CANTO XXXIV

CÍRCULO IX: TRAIDORES. JUDEA

SALIDA DEL INFIERNO.

Lucifer, Judas, Bruto y Casio. Salida del Infierno.

«Vexilla regis prodeunt[307] del Abismo

hacia nosotros, mas delante mira

3—dijo el maestro— y los verás tú mismo.»

Como —si espesa niebla se respira

o si en nuestro hemisferio ya anochece—

6lejos se ve un molino mientras gira,

ver lejos una torre me parece;

el viento me echa atrás, y abrigo pido

9a mi guía, porque otro no se ofrece.

Ya estábamos —con miedo canto y mido—

donde se ven las sombras anegadas

12cual paja que en el vidrio se ha metido:

unas yacen y están otras paradas;

tienen la testa o bien los pies delante,

15o los pies en los rostros, arqueadas.

Cuando tanto pasamos adelante

que mi maestro tuvo a bien mostrarme

18al que tuvo una vez bello semblante,

se detuvo ante mí, me hizo pararme

y dijo: «Mira a Dite[308]; es el momento

21de que tu alma de valor se arme».

Cuál me quedé de frío y sin aliento,

no preguntes, lector, ni yo lo escribo

24ni lo puede expresar ningún acento.

No me moría ni seguía vivo:

piensa por ti, si es que eres ingenioso,

27cuál fui para ambas cosas negativo.

El césar del imperio doloroso

de medio cuerpo arriba se mostraba;

30y más me comparaba yo a un coloso

que un gigante a sus brazos comparaba:

calcula cómo el todo ser debía

33que con tamaña parte concordaba.

Si fue bello cual feo se veía

y contra su hacedor alzó la ceja,

36sin duda es él quien todo luto cría.

Allí mi mente se quedó perpleja,

pues tenía tres caras en la testa.

39Una delante, y ésa era bermeja;

las otras dos uníanse con ésta

por cima de una y otra paletilla

42y se juntaban en la misma cresta:

la diestra era entre blanca y amarilla;

la siniestra, del tinte que declara

45el que del Nilo se tostó a la orilla.

Dos alas grandes bajo cada cara,

que a pájaro tamaño convenían

48—tales velas jamás un barco izara—,

de murciélago eran; carecían

de plumas, y a la vez aleteaban

51de modo que tres vientos producían

que el agua del Cocito congelaban;

de seis ojos sus lágrimas brotando,

54con su sangrienta baba se mezclaban.

Con cada boca estaba triturando

a un pecador, como una agramadera,

57a los tres de igual forma castigando.

Mas para el de delante nada era

el morder, con la espalda comparado,

60que estaba desgarrada toda entera.

«A éste la mayor pena le ha tocado:

es Judas Iscariote, cuya testa

63está en la boca, y patalea airado;

hacia abajo esos dos la tienen puesta

—dijo el guía—; el del rostro renegrido

66es Bruto, que el dolor no manifiesta;

Casio el tercero es, alto y fornido.[309]

Mas ya la noche llega, y el instante

69de marcharnos, que todo visto ha sido.»

Yo me abracé a su cuello y, vigilante,

el momento escogió que convenía

72y, cuando abrió las alas lo bastante,

al flanco hirsuto se agarró mi guía:

de vello en vello descendiendo fuimos

75entre las cerdas y la costa fría.

Cuando al lado del muslo al fin nos vimos,

donde se ensancha y forma la cadera,

78cansados y angustiados nos sentimos:

volvió la testa hacia la garra fiera

el maestro, y le vi cómo trepaba

81igual que si al Infierno se volviera.

«Cógete bien —me dijo, y jadeaba—;

por esta escala abandonar espero

84tanto mal», y cansado se mostraba.

Alcanzó de una roca el agujero

y con cuidado me sentó en su riba;

87luego llevó a mi lado el pie ligero.

Los ojos levanté pensando que iba

a ver a Dite cual le había dejado

90pero me lo encontré patas arriba;

si entonces me quedé desconcertado

calcule el ignorante y aquel que

93no entiende por qué punto había pasado.

«Levanta —dijo el guía— y ponte en pie:

la vía es larga y áspero el camino

96y el sol en media tercia ya se ve[310]

No era, en verdad, sendero palatino,

pues era aquél un natural pasaje

99con suelo duro y con claror mezquino.

«Antes que de lo oscuro me desgaje,

maestro —dije cuando estaba erguido—,

102sáqueme de mis dudas tu lenguaje.

¿Dónde está el hielo? ¿Y cómo está invertido?

éste? ¿Y cómo del véspero a la aurora

105tan deprisa ha hecho el sol su recorrido?»

Y él me dijo: «Tú crees estar ahora

de allá del centro, donde yo me asía

108al gusano que al mundo en él perfora.[311]

De allá estuviste mientras yo me hundía;

y el punto en que converge todo peso

111pasaste cuando yo me revolvía;[312]

a otro hemisferio tienes ahora acceso

opuesto al que a la gran seca depara

114techo[313], y en cuyo más alzado teso

estuvo el hombre que jamás pecara:

tienes los pies en la pequeña esfera

117que forma la Judea en la otra cara.[314]

Allí es tarde y aquí hora mañanera,

y el que nos hizo escala de su pelo

120plantado está como plantado fuera.

Por esta parte se cayó del cielo;

y las tierras que había de este lado

123por miedo a él hicieron del mar velo

y al hemisferio nuestro se han pasado;

y tal vez la que acá se ve elevada,

126por huir, un vacío aquí ha dejado».[315]

Una parte hay, de Belcebú alejada

tanto cuanto su cárcava[316] se extiende

129que, no viendo, y sí oyendo, es denotada

por un arroyo, que hasta aquí desciende

por un hueco que en una peña ha abierto

132su cauce que se vuelve, y poco pende.

Por el camino entramos encubierto

mi guía y yo, buscando el claro mundo;

135y, sin querer descanso, a descubierto

subimos, él primero y yo segundo;

y entonces pude ver las cosas bellas

138que el cielo da, por un hueco rotundo:

y otra vez contemplamos las estrellas.