CANTO XXVI

CÍRCULO VIII. BOLSA VIII: MALOS CONSEJEROS

Envueltos en llamas.

Ulises, Diomedes.

¡Alégrate, Florencia, de ser grande,

pues tanto vuela ya tu nombre honroso

3que por mar, tierra y báratro se expande!

Avergonzado descubrí en el foso

cinco hijos tuyos, nobles y ladrones;

6y tu honor no salía ganancioso.

Si del sueño del alba las ficciones

son verdad, sentirás sin mucha espera

9de Prato y los demás las predicciones.[209]

No sería temprano si ya fuera:

¡ojalá fuese ya lo prevenido!,

12que, siendo viejo, más me entristeciera.

Por la misma escalera hemos seguido

que antes como bajada nos servía;

15detrás de mi maestro la he subido.

Y al recorrer la solitaria vía

por el escollo de quebrado suelo,

18sin las manos el pie no se valía.

Entonces me dolí y ahora me duelo

cuando aquello que vi traigo a la mente,

21y refreno el ingenio más que suelo

porque sin la virtud ya nada intente,

para que si mi estrella, o mejor cosa,

24me ha dado el bien, después no lo lamente.

Cuantos el campesino que reposa

en el alcor, cuando el que al mundo aclara

27menos quiere ocultar su faz radiosa,

mientras danza el mosquito y ya se para

la mosca, gusanitos de luz viendo

30está, en el valle do vendimia y ara.

con tantas llamas vi resplandeciendo

la octava bolsa; y pronto se mostraron

33conforme el fondo oscuro iba surgiendo.

Como vio el que los osos vindicaron[210]

a Elías en su carro, que partía

36con los caballos que al azul volaron,

y seguirle su visita no podía,

pues tan sólo la llama contemplaba

39que al subir una nube parecía;[211]

tal cada llama abajo circulaba

sin que quedase el hurto manifiesto,

42pues cada una a un pecador robaba.

A mirar desde el puente me había puesto,

bien asido a una roca que allí pende,

45pues de otro modo resbalara presto,

y el guía, que a mi atento rostro atiende:

«El alma va en el fuego, de manera

48que la venda lo mismo que la enciende».

«Maestro mío —dije—, por certera

tengo ya mi opinión, pues tú has venido

51a confirmarla, mas saber quisiera

quién va dentro del fuego en dos partido

por cima, que recuerda al de la pira

54que a Eteocles[212] y a su hermano ha consumido.»

«Dentro de ella —me dijo— arde y suspira

Ulises, con Diomedes, juntamente

57sufren, pues compartieron igual ira;

se gime en esa llama la infidente

argucia del caballo que fue puerta

60por do salió de Roma la simiente.[213]

Llórase dentro el arte por que, muerta,

Deidamía a Aquiles todavía llora

63y el Paladio que a Troya dejó abierta.»[214]

«Si pueden desde el fuego hablar ahora,

maestro —dije—, mil veces te pido,

66y una vez y otra mi deseo implora

que esperarle me sea concedido

hasta que la cornuda llama venga,

69pues hacia ella me siento compelido.»

Y él me dijo: «Juicioso es que me avenga

a tu súplica digna de alabanza;

72pero haz porque tu lengua se contenga.

Déjame hablar a mí, pues se me alcanza

lo que deseas, y esa griega gente

75quizás oiga tu estilo sin templanza».

Cuando tuvimos a la llama enfrente

y el guía comprendió que tiempo era

78de hablar, así les dijo gentilmente:

«Oh los que compartís la misma hoguera,

si merecí en el tiempo en que vivía

81ante vosotros, aunque poco fuera,

cuando mis altos versos escribía,

un paso más no deis; y que uno cuente

84dónde a morir antaño se perdía».

Y de la antigua llama el más saliente

de los cuernos torcióse murmurando

87cual llama que del viento se resiente;

luego se fue la punta meneando

como si fuese lengua y así hablara

90y echó fuera la voz y dijo: «Cuando

de Circe me alejé, que me guardara

por más de un año cerca de Gaeta,

93antes de que así Eneas la llamara,

ni el halago de un hijo, ni la inquieta

piedad de un padre viejo, ni el amor

96que debía a Penélope discreta,

dentro de mí vencieron el ardor

de conocer el mundo y enterarme

99de los vicios humanos, y el valor;

quise por altamar aventurarme

con sólo un leño y con la fiel compaña

102que jamás consintió en abandonarme.

Una costa y la otra vi hasta España

y Marruecos, y la isla de los Sardos

105y otras que el mismo mar rodea y baña.

Cuando estábamos ya viejos y tardos,

al estrecho llegamos donde había

108Hércules elevado los resguardos

que al navegante niegan la franquía.[215]

Sevilla a mi derecha se quedaba

111y Ceuta al otro lado se veía.

“Oh hermanos, que llegáis —yo les hablaba—

tras de cien mil peligros a Occidente,

114cuando de los sentidos ya se acaba

la vigilia, y es poco el remanente,

negaros no queráis a la experiencia

117de ir tras el sol por ese mar sin gente.

Considerad —seguí— vuestra ascendencia:

para vida animal no habéis nacido

120sino para adquirir virtud y ciencia.”

A mis hombres de tal suerte he movido,

con mi corta oración, a la jornada

123que no podría haberlos contenido;

le volvimos la popa a la alborada,

del relleno hicimos ala al loco vuelo

126y a la izquierda la nave fue guiada.

Del otro polo ya veía el cielo

por la noche, y el nuestro había bajado

129y no se alzaba del marino suelo.

Cinco veces se había iluminado

y apagado la esfera de la luna

132después del noble rumbo haber tomado.

cuando mostróse una montaña, bruna

por la distancia; y se elevaba tanto

135que tan alta no vi jamás ninguna.

Nuestra alegría se convierte en llanto,

pues de la nueva tierra un viento nace

138que del leño sacude el primer canto;

con las aguas tres veces girar le hace

y a la cuarta la popa es elevada,

141se hunde la proa —que a otro así le place—

y nos cubre por fin la mar airada».