Dicen que cuando mueres todo se te revela. Ensei Tankado supo entonces que era cierto. Mientras se llevaba las manos al pecho y caía al suelo presa de un dolor insoportable, comprendió su horrible equivocación.
Varias personas se congregaron en torno suyo con la intención de auxiliarle, pero Tankado no quería ayuda. Era demasiado tarde.
Tembloroso, levantó la mano izquierda con los dedos extendidos. ¡Mirad mi mano! Las caras que le rodeaban miraron, pero se dio cuenta de que no entendían lo que intentaba comunicar.
En un dedo llevaba un anillo de oro grabado con una inscripción. Por un instante, la sortija centelleó bajo el sol de Andalucía. Ensei Tankado supo que sería la última luz que vería.