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El técnico de Seguridad de Sistemas Phil Chartrukian sólo había tenido la intención de entrar en Criptografía un momento, el tiempo suficiente para recuperar unos papeles que se había dejado el día anterior. Pero no iba a ser así.

Al entrar en el laboratorio del Departamento de Seguridad de Sistemas, conocido en la jerga de Criptografía con el nombre de Sys-Sec, supo en el acto que algo no iba bien. No había nadie ante la terminal del computador que controlaba las veinticuatro horas el funcionamiento de Transltr, y el monitor estaba apagado.

—¿Hola? —llamó Chartrukian.

No hubo respuesta. Nada denotaba que hubiera habido actividad en el laboratorio, como si no hubiera entrado nadie desde hacía horas.

Aunque Chartrukian sólo tenía veintitrés años y era relativamente nuevo en Sys-Sec, estaba bien entrenado y conocía a la perfección la rutina: siempre había un miembro de Sys-Sec de guardia en Criptografía. Sobre todo los sábados, cuando no trabajaban los criptógrafos.

Encendió al instante el monitor y se volvió hacia el tablón de turnos de la pared.

—¿Quién está de servicio? —preguntó en voz alta, mientras examinaba la lista de nombres. Según la tabla de horarios, un novato llamado Seidenberg tenía que haber empezado un turno doble la medianoche anterior. Chartrukian frunció el ceño—. ¿Dónde estará?

Mientras observaba el monitor, se preguntó si Strathmore sabría que no había nadie en el laboratorio de Sys-Sec. Al entrar a la planta de Criptografía había reparado en que las cortinas del despacho del comandante estaban corridas, lo cual significaba que el jefe se encontraba dentro, algo que no era inusual. Strathmore, pese a exigir a sus criptógrafos que se tomaran libre los sábados, parecía trabajar los trescientos sesenta y cinco días al año.

Había algo que Chartrukian sabía con toda certeza: si Strathmore descubría que no había nadie en el laboratorio de Sys-Sec, le costaría el empleo al novato. Echó un vistazo al teléfono, y se preguntó si debía llamar al joven técnico y echarle una mano. Existía la regla no escrita entre los miembros de Sys-Sec de cubrirse las espaldas mutuamente. En Criptografía, los de Sys-Sec eran ciudadanos de segunda clase, siempre a la greña con los señores del castillo. No era ningún secreto que los criptógrafos gobernaban ese gallinero multimillonario. Sólo toleraban Sys-Sec porque sus miembros se encargaban de que los juguetes funcionaran bien.

Chartrukian tomó una decisión. Cogió el teléfono. Pero el auricular nunca llegó a su oído. Se quedó paralizado, con los ojos clavados en el monitor que había cobrado vida ante él. Como a cámara lenta, volvió a colgar el teléfono y miró boquiabierto.

Durante los ocho meses que Chartrukian llevaba en Sys-Sec nunca había visto en el monitor de Transltr otra cosa que un doble cero en los dígitos que indicaban las horas transcurridas de un proceso en curso. Hoy por primera vez el reloj que controlaba la duración de un proceso indicaba:

TIEMPO TRANSCURRIDO: 15:17:21

—¿Quince horas y diecisiete minutos? —dijo con voz estrangulada—. ¡Imposible!

Apagó la pantalla y rezó para que se tratara de un fallo, pero cuando el monitor se encendió de nuevo, vio que el tiempo seguía corriendo.

Chartrukian sintió un escalofrío. Los miembros de Sys-Sec sólo tenían una responsabilidad: mantener «limpio» Transltr, libre de virus.

Chartrukian sabía que un proceso de quince horas de duración sólo podía significar una cosa: infección. Un archivo con un virus había entrado en Transltr y había infectado el computador. Su entrenamiento se impuso al instante. Ya no importaba que el laboratorio estuviera desierto. Se concentró en el problema más acuciante, Transltr. Inmediatamente dio instrucciones al computador de que listara todos los archivos que habían entrado en Transltr durante las últimas cuarenta y ocho horas. Empezó a examinar la lista.

¿Se ha colado un archivo infectado?, se preguntó. ¿Era posible que los filtros de seguridad hubieran pasado por alto algo?

Como medida preventiva, todos los archivos que entraban en Transltr tenían que pasar por lo que llamaban «Manopla», una serie de potentes encaminadores, o enrutadores, a nivel de circuitos, paquetes de filtros y programas antivirus que examinaban los archivos entrantes en busca de virus y subrutinas peligrosas en potencia. Cualquier archivo creado con un programa «desconocido» para Manopla era rechazado de inmediato. Había que examinarlo a fondo. De vez en cuando, Manopla rechazaba archivos enteros inofensivos debido a que habían sido creados con programas desconocidos por los filtros. En ese caso, los miembros de Sys-Sec procedían a una escrupulosa inspección, y sólo después de confirmar que el archivo estaba limpio, se saltaban los filtros de Manopla y enviaban el archivo a Transltr.

Los virus informáticos eran tan variados como los virus que atacaban el organismo humano. Al igual que sus homólogos biológicos, los virus informáticos tenían un único objetivo: acoplarse a un sistema anfitrión y replicarse. En este caso, el anfitrión era Transltr.

Chartrukian estaba asombrado de que la NSA no hubiera tenido problemas con virus antes. Manopla era un poderoso centinela, pero aun así, la agencia absorbía inmensas cantidades de información digitalizada procedente de sistemas de todo el mundo. Fisgonear en los datos ajenos era muy parecido a mantener relaciones sexuales indiscriminadas. Con protección o sin ella, a la larga pillabas algo.

Chartrukian terminó de examinar la lista. Aún estaba más perplejo que antes. Todos los archivos habían sido revisados. Manopla no había detectado nada fuera de lo común, lo cual significaba que el archivo que había entrado en Transltr estaba libre de cualquier tipo de virus.

—Entonces, ¿por qué el proceso está tardando tanto? —preguntó a la sala desierta.

Chartrukian notó que había empezado a sudar. ¿Debería ir a molestar a Strathmore con la noticia?

—Un análisis exhaustivo —dijo con firmeza al tiempo que intentaba calmarse—. Eso es lo que tengo que hacer.

Chartrukian sabía que ese tipo de análisis sería lo primero que Strathmore solicitaría. Echó un vistazo a la planta desierta de Criptografía y tomó una decisión. Cargó el antivirus y puso en marcha el análisis. El examen tardaría unos quince minutos.

—Vuelve limpio —susurró—. Como una patena. Dile a papá que no pasa nada.

Pero Chartrukian presentía que eso no sucedería. El instinto le decía que algo muy extraño estaba pasando en las entrañas de la gran bestia descifradora de códigos.