Greg Hale yacía aovillado en el suelo de Nodo 3. Strathmore y Susan le habían arrastrado al otro lado de Criptografía y atado de pies y manos con cables.
Ella no dejaba de asombrarse de la ingeniosa maniobra empleada por el comandante. ¡Fingió la llamada! Strathmore había capturado a Hale, salvado a Susan y ganado el tiempo necesario para modificar el algoritmo de fortaleza digital.
Susan miró al maniatado criptógrafo con inquietud. Estaba jadeando. Strathmore se sentó en el sofá con la Beretta sobre su regazo. Ella se concentró en la terminal de Hale y continuó su búsqueda.
Su cuarta búsqueda de cadenas no reveló nada.
—No hay suerte —suspiró—. Tal vez tengamos que esperar a que David encuentre la copia de Tankado.
Strathmore la miró con desaprobación.
—Si David fracasa y la clave de Tankado cae en manos de algún…
No fue necesario que terminara la frase. Susan comprendió. Hasta que el archivo de fortaleza digital en Internet no hubiera sido sustituido por la versión modificada de Strathmore, la clave de acceso de Tankado era peligrosa.
—Después de dar el cambiazo —añadió el comandante—, me dará igual cuántas claves de acceso haya por ahí. Cuantas más, más nos divertiremos. —Indicó con un ademán que continuara la búsqueda—. Pero hasta entonces tenemos las horas contadas.
Susan abrió la boca para darle la razón, pero un estruendo ensordecedor ahogó sus palabras. Una bocina de alarma procedente del subsuelo rompió el silencio de Criptografía. Ella y Strathmore intercambiaron una mirada de sorpresa.
—¿Qué es eso? —chilló Susan entre bocinazo y bocinazo.
—¡Transltr! —contestó Strathmore con expresión preocupada—. ¡Se ha sobrecalentado! Hale tenía razón cuando dijo que con el generador auxiliar no se bombeaba suficiente freón.
—¿Qué pasa con el autoaborto?
Strathmore pensó un momento.
—Se habrá producido algún cortocircuito —respondió a gritos.
Una luz amarilla inundó Criptografía y proyectó un resplandor tembloroso sobre su cara.
—¡Será mejor que aborte el proceso!
Strathmore asintió. No era difícil deducir qué sucedería si tres millones de procesadores de silicio se sobrecalentaban y se incendiaban. El comandante necesitaba subir a su terminal y abortar el análisis de fortaleza digital, sobre todo antes de que alguien ajeno a Criptografía reparara en el problema y decidiera enviar la caballería.
Miró al inconsciente Hale. Dejó la Beretta en una mesa, cerca de Susan, y chilló para hacerse oír por encima de las sirenas.
—¡Vuelvo enseguida! —Mientras desaparecía por el agujero de la pared de Nodo 3, gritó sin volverse—: ¡Y encuéntrame la clave de acceso!
Susan echó un vistazo a los resultados de su búsqueda infructuosa, con la esperanza de que Strathmore abortara el proceso cuanto antes. El ruido y las luces de Criptografía recordaban el lanzamiento de un misil.
Hale empezó a agitarse. A cada bocinazo se encogía. Susan se sorprendió aferrando la Beretta. El criptógrafo abrió los ojos y la vio erguida sobre él, con la pistola apuntando a su entrepierna.
—¿Dónde está la clave de acceso? —le preguntó.
A Hale le costaba recobrar el sentido.
—¿Qué ha pasado?
—La cagaste, eso es lo que ha pasado. ¿Dónde está la clave?
El intentó mover los brazos, pero cayó en la cuenta de que estaba atado. Su rostro se tensó de pánico.
—¡Suéltame!
—Necesito la clave —repitió Susan.
—¡No la tengo! ¡Suéltame!
Intentó levantarse. Apenas pudo rodar sobre sí mismo.
Susan chilló entre bocinazo y bocinazo.
—¡Tú eres Dakota del Norte y Ensei Tankado te dio una copia de la clave! ¡La necesito ya!
—¡Estás loca! —jadeó Hale—. ¡Yo no soy Dakota del Norte!
Luchó infructuosamente por liberarse.
—No me mientas —replicó Susan enfurecida—. ¿Por qué está todo el correo de Dakota del Norte en tu cuenta?
—¡Te lo dije antes! ¡Me colé en el ordenador de Strathmore! Ese correo electrónico de mi cuenta era correo copiado de la cuenta del comandante, correo que COMINT robó a Tankado.
—¡Tonterías! ¡Es imposible que te colaras en la cuenta del comandante!
