Partieron de Bremervoord temprano, con el frío del amanecer, entre una niebla que difuminaba el destello de la esfera roja del sol que se alzaba por el horizonte. Partieron los tres. Así lo habían decidido. No hablaron sobre ello, no hicieron planes, querían simplemente estar juntos. Por algún tiempo.
Dejaron atrás el cabo pedregoso, se despidieron del acantilado, de las desgarradas rocas de las playas, de las extrañas formaciones calizas moldeadas por el viento y las olas. Pero cuando comenzaron a cabalgar por el valle floreado y verde de Dol Adalatte, aún tenían en la nariz el perfume del mar, y en las orejas el sonido de la marejada y el salvaje y molesto chillido de las gaviotas.
Jaskier hablaba sin cansarse, sin pausa, saltaba de un tema a otro, y ninguno terminaba. Habló del País de Bar, donde una estúpida costumbre obliga a las doncellas a guardar su virtud hasta que contraigan matrimonio; de los pájaros de metal de la isla de Inis Porhoet; del agua viva y el agua muerta; del sabor y extrañas propiedades del vino de zafiro, llamado cill; de los cuatrillizos reales de Ebbing, horribles rapazuelos importunos llamados Putzi, Gritzi, Mitzi y Juan Pablo Vassermiller. Habló de las nuevas tendencias en música y poesía lanzadas por la competencia, tendencias que, en opinión de Jaskier, no eran más que vampiros que imitaban la actitud de la vida.
Geralt callaba. Essi también callaba o respondía con medias palabras. El brujo sentía su mirada. Una mirada que evitaba a toda costa.
Atravesaron el río Adalatte mediante un pontón de cuya cuerda tuvieron que tirar ellos mismos, pues el pontonero se encontraba en un patético estado de borrachera, blanco como un cadáver, tieso-espasmódico, absorto en la palidez del abismo, no podía soltar la palanca de la cabina, que apretaba con las dos manos, y a todas las preguntas que se le hacían contestaba con una única palabra que sonaba algo así como «burg».
El país al otro lado del río Adalatte le gustó al brujo: las aldeas situadas a lo largo del río estaban en su mayoría rodeadas de una empalizada, lo que permitía prever ciertas oportunidades de encontrar trabajo.
Cuando abrevaron los caballos, hacia el mediodía, Ojazos se acercó a él aprovechando que Jaskier se había alejado. Al brujo no le dio tiempo a alejarse. Le pilló por sorpresa.
—Geralt —dijo en voz baja—. Yo ya… no puedo aguantar esto. Está más allá de mis fuerzas.
Él intentó escapar de la necesidad de mirarla a los ojos. No se lo permitió. Estaba delante de él, jugueteando con la perla celeste engarzada en las florecillas de plata, colgada al cuello. Estaba delante de él, y él de nuevo lamentó que no fuera el ojos de pez con su sable escondido bajo el agua.
—Geralt… Tenemos que hacer algo con esto, ¿verdad?
Esperó a su respuesta. A sus palabras. A un pequeño sacrificio. Pero el brujo no tenía nada que pudiera sacrificarle, lo sabía. No quería mentir. Y no podía permitirse la verdad, porque no podía decidirse a causarle daño alguno.
La situación la salvó Jaskier, el infalible Jaskier, apareciendo de pronto. Con su infalible tacto.
—¡Pues claro que sí! —gritó y lanzó al agua con fuerza el bastoncillo con el que había estado removiendo los juncos y las enormes ortigas de ribera—. ¡Claro que tenéis que hacer algo con ello, ya va siendo hora! ¡No tengo ganas de seguir viendo más tiempo lo que pasa entre vosotros! ¿Qué es lo que quieres de él, Marioneta? ¿Lo imposible? Y tú, Geralt, ¿a qué esperas? ¿A que Ojazos lea tus pensamientos como… como la otra? ¿Y a que se contente con esto, y así tú callarás cómodamente, sin tener que aclarar nada, declarar nada, rechazar nada? ¿Sin tener que mostrarte? ¿Cuánto tiempo, cuántos hechos os hacen falta a vosotros dos para poder entender? ¿Y cuándo querréis entender? ¿Dentro de unos años, en vuestros recuerdos? ¡Si mañana tenemos que separarnos, diablos! Oj, ya estoy harto, por los dioses, me tenéis hasta aquí vosotros dos. ¡Uff! Vale, escuchad, yo ahora voy a tomar una rama de avellano y me voy a pescar, y vosotros vais a tener un rato de soledad, os vais a poder decir todo. Decios todo, intentad entenderos el uno al otro. No es tan difícil como imagináis. Y luego, por los dioses, hacedlo. Hazlo con él, Marioneta. Hazlo con ella, Geralt y sé gentil con ella. Y entonces, mierda, o se os pasa o…
Jaskier se dio la vuelta con violencia y se fue, aplastando las hierbas y blasfemando. Hizo una caña con una vara de avellano y pelos de caballo y estuvo pescando hasta que cayó la oscuridad.
Cuando se fue, Geralt y Essi estuvieron de pie mucho tiempo, apoyados en un deforme sauce que estaba inclinado sobre la corriente. Estuvieron allí, apretándose con fuerza las manos. Luego el brujo comenzó a hablar, habló en voz baja y largo tiempo, y los ojos de Ojazos se llenaron de lágrimas.
Y luego, por los dioses, lo hicieron, ella y él.
Y todo estuvo bien.