CANTO V

CÍRCULO II: LUJURIOSOS

Minos, Borrasca infernal.

Semíramis, Dido, Cleopatra, Helena, Aquiles, Paris, Tristán, Francesca da Rimini, Paolo Malatesta.

Bajé desde el primero hasta el segundo

círculo, que menor trecho ceñía,[44]

3más dolor, que me apiada, más profundo.

Minos[45] horriblemente allí gruñía:

examina las culpas a la entrada

6y juzga y manda al tiempo que se lía.

Digo que cuando el alma malhadada

llega ante él, confiesa de inmediato,

9y él, que tiene del mal ciencia acabada,

ve el lugar infernal de su reato;

tantas veces el rabo al cuerpo envuelve

12cual grados bajará por su mandato.

Allí multitud de almas se revuelve;

una tras otra a juicio van pasando;

15dicen y oyen, y abajo las devuelve.

«¡Oh tú que al triste hospicio estás llegando

—dijo al fijarse en la presencia mía,

18el importante oficio abandonado—,

ve cómo entras y en quién tu alma confía;

no te engañe la anchura de la entrada…!»

21«¿Por qué así gritas? —replicó mi guía—;

no impedir quieras su fatal jornada:

así se quiso allá donde es posible

24lo que se quiere, y no preguntes nada.»

Ahora empieza mi oído a ser sensible

a las dolientes notas, ahora llego

27donde me alcanza un llanto incontenible.

En lugar de luz mudo me vi luego,

que mugía cual mar tempestuosa

30a la que un viento adverso embiste ciego.

La borrasca infernal, que no reposa,

rapazmente a las almas encamina:

33volviendo y golpeando las acosa.

Cuando llegan delante de la ruina,[46]

son los gritos, el llanto y el lamento;

36allí maldicen la virtud divina.

Entendí que merecen tal tormento

aquellos pecadores que, carnales,

39someten la razón al sentimiento.

Cual estorninos, que en los invernales

tiempos vuelan unidos en bandada,

42acá, allá, acullá, por vendavales

la turba de almas malas es llevada,

sin esperanza —que les preste aliento—

45de descanso o de pena aminorada.

Y cual grullas que cantan su lamento,

formando por los aires larga hilera,

48se acercaron así, con triste acento;

sombras que aquel castigo allí trajera;

dije entonces: «Maestro, ¿quiénes son

51víctimas de este viento?». «La primera

de estas almas, que ves, de perdición

—me respondió—, la emperatriz ha sido

54de muchas hablas de distinto son.

Presa de la lujuria, ha confundido

la libido y lo lícito en su ley

57por huir del reproche merecido:[47]

Semíramis[48] se llama; fue del rey

Nino la sucesora, y fue su esposa,

60donde se asienta del sultán la grey.

La otra al suicidio se entregó amorosa

y las siqueas cenizas traicionó;[49]

63detrás va Cleopatra lujuriosa;

mira a Helena, que al tiempo convocó

de la desgracia; a Aquiles esforzad,

66que por amor, al cabo, combatió.[50]

Ve a Paris, a Tristán.» Y así ha nombrado

de aquellas almas un millar corrido,

69que amor de nuestra vida se ha separado.

Una vez que hube a mi doctor oído

nombrar damas y antiguos caballeros,

72apiadado, perdí casi el sentido.

Yo comencé: «Poeta, con sinceros

deseos a esos dos hablar quisiera

75que parecen al viento tan ligeros».

Y él: «A que estén más próximos espera

y, en nombre del amor que así los guía,

78llámalos, que vendrán a nuestra vera».

Cuando el viento ya cerca los traía,

moví la voz: «¡Oh, almas afanadas,

81venid a hablarnos, si otro no os desvía!».

Como palomas del deseo llamadas

que, alta el ala y parada, al dulce nido

84caer se dejan por amor llevadas,

así salieron del tropel de Dido

y a nuestro lado fueron descendiendo;

87tan fuerte el grito amable había sido.

«¡Oh animal que benévolo estás siendo

al acercarte por el aire adverso

90a los que al mundo en sangre iban tiñendo,

si fuese amigo el rey del universo,

por tu paz le podríamos rogar,

93ya que te apiada nuestro mal perverso!

Todo cuando queráis oír o hablar

por nosotros serás hablado y oído

96mientras el viento aún quiera callar.

Tiene asiento la tierra en que he nacido

sobre la costa a la que el Po desciende

99a buscar paz allí con su partido.[51]

Amor, que en nobles corazones prende,

a éste obligó a que amase a la persona

102que perdí de manera que aún me ofende.

Amor, que a nadie amado amar perdona,

por él infundió en mí placer tan fuerte

105que, como ves, ya nunca me abandona.

Amor nos procuró la misma muerte:

Caína[52] al matador está esperando.»

108Ambos me respondieron de esta suerte.

Al oír sus agravios, fui inclinando

el rostro; y el poeta, al verme así,

111por fin me preguntó: «¿Qué estás pensando?».

Al responderle comencé: «Ay de mí,

cuánto deseo y dulce pensamiento

114a estas dolientes almas trajo aquí!».

A ellas después encaminé mi acento

y comencé: «Francesca[53], tus torturas

117me hacen llorar con triste sentimiento.

Mas di: en el tiempo aquél de las venturas

¿cómo y por qué te concedió el amor

120conocer las pasiones aún oscuras?».

Y ella me dijo: «No hay dolor mayor

que recordar el tiempo de la dicha

123en desgracia; y lo sabe tu doctor.

Pero si de este amor y esta desdicha

conocer quieres la raíz primera,

126con palabras y llanto será dicha.

Cómo el amor a Lanzarote[54] hiriera,

por deleite, leíamos un día;

129soledad sin sospechas la nuestra era.

Palidecimos, y nos suspendía

nuestra lectura, a veces, la mirada;

132y un pasaje, por fin, nos vencería.

Al leer que la risa deseada

besada fue por el fogoso amante,

135éste, de quien jamás seré apartada,

la boca me besó todo anhelante.

Galeoto[55] fue el libro y quien lo hiciera:

138 no leímos ya más desde ese instante».

Mientras un alma hablaba, la otra era

presa del llanto; entonces, apiadado,

141lo mismo me sentí que si muriera;

y caí como cuerpo inanimado.