CANTO XXVIII

CÍRCULO VIII. BOLSA IX: DISCORDIADORES

Mahoma, Alí, Pier da Medicina, Curión, Mosca dei Lamberti, Bertrán de Born.

¿Quién lograría, aun con palabras sueltas,

hablar de tanta sangre y tanta herida,

3aunque diese al discurso muchas vueltas?

Toda lengua veríase impedida

por el idioma nuestro y por la mente

6que entienden mal las cosas sin medida.

Aunque se reuniese cuanta gente,

tiempos atrás, en su azarosa tierra

9de Apulia, de su sangre fue doliente

por los romanos y la larga guerra

que dio de anillos presa valiosa,

12según escribe Livio, que no yerra,[228]

con la que el golpe recibió llorosa

porque se opuso y resistió a Guiscardo,[229]

15y aquella cuya osambre ahora reposa

en Ceperano[230], donde fue bastardo

todo apulés, y aquella que vencido

18vio a Tagliacozzo por el viejo Alardo[231];

y mostrase cada una el miembro herido

o cortado, serían mal remedo

21de aquel noveno foso enmugrecido.

Más deshecho a uno vi que pensar puedo

una cuba sin duelas: roto estaba

24del mentón al lugar que suelta el pedo.

El mondongo hasta el suelo le colgaba:

mostraba el triste saco, y la asadura,

27que lo engullido en mierda transformaba.

Mientras yo contemplaba su figura,

me miró y con las manos se abrió el pecho,

30«¡Ve a Mahoma —diciendo—, cuál procura

separarse[232], y contémplale maltrecho!

Delante de mí, Alí se va llorando,

33de la barbilla hasta el tupé deshecho.

Y todos los que aquí estás contemplando

de escándalo y de cisma sembradores

36fueron, vivos, y hendidos van penando.

Un demonio nos hace estos primores

tan cruelmente, al tajo de la espada

39remitiendo a la resma de infractores,

tras dar la vuelta a la doliente estrada;

pues antes se nos cierran las lesiones

42de estar de nuevo en su presencia odiada.

Pero ¿quién eres tú, que así te pones

a fisgar desde arriba, y qeu la pena

45retrasas que merecen tus acciones?».

«Ni muerto está ni culpa le condena

—dijo el maestro— a ser atormentado;

48mas, porque tenga una experiencia plena,

por mí, que muerto estoy, se ve guiado

por el Orco, que así lo dispusieron:

51y esto es tan cierto como que he hablado.»

Más de cien, al oírle, detuvieron

sus pasos en el foso por mirarme

54y sus martirios al olvido dieron.

«Pues dile a fray Dolcín[233] que corra y se arme,

tú que quizá verás el sol en breve,

57si no quiere aquí pronto acompañarme,

de víveres, que, urgido por la nieve,

no por el novarés[234] sea vencido;

60que, si no, no ha de ser el triunfo leve.»

Cuando una planta había suspendido,

Mahoma así me habló; luego asentóla

63en el suelo, a marcharse decidido.

Otro, con un boquete por la gola

y la nariz partida hasta la ceja,

66 en cuya testa vi una oreja sola,

me miraba con cara tan perpleja

como los otros, pero abrió la caña,

69que por fuera mostrábase bermeja,

y dijo: «¡Oh tú, feliz, al que no daña

la culpa, y al que vi en tierra latina,

72si el mucho parecido no me engaña,

acuérdate de Pier da Medicina[235],

si a ver vuelves un día el dulce llano

75que de Vercelli a Marcabó declina,

y diles a los dos buenos de Fano,

a Angiolello y también a micer Guido,[236]

78que, si el profetizar aquí no es vano,

su cuerpo será atado y luego hundido

desde su barco, cerca de Católica,

81por traición de un tirano fementido.

Jamás estratagema tan diabólica

entre Chipre y Mallorca vio Neptuno,

84no de piratas, ni de gente argólica.

Ese traidor que sólo ve con uno,

y gobierna la tierra que contento

87de no poderla ver hay aquí alguno,

los llamará consigo a un parlamento

y luego hará que al viento de Focara

90no le confíen ruego ni lamento».[237]

los llamará consigo a un parlamento

y luego hará que al viento de Focara

93no le confíen ruego ni lamento».

Y él la barba cogió de un penitente

y abriéndole la boca me gritaba:

96«Éste es ése, y su voz ya no se siente.

Éste, en destierro, el dubitar sembraba

en César, al decir que el avisado

99siempre sufría daños si esperaba».

¡Qué aspecto allí tenía de aterrado,

la lengua del gaznate arrebañada,

102Curión[238], que en el decir fue tan osado!

Con una y otra mano retajada,

los muñones alzando al aura fosca

105y mostrando la faz ensangrentada,

uno gritó: «Te acordarás de Mosca[239],

que “Acabar lo iniciado es conveniente”

108—gritó—, y el mal sembró en la raza tosca».

Y yo añadí: «Y la muerte de tu gente»;

por lo que, duelo al duelo acumulando,

111se separó de allí como un demente.

Mas la fila quedéme yo mirando

y vi una cosa que me da pavura,

114sin poderla probar, seguir contando;

mas mi propia conciencia me asegura,

buena amiga, del hombre alentadora

117a condición de que se sienta pura.

Yo he visto, es cierto, y creo ver ahora

un busto sin cabeza que marchaba

120entre los otros de la grey que llora;

la testa por los pelos sujetaba

transportándola a modo de linterna

123y «¡Ay de mí!», repetía, y me miraba.

A sí mismo se hacía de lucerna

y, uno en dos, dos en uno a un tiempo era:

126cómo es posible, sabe el que gobierna.

Cuando ya estaba al pie de la escollera,

el brazo levantó y con él la testa,

129acercando su voz de esta manera,

y dijo: «Ve qué pena me molesta,

tú, que estás entre muertos respirando,

132y mira si hay alguna mayor que ésta.

Porque cuentes de mí te estoy hablando:

yo soy Bertrán de Born[240], el que solía

135hacer mal al rey joven confortando.

Yo sembré entre hijo y padre rebeldía:

que a David y Absalón más mal no ha hecho

138Aquitofel[241] con su inducción impía.

Pues una unión tan íntima he deshecho,

ay, separado mi cerebro porto

141de su origen, que sigue en este pecho.

¡Así la contrapena yo soporto!».