54

Susan Fletcher recorría impaciente el lavabo de Criptografía. Contó lentamente hasta cincuenta. Le dolía la cabeza. Un poquito más, se dijo. ¡Hale es Dakota del Norte!

Se preguntó cuáles serían los planes del criptógrafo. ¿Haría pública la clave de acceso? ¿Sería codicioso y trataría de vender el algoritmo? Susan ya no podía soportar la espera. Tenía que ver a Strathmore.

Entreabrió sigilosamente la puerta y miró hacia la distante pared reflectante de Criptografía. No podía saber si Hale seguía vigilando. Tenía que llegar cuanto antes al despacho de Strathmore, pero sin aparentar prisas. No podía permitir que Hale sospechara algo. Estaba a punto de abrir la puerta, cuando oyó algo. Voces. Voces masculinas.

Llegaban de la rejilla del pozo de ventilación. Abrió la puerta y avanzó hacia el conducto. El zumbido sordo de los generadores apagaba las palabras. Daba la impresión de que la conversación tenía lugar en las pasarelas de los niveles inferiores. Una voz era aguda, irritada. Parecía la de Phil Chartrukian.

—¿No me crees?

La discusión subió de tono.

—¡Tenemos un virus!

Después gritos.

—¡Hemos de llamar a Jabba!

Ruido de forcejeo.

—¡Suéltame!

El ruido que siguió apenas era humano. Un largo aullido de horror, como el de un animal torturado a punto de morir. Susan permaneció inmóvil junto al conducto. El ruido terminó con la misma brusquedad con la que había empezado. A continuación se hizo el silencio.

Un instante después, como si fuera el guión de una película de terror barata, las luces del lavabo se fueron atenuando poco a poco. Luego parpadearon y por fin se apagaron por completo. Una oscuridad absoluta rodeó a Susan Fletcher.