CANTO VI

CÍRCULO III: GLOTONES

Cerbero. Lluvia fría.

Ciacco (¿dell’Anguillaia?).

Cuando se abrió mi mente, que cerraron

los piadosos y tristes sentimientos

3con que los dos cuñados me agobiaron,

nuevos atormentados y tormentos

vi en torno a mí, conforme me volvía,

6y en torno a mi mirada y movimientos.

Vi el círculo tercero, el de la fría

lluvia eterna, maldita y despiadada;

9de ritmo y calidad jamás varía.

Nieve, agua sucia y gruesa granizada

caen por el aire tenebrosamente:

12hiede la tierra que es así regada.

Cerbero[56], fiera cruel y diferente,

caninamente ladra con tres voces

15por sobre aquella sumergida gente.

Graso y negro es su pelo; ojos atroces;

su vientre es ancho y sus uñosas manos

18al desollar las almas son feroces.

Aullar las hace el agua como alanos:

de un lado hacen del otro parapeto;

21se revuelven los míseros profanos.

Cerbero, aquel gusano, como un reto,

sus colmillos al vernos nos mostró;

24no había miembro que tuviese quieto.

Mi maestro ambas palmas extendió

y, tomando de tierra dos puñados,

27a las ávidas fauces los lanzó.

Como canes que quedan amansados

cuando muerden el cebo que pedían

30y que luego devoran afanados,

las caras enlodadas tal hacían

del demonio Cerbero, que ensordece

33a las almas, que ser sordas querrían.

Íbamos sobre aquellos que entumece

la lluvia pertinaz, los pies posados

36en su ilusión, que al cuerpo se parece.

Todos en tierra hallábanse postrados,

menos uno que alzó del suelo el pecho

39y se sentó cuando nos vio parados.

«¡Oh tú, que vas por este infernal trecho

—así me habló—, de recordarme trata:

42tú fuiste, antes que yo deshecho, hecho!»

«La angustia —dije yo— que te maltrata

aleja a tu recuerdo de mi mente

45y tal vez mi memoria desbarata.

Mas di, quién eres tú, que en tan doliente

lugar estás y sufres esta pena,

48que si otra mayor hay, no es tan hiriente.»

«Tu ciudad —él me dijo—, que tan llena

de envidia está que el vaso ha rebosado,

51me acogió en otra vida más serena.

Ciacco[57] los ciudadanos me han llamado:

por ceder de la guía al mal dañoso

54me veo por la lluvia maltratado.

No está solo mi espíritu lloroso,

que igual culpa a castigo igual condena

57a éstos.» Y me miraba silencioso.

Yo le repuse: «Ciacco, de tu pena

siento un pesar que al llanto me convida;

60mas di, si sabes, lo que el hado ordena

que debe ser de la ciudad partida;

si hay algún justo en ella, y las razones

63por que es por la discordia acometida».

Y él a mí: «Tras de muchas turbaciones,

se verterá la sangre, y el partido

66salvaje[58] echará al otro entre baldones.

Después, conviene que éste sea vencido

cuando pasen tres soles, y se encumbre

69el otro, por quien duda sostenido.[59]

Por largo tiempo seguirá en la cumbre

y mantendrá a los otros humillados,

72causándoles enojo y pesadumbre.

Hay dos justos, y no son escuchados:

soberbia, envidia y avaricia son

75las llamas de los ánimos airados».

Puso aquí fin al lacrimoso son;

yo le dije: «Más quiero que me cuentes,

78si de decirme más me haces el don.

Farinata y Tegghiaio, dignas gentes,

Iácopo Rusticucci, Mosca, Arrigo[60]

81y otros en obrar bien tan diligentes,

di dónde están, y muéstrate así amigo,

pues me apremia el deseo de saber

84si tienen cielo o infernal castigo».

Y él: «Fueron por sus culpas a caer,

con las almas más negras, en lo hondo:

87si tanto bajas, tú los podrás ver.

Descubre a los demás dónde me escondo

cuando en el dulce mundo estés viviendo;

90más no te hablo y más no te respondo».

Luego, los ojos fijos fue torciendo;

miróme un poco e inclinó la frente:

93entre los otros ciegos fue cayendo.

Dijo mi guía: «Aquí estará, yacente,

hasta que angelical trompetería

96dé paso al enemigo omnipotente.

Cada cual a su tumba irá ese día,

recogerá su carne y su figura,

99oirá al que eternamente el trueno envía».

Traspasamos así la mezcla impura

de sombras y de lluvia, a pasos lentos,

102tocando un poco la vida futura;

por lo que hablé: «Maestro, estos tormentos

¿han de crecer tras de la gran sentencia,

105menores han de ser o tan violentos?».

Y él a mí: «Recordar debes tu ciencia[61],

que quiere que cuando es perfecto el ser

108más sienta el bien y sienta la dolencia.

Y aunque esta odiosa gente se ha de ver

privada de excelencia verdadera,

111más de allá que de acá vendrán a ser».[62]

Seguimos en redondo la carrera,

hablando mucho más que ya no digo,

114hasta el punto en que baja la ladera.

Pluto[63] se hallaba allí, nuestro enemigo.