26

Becker, sentado en un banco que había enfrente de la clínica, se preguntaba qué debía hacer ahora. Sus llamadas a las agencias de acompañantes no habían dado fruto. El comandante, inquieto por la inseguridad de las comunicaciones desde un teléfono público, había pedido a David que no volviera a llamar hasta que tuviera el anillo. Becker acarició la idea de ir a pedir ayuda a la policía local (quizá tenían fichada a la prostituta pelirroja), pero Strathmore había dado órdenes estrictas al respecto. Eres invisible. Nadie ha de saber que el anillo existe.

Se preguntó si debía patearse el barrio de Triana, donde los camellos campeaban por sus fueros, en busca de la misteriosa mujer, o si tal vez debería recorrer todos los restaurantes a la caza del alemán obeso. Todo se le antojaba una pérdida de tiempo.

Las palabras de Strathmore no cesaban de acosarle: Es una cuestión de seguridad nacional… Has de encontrar el anillo.

Una vocecita en algún rincón de su mente le decía que había pasado algo por alto, algo crucial, pero no se le ocurría qué era, por mucho que le diera vueltas al asunto. ¡Soy un profesor, no un maldito agente secreto! Estaba empezando a preguntarse por qué Strathmore no había enviado a un profesional.

Se levantó y bajó por la calle Delicias, mientras sopesaba sus opciones. La acera de adoquines se desdibujó ante su vista. Estaba anocheciendo a marchas forzadas.

Dewdrop.

Había algo en aquel nombre absurdo que le atormentaba. Dewdrop. La voz zalamera del señor Roldan era como un bucle infinito en su cabeza. «Sólo tenemos dos pelirrojas. Dos pelirrojas, Inmaculada y Rocío… Rocío… Rocío…»

Becker se detuvo en seco. De repente, lo supo. ¿Y me considero especialista en idiomas? No podía creer que no se hubiera dado cuenta al instante.

Rocío era uno de los nombres femeninos más populares de España. Evocaba pureza, virginidad y la belleza natural de una joven católica. Las connotaciones de pureza derivaban del significado literal del nombre: ¡Rocío!

La voz del viejo canadiense resonó en los oídos de Becker. Dewdrop. Rocío había traducido su nombre al único idioma que compartían su cliente y ella, el inglés. Becker, emocionado, corrió en busca de un teléfono. Al otro lado de la calle, un hombre con gafas de montura metálica le siguió a una distancia prudencial.