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Trevor Strathmore estaba encorvado sobre su escritorio cuando Susan llegó sin aliento a su puerta. Tenía la cabeza inclinada sobre su pecho y el sudor de su frente brillaba a la luz del monitor. Las sirenas de los niveles inferiores seguían emitiendo bocinazos.

Susan corrió a la mesa.

—¿Comandante?

Strathmore no se movió.

—¡Comandante! ¡Hemos de cerrar Transltr! Hemos de…

—Nos engañó —dijo él sin levantar la vista—. Tankado nos tomó el pelo a todos…

A juzgar por el tono de su voz, Susan comprendió que el comandante había adivinado lo sucedido. Todos los mensajes de Tankado acerca del algoritmo imposible de desencriptar, de la subasta de la contraseña, todo era una charada. Había animado con engaños a la NSA a intervenir su correo, a creer que tenía un socio y a bajar un archivo muy peligroso.

—Las cadenas de mutación…

A Strathmore le falló la voz.

—Lo sé.

El comandante levantó la vista poco a poco.

—El archivo que bajé de Internet… era un…

Susan intentó mantener la calma. Todas las piezas del juego habían variado de posición. Nunca había existido un algoritmo imposible de desencriptar, ni fortaleza digital. El archivo que Tankado había colgado en Internet era un virus encriptado, tal vez sellado con un algoritmo de encriptación genérico, lo bastante potente para no perjudicar a nadie… salvo a la NSA. Transltr había abierto el sello protector y liberado el virus.

—Las cadenas de mutación —graznó el comandante—. Tankado dijo que sólo eran parte de un algoritmo.

Strathmore se desplomó sobre su escritorio.

Susan comprendió el dolor del comandante. Le habían engañado por completo. Tankado no había intentado jamás que una compañía comprara su algoritmo. No había algoritmo. Todo era un engaño. Fortaleza digital era un fantasma, una farsa, un señuelo creado para tentar a la NSA. Tankado había estado detrás de todos los movimientos de Strathmore, moviendo los hilos.

—Yo me salté Manopla —gimió el comandante.

—No sabía nada.

Strathmore dio un puñetazo sobre el escritorio.

—¡Tendría que haberlo sabido! ¡Su nombre de correo, por el amor de Dios! ¡NDAKOTA! ¡Piénsalo!

—¿Qué quiere decir?

—¡Se estaba riendo de nosotros! ¡Es un anagrama!

Susan se quedó perpleja. ¿NDAKOTA es un anagrama? Imaginó las letras y empezó a combinarlas en su mente. Ndakota… Kadotan… Oktadan… Tandoka… Sus rodillas flaquearon. Strathmore tenía razón. Estaba claro como el agua. ¿Cómo era posible que no se hubieran dado cuenta? Dakota del Norte no era una referencia al estado norteamericano, sino una burla de Tankado. Había llegado al extremo de enviar una advertencia a la NSA, una pista descarada de que él era NDAKOTA. Las letras también formaban TANKADO. Pero los mejores descifradores de códigos del mundo no se habían dado cuenta, tal como él había planeado.

—Tankado se estaba burlando de nosotros —anunció Susan.

Strathmore se había quedado con la mirada perdida en la pared.

—¡Aborte el proceso, comandante! ¡Sólo Dios sabe lo que está pasando ahí dentro!

—Lo intenté —susurró él con voz débil.

—¿Qué quiere decir?

Strathmore giró la pantalla hacia ella. Su monitor había virado a un tono marrón extraño. En la parte inferior, la ventana de diálogo mostraba numerosos intentos de cerrar Transltr. A todos seguía la misma respuesta:

LO SIENTO. IMPOSIBLE ABORTAR.

LO SIENTO. IMPOSIBLE ABORTAR.

LO SIENTO. IMPOSIBLE ABORTAR.

