7

Susan estaba realmente sorprendida. ¡Ensei Tankado ha diseñado un programa que crea códigos indescifrables! Apenas daba crédito a la idea.

—Fortaleza digital —anunció Strathmore—. Así lo llama. Es el arma antiespionaje perfecta. Si este programa llega al mercado, cualquier quinceañero provisto de un módem será capaz de enviar mensajes encriptados que la NSA no podrá descifrar. Sería el tiro de gracia a nuestra capacidad de espionaje.

Pero los pensamientos de Susan estaban muy alejados de las implicaciones políticas de fortaleza digital. Aún se estaba esforzando por comprender su existencia. Se había pasado la vida descifrando códigos, y negando con toda firmeza la existencia del código perfecto. Todo código es descifrable. ¡Principio de Bergofsky! Se sentía como una atea conducida ante la presencia de Dios.

—Si este código circula —susurró—, la criptografía será una ciencia muerta.

Strathmore asintió.

—Ése es el menor de nuestros problemas.

—¿No podemos sobornar a Tankado? Sé que nos odia, pero ¿no podemos ofrecerle unos cuantos millones de dólares? ¿Convencerle de que no lo distribuya?

Strathmore rió.

—¿Unos cuantos millones? ¿Sabes lo que vale esto? Todos los gobiernos del mundo competirían en la subasta. ¿Te imaginas decirle al presidente que podemos interceptar las comunicaciones de los iraquíes, pero que ya no podemos descifrar sus mensajes? No estamos hablando sólo de la NSA, sino de toda la comunidad de los servicios de inteligencia. Esta instalación presta apoyo a todo el mundo, el FBI, la CIA, la DEA. Todos sufrirían un apagón de información secreta. No podrían seguir el rastro de los cargamentos de los cárteles de la droga, las multinacionales podrían transferir dinero sin dejar rastro en forma de documentación y sin que el IRS (Internal Revenue Service)[7] se enterara, los terroristas podrían chatear con total libertad… Sería el caos.

—La EFF sacará el máximo provecho —dijo Susan, pálida.

—La EFF no tiene ni idea de lo que hacemos aquí —replicó Strathmore irritado—. Si supieran cuántos ataques terroristas hemos desactivado porque somos capaces de desencriptar códigos, cambiarían su cantinela.

Susan se mostró de acuerdo, pero también sabía la realidad. La EFF nunca sabría la importancia de Transltr. El supercomputador había contribuido a desactivar docenas de ataques, pero la información era altamente secreta y nunca sería revelada. La explicación era muy sencilla: el gobierno no podía permitirse el lujo de que la histeria se apoderara de las masas si decía la verdad. Nadie sabía cómo reaccionaría la gente ante la noticia de que, el año anterior, se habían salvado por muy poco de dos atentados nucleares que iban a perpetrar grupos fundamentalistas en territorio estadounidense.

Sin embargo, un ataque nuclear no era la única amenaza. El mes pasado, Transltr había frustrado uno de los ataques terroristas más ingeniosos que la NSA había conocido en su historia. Una organización antigubernamental había diseñado un plan, llamado en clave Bosque de Sherwood. Su objetivo era la Bolsa de Nueva York, con la intención de «redistribuir la riqueza». En el curso de seis días, miembros del grupo colocaron veintisiete bombas de flujo no explosivas en los edificios que rodeaban la Bolsa. Estos ingenios, al detonarse, provocan una poderosa descarga magnética. La descarga simultánea de dichos ingenios crearía un campo magnético tan poderoso que todos los soportes magnéticos de la Bolsa se borrarían: discos duros, bancos de datos ROM, copias de seguridad, incluso disquetes. Todos los registros de quién poseía qué se desintegrarían para siempre.

Debido a la necesidad de que los ingenios detonaran al mismo tiempo, estaban interconectados mediante tráfico telefónico vía Internet. Durante la cuenta atrás de dos días, los relojes internos de las bombas intercambiaron interminables flujos de datos de sincronización encriptados. La NSA los interceptó y dedujo que eran una anomalía de la Red, pero los desechó, pensando que eran un intercambio inofensivo de información. Pero después de que Transltr desencriptara los flujos de datos, los analistas reconocieron de inmediato la secuencia como una cuenta atrás sincronizada vía Internet. Las bombas fueron localizadas y retiradas tres horas antes de que explotaran.

Susan sabía que sin Transltr la NSA estaba indefensa contra el terrorismo electrónico avanzado. Echó un vistazo al monitor. Aún indicaba que habían transcurrido más de quince horas. Aunque descifrara el archivo de Tankado ahora, la NSA estaba hundida. Criptografía no podría romper ni dos códigos al día. Aún con el actual promedio de ciento cincuenta al día, todavía había una pila de archivos que esperaban ser desencriptados.

—Tankado me llamó el mes pasado —dijo Strathmore, interrumpiendo los pensamientos de Susan.

Ella alzó la vista.

—¿Tankado le llamó?

El hombre asintió.

—Para advertirme.

—¿Para advertirle? Le odia.

—Llamó para decirme que estaba perfeccionando un algoritmo que generaba códigos indescifrables. No le creí.

