría sucederle a Transltr si fallaran los sistemas de refrigeración?

Brinkerhoff se encogió de hombros mientras se acercaba a la ventana.

—De todos modos, el suministro eléctrico se habrá restablecido ya.

Apartó las cortinas y miró.

—¿Aún está a oscuras? —preguntó Midge.

Brinkerhoff no contestó. Estaba hechizado. La escena que tenía lugar en Criptografía era inimaginable. Toda la cúpula de cristal estaba llena de luces giratorias, luces estroboscópicas destellantes y vapor remolineante. Brinkerhoff se quedó paralizado, con la cabeza apoyada contra el cristal. Después, preso del pánico, salió corriendo.

—¡Director! ¡Director!