CANTO XXIX

CÍRCULO VIII. BOLSA X: FALSEADORES

Gianni Schicchi dei Cavalcanti, Mirra, maese Adamo, la mujer de Putifar, Sinón.

Cuando Juno sentíase iritada

por Semele contra el solar tebano,

3según mostró de forma reiterada,

Atamante volvióse tan insano

que, a su mujer mirando, que venía

6con sus hijos, cada uno de una mano,

«Cazaré a la leona con su cría,

poniendo —aulló— por su camino lazos»,

9y después extendió la garra impía

y asió a Learco y diole de porrazos

contra una roca; y ella, que se aterra,

12ahógase con el otro entre los brazos.[250]

Y cuando la fortuna echó por tierra

de los troyanos la bravura altiva

15—que al rey y al reino destrozó la guerra—,

Hécuba triste, mísera y cautiva,

después de ver a Polixena muerta

18y a Polidoro ver sobre la riba

del mar, doliente llaga sintió abierta,

e igual que un can ladró desesperada:

21de tal modo el dolor la desconcierta.[251]

Mas en Tebas ni en Troya, tan airada

fue la furia jamás, ni fue tan fiera,

24ni con hombres o bestias tan sobrada,

como en dos almas vi, que a la carrera

iban —desnudas, pálidas— mordiendo

27cual cerdos al dejar la cochiquera.

A Capocchio una de ellas dio un tremendo

mordisco so la nuca y, arrastrando,

30el vientre contra el suelo le fue hiriendo.

Y el aretino se quedó temblando

y dijo: «Gianni Schicchi[252] el loco ha sido:

33que a los demás, rabioso, va atacando».

«Así el otro no te hinque —he respondido—

los dientes en la espalda, dime ahora

36cuál es su nombre, antes que se haya ido.»

«Ésa es el alma antigua y pecadora

—me contestó— de Mirra[253], que la amante

39pervertida del padre fuera otrora.

Su anhelo de pecar llevó adelante

con el aspecto de otra disfrazada,

42como aquel que se va, su acompañante,

que por ganar la flor de la yeguada

Buoso Donati[254] se fingió, doloso,

45y testó de la forma decretada.»

Cuando se hubo alejado el par rabioso,

el ojo que en los dos puesto tenía

48fue de otros malnacidos cuidadoso.

A uno vi que un laúd parecería

al separar el resto de su forma

51de donde el tronco en horca se desvía.

La grave hidropesía, que deforma

los miembros con humor que no convierte

54y al rostro con el vientre no conforma,

le hacía abrir los labios de igual suerte

que el hético, que hallándose sediento

57uno sube; que el otro cuelga inerte.

«Oh los que andáis y no sufrís tormento,

no sé por qué, en el mundo lacerado,

60parad —dijo— y mirad sólo un momento

de maese Adamo[255] el miserable estado:

yo tuve cuanto quise, y ahora ansío

63sólo una gota de agua, ¡desgraciado!

Los arroyos que bajan hacia el río

Arno, por las colinas verdecientes

66de Casentín, y el cauce húmedo y frío,

no en vano en mi memoria están presentes,

pues su imagen me seca más que el triste

69mal que chupa mis pómulos dolientes.

La rígida justicia que me asiste

toma razón del sitio en que pequé,

72y el pecho a suspirar no se resiste.

Allí Romena está, do falseé

del Bautista[256] la liga sigilada:

75y mi cuerpo quemado allí dejé.

Mas si aquí viese al alma atormentada

de Guido o de Alejandro o de su hermano,[257]

78por Fuente Branda[258] no daría nada.

Uno aquí dentro está, si no habla en vano

de sombras el rebaño lastimero;

81mas si impedido estoy, ¿por qué me afano?

Si siquiera estuviese tan ligero

que una pulgada en un sigilo pudiera

84avanzar, ya estaría en el sendero

y entre esta gente informe le siguiera

aunque once millas esta fosa cuente

87y al menos media de una a otra ladera.

Por su culpa me encuentro entre esta gente:

pues me indujeron a acuñar florines

90con tres quilates de oro solamente.»

Yo le dije: «¿Quién son esos dos ruines

que cual manos mojadas en invierno

93humean, de tu diestra en los confines?».

«Los encontré cuando caí al Infierno

—repuso—, y desde entonces no han bullido,

96pues su quietismo creo sempiterno.

Una es la falsa que a José ha vendido;[259]

Sinón falso[260], el de Troya, el otro era,

99y por la fiebre huelen a podrido.»

Y uno, porque quizá se resintiera

de ser nombrado en forma denigrante

102diole en la tripa una puñada fiera.

Cual tambor sonó el vientre exorbitante,

y con brazo no menos esforzado

105maese Adamo le cruzó el semblante,

diciéndole: «Aunque me ha inmovilizado

la pesadumbre de mis miembros, mira

108que el brazo suelto está para un mandado».

Y el otro respondió: «Cuando a la pira

te llevaban no andaba así de presto,

111mas sí haciendo florines de mentira».

Y Adamo: «La verdad dices con esto;

mas en Troya no ha sido verdadero

114tu testimonio, a la ciudad funesto».

«Si fui falso, fue falso tu dinero

—dijo Sinón—, y aquí estoy por un fallo

117y tú por más que el diablo más artero.»

«¡Acuérdate, perjuro, del caballo

y duélate que es cosa divulgada

120—el de la tripa dijo— y no la callo!»

«Duélate a ti la lengua agrietada

—dijo el griego—, y la tripa que, aguanosa,

123oculta como un seto a tu mirada.»

Y el monedero, entonces: «Tu asquerosa

boca se abre también y te molesta,

126que si me inflo y si la sed me acosa,

tú tienes fiebre y duélete la testa:

de Narciso el espejo lengüeteando[261]

129te vieras a la mínima propuesta».

Atentamente estaba yo escuchando,

y el maestro me dijo: «¡Escucha y mira,

132que contigo me estoy ya disgustando!».

Cuando oí que me hablaba con tal ira,

con tal vergüenza hacia él me fui volviendo

135que todavía en mi memoria gira.

Como el que un sueño malo está teniendo,

que, soñando, soñar desearía

138lo que no cree que es, y ya está siendo,

no pudiendo yo hablar, tal me ocurría,

que quería excusarme, y me excusaba

141en realidad, y no me lo creía.

«Mayor culpa menor vergüenza lava

—dijo el maestro— que la que has mostrado;

144y por ello de estar tan triste acaba.

Y haz cuenta de que estoy siempre a tu lado

si con gentes un día te tropiezas

147que un pleito de éstos tengan entablado:

que es vil deseo oír tales torpezas.»