Susan sintió un escalofrío. ¿Imposible abortar? Pero ¿por qué? Temió saber la respuesta. ¿Es ésta la venganza de Tankado? ¡Destruir Transltr! Durante años, el asiático había deseado que el mundo conociera la existencia de Transltr, pero nadie le había creído. En consecuencia, había decidido destruir a la gran bestia. Había luchado hasta la muerte por sus creencias: el derecho de todo individuo a la privacidad.

Las sirenas de los niveles inferiores seguían sonando.

—Hemos de cortar toda la electricidad —dijo Susan—. ¡Ya!

Sabía que, si se daban prisa, podrían salvar el superordenador de procesamiento en paralelo. Todos los ordenadores del mundo, desde los PC menos sofisticados a los sistemas de control por satélite de la NASA, tenían un sistema autoprotector interno para situaciones como ésta. No era elegante, pero siempre funcionaba. Era conocido como «desenchufar».

Al cortar la energía restante de Criptografía, podrían obligar a Transltr a cerrarse. Ya eliminarían el virus más adelante. Sería tan sencillo como volver a formatear los discos duros de Transltr. Reformatear borraría por completo la memoria del ordenador: los datos, la programación, los virus, todo. En la mayoría de casos, reformatear daba como resultado la pérdida de miles de archivos, años de trabajo en ocasiones. Pero Transltr era diferente. Podía reformatearse sin la menor pérdida. Los superordenadores de procesamiento en paralelo estaban diseñados para pensar, no para recordar. No se guardaba nada dentro de Transltr. En cuanto se descifraba un código, los resultados se enviaban al banco de datos principal de la NSA con el fin de…

Susan se quedó paralizada. Se llevó la mano a la boca y reprimió un grito.

—¡El banco de datos principal!

Strathmore tenía la mirada clavada en la oscuridad. Por lo visto, ya había llegado a la misma conclusión.

—Sí, Susan. El banco de datos principal…

Ella asintió. Tankado utilizó Transltr para introducir un virus en nuestro banco de datos principal.

Strathmore señaló su monitor. Susan volvió la vista hacia la pantalla y miró la ventana de diálogo. En la parte inferior de la pantalla aparecían las palabras:

CUENTEN AL MUNDO LA VERDAD SOBRE TRANSLTR.

SÓLO LA VERDAD LES SALVARÁ AHORA…

Susan sintió que la sangre se le helaba en las venas. La información más secreta de la nación estaba almacenada en la NSA: protocolos de comunicación militar, códigos de confirmación SIGINT, identidades de espías extranjeros, planos de armas avanzadas, documentos secretos digitalizados, acuerdos comerciales… La lista era interminable.

—¡Tankado no se atrevería! —exclamó—. ¿Contaminar archivos de información secreta?

Susan no podía creer que el asiático hubiera osado atacar el banco de datos de la NSA. Miró el mensaje.

SÓLO LA VERDAD LES SALVARÁ AHORA

—¿La verdad? —preguntó—. ¿La verdad sobre qué?

Strathmore respiraba con dificultad.

Transltr —graznó—. La verdad sobre Transltr.

Susan asintió. Era lógico. Tankado estaba obligando a la NSA a revelar al mundo la existencia de Transltr. Al fin y al cabo, era un chantaje. Estaba dando a la NSA una alternativa: o el mundo conocía la existencia de Transltr o perdían el banco de datos. Contempló estupefacta el texto. En la parte inferior de la pantalla, una sola línea parpadeaba con aire amenazador.

INTRODUZCA LA CLAVE DE ACCESO

Con la vista clavada en aquellas palabras, Susan comprendió: el virus, la clave de acceso, el anillo de Tankado, el ingenioso chantaje.

La clave no tenía nada que ver con desencriptar un algoritmo. Era un antídoto. La clave detenía el virus. Susan había leído acerca de virus como éste, programas mortíferos que incluían una solución, una clave secreta que podía utilizarse para desactivarlos. La intención de Tankado no era destruir el banco de datos de la NSA. ¡Sólo quería que reveláramos a la opinión pública la existencia de Transltr! Después nos facilitaría la clave de acceso para que pudiéramos destruir el virus.