—¡No lo entiendes! —chilló Hale—. ¡Ya había un topo en la cuenta de Strathmore! Creo que era el director Fontaine. ¡Yo sólo me colé! ¡Has de creerme! ¡Así descubrí su plan de reprogramar fortaleza digital! ¡He estado leyendo los informes de sus sesiones de brainstorming!
¿Las sesiones de brainstorming? Susan reflexionó. No cabía duda de que Strathmore había bosquejado sus planes relacionados con fortaleza digital utilizando su programa BrainStorm. Si alguien se hubiera colado en la cuenta del comandante, toda la información habría sido accesible para esa persona.
—¡Reprogramar fortaleza digital es de locos! —gritó él—. Sabes muy bien lo que significa: ¡acceso total para la NSA! —Las sirenas ahogaron sus palabras, pero Hale parecía poseído—. ¿Crees que estamos preparados para esa responsabilidad? ¿Crees que alguien lo está? ¡Menuda cortedad de miras! ¿Dices que nuestro gobierno sólo está preocupado por nuestro bienestar? ¡Fantástico! Pero ¿qué ocurrirá si a un futuro gobierno no le preocupa tan sólo nuestro bienestar? ¡Esta tecnología es eterna!
Susan apenas podía oírle. El ruido era ensordecedor.
Hale luchaba por liberarse. La miró a los ojos y siguió gritando.
—¿Cómo se defiende el pueblo de un Estado policial cuando el que manda tiene acceso a todas sus comunicaciones? ¿Cómo planea una revuelta?
Susan había oído la misma argumentación muchas veces. Era una de las quejas habituales de la EFF.
—¡Hay que detener a Strathmore! —gritó Hale—. Te juro que yo lo haría. Es lo que he estado haciendo aquí todo el día: vigilar su cuenta, esperar a que efectuara un movimiento para ser testigo del cambio en directo. Necesitaba pruebas de que había programado una puerta trasera. Por eso copié todo su correo electrónico en mi cuenta. Es la prueba de que él había estado vigilando fortaleza digital. Pensaba ir a la prensa con la información.
El corazón de Susan se paralizó. ¿Lo había oído bien? Todo parecía muy típico de Greg Hale. ¿Era posible? Si él hubiera conocido el plan de Strathmore de liberar una versión modificada de fortaleza digital, habría podido esperar a que todo el mundo la utilizara, para luego lanzar la bomba, con pruebas incluidas.
Susan imaginó los titulares: ¡EL CRIPTÓGRAFO GREG HALE DESCUBRE UN PLAN SECRETO ESTADOUNIDENSE PARA CONTROLAR LA INFORMACIÓN GLOBAL!
¿Había terminado la pesadilla de Skipjack? Descubrir una puerta trasera de la NSA por segunda vez granjearía una fama sin precedentes a Greg Hale. También hundiría a la NSA. De pronto se preguntó si tal vez le estaba diciendo la verdad. ¡No!, decidió. ¡Claro que no!
Hale continuó.
—Aborté tu rastreador porque pensé que me estabas buscando a mí. Creí que sospechabas de mis andanzas en el ordenador de Strathmore. No quería que me localizaras.
Era plausible, pero improbable.
—¿Por qué mataste a Chartrukian? —preguntó Susan con brusquedad.
—¡No fui yo! —chilló Hale—. ¡Fue Strathmore quien le empujó! ¡Lo vi todo desde arriba! ¡Chartrukian estaba a punto de llamar a Sys-Sec y frustrar sus planes!
Hale es bueno, pensó Susan. Tiene explicaciones para todo.
—¡Suéltame! —suplicó Hale—. ¡Yo no hice nada!
—¿Que no hiciste nada? —gritó ella mientras se preguntaba por qué tardaba tanto Strathmore—. Tú y Tankado reteníais como rehén a la NSA. Al menos hasta que le traicionaste. Dime —insistió—, ¿murió Tankado de un ataque al corazón o uno de tus colegas lo eliminó?
—¡Estás tan ciega! —chilló Hale—. ¿No te das cuenta de que no estoy mezclado en eso? ¡Desátame antes de que llegue Seguridad!
—Seguridad no va a venir —replicó Susan.
Hale palideció.
—¿Cómo?
—Strathmore fingió la llamada.
La sorpresa de Hale fue mayúscula. Por un momento pareció paralizado. Después empezó a retorcerse.
—¡Strathmore me matará! ¡Lo sé! ¡Demasiado bien que lo sé!
—Tranquilo, Greg.
—¡Pero soy inocente!
—¡Estás mintiendo! ¡Y tengo pruebas de ello! —Susan rodeó la hilera de terminales—. ¿Te acuerdas de aquel rastreador que abortaste? —preguntó cuando llegó a su terminal—. ¡Lo volví a enviar! ¿Vamos a ver si ha regresado?
En la pantalla de Susan, un icono parpadeante la avisaba de que el rastreador había vuelto. Pulsó el ratón y abrió el mensaje. Estos datos sellarán el destino de Hale, pensó. Hale es Dakota del Norte. La caja de datos se abrió. Hale es…
Se detuvo. El rastreador se materializó y Susan guardó silencio. Estaba sorprendida. Tenía que haber un error. El rastreador apuntaba a otra persona, la más improbable.
Volvió a leer los datos. Era la misma información que Strathmore decía haber recibido cuando él envió el rastreador. Susan había imaginado que el comandante se había equivocado, pero sabía que ella había configurado el rastreador a la perfección.
No obstante, la información que leía en pantalla era impensable:
NDAKOTA = ET@DOSHISHA.EDU
—¿ET? —preguntó Susan, mientras su cabeza daba vueltas—. ¿Ensei Tankado es Dakota del Norte?
Era inconcebible. Si los datos eran correctos, Tankado y su socio eran la misma persona. Susan estaba confundida. Ojalá pararan los bocinazos. ¿Por qué no desconecta Strathmore esa maldita máquina?
Hale se retorció en el suelo.
—¿Qué pone? ¡Dímelo!
Susan trató de olvidarse de Hale y del caos que la rodeaba. Ensei Tankado es Dakota del Norte…
Reordenó las piezas para que encajaran. Si Tankado era Dakota del Norte, se estaba enviando correo electrónico a sí mismo… Lo cual significaba que Dakota del Norte no existía. El socio de Tankado era una celada.
Dakota del Norte es un fantasma, se dijo Susan. Humo y espejos.
El plan era brillante. Al parecer, Strathmore sólo había estado mirando un lado del partido de tenis. Como la bola seguía volviendo, supuso que había alguien al otro lado de la red. Pero Tankado había estado jugando contra una pared. Había estado proclamando las virtudes de fortaleza digital en correos electrónicos que se enviaba a sí mismo. Había escrito mensajes, los había enviado a un corresponsal anónimo, y unas horas después, el corresponsal se los había devuelto.
Susan se dio cuenta de que estaba más claro que el agua. Tankado había querido que el comandante le espiara. Había querido que leyera su correo electrónico. Ensei Tankado había creado una póliza de seguros imaginaria sin tener que confiar a nadie más la clave de acceso. Para que toda la farsa pareciera auténtica, había utilizado una cuenta secreta, sólo lo bastante secreta para eliminar las sospechas de que todo era una superchería. Tankado era su propio socio. Dakota del Norte no existía. Ensei Tankado iba por libre.
Iba por libre.
Un pensamiento aterrador se apoderó de Susan. Tankado habría podido utilizar su correspondencia falsa para convencer a Strathmore de cualquier cosa.
Recordó su primera reacción cuando el comandante le habló del algoritmo imposible de desencriptar. No pudo creer que algo así existiera. El inquietante potencial de la situación le revolvió el estómago a Susan. ¿Qué pruebas tangibles poseían de que Tankado había creado fortaleza digital? Sólo un montón de mierda en su correo electrónico. Y por supuesto… Transltr. El ordenador llevaba colapsado casi veinte horas en un bucle interminable. No obstante, Susan conocía otros programas capaces de mantener ocupado a Transltr tanto tiempo, programas mucho más fáciles de crear que un algoritmo indescifrable.
Un virus.
Un escalofrío recorrió su cuerpo.
Pero ¿cómo podía entrar un virus en Transltr?.
Como una voz de ultratumba, Phil Chartrukian le dio la respuesta: Strathmore se saltó Manopla.
Ante la demencial revelación, comprendió la verdad de repente. Strathmore había bajado el archivo de fortaleza digital para enviarlo a Transltr con la intención de que lo desencriptara. Pero Manopla había rechazado el archivo debido a que contenía cadenas de mutación peligrosas. En circunstancias normales, el comandante se habría preocupado, pero había visto el correo electrónico de Tankado. ¡El truco reside en las cadenas de mutación! Convencido de que no había peligro en bajar fortaleza digital, Strathmore se saltó los filtros de Manopla y envió el archivo a Transltr.
Susan apenas podía hablar.
—Fortaleza digital no existe —dijo con voz estrangulada. Poco a poco, sin fuerzas, se apoyó contra su terminal. Tankado había ido a pescar idiotas… y la NSA había mordido el anzuelo.
Entonces oyó un largo grito angustioso procedente de arriba. Era Strathmore.