—Pero ¿por qué le avisó? —preguntó Susan—. ¿Quería que lo comprara?

—No. Era chantaje.

Susan empezó a comprender.

—Claro —dijo, asombrada—. Quería que limpiara su nombre.

—No. —Strathmore frunció el ceño—. Tankado quería Transltr.

¿Transltr?

—Sí. Me ordenó que revelara al mundo la existencia de Transltr. Dijo que si admitíamos poder leer los correos electrónicos de la gente, destruiría fortaleza digital.

Susan no parecía muy convencida.

Strathmore se encogió de hombros.

—En cualquier caso, ya es demasiado tarde. Ha colgado una copia gratuita de fortaleza digital en su página de Internet. Todo el mundo puede descargarla.

Susan palideció.

¿Cómo?

—Es un truco publicitario. No hay nada de qué preocuparse. La copia está encriptada. La gente puede descargarla, pero nadie puede abrirla. Es muy ingenioso. El código fuente de fortaleza digital está encriptado, cerrado a cal y canto.

Susan le miró, asombrada.

—¡Claro! Para que todo el mundo pueda tener una copia, pero no abrirla.

—Exacto. Tankado agita una zanahoria.

—¿Ha visto el algoritmo?

El comandante parecía perplejo.

—No, ya te he dicho que está encriptado.

Susan también parecía confusa.

—Pero nosotros tenemos Transltr. ¿Por qué no lo desencriptamos? —Cuando Susan vio la expresión de Strathmore, comprendió que las reglas habían cambiado—. ¡Oh, Dios mío! —Lanzó una exclamación ahogada—. ¿Fortaleza digital está autoencriptada?

Strathmore asintió.

—Bingo.

Susan estaba estupefacta. La fórmula de fortaleza digital había sido encriptada utilizando fortaleza digital. Tankado había colgado en Internet una receta matemática de incalculable valor, pero el texto de la misma era un galimatías gracias a la autoencriptación.

—Es como la Caja Fuerte de Biggleman —masculló Susan, admirada.

Strathmore asintió. La Caja Fuerte de Biggleman era una hipótesis criptográfica que consistía en que un constructor de cajas fuertes delineaba los planos de una caja fuerte inaccesible. Quería conservar en secreto los planos, de manera que fabricaba la caja fuerte y guardaba dentro los planos. Tankado había hecho lo mismo con fortaleza digital. Había protegido los planos encriptándolos con la fórmula esbozada en sus planos.

—¿Y el archivo que hay en Transltr? —preguntó Susan.

—Lo bajé de la página web de Tankado, como todo el mundo. La NSA es ahora uno de los orgullosos propietarios del algoritmo de fortaleza digital, sólo que no podemos abrirlo.

Susan se quedó maravillada del ingenio de Ensei Tankado. Sin revelar su algoritmo, había demostrado a la NSA que era imposible desencriptarlo.

Strathmore le entregó un recorte de periódico. Era la traducción de un artículo del Nikkei Shimbun, el equivalente japonés del Wall Street Journal, el cual anunciaba que el programador japonés Ensei Tankado había creado una fórmula matemática capaz de generar códigos indescifrables. La fórmula se llamaba fortaleza digital y estaba disponible en Internet. El programador la vendía al mejor postor. El artículo continuaba diciendo que, pese al enorme interés que existía en Japón, las pocas empresas de software estadounidenses enteradas de la existencia de fortaleza digital afirmaban que la pretensión de Tankado era ridícula, tanto como transformar plomo en oro. Decían que la fórmula era un fraude y no debía tomarse en serio.

Susan levantó la vista.

—¿Una subasta?

Strathmore asintió.

—En este momento, todas las empresas de software de Japón se han descargado la copia encriptada de fortaleza digital y están intentando desencriptarla. Con cada segundo que transcurre, el precio aumenta.

—Eso es absurdo —replicó Susan—. Todos los nuevos archivos encriptados son inexpugnables, como no tengas Transltr. Fortaleza digital podría ser un simple algoritmo de dominio público, y ninguna de estas empresas podría desencriptarlo.

—Pero es una brillante operación de marketing —dijo Strathmore—. Piensa en ello. Todos los cristales a prueba de balas detienen balas, pero si una empresa te reta a atravesar el cristal que fabrica con una bala, todo el mundo prueba.

—¿Los japoneses creen que fortaleza digital es diferente? ¿Mejor que todo lo demás que hay en el mercado?

—Puede que hayamos repudiado a Tankado, pero todo el mundo sabe que es un genio. Es una figura mítica entre los hackers. Si él dice que es imposible desencriptar el algoritmo, pues es imposible.

—¡Pero todos los códigos pueden descifrarse, como es bien sabido!

—Sí… —musitó Strathmore—. De momento.

—¿Qué significa eso?

Strathmore suspiró.

—Hace veinte años nadie imaginaba que desencriptaríamos algoritmos formados por cadenas de doce bits, pero la tecnología avanzó. Siempre lo hace. Los fabricantes de software dan por sentado que, algún día, computadores como Transltr existirán. La tecnología avanza exponencialmente, y a la larga, los algoritmos de encriptación de llave pública actuales perderán su seguridad. Se necesitarán mejores algoritmos para ir un paso por delante de los computadores del mañana.

—¿Y fortaleza digital es uno de esos algoritmos?

—Exacto. Un algoritmo que resiste un ataque por fuerza bruta nunca quedará obsoleto, por poderosos que sean los computadores capaces de desencriptar códigos. Podría convertirse de la noche a la mañana en un referente mundial.

Susan respiró hondo.

—Que Dios nos asista —susurró—. ¿Podemos hacer una oferta?

Strathmore negó con la cabeza.

—Tankado nos dio nuestra oportunidad. Lo dejó claro. En cualquier caso, es demasiado arriesgado. Si nos descubren, será como admitir que tenemos miedo de su algoritmo. Confesaríamos en público, no sólo la existencia de Transltr, sino que fortaleza digital es inmune.

—¿Cuánto tiempo nos queda?

Strathmore frunció el ceño.

—Tankado pensaba anunciar mañana a mediodía quién es el mejor postor.

Susan sintió un nudo en el estómago.

—Y después, ¿qué?

—El acuerdo consistía en que daría la clave de acceso al ganador.

—¿La clave de acceso?

—Parte de la farsa. Todo el mundo tiene ya el algoritmo, de manera que Tankado saca a subasta la clave de acceso que lo desencripta.

Susan gruñó.

—Por supuesto.

Era perfecto. Limpio y sencillo. Tankado había encriptado fortaleza digital, y sólo él poseía la clave de acceso que lo desencriptaba. Le costaba imaginar que en algún lugar, tal vez garabateada en una hoja de papel que Tankado llevaba en el bolsillo, estaba la clave de acceso de sesenta y cuatro bits que podría acabar para siempre con los servicios de inteligencia de Estados Unidos.

De repente, cuando Susan imaginó las perspectivas, tuvo ganas de vomitar. Tankado entregaría la clave de acceso al mejor postor, y esa empresa desencriptaría el archivo de fortaleza digital. Después, probablemente grabaría el algoritmo en un chip a prueba de manipulaciones, y al cabo de cinco años, todos los computadores se venderían con el chip de fortaleza digital instalado. Ningún fabricante de computadores había soñado con crear un chip encriptador, porque los algoritmos de encriptación normales se volvían obsoletos. Pero a fortaleza digital nunca le pasaría algo así. Con una función de texto llano rotatorio, ningún ataque por fuerza bruta encontraría jamás la clave de acceso correcta. Un nuevo patrón de encriptación digital. Eterno. Jamás se podría volver a romper un código. Banqueros, corredores de bolsa, terroristas, espías. Un mundo, un algoritmo.

La anarquía.

—¿Qué opciones tenemos? —sondeó Susan. Era muy consciente de que momentos desesperados exigían medidas desesperadas, incluso a la NSA.

—No podemos liquidarle, si te refieres a eso.

Era justo lo que Susan se estaba preguntando. Durante los años que había prestado sus servicios a la NSA, había oído rumores acerca de vagos lazos de la agencia con los asesinos más diestros del mundo, verdugos a sueldo contratados para hacer el trabajo sucio de la organización.

Strathmore meneó la cabeza.

—Tankado es demasiado listo para dejarnos abierta esa opción.

Susan experimentó un extraño alivio.

—¿Está protegido?

—No exactamente.

—¿Oculto?

Strathmore se encogió de hombros.

—Tankado abandonó Japón. Pensaba controlar la subasta por teléfono. Pero sabemos dónde está.

—¿Y no piensa hacer nada?

—No. Se ha cubierto las espaldas. Entregó una copia de la clave de acceso a una tercera parte anónima por si le sucedía algo.

Por supuesto, se maravilló Susan. Un ángel de la guardia.

—Y supongo que, si algo le sucede a Tankado, el hombre misterioso venderá la clave, ¿no?

—Peor aún. Si alguien se carga a Tankado, su socio hará pública esa clave.

Susan estaba confusa.

—¿Su socio hará pública la clave?

Strathmore asintió.

—La cuelga en Internet, la publica en los periódicos, en los tablones de anuncios. De hecho, la pasa gratis a todo el mundo.

Susan no daba crédito a lo que oía.

—¿Descargas gratuitas?

—Exacto. Tankado pensó que, si moría, no necesitaría el dinero. ¿Por qué no dar al mundo un pequeño regalo de despedida?

Siguió un largo silencio. Susan respiró hondo, para asimilar la aterradora verdad. Ensei Tankado ha creado un algoritmo imposible de desencriptar. Nos retiene como rehenes.

De repente se puso en pie. Habló con voz firme.

—¡Hemos de ponernos en contacto con Tankado! ¡Tiene que existir una forma de convencerle de que no la haga pública! ¡Podemos ofrecerle el triple que el mejor postor! ¡Podemos limpiar su nombre! ¡Lo que sea!

—Demasiado tarde —dijo Strathmore. Respiró hondo—. Ensei Tankado fue encontrado muerto esta mañana en Sevilla, España.