Ahora estaba claro para Susan que el plan de Tankado había salido muy mal. No había pensado que podía morir. Había planeado escuchar la conferencia de prensa de la NSA en la CNN sobre el ordenador supersecreto norteamericano que desencriptaba códigos sentado en un bar español. Después había contado con llamar a Strathmore, leer la clave de acceso grabada en el anillo y salvar el banco de datos en el último momento. Tras reír a gusto, habría desaparecido, un héroe de la EFF.

Susan dio un puñetazo sobre la mesa.

—¡Necesitamos ese anillo! ¡Es la única clave de acceso!

Ahora se daba cuenta de que Dakota del Norte no existía, ni la segunda clave. Aunque la NSA revelara la existencia de Transltr, Tankado ya no podría salvarles.

Strathmore guardaba silencio.

La situación era más grave de lo que Susan había imaginado. Lo más sorprendente de todo era que Tankado hubiera permitido que llegara tan lejos. Sabía lo que ocurriría si la NSA no conseguía el anillo, pero en sus últimos segundos de vida había entregado la sortija. Había intentado a propósito que la agencia no se hiciera con ella. Se dio cuenta de que Tankado había actuado así al creer que eran ellos quienes le habían asesinado.

Aun así, Susan se resistía a creer que el asiático hubiera permitido esto. Era un pacifista. No quería causar destrucción, sino hacer justicia. Todo giraba en torno a Transltr, al derecho de todo el mundo a la privacidad, a la revelación de que la NSA lo interceptaba todo. Borrar el banco de datos de la NSA era un acto de agresión impropio de Ensei Tankado.

Las sirenas la devolvieron a la realidad. Susan miró al abatido comandante y supo en qué estaba pensando. No sólo sus planes de introducir una puerta trasera en fortaleza digital se habían ido al garete, sino que su descuido había puesto a la NSA al borde de lo que podía ser el peor desastre de seguridad en la historia de Estados Unidos.

—¡No es culpa suya, comandante! —insistió—. Si Tankado no hubiera muerto, habríamos negociado. ¡Habríamos tenido alternativas!

Pero el comandante Strathmore no oía nada. Su vida había terminado. Había dedicado treinta años de su existencia a servir a su país. Se suponía que éste era su momento de gloria, su piècede résistance, la creación de una puerta trasera en el programa de referencia de encriptamiento de códigos. En cambio, había enviado un virus al principal banco de datos de la NSA. La única forma de detenerlo era cortar la electricidad y borrar los miles de millones de bytes de datos irremplazables. Sólo el anillo podía salvarles, y si David no lo había localizado a estas alturas…

—¡He de desconectar Transltr! —Susan tomó el control de la situación—. Bajaré a los niveles inferiores para pulsar el interruptor automático.

Strathmore se volvió poco a poco hacia ella. Era un hombre destrozado.

—Yo lo haré —masculló. Se levantó, pero se tambaleó cuando intentó salir de detrás de su escritorio.

Ella le obligó a sentarse de nuevo.

—No —dijo imperiosa—. Yo iré.

Su tono no dejaba lugar a más discusiones.

Strathmore apoyó la cabeza en las manos.

—De acuerdo. Planta inferior. Junto a las bombas de freón.

Susan se dirigió hacia la puerta. A mitad de camino, se volvió y miró hacia atrás.

—Comandante —chilló—, esto no ha terminado. Aún no estamos vencidos. ¡Si David encuentra el anillo a tiempo, salvaremos el banco de datos!

Strathmore no dijo nada.

—¡Llame al banco de datos! —le ordenó—. ¡Avíseles del virus! Usted es el subdirector de la NSA. ¡Es un superviviente!

El comandante Strathmore levantó la vista muy lentamente. Como un hombre que toma la decisión de su vida, asintió con aire trágico.

Susan se adentró en la oscuridad, decidida.