Hale la sujetó por el cuello y gritó:
—Tengo a su favorita, comandante. ¡Quiero salir!
Su exigencia se topó con el silencio por respuesta.
La presa de Hale aumentó.
—¡Le romperé el cuello!
Se oyó el sonido de una pistola que se amartilló justo detrás de él. La voz de Strathmore era serena y firme.
—Suéltela.
Susan se encogió de dolor.
—¡Comandante!
Hale giró el cuerpo de Susan hacia la dirección de donde procedía la voz.
—Si dispara, alcanzará a su preciosa Susan. ¿Está dispuesto a correr ese riesgo?
La voz de Strathmore se escuchó más cerca.
—Suéltela.
—Ni hablar. Me matará.
—No voy a matar a nadie.
—Ah, ¿no? ¡Dígaselo a Chartrukian!
Strathmore siguió acercándose.
—Chartrukian está muerto.
—No me diga. Usted le mató. ¡Yo lo vi!
—Ríndase, Greg —dijo Strathmore con calma.
Hale aferró a Susan y habló en su oído.
—Strathmore empujó a Chartrukian. ¡Lo juro!
—Ella no se va a dejar engañar por su táctica de divide y vencerás —dijo Strathmore más cerca—. Suéltela.
—¡Chartrukian no era más que un crío, por el amor de Dios! —siseó Hale en la oscuridad—. ¿Por qué lo hizo? ¿Para proteger su secretito?
Strathmore no perdió la frialdad.
—¿Qué secretito es ése?
—¡Sabe muy bien cuál es! ¡Fortaleza digital!
—Vaya vaya —murmuró el comandante en tono condescendiente. Su voz como un iceberg—. De modo que conoce la existencia de fortaleza digital. Estaba empezando a pensar que también iba a negar eso.
—Váyase a la mierda.
—Una ingeniosa defensa.
—Está usted loco —escupió Hale—. Para su información, Transltr se está sobrecalentando.
—¿De veras? —Strathmore se echó a reír—. Déjeme adivinar: ¿debería abrir las puertas y llamar a Sys-Sec?
—Exacto —replicó Hale—. Sería un idiota si no lo hiciera.
Strathmore lanzó una carcajada.
—¿Esa es su gran jugada? ¿Transltr se está sobrecalentando, así que abra las puertas y déjeme salir?
—¡Es verdad, maldita sea! ¡He bajado a los niveles inferiores! ¡Con el generador auxiliar no se puede bombear suficiente freón!
—Gracias por la información —dijo Strathmore—, pero Transltr se desconecta automáticamente. En caso de sobrecalentamiento, fortaleza digital se autoanulará.
Hale resopló.
—Está usted loco. ¿Qué coño me importa a mí que Transltr vuele por los aires? Esa maldita máquina debería ser considerada ilegal.
Strathmore suspiró.
—La psicología infantil sólo funciona con los niños, Greg. Suéltela.
—¿Para poder dispararme?
—No dispararé. Sólo quiero la clave de acceso.
—¿Qué clave de acceso?
Strathmore volvió a suspirar.
—La que Tankado le envió.
—No tengo ni idea de qué está hablando.
—¡Mentiroso! —logró articular Susan—. ¡Vi correo de Tankado en tu cuenta!
Hale se puso rígido.
—¿Entraste en mi cuenta?
—Y tú abortaste mi rastreador —replicó ella.
El sintió que se le aceleraba el pulso. Pensaba que había ocultado su rastro. No tenía ni idea de que Susan estuviera enterada de lo que había hecho. No era de extrañar que no creyera ni una palabra de lo que decía. Experimentó la sensación de que las paredes empezaban a cerrarse sobre él. Sabía que no podría salir de ésta, a tiempo no.
—Susan —susurró desesperado—, ¡Strathmore mató a Chartrukian!
—Suéltela —dijo el comandante con mayor firmeza—. Ella no le cree.
—¡No me extraña! —replicó Hale—. ¡Bastardo mentiroso! ¡Le ha lavado el cerebro! ¡Sólo le cuenta lo que le conviene! ¿Sabe lo que piensa hacer en realidad con fortaleza digital?
—¿Qué voy a hacer? —le retó Strathmore.
Hale sabía que lo que iba a decir sería su pasaporte para la libertad o su sentencia de muerte. Respiró hondo y se lanzó al abismo.
—Piensa programar una puerta trasera en fortaleza digital.
Las palabras fueron recibidas con un silencio perplejo. Hale sabía que había dado en el blanco.
Por lo visto, había puesto a prueba la frialdad imperturbable de Strathmore.
—¿Quién le ha dicho eso? —preguntó el comandante con voz colérica.
—Lo leí —dijo con aire presuntuoso Hale, intentando aprovechar su ventaja momentánea—. En uno de los informes de sus sesiones de brainstorming.
—Imposible. Nunca imprimo mis informes de esas sesiones.
—Lo sé. Lo leí directamente en su cuenta.
—¿Entró en mi despacho? —preguntó Strathmore en tono dudoso.
—No. Entré desde Nodo 3.
Hale forzó una risita. Sabía que necesitaba toda la habilidad negociadora que había aprendido en la Infantería de Marina para salir vivo de Criptografía.
Strathmore se acercó un poco más, apuntando con la Beretta en la oscuridad.
—¿Cómo sabe lo de la puerta trasera?
—Ya le dije que estuve fisgoneando en su cuenta.
—Imposible.
—Uno de los problemas de alquilar los servicios de los mejores, comandante —dijo Hale en tono burlón—, es que a veces son mejores que tú.
—Joven —siseó Strathmore—, no sé de dónde sacó esa información, pero se ha pasado. O suelta a la señorita Fletcher ahora mismo o llamaré a Seguridad y pasará el resto de su vida entre rejas.
—No hará eso —replicó sin vacilar Hale—. Llamar a Seguridad daría al traste con sus planes. Yo lo contaría todo. —Hale hizo una pausa—. Pero déjeme salir y nunca diré ni una palabra sobre fortaleza digital.
—No hay trato —contestó Strathmore—. Quiero la clave de acceso.
—¡No tengo la puta clave de acceso!
—¡Basta de mentiras! —tronó Strathmore—. ¿Dónde está?
Hale estrujó el cuello de Susan.
—¡Déjeme salir o la mato!
Trevor Strathmore había llevado a cabo suficientes negociaciones en su vida para saber que Hale se hallaba en un estado mental muy peligroso. El joven criptógrafo se imaginaba acorralado, y un adversario acorralado siempre era el más peligroso: desesperado e impredecible. El comandante era consciente de que su próximo movimiento sería fundamental. La vida de Susan dependía de ello, como también el futuro de fortaleza digital.
Strathmore sabía que lo prioritario era relajar la tensión de la situación. Al cabo de un momento suspiró de mala gana.
—De acuerdo, Greg. Usted gana. ¿Qué quiere que haga?
Silencio. Al parecer Hale no sabía muy bien qué deducir del tono colaborador del comandante. Aflojó un poco la presión sobre el cuello de Susan.
—Bien… —masculló, con voz temblorosa de repente—, antes que nada déme su pistola. Los dos vendrán conmigo.
—¿Rehenes? —Strathmore rió con frialdad—. Greg, tendrá que pensar en algo mejor. Hay una docena de guardias armados entre este lugar y el aparcamiento.
—No soy idiota —replicó Hale—. Voy a tomar su ascensor. Susan vendrá conmigo. Usted se quedará.
—Siento decírselo —contestó Strathmore—, pero el ascensor no tiene corriente.
—¡Y una mierda! —gritó el joven—. ¡El ascensor funciona con la corriente del edificio principal! ¡He visto los planos!
—Ya lo hemos intentado —dijo Susan con voz estrangulada—. No funciona.
—Es increíble lo repugnantes que son. —Hale aumentó la presión—. Si el ascensor no funciona, abortaré Transltr y restableceré la corriente.
—El ascensor tiene una contraseña —logró articular Susan.
—Estupendo —rió el criptógrafo—. Estoy seguro de que el comandante nos la dirá. ¿Verdad, comandante?
—Ni por asomo —siseó Strathmore.
Hale estaba a punto de estallar.
—Escúcheme, viejo, el trato es el siguiente: deja que Susan y yo utilicemos su ascensor, conducimos unas cuantas horas y después la suelto.
Strathmore se dio cuenta del peligro. Había metido a Susan en esto y necesitaba sacarla. Habló con voz firme como una roca.
—¿Qué hay de mis planes para fortaleza digital?
Hale rió.
—Puede programar su puerta trasera. Yo no diré ni una palabra. —Su voz adoptó un tono ominoso—. Pero el día en que sospeche que me está siguiendo, iré a la prensa y contaré toda la historia. ¡Les diré que fortaleza digital está manipulada y hundiré esta jodida organización!
Strathmore sopesó la oferta. Era clara y sencilla. Susan viviría y podría programar la puerta trasera de fortaleza digital. Siempre que no acosara a Hale, la puerta trasera seguiría siendo un secreto. Strathmore sabía que el criptógrafo no podría mantener la boca cerrada mucho tiempo. Pero aun así… El único salvoconducto de Hale era conocer la existencia de fortaleza digital. Tal vez sería inteligente. Pasara lo que pasara, Strathmore sabía que sería posible liquidarle más adelante en caso necesario.
