CANTO VII
CÍRCULO IV: AVAROS Y PRÓDIGOS
Pluto. Empujan pesos y chocan entre ellos. Papas y cardenales.
Pluto, con ronca voz, «¡Papé Satán,
papé Satán, aleppe!»[64], empezó al vernos.
3«No más te angustie el miedo: no podrán
los poderes que tiene detenernos
—dijo el gentil que en todo sabio fuera—,
6ni al bajar esta escarpa ha de ofendernos.»
Volvióse luego a aquella boca fiera
y dijo: «¡Cállate, lobo maldito,
9de tu rabia consúmete en la hoguera!
Nuestro viaje a lo oscuro ya está escrito:
se quiere allí donde Miguel un día
12de la soberbia vindicó el delito».
Como las velas que la brisa henchía
revueltas caen si cae la arboladura,
15así en tierra cayó la fiera impía.
Calando más en la doliente hondura
en donde todo el mal está encerrado,
18bajamos a la cuarta escarpadura.
¡Ah, justicia de Dios!, ¿quién ha juntado
tanto trabajo y penas renovadas?
21¿Por qué nos triza así nuestro pecado?
Igual que las olas que quedan destrozadas
cuando al escollo de Caribdis llegan,
24así son estas gentes zarandeadas.
Más almas en tal sitio se congregan
que en los demás, y allí las vi afanarse:
27empujan pesos, con el pecho bregan
y chocan entre sí y, al encontrarse,
«¿Por qué aprietas? —se gritan—, ¿por qué sueltas?,»
30para volverse luego y separarse.
Por el tétrico círculo, devueltas
—cada una por su mano— son enfrente,
33donde en igual pendencia vense envueltas.
Cada una recorre nuevamente
su medio cerco, para igual torneo.
36Yo, con el corazón desfalleciente,
dije: «Maestro, conocer deseo
qué gente es ésta, y si esos tonsurados
39clérigos son, que a nuestra izquierda veo».
Y él a mí: «Todos fueron muy menguados,
en su primera vida, de la mente
42y en gastar nunca fueron mesurados.
Su propia voz lo ladra claramente
al llegar de los dos puntos opuestos
45adonde van por culpa diferente.
Eclesiásticos fueron todos estos
que están sin pelo —papas, cardenales—
48bajo el poder de la avaricia puestos».
Y yo: «Maestro, di si de entre tales
reconocer a algunos yo podría
51que inmundos fueron de tamaños males».
Y él me dijo: «Imposible te sería:
si del no conocer fueron viciados,
54no se conoce ya su faz sombría.
Eternos han de ser sus altercados.
al surgir del sepulcro, cerrarán
57éstos el puño, irán ésos pelados.
Por tener y dar mal, no gozarán
del bello mundo, y seguirán riñendo:
60no es preciso que te hable de su afán
El corto aliento, hijo, aquí estás viendo
del bien que se confía a la Fortuna,
63por el que están los hombres compitiendo;
que todo el oro que hay bajo la luna,
y hubo ya, de tanta alma fatigada
66reposo no podría darle a una».
«Maestro —dije yo—, de la mentada
Fortuna dime más: ¿cómo su mano?
69a los bienes del mundo está aferrada?»
«¡Oh criaturas —dijo él— de juicio vano,
cuán grande es la ignorancia que os ofende!
72Lleva a tu boca mi consejo sano.
Aquel cuyo saber todo trasciende
hizo los cielos e hizo a quien los guía
75y así de parte a parte todo esplende,
puesto que por igual la luz envía:
les señaló también a los humanos
78fastos su general suministra y guía
que permuta a su tiempo bienes vanos
de gente a gente y de uno a otro linaje,
81sin que entendáis sus juicios soberanos;
hace así que uno suba y otro baje,
siguiendo el juicio de quien, cual serpiente,
84se oculta entre la hierba y el follaje.
Nunca podrá entenderla vuestra mente:
como diosa que es, en su reinado
87ella provee, juzga y es regente.
En sus cambios jamás ha reposado,
necesidad la obliga a ser ligera,
90puesto que el turno a muchos ha tocado.
A ésta la crucifica quien debiera
alabarla, en lugar de torpemente
93difamarla con voz no justiciera;
pero, como es dichosa, nada siente:
feliz con las primeras criaturas,
96da vueltas a su esfera, diligente.
Mas vamos donde aumentan las torturas,
pues mucho estar aquí me está vedado
99y las estrellas caen de sus alturas.»
Atravesamos hasta el otro lado,
junto a una fuente hirviente que vacía
102en el canal que junto a sí ha cavado.
El agua, más que negra, era sombría,
y bajamos los dos otro camino
105de su oleaje gris en compañía.
Es la laguna Estigia[65] su destino,
triste arroyuelo, cuando al fin se acaba
108junto a la playa gris de pravo sino.
Y yo, que atentamente allí miraba,
fangosa gente vi en aquel pantano,
111de airado rostro, que desnuda estaba.
No sólo se golpeaban con la mano,
sino con pecho y pies y la cabeza;
114los destrozaba su morderse insano.
«Mira, hijo mío —el buen maestro empieza—,
almas de los vencidos por la ira;
117y aun deseo que tengas la certeza
que bajo el agua hay gente que suspira:
hierven por eso el agua y estos limos,
120como el ojo te dice, doquier gira.
Dentro del barro dicen: “Tristes fuimos
al aire dulce que del sol se alegra
123con el humo acidioso que tuvimos:
tristes estamos en la charca negra”.
Este himno borbotea su garganta,
126pues su palabra el limo desintegra.»
Rodeamos después bazofia tanta
andando un arco grande por la playa,
129viendo a quienes el fango así atraganta,
y llegamos al pie de una atalaya.