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Tokugen Numataka encendió su cuarto puro y siguió caminando de un lado a otro. Descolgó el teléfono de un manotazo y llamó a la centralita principal.

—¿Sabemos algo de ese número de teléfono? —preguntó antes de que la operadora pudiera hablar.

—Todavía nada, señor. Están tardando más de lo que suponía. La llamada se efectuó desde un móvil.

Un móvil, pensó Numataka. Cifras. Por suerte para la economía japonesa, los norteamericanos tenían un apetito insaciable de juguetitos electrónicos.

—La estación que transmitió la señal —añadió la operadora— se encuentra en el código de zona 202, pero aún no sabemos el número.

—¿Dónde está eso?

¿Dónde, en la inmensa extensión norteamericana, se oculta este misterioso Dakota del Norte?.

—Cerca de Washington, D.C., señor.

Numataka arqueó las cejas.

—Avíseme en cuanto tenga el número.