—¡Decídase, viejo! —gritó Hale—. ¿Nos vamos o no?
Los brazos de Hale tenían atrapada a Susan como una enredadera.
Strathmore sabía que si descolgaba el teléfono en ese instante y llamaba a Seguridad, Susan viviría. Apostaba la vida en ello. Lo vio con claridad. La llamada pillaría a Hale por sorpresa. Sería presa del pánico, y al final, enfrentado a un pequeño ejército, sería incapaz de actuar. Al cabo de un breve paréntesis cedería. Pero si llamo a Seguridad, pensó Strathmore, mi plan fracasará.
—¿Qué decide? —chilló Hale—. ¿La mato?
Strathmore sopesó sus opciones. Si permitía que sacara a Susan de Criptografía, no existirían garantías. Hale conduciría un rato, aparcaría en el bosque. Iría armado… Strathmore sintió un nudo en el estómago. Nadie podía anticipar qué pasaría antes de que liberara a Susan…, si es que la liberaba. He de llamar a Seguridad, decidió Strathmore. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Imaginó a Hale en un tribunal revelando todo cuanto sabía sobre fortaleza digital. Mi plan se vendrá abajo. Tiene que haber otra forma.
—¡Decídase! —gritó Hale mientras arrastraba a Susan hacia la escalera.
Strathmore ya no escuchaba. Si salvar a Susan equivalía a estropear sus planes, mala suerte. Nada compensaría su pérdida. Susan Fletcher era un precio que Trevor Strathmore se negaba a pagar.
Hale sujetaba el brazo de Susan por detrás de su espalda y le mantenía el cuello inclinado a un lado.
—¡Es su última oportunidad, viejo! ¡Déme la pistola!
La mente de Strathmore continuaba buscando otras opciones. ¡Siempre hay otras opciones! Habló por fin, en voz baja, casi con tristeza.
—No, Greg, lo siento. No puedo permitir que huya.
Hale lanzó una exclamación ahogada.
—¡Cómo!
—Voy a llamar a Seguridad.
Susan se revolvió.
—¡No, comandante!
Hale aumentó su presa.
—¡Si llama a Seguridad, ella morirá!
Strathmore desenganchó el móvil de su cinturón y lo abrió.
—Se está echando un farol, Greg.
—¡No lo conseguirá! —chilló Hale—. ¡Hablaré! ¡Frustraré su plan! ¡Faltan pocas horas para que su sueño se cumpla! ¡Controlar todos los datos del mundo! Se acabó Transltr. Se acabaron los límites. Información gratis. ¡La oportunidad de su vida! ¡No dejará que se le escape!
La voz de Strathmore era como el acero.
—Míreme bien.
—Pero… ¿qué será de Susan? —preguntó Hale—. ¡Si hace esa llamada, ella morirá!
Strathmore no cedió.
—Voy a correr ese riesgo.
—¡Y una mierda! ¡Le atrae más ella que fortaleza digital! ¡Lo sé! ¡No correrá ese riesgo!
Susan quiso resistirse, pero Strathmore la interrumpió.
—¡Usted no me conoce, joven! ¡Si quiere jugar fuerte, lo haremos! —Empezó a pulsar teclas del teléfono—. ¡Me ha juzgado mal, hijo! ¡Nadie amenaza las vidas de mis empleados y se va de rositas! —Alzó el teléfono y ordenó—: ¡Señorita, póngame con Seguridad!
Hale empezó a retorcer el cuello de Susan.
—¡La mataré! ¡Lo juro!
—¡No lo hará! —afirmó Strathmore—. Matar a Susan sólo empeoraría… —Se interrumpió y se acercó el teléfono a la boca—. ¡Seguridad! Soy el comandante Trevor Strathmore. ¡Han tomado una rehén en Criptografía! ¡Que vengan algunos hombres! ¡Sí, ahora, maldita sea! También se ha producido un fallo en el generador. Quiero que restablezcan el flujo eléctrico sin escatimar recursos. ¡Quiero mis sistemas conectados dentro de cinco minutos! Greg Hale ha asesinado a uno de los técnicos de Sys-Sec. Retiene como rehén a mi jefa de Criptografía. ¡Si es necesario, pueden utilizar gases lacrimógenos! Si el señor Hale no colabora, que utilicen tiradores de élite para abatirle. Yo asumo toda la responsabilidad. ¡Intervengan ya!
Hale se quedó paralizado. Aflojó su presa sobre Susan.
Strathmore apagó el teléfono y lo sujetó de nuevo al cinturón.
—Su turno, Greg.