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Susan estaba sola en Nodo 3, apenas iluminado y sumido en el más absoluto silencio. Su tarea era sencilla: acceder a la terminal de Hale, localizar la clave y después borrar todos los correos electrónicos que había intercambiado con Tankado. No podían existir rastros de fortaleza digital en ninguna parte.

Sus temores iniciales de recuperar la clave de acceso y desencriptar fortaleza digital la estaban atormentando de nuevo. Tentar al destino la ponía nerviosa. Hasta el momento habían tenido suerte. Dakota del Norte había aparecido como por arte de magia ante sus narices y lo habían atrapado. La única cuestión pendiente era David. Tenía que encontrar la otra clave. Susan confiaba en que hubiera hecho progresos.

Mientras se internaba en Nodo 3, intentó aclarar sus ideas. Era extraño sentirse inquieta en un lugar tan familiar. Todo parecía desconocido en la oscuridad. Pero había otra cosa. Susan sintió una momentánea vacilación y miró hacia las puertas que estaban fuera de servicio. No había escapatoria. Veinte minutos, pensó.

Cuando se volvió hacia la terminal de Hale, percibió un extraño olor a almizcle. Se preguntó si el desionizador funcionaba mal. El olor le era vagamente familiar y le produjo un escalofrío. Imaginó a Hale encerrado en la enorme celda subterránea, ¿le habrá prendido fuego a algo? Miró hacia los conductos de ventilación y olió. No obstante, daba la impresión de que el olor procedía de algún punto cercano.

Susan miró hacia las puertas de la cocina. Al instante reconoció el olor. Colonia mezclada con sudor.

Retrocedió de manera instintiva, pues no estaba preparada para lo que vio. Desde detrás de las rendijas de la persiana de la cocina, dos ojos la estaban mirando. Sólo tardó un instante en comprender la horrible verdad. Greg Hale no estaba encerrado en los niveles inferiores.

¡Estaba en Nodo 3! Había escapado antes de que Strathmore cerrara la trampilla. Había podido abrir las puertas solo.

Susan había oído en una ocasión que el terror era paralizante. Ahora sabía que se trataba de un mito. En el mismo instante en que su cerebro asimiló lo que estaba pasando, se puso en movimiento. Reculó con una única idea en la cabeza: escapar.

El estruendo que oyó a su espalda fue instantáneo. Hale, que había estado sentado encima de la cocina, extendió las piernas como un par de arietes y arrancó las puertas de sus goznes. Corrió tras ella a grandes zancadas.

Susan derribó una lámpara con la intención de que Hale tropezara con ella, pero éste la esquivó sin el menor esfuerzo. La estaba alcanzando.

Rodeó su cintura con el brazo derecho. Susan experimentó la sensación de que una barra de hierro la había golpeado. Lanzó una exclamación de dolor cuando se quedó sin aire. Los bíceps de Hale presionaban contra su caja torácica.

Susan resistió y se revolvió. Su codo golpeó cartílago. Hale soltó su presa y se llevó las manos a la nariz. Cayó de rodillas.

—Hija de…

Chilló de dolor.

Susan corrió hacia las puertas y rezó sin esperanza para que Strathmore volviera a conectar en aquel momento la corriente y las puertas se abrieran. En vano golpeaba el cristal.

Hale avanzó hacia ella sangrando por la nariz. Al cabo de un instante volvió a inmovilizarla. Con una mano aprisionó con firmeza su seno izquierdo y con la otra la sujetó por la cintura. La alejó de la puerta.

Susan gritó e intentó inútilmente soltarse.

El la tiró hacia atrás y la hebilla de su cinturón se clavó en la columna vertebral de Susan. Su fuerza era increíble. La arrastró sobre la alfombra y ella perdió los zapatos. Con un ágil movimiento, Hale la arrojó al suelo, al lado de su terminal.

Susan estaba tumbada de espaldas con la falda subida por encima de las caderas. El botón superior de su blusa se había desabrochado y sus senos quedaron al descubierto a la luz azulina. Vio aterrorizada que Hale la inmovilizaba. No pudo descifrar el significado de su mirada. Parecía miedo. ¿O era furia? Él recorrió su cuerpo con los ojos. Susan experimentó una nueva oleada de pánico.

Hale se sentó encima del abdomen de la mujer y la miró con frialdad. Susan trató de recordar todo lo que había aprendido sobre autodefensa. Intentó resistir, pero su cuerpo no reaccionó. Estaba entumecida. Cerró los ojos.

¡No, Dios mío, por